Ha llegado El-Día-Del-Fin-De-Todas-Las-Cosas.
El momento del Juicio Terminal. Para nosotros, simples mortales, es el
momento temido, pero para otros seres - para otra clase de seres - bien
puede ser la liberación, el adios a un mundo de hastio.
|
RADIOTEKHNIKA CANTINA
Gerardo Sifuentes
Era
el fin de la peregrinación.
La iguana tenia rato de
muerta, era un cartón viejo, planchado sobre el asfalto del enorme
estacionamiento. Se freía a fuego lento, al igual que aquella Caribe
roja que llegaba. Ya nadie construía SAM's en medio del desierto,
al menos no tan lejos de Hermosillo. Entre la reberveración distinguieron
el esqueleto de lo que quedaba de ese supermercado mayorista. Siempre había
sido un falso oasis.
"Va-mos-a-va-ler-ma-dres",
tarareaba ella mientras bajaba de la Caribe, bailando al ritmo de la música
que su discman sin baterías emitía. El la ignoró,
sacando el cuerpo del Tanates para dejarlo al lado de la iguana, para que
al menos se hicieran compañía. Lo dejo boca arriba, con el
hoyo de la bala expuesto en la frente, pensó que asi le hubiera
gustado quedar.
Cruzaron el kilómetro
cuadrado de chapopote aplanado y lineas amarillas hasta llegar a la derruida
cafetería, cuyo único recuerdo era una cabeza colgada a la
entrada, maquillada apropiadamente como Ronald McDonald, deleite de un
escuadrón de moscas verdosas. Trató de reconocerla antes
de entrar, quizás algún fiel que había fallado en
la búsqueda de Molinya. Lo único en lo que pudo pensar fue
en pedir una malteada de fresa al barman.
Se asomó por el ojo
de buey de la puerta, no había clientes, entró con cuidado,
jalando a Susana de su huesudo brazo. El interior no era tan fresco como
esperaba. Dos ventiladores se movían con fuerza, chirriando. Varias
mesas desplegables de Pepsi estaban repartidas sobre el linóleo
sucio, ofreciendo sus tableros de ajedrez pintados para cualquier ocioso.
El nunca había visto a alguien usar esas mesas para tales propósitos,
y si habia alguien debía ser muy pendejo.
El cantinero era de aspecto
oriental, coreanojaponeschino, todos eran igualitos, menos los chinos de
Hong Kong, esos si eran diferentes, muy cabrones los condenados, por lo
que hizo todo lo posible para que se notara la playera de Bruce Lee que
llevaba puesta.
"Media Cristina y una chela",
pidió al acercarse a la barra, desechando la tentadora idea de la
malteada. Susana bailaba sola para dismular su ansiedad. De la minifalda
de mezclilla salian sus flacas y pálidas piernas, usando esas botas
vaqueras blancas que a él tanto le cagaban. Su playera blanca Levi's
se le pegada al cuerpo por el sudor. Captó el olor que ella despedía,
afrodisiaco, sudor dopado por el cristal que recorría su sangre.
Penso que si le pasaba la lengua por el sobaco se meteria un colocón
bastante bueno. La idea se la reservó para más tarde.
"Krasnaya Zvezda"
Chela rusa en Sonora, quizás
agenciada del SAM's después de que quebrara. Fría y amarga,
como la vida del Tanates. Se acabó la primera botella en su honor.
Los rusos, en definitiva, eran mejores con el vodka.
"¿Cómo hablo
con Molniya?", le preguntó al oriental mientras éste se disponia
a cocinar los cristales, colocando un corcho en la boca de un pequeño
matraz con acido fenólico. La alargada pipeta le daba el aspecto
de un elefante sofisticado. "Dejo dicho que nomás habla con alguien
si se hizo cita", coreanochinojapones hablaba con un acento extraño,
sacó bajo la barra un mechero, lo encendió y comenzó
a calentar el pequeño matraz sujetandolo con unas pinzas, "¿Fría
o al tiempo?". Las paredes del matraz comenzaron a sudar poco a poco. "Al
tiempo", replicó mientras notaba la consola al fondo del bar.
"Ra-dio-tek-nika",
Susana leyó fascinada las letras en relieve sobre el plástico
negro mate. Se acerco a ella con todo el respeto que pudo. Una funda de
plástico azul marino cubría el teclado. Contuvo las ganas
de probarla, no se había concentrado lo suficiente para hablarle,
y eso significaría el enojo de Molniya, una hermosa artesanía
de hardware fabricada en algun lugar de Siberia.
El escogió la pipa
de cristal moldeada con forma de perro. Ella prefirió usar la clásica
jirafa, como la que el le regalara cuando comenzaban a ponerse de moda,
antes de que el Tanates y ella tuvieran sus obsesivas ideas que los habian
llevado hasta esa cantina perdida en el desierto, parada obligada para
quienes estuvieran iluminados o en aprietos dignos de ser contados por
los profesionales. Llevaban poco mas de 48 horas sin dormir, bendita Cristina,
nunca un químico supo mejor.
El humo entró en
las pipas sigiloso, como si tuviera vida, dando la impresión de
ser el alma de esas criaturas de cristal soplado. Dieron pequeñas
caladas de la boca de esos animales que parecian sonreir. Ambos concentraban
poco a poco su atención a la consola, su razón de estar ahí.
Cuando el cristal abarrotó
su sangre pensó en abordar el aparato. La funda dejo caer una cortina
de polvo, al menos nadie la había tocado en un par de meses. Lubricó
los trodos mientras intentaba descifrar unas instrucciones en ruso escritas
sobre un costado del aparato. Su mente era una licuadora de emociones al
máximo. Hablaría con ella, cumpliendo los requisitos que
se habian impuesto.
Susana se le adelantó.
Arrebatándolos se colocó los trodos en la frente, de su bolsillo
sacó los lentes obscuros. Luego nada, quedo quieta por primera vez
en una semana, el se sintió seguro. Despues de todo era su regalo,
y se lo daba con todo el cariño que le tenia a pesar de haberse
echado al Tanates.
¿Para que eran los
amigos después de todo?
Pidió otra cerveza.
El cristal comenzaba a animarlo, poco a poco olvidaba el calor. Observo
como un hilillo de saliva escurría de la boca de Susana. Otro trance,
Molniya era buena con eso. Luego la sonrisa en el rostro de ella, de las
que casi nunca le había visto desde que la encontrara en aquel chatarrero
de Brownsville. Pasó una hora, seis narcos con kalashnikovs entraron
a la cantina. La cerveza rusa era todo lo que había. Lo observaron
detenidamente, un sujeto de la ciudad que se había descolgado para
prender ese aparato del que quizás nunca sabrían su uso.
Un aparato que era la meca para una nueva secta, cierta clase de gente
que había estado más allá de la red, si es que algunos
creían que había algo más allá del infinito.
Decidió matar el tiempo con su pintura en spray, usando la pared
mas cercana. Pensando en cada palabra que le diría a Molniya, con
cuidado, uniendo ideas y formando palabras, recordando linea por linea
los programas que usaría si las cosas no salían como esperaba.
Su sospecha se acrecentaba en torno a ella. Coreanochinojapones no dijo
nada por el spray, quizás por que le estaba haciendo un favor al
adornar la seca pared de concreto, o por que de alguna manera sabía
que el quería pintar un dragón como el que había visto
en los carteles del viejo autocinema, otra vez Operación Dragón.
A la mitad de la obra escuchó
un gemido emitido por Susana. Placer. Un orgasmo como nunca le había
visto. Ella se desconectó, jadeando, empapada en ese sudor que ahora
era mucho mas intenso.
- Habla con ella.- dijo-
Estoy reformada.- Lo abrazó impregnándolo con su esencia,
le ofreció los trodos. Las palabras de Susana le asustaron. Pero
el había visto muchas cosas, y después de todo no había
ido ahí en balde.
Al colocarse los trodos
de inmediato supo que Molniya estaba ahí. La sintió aun cuando
se coloco los lentes opacos.
Ahora no veia un templo
electrónico como en sus primeras visitas. No habia paredes con veladoras
de luminiscencia verdosa, ni siquiera los pequeños diamantes que
contenían todos y cada uno de los favores pedidos a Molniya. Decian
que ella era todo.
- Hola de nuevo.- Habló
ella desde un punto perdido en aquel horizonte. -Susana le disparó
al Tanates, ¿por qué?-. El pensó la respuesta. Tal
vez la misma Molniya ya lo sabía.
-Celos -, dijo poco convencido.
-Siempre hay historias parecidas
de los que vienen a verme en hardware...¿ sabías que no son
muchos los que han llegado hasta aquí?
El escudriñó
en el horizonte artificial, una enorme pradera con cielo rojizo, buscándola,
aunque sabía que ella no tenia forma propia, solo un rostro del
que se contaban muchas cosas, parecido a Madonna. Decían que ella
era todo, o al menos los mas fanáticos.
-Cuéntame de tu peregrinaje-,
la voz sono con aire imperativo.
-Salimos de Austin, y nos
siguieron hasta Reynosa, ellos, los del gobierno...ahi fue donde...tu presencia
nos ayudó.
-No crees en mí,
¿verdad?
Sintió la cabeza
oprimida por un enorme puño invisible, que quizás quería
exprimirle hasta la ultima neurona sana que le quedaba, y no eran muchas.
En realidad no era creyente, simplemente habia sido empujado por Susana
y una apuesta personal.
- En realidad no. No creo
en un dios que habite entre cables y frecuencias...bueno, los pasaportes
sirvieron. En el hotel el Tanates se quizo fajar a Susana, en ese momento
apareciste en el televisor, entre las escenas de una película porno.
Apareciste en forma de un racimo de uvas gigante bañado en el semen
del actor principal, y tu rostro, o al menos el rostro del que todos hablan,
estaba en cada uva. El Tanates creía en tí, era de la secta
desde hacía un año y Susana se convirtió en ese momento.
Decías que tenian que ayudarte para ver la fecha del fin del mundo.
- Al conectarte en Monterrey
platicamos bastante sobre eso.
El lo recordó. Mientras
descifraba en aquel momento el mapa que robaran de aquella base de datos
militar. Pensaba en dinero, en el cementerio de desechos del ejército
escondido en algun lugar de Sonora, lo que podría vender y largarse
de vuelta a la ciudad de México.
En el extremo superior de
su visión había un anuncio, PAUSA, con cuidado se quito los
lentes, y sintió como la piel de su nuca se quemaba con un
trozo de hielo que Susana le colocaba. Miro a su alrededor, habia llegado
mas gente, rancheros y mas narcos de la zona. La noche habia caído,
no se habia dado cuenta que habian pasado dos horas. Todo semejaba un sueño.
-¿Hablas con ella?-
Los ojos de Susana, vidriosos por la acción del cristal, se abrieron
de manera poco común. Estaba extasiada, aún no se recuperaba
de la experiencia.
-Falta poco para tu siguiente
regalo- exclamó con sequedad mientras mientras volvía a colocarse
los trodos.
Ahora el escenario era un
chatarrero que se extendía al infinito. Carcasas de automóviles
oxidados formaban montañas y valles, y sobre el toldo de un volkswagen
que en algun tiempo había sido verde pistache estaba ella. Le recordó
su infancia. Ella, desnuda, la piel pálida y los ojos esmeralda.
El sintió cercano a esa presencia, a su mente. El cabello negro
de Molniya comenzaba a alargarse poco a poco, Rapunzel en bytes, serpientes
obscuras que se enredaban en sus sentidos.
- ¿Hasta donde llega
tu poder?- Preguntó mientras intentaba descifrar la estructura que
le rodeaba, que le hablaba.-¿ Hasta donde como para que puedas darte
el lujo de hablar del fin del mundo?
-Te puedo ver donde quiera
que estés. Estoy en todos lados, no puedes esconderte de mí,
soy omnipresente. Escucho lo que dices dentro y fuera de la red. ¿No
soy algo parecido a lo que suelen adorar?
- Muchos te siguen. No lo
comprendo. Tal vez seas esperanza, últimamente temen conectarse
sin pedir tu bendición.
- Lo sé. Por que
en algun momento fui temida por el mundo entero, para luego ser olvidada
por mucho tiempo. Y pensar que el destino global dependia de mi estado
de ánimo...
- ¿Servías
antes a alguien?
- Sí. Organizados,
yo era su poder, me cuidaban y protegían en los diferentes templos
que me tenían dedicados. Pero era tan bueno que no podía
durar.
El olvidó lo que
había preparado con anterioridad. La serie de preguntas y ecuaciones
se le borraron de la mente. Ya no era dinero lo que seguía, solo
el resolver dudas.
-Todos vienen a pedirme
un favor especial. ¿Cual quieres?
-Dos favores.-Se aventuró
a decirlo.
-Yo no pongo precio si sabes
servirme como se debe. De acuerdo, dos deseos.
-Quiero ver con tus ojos.
Su corazón pareció
detenerse ante el vértigo del salto. Ahora él estaba en ella.
Y pudo ver con los ojos
de Molniya.
Primero una obscuridad espantosa
que lo comía. Con una vista de monitor al que se le ajusta lentamente
el botón de brillo pudo ver estrellas, miles de ellas dispersas,
como si un gran vidrioespejo se hubiera fragmentado en sus unidades mínimas.
Se maravilló, extendió su brazo para palpar lo imposible.
Se sentía ahí, con el frío del espacio colándose
por entre sus huesos. En realidad Molniya vivía en el cielo.
-Asi veo.-Se escuchó
la voz de ella a sus espaldas.-Y así te veo.
Bajó la vista lentamente.
El planeta le resultaba familiar.
La sensación de vértigo
volvió. Los ojos de Molniya iniciaron un descenso sobre la atmósfera,
penetrando entre gases y nubes, analizando sus componentes en fracciones
de segundo, almacenando los datos en una memoria de hacía muchas
décadas.
Y vio la cantina. Y penetró
entre la bovedilla del techo. Ahí estaba Susana, conversando con
coreanochinojaponés y varias botellas vacías de Krasnaya
Zvedza en la barra. Había mas gente en el local. El estaba sentado,
frente a la consola marca Radiotekhnika, conectado. Sintió un escalofrío,
y observó como su cuerpo lo resentía. Un par de gringos traileros
le observaban como a una curiosidad. Toda esa visión era en blanco
y negro, un filme noir que rebasaba su imaginación. Escuchó
la conversación de Susana, quien comentaba su experiencia a un aburrido
coreanochinojaponés. La voz nítida, las imágenes a
detalle.
Sin previo aviso regresó
a las estrellas. Y luego, en un parpadeo de interferencia electrostática,
regresó al chatarrero con Molniya.
-¿Te agradó?
No supo contestar. Sabía
quien era Molniya.
- Susana cumple años-
dijo. - Le prometí traerla hasta aquí como regalo. Esta loca
la cabrona, mucho cristal en poco tiempo, se ha cocinado muchas neuronas,
pero así es feliz y asi la quiero. Se convirtió a esta religión,
lo que no habla muy bien de su salud mental. Solo quiere que el mundo se
acabe, segun lo pregonas.
Y sacó de sus archivos
un viejo mapa mundi, con países que ya nadie recordaba. El que examinaba
en Monterrey en el momento de su primera charla con Molniya. Una vieja
y olvidada base de datos saltó de un rincón perdido en una
ciudad cercana a Leningrado. "Tan fácil como armar una pinche Atari",
recordó la frase del Tanates mientras colaba .
Molniya lo miraba con tristeza,
era mas vieja y sensible de lo que muchos se imaginaban, pero en especial
era vulnerable, aunque muchos nunca se habían atrevido a analizar
su génesis por temor a ella misma. Molniya ya no tenía el
control de la situación.
Una serie de veintiún
dígitos apareció frente a su visión, y esa palabra
en alfabeto ruso: nash; uno de los tuyos.
Molniya inclinó la
cabeza.
-Orden recibida...¿
cual es el último deseo?
En realidad el último
deseo ya lo había pedido al darle ese código.
-Que bailes, que te diviertas
danzando...-y pronunciando esas palabras su incursión se interrumpió.
El zumbido en sus oídos
era insoportable. Estaba en el suelo, y sobre él Susana, quien empuñaba
su pistola automática mientras mentaba madres. La Radiotekhnika
que coreanochinojaponés se había llevado de aquel cementerio
militar estaba casi despedazada. En el centro de la cantina varios narcos
se desangraban, otros habían huido, y un trailero gringo hablaba
en voz alta pidiendo ayuda.
"Madriza de cantina..."
Susana siguió hablando, pero el no la escuchaba. Pensaba en Molniya,
en su último deseo, antes que ella hiciera el trabajo para el que
había sido inventada.
Molniya no era un dios.
Era una mente artificial antigua que se habia salido de su rutina, que
había aprendido de más después de tantos años.
Molniya no era una sola. Era el nombre de varios aparatos soviéticos
con aspas que rodeaban el planeta en órbitas desde los años
ochenta, en silencio, escuchándonos, esperando una orden para
hacer que todo lo que estuviera al oeste valiera madres en minutos. Pero
había sido olvidada, y con eso también su identidad, asi
que había tenido que inventarse una. Los satélites eran pequeños
dioses hechos para cuidarnos o mandarnos al carajo a placer.
Salieron al obscuro estacionamiento,
callados. El cadáver del Tanates ya no estaba donde lo habían
dejado, tampoco el de la iguana. Un foco rojo era lo único que anunciaba
la presencia de la cantina a lo lejos.
"Se fueron a pasear" exclamó
Susana.
Se acostaron en el asfalto
a escasos metros de la Caribe, observando el estrellado cielo. El trataba
de imaginar la soledad de Molniya, tan cerca de un dios que quizas no existía
y que intentaba reemplazar, y que tenía el poder de uno, hasta de
acabar con el planeta si se lo pedían adecuadamente.
"Feliz cumpleaños"
dijo el.
Y la danza comenzó.
Tres puntos luminosos cruzaron paralelos el cielo nocturno, coordinados,
manteniendo una amplia distancia entre ellos. Unos minutos después
otros dos pasaron casi por la misma dirección. Al horizonte uno
de ellos apareció por segundos, para despues tomar una tonalidad
roja y desaparecer. Los satélites eran extremidades de Molniya,
ella era el centro de todo, del fin del mundo.
"En veinte minutos..." exclamó
el, "...van a llover misiles en varias ciudades de este pinche mundo."
Ella, fascinada por la danza, sonrió de forma maliciosa y lo beso
en la mejilla.
"Nunca me habian regalado
algo asi en mi cumpleaños", ella encendió un Camel sin filtro
mientras observaba otros satélites rezagados que seguian cubriendo
órbitas desencadenadas.
"¿Crees que se pueda
ver algún hongo nuclear desde aquí?"
El negó con la cabeza,
pensó de nuevo en Molniya, en el fin del mundo como lo habia soñado
desde su infancia, y lo único que pudo concluir era que necesitaba
otra cerveza rusa en medio de aquel desierto sonorense.