Los visitantes inesperados causan problemas despues de tres semanas viviendo en nuestra casa. Pero en el futuro ciber que Manuel Díez nos ofrece, las visitas indeseables pueden instalarse aún más adentro que en nuestro propio hogar.
EL COMPLEJO ROZENBURG
por: Manuel Díez Román

    Mario apartó la vista del terminal, en el que desfilaba una interminable hilera de columnas brillantes. Seguía sintiendo pinchazos en la cabeza y de nada había servido el preparado de fluxovamine recetado por el médico de su Departamento. Decidió quejarse del servicio sanitario en el próximo círculo de calidad. Que la reciente muerte del Viejo hubiera creado un vacío de poder en la corporación no justificaba una relajación en la asistencia a los empleados.
    El ordenador vertía los resultados de sus cálculos en la pantalla, una riada de información que Mario debía analizar y filtrar. Un mensaje destellante apareció en la parte infe-rior del monitor. Refunfuñó ante aquella disrupción en el flujo de datos. Una escueta frase atravesaba la pantalla:
 

VAYA A KO - LE - DO A LAS 1900
URGENTE

La invasión de su intimidad laboral le molestó. Le sonaba a una absurda cita a ciegas.
    Entonces rememoró el famoso caso de la AqU Express. Uno de sus directivos también recibió una comunicación de ese tipo. Acudió al lugar, esperando una noche de lujuria. A la mañana siguiente encontraron su cuerpo descuartizado. Mediante el análisis de un pelo hallado Seguridad decodificó el modelo genético del asesino, su sucesor en el cargo. El suceso no era asimilable a él, pero se abstendría de correr riesgos.
    Como si no tuviera bastante con el malestar que no disminuía. Tal vez fuera el momento de plantearse adquirir un sistema de control interno que regulase cualquier posible disfunción estándar de su organismo. Sería cuestión de comparar precios y revisar su cuenta corriente. Tecleó, entrando en la base de datos de libre acceso del Monte Sinaí Hosp.


    Sus ojeras delataban falta de descanso. El dolor remitía, aunque en ocasiones le asaltaba con redoblada energía. Se conectó a su terminal con cierta renuencia. La chistosa de Levksi había insinuado que todo podía deberse a un nuevo virus del sistema. Ella y sus tonterías. A la alegre musiquilla de bienvenida siguió un inesperado aviso, que caía en cascada por la pantalla hasta desvanecerse en espirales:

¿ACASO QUIERE SEGUIR CON LOS DOLORES? MISMO LUGAR, MISMA HORA.

    Un escalofrío de temor le azotó. La maldita cefalea no era natural. Alguien lo manipulaba, pretendía algo de él. Nada bueno saldrá de esto, reflexionó asustado. Recompuso su agenda, dispuesto a asistir a ese misterioso encuentro. Le quedaban varias horas de tortura, elucubrando hipótesis que descifraran las implicaciones ocultas.


    Cuando abandonó la acera móvil, los focos de argon comenzaban a iluminarse. Un monolito de granito rosa, en la entrada de la colosal estructura piramidal de los Almacenes Hiut-Hey, tenía grabado el lema corporativo: "Si no lo encuentra aquí, no existe". Atrapado entre el gentío, atravesó los arcos de control. Un delatador rayo de luz cayó sobre un anciano que estaba delante suyo. Los guardias lo sacaron sin contemplaciones de la cola. Mario no miró atrás.
    Desde un ascensor-bala, adosado a las columnas centrales, observaba a la marea humana moverse, invadir el mosaico de tiendas y galerías, atrapados por el colorido y los mensajes publicitarios subliminales. Llegó ante el local de Ko-le-Do, contemplando la complejidad y textura de los paisajes exhibidos en aquella famosa agencia de viajes sensoriales, al alcance tan solo de unos pocos privilegiados.
- La puntualidad es una virtud en desuso, Mario.
    El aludido se volvió hacia la voz. Su dueña parecía joven. No pudo evitar fijarse en una cara demasiado perfecta para no haber sido modelada, el esbelto talle ceñido en cuero rojo y en sus interminables piernas antes de reaccionar.
- ¿Es la responsable de mi dolor de cabeza? -gruñó-. Exijo-...  - Sería más adecuado que pasearamos mientras hablamos le tomó del brazo, como una pareja con contrato permanente, integrándose en la muchedumbre-.
    Su proximidad hizo que Mario captara su perfume, almizcle sofisticado, aspirándolo en silencio como una droga prohibida. El aroma le hizo evocar otro encuentro ¿con ella? Creía conocerla, pero era inapaz de desentrañar su identidad.
- La muerte de Ticho Báez ha traido numerosos problemas a su organización. Nada que no sepas ya -Mario se sobresaltó al oir el nombre del Viejo-. Lo habitual es preparar la sucesión, disponiendo de clones o copias del esquema-mapa cerebral. El Viejo poseía ambos sistemas.

    Descendieron por un tunel antigrav, flotando entre personas cargadas de paquetes. La mente del analista trabajaba intensamente, envidiando los gigaflops de su ordenador.

- Existe el plazo legal de un mes para ejercer el traspaso de poderes. De momento ha sido imposible encontrar a su propio sustituto. Los clones fueron destruidos y las copias cerebrales borradas. Alguien se ha tomado muchas molestias para que el mando cambie de manos.
    Se detuvieron ante un puesto rodante de chucherías y ella compró chocolatinas de freebase. Mario ardía en deseos de preguntar, pero calló. Los pinchazos volvían a torturarle.

- Contaba con esa posibilidad y dispuso que una de sus replicas cerebrales se instalara, de forma residente, en un individuo anónimo. Sería joven, de buena salud y estabilidad psicológica, de fácil acceso para nosotros, entre otras razones. De fallar todo supondría la última oportunidad, la baza que le haría ganar la mano definitiva.
- Esto es una locura. No insinuará...
- Los dolores de cabeza son una señal del biochip que te instalaron. Sintonizado a las ondas cerebrales del Viejo, tenía instrucciones de emitir breves descargas eléctricas que saturasen ciertas redes de dendritas, en cuanto dejase de recibirlas. Tranquilízate, no producirán efectos secundarios -se encogió de hombros-. Era la única manera de que me creyeras.

    Mario se sentó en un banco flotante, enfrente del holo anunciante de Tacos & Chips, que emitía estridente musica mex.

- Quiero librarme de ese maldito injerto. ¡Y ya!
- Esa es mi intención. En una semana se cumplirá el plazo y yo también deseo recuperar lo que me pertenece. Ambos jugamos en el mismo equipo -sonrió, mostrando perfectos dientes de porcelana-. Tranquilo, conozco al especialista adecuado.
    La chica se encaminó a la salida. Activó el repulsor energético de su cinturón, evitando así los molestos roces con el numeroso publico. Mario la siguió, un poco aturdido.


    Nunca había montado en un aeromóvil, reconoció admirado.  Aquella mujer pertenecía a la clase directiva, los únicos con acceso a los pases de circulación y el dinero que costaba un repulsor o sus caras ropas de diseño no estandarizado. Los faros hendían la bruma, residuo de una contaminación que el indicador marcaba a dos puntos de los niveles de garantía.
    Ella le ofreció bebida. Mario aceptó un botellín de agua pura. Pensó que viajarían al centro de Richway, en cambio se internaban en el Hervidero, la meca del vicio y los buscavidas de todo tipo y categoría. El ambiente allí aún estaba más enrarecido, producto de los residuos de la reciente fuga de cipermetrina tras el último atentado anarco en la Okuv Chem.      Descendieron sobre un techo agrietado. Al salir les tiznó una microscópica película de ceniza en suspensión. Ella abrió una trampilla, indicándole que la acompañara. Llegaron a un espacioso almacén industrial, abandonado en apariencia.

- Vamos a solucionar nuestro problema -indicó la mujer-.

    Marcó un código en un vetusto tablero, activándose el silibante sonido de una cámara al moverse, oculta en la penumbra. En pocos segundos la puerta de metal gimió sobre sus goznes. Entraron en un amplio local, bañado por una mortecina luz azulada. Ella le señaló un sillón, cubierto de polvo.

- Espera aquí. Hablaré con el tipo que dirige el negocio.

    Mario la vio discutir durante varios minutos con un enjuto hombre de bata blanca. Ella le entregó algo y aquél cedió.

- Señor Havel, soy el doctor Bejur. La señorita Assia me ha puesto en antecedentes. El proceso, muy complejo...

Assia. Su nombre. Ahora empezaba a situarla, forzando sus rebeldes recuerdos. La había visto en la Fiesta de Consecución de Objetivos. Era la nana del Viejo, su amante favorita. Eso explicaba muchas cosas, tal vez demasiadas.

- Sígame -solicitó el hombrecillo-. Eliminaremos su malestar.

    Tras tenderse en una camilla, ingirió un sedante. A continuación lo inyectó. Bejur desgranaba, con voz monocorde, los pasos que realizaba, llegando a Mario como un lejano rumor debido al efecto del tranquilizante. A su lado, Assia le miraba preocupada.
    Varios minutos después, el doctor le suministró un neuro-estimulante de choque para superar el sopor. Su efecto fue inmediato. El gesto contrariado de Bejur y Assia indicaba que algo había fallado. Bejur señaló un mapa neural a Mario.

- Fíjese en las marcas brillantes. La radiactividad diluida en la glucosa pronto perderá intensidad, pero ahora está remarcando las posiciones cerebrales más activas. Mediante el scanner TEP, encontramos el biochip que le implantaron. Ahí.

    Encendió el interruptor de una intrincada consola, visualizándose la representación tridimensional de un cerebro.

- Confirmada su localización en el primer análisis, procedí a una lectura CAT, la que aquí ve, ratificándome la situación del biochip en su anatomía cerebral. Lamento decir que resulta imposible la operación requerida sin ocasionarle daños... irrecuperables. Lo lamento.

- Habrá un neurocirujano que lo haga -sentenció, contrariada, Assia-. Es primordial que recupere esa información.
- La extraerá convirtiéndole en un vegetal -remató Bejur-.
- ¿Y los dolores? ¿Puede eliminarlos? -casi gritó Mario-.
- Sin duda alguna.
- Pues proceda a ello -ordenó, mirando enfurecido a Assia-.


    Echado boca arriba sobre un campo de estasis, Mario contemplaba a Assia caminar por su apartamento, hecha un manojo de nervios. Le alegraba saber que habían acabado para siempre los dolores, al menos aquellos inducidos. No obstante, temía que su cabeza ocultase una inextricable bomba de relojeria.

- Me gustaría que dejaras de dar vueltas y me explicaras cómo demonios me colocaron eso en la cabeza.
- Recordarás la noche que nos conocimos, la Fiesta de C-O, ¿o estabas tan bebido que ya ni te acuerdas? El subsistema de estrategia de nuestra IA te había elegido como objetivo. Yo fui el cebo -sonrió seductora y Mario apreció su irresistible belleza-. Te drogué. Después te llevamos al pabellón clínico de Dinas, que realizó el trabajo delicado. ¿Contento?

    Así que el famoso medico personal del Viejo me había intervenido, pensó el analista. Era lógico deducir que podría solucionarlo. Esa idea le hizo sentirse bien. Cuando la mujer observó su sonrisa, se encargó de derribar sus ilusiones.

- Dinas sufrió un fatal accidente al poco tiempo, chico listo. Aunque fuera amigo de la infancia del Viejo, éste no dejaba cabos sueltos. No es bueno para los negocios, me decía.
- ¿Acaso confiaba en alguien ese depredador?
- Todos necesitamos alguien de quien fiarnos. Mejor si aparenta ser alguien inocuo, un adorno sin importancia como yo.

    Los ventanales reflejaban un apacible atardecer otoñal, fríos remolinos alzaban grupos de hojas acartonadas. La chica cambió el paisaje, apareciendo un mar de hormigón plomizo, como un pastel de cemento coronado con irregulares y deformes velas de todos los tamaños y colores. Se volvió hacia Mario, ruborizada por el enfado.

- ¿Es que quieres vivir siempre en esta mierda? Te había juzgado mal. Creía que ansiabas recluirte en una de esas utópicas Granjas de las montañas. ¡Menudo ecolo eres!

    El hombre se levantó de golpe, desconcertado. Nadie sabía eso, nunca lo había comentado. ¿Cómo conocía su secreto?

- No me mires con esa cara de prole recién despedido. El equipo del Viejo controla el pago de impuestos, las llamadas, suscripciones de informativos... Todo. Vigila a su gente y sabe cómo apretarles llegado el momento. Si me ayudas, prometo conseguirte lo que tanto anhelas.

    Mario dudaba. Posiblemente jamás tendría una oportunidad como ésta para alcanzar su quimérico sueño.

- Bejur desaconsejó la extirpación quirúrgica -receló-.
- He estado pensando. Cabe la posibilidad de que Raschid, el sustituto de Dinas, sea capaz de efectuarla.
- ¿Cómo sabemos que no nos venderá?
- Tampoco sé si puedo fiarme del vecino de al lado. No nos queda otro remedio que arriesgarnos.
    El analista la siguió, imaginando la vida en las Granjas.


    Aunque Mario trabajaba allí, desconocía la mayor parte del faraónico edificio de plastimetal. Subieron en un ascensor privado hasta la zona directiva. El trasiego de personas era continuo y a nadie sorprendia ver a la nana del Viejo en cualquier lugar. La consideraban una parte más del decorado.
    Solicitó, desde un terminal de servicio, una entrevista privada con el jefe médico. La aparición de Raschid en el ostentoso vestíbulo no se hizo esperar, saludando afablemente a Assia, apenas mirando a Mario. En su despacho, preguntó el motivo de aquella inesperada, y féliz, según él, visita.
- Como último medico de cabecera de Ticho, tal vez estuvieras al corriente de ciertos planes que concretó antes de morir.
    El aludido alzó los hombros, animándola a seguir. Ella relató la historia de Mario, mientras el doctor fruncía el ceño, y sudaba levemente, como apreció extrañado Mario.
- ¿Alguien más lo sabe?
- No. No es algo para ir pregonando.
- Permíteme un momento, querida -activó un intercom-. La reunión es de gran importancia y deseo no ser molestado.
    Assia dio un respingo en su asiento corporal, desajustándolo. Clavó sus uñas en la muñeca de Mario y le hizo un guiño. A continuación se apartó de él como si estuviera apestado, rodeando el escritorio para situarse detrás del médico.
- ¡Ya lo tenemos! ¡Matémosle! Impidamos que Ticho siga dominándonos desde la tumba. ¡Líbrame de ese cerdo! -concluyó, abrazándose al cuello de Raschid, soprendido por su reacción-.  - Assia, controlate. Pensábamos que estabas a su favor.
- ¿Estás loco? Me explotaba. Abusaba de mí como de una muñeca sin sentimientos. Pero ustedes me liberarán de él, ¿verdad?
Mario quedó paralizado, aunque intuía que ese brusco cambio de actitud obedecía a una estrategia calculada de Assia.  - En realidad tu liberación me la debes a mí -afirmó orgulloso el médico, acariciando las manos de la nana-. Activé una secreción extra de adrenalina junto a una determinada emisión de impulsos eléctricos procedentes del cerebro, provocando en el Viejo un estado letal de fibrilación ventricular. Muerte natural por paro cardíaco. Eso certificó el informe oficial.
- Ahora podrás protegerme. Seré tu nana -con delicadeza puso una mano en su garganta y otra en su barbilla, lamiéndole los labios. Cuando él cerró los ojos, le rompió el cuello con una brusca torsión-. No te quedes mirándome, Mario. ¡Sígueme!

Abrió una puerta lateral, saliendo a un pasillo adyacente a las habitaciones personales del Viejo. Bajaron en un ascensor de servicio. Ella se alisaba con cuidado el caro vestido, mientras Mario aún no daba crédito a los recientes sucesos.
 

   El mirador del restaurante Sea Maru ofrecía una magnífica vista sobre un bosquecillo de cerezos y sotobosque mediterraneo, una ostentación sólo posible en Ric-hway. El analista se removió inquieto en su cúpula personal.
- ¿Por qué hemos venido a un local tan exclusivo?
    Ella levantó la vista de la sopa Xao-hi, humeante caldo especiado de tortuga, sonriendo con la inocencia de un bebé.
- Sólo se ocultan los culpables y nadie sospecha de nosotros.
    Las burbujas de algunos comensales eran opacas, otorgándoles total intimidad. Assia las había dejado transparentes. Le encantaba mirar, pero, sobre todo, que la admirasen.
- ¿Cómo adivinaste su traición?
- La frase que dijo al comunicador es una de las claves secretas del grupo directivo. Una llamada de máxima prioridad ordenando a los guardias acudir a su despacho. El muy imbécil supuso que tenía el cerebro entre las piernas. Se equivocó.
- ¿Estás segura de que no nos atraparán?
- Me preocupa tu falta de confianza. Nadie nos vio con él. Salimos atravesando pasillos de uso restringido. Luego nos mezclamos con la masa trabajadora, esos skunks. Lo atribuirán a las luchas internas que decidirán el sustituto del Viejo.     Los platos vacíos fueron engullidos bajo la superficie de marmol granulado, dando paso a las bandejas con una selección de delicatessen de pescado, especialidad de la casa. Los demás comensales parecían caros maniquís, con expresiones pregrabadas y movimientos ensayados. Mario se relajó, intentando disfrutar de la atmosfera decadente que acababa de conocer.
    El analista intentó hablar, pero Assia se le avanzó.
- He estado pensado -jugueteaban sus palillos con un rollito de sushi. Tras una breve pausa continuó-. La solución sería que el Viejo apareciera antes del plazo y cediera, temporalmente, claro, la direccion a una persona de su confianza... como yo. Eso nos daría un margen para buscar con tranquilidad la mejor manera de extraerte el implante.
- ¿Aceptarían que una nana -en su boca sonó como algo execrable- dirigiera su negocio? Sueñas despierta.
- ¡Tu imaginación si resulta portentosa! Las Granjas son un invento publicitario del Gobierno para embaucar a los desencantados. !Espabila y abre los ojos, chico listo! -gritaba, hiriente, aprovechando la insonoridad de la burbuja-.

    Aquella revelación derrumbó sus esperanzas mas íntimas. Ahora todo era relativo y sin importancia.

- Acepta y obtendrás lo que quieras. ¿Dinero, mujeres, un cargo directivo? Pide y será tuyo.
- Pero, ¿cómo volvería a ser yo de nuevo, una vez que el Viejo domine mi mente? ¿Querrá retirarse a la espera de solucionar su transferencia a otro cuerpo? No lo tengo claro. Me arriesgo a perder mi propia identidad.

    Ella sorbió un poco de amargo dzar, de moda esa estación.

- Piensa cuántos darían lo que fuera por aceptar la inteligencia del todopoderoso Ticho Báez, miembro destacado del moderno Olimpo. ¿Rechazas ese honor? Bien. Encontraremos miles de candidatos.
- Lo que dijiste a Raschid era falso -acusó, sin fuerza-.
- Te equivocas. Odio al Viejo. Me usa y explota: soy su nana. A cambio vivo como millones sólo pueden intentar imaginar. Me prometió un premio si cumplía este servicio, demasiado jugoso para perderlo. Tú recibirías una sustanciosa tajada.
    Mario miraba un punto indeterminado detrás de la mujer. ¿Qué le importaban las intrigas de los poderosos? Su vida se desintegraba ante sus ojos. La furcia seguía empuján-dole, le ofrecía una nueva oportunidad. ¿Serviría de algo? Concluyó que no. Decidió que no valía la pena seguir su juego.
    Assia introdujo su tarjeta Báez en la ranura y pagó, desapareciendo las translúcidas burbujas. Se acercó a Mario. Sentada en sus rodillas dejó actuar a su experta lengua, con similar pericia a la de un contable confeccionando sus balances o un asesino disparando su pistola de agujas. Aquello relajó la tensión que carcomía al hombre.
- Vamos a mi apartamento. Necesitas descansar.


    El liberó a Assia del peso de su cuerpo sudoroso. Se deslizó a su lado, jadeante. Un bip-bip le indicó que faltaba una hora para la reunión que refrendaría el traspaso de poderes. Saltó de la cama circular. Después de una reparadora ducha de espuma, entró en la habitación y abrió el surtido ropero. La nana clavaba su vista en el grabado nihilista del techo, allí donde apuntaban sus pezones enhiestos.
- Agradecería que dejases de llamarme Mario.
    Assia le miró desde el lecho. Una rapida reforma de su vestuario había conseguido que el traje de marfil corporativo le sentase de maravilla, apreció fascinada.
- Porque veo su cuerpo, oigo su voz... Sólo ha cambiado su mente y ahora dominas su parte física, Ty.
- ¿Te parece poco? -el espejo le devolvió una perfecta imagen de su recién estrenado yo-. Todavía no me has comentado cómo lo con-seguiste.
- Le mentí, una vez más, drogándole en mi apartamento. El doctor Bejur olvidó sus prejuicios con el aliciente adecuado, activando el biochip durmiente que te devolvía a la consciencia. No iba a permitir que nada se interpusiera en mi camino -advirtió en esas palabras, avergonzada, la filosofía del Viejo. Ese mote ya no tenía sentido, reconoció-. Debías haberte visto cuando despertaste. El doctor te puso cuarenta y ocho horas en observación porque me pasé en la dosis. Tenías la cara de un colgado del Hervidero -sonrió maliciosa, sirviéndose dzar en una copa tallada-.
- Menudo estúpido -murmuró entre dientes-.
    Dio la espalda a la joven. Desde que "despertó", un ligero dolor de cabeza solía incomodarle. Decidió acondicionar su nuevo cuerpo con los avances de la técnica. Ninguna molestia perturbaría la actividad normal de Ticho Baez. Nada limitaría su imparable trayectoria hacia el éxito.
    El sí que se imaginaba la expresión decepcionada de sus rivales. Su parusía particular había destruido la carrera de la mayoría de sus directivos. Ninguna otra corporación acogería a unos traidores. Estaban acabados.
    Suspiró animado. Este cuerpo le revitalizaba, le devolvía a una juventud casi olvidada. Aunque el efecto principal era anímico, sabía que habían terminado los tratamientos a base de enzimas reparado-res y antioxidantes que evitaran el deterioro de su ADN. Tampoco necesitaría más estimulantes.
    Le sobresaltaban extraños recuerdos, imágenes que jamás había visto. De las explicaciones de Assia deducía que pertenecían a Mario. La pericia de Bejur había dejado mucho que desear; o tal vez fuera imposible anular por completo la men-te original y quedasen residuos inevitables, que distorsiona-rían algunas frecuencias de las nuevas ondas cerebrales, como afirmaba la polémica teoría de Rozenburg, el iconoclasta científico teórico.
    Podría ser útil contar con la percepción de un pro-le, co-mo Mar-io, a la hora de dirigir su organización. Y no sólo eso. Po-día evo-car, por ejemplo, las recientes palabras cargadas de resentimiento de Assia: lo odio, refiriendose a él. Interesante. Dos perspectivas ajenas, sin puntos en común; unidas, a su servicio. Muy interesante.
    Sonó un intercom. Abrió la señal y la adusta cara de un ujier le anunció que faltaban diez minutos para la reunión y la guardia estaba dispuesta. Hasta que no revalidara la presidencia, cabían tentativas desestabilizadoras de los opositores. Los clones aún tardarían, pero ya existían las pertinentes copias cerebrales, y a buen reca-udo.
    La nana seguía bebiendo, ahora directamente de la bote-lla. Contemplando sus atractivos rasgos, la dulce piel desnuda, el juvenil y estilizado cuerpo, aquellos delicados movimientos, su sistema límbico recibía im-pulsos eléctricos con mayor frecuencia e intensidad que el antiguo cuerpo. Sintió crecer una erección. Auténtica. Sin inducir. Había tiempo de sobras y si no ya esperarían, como tantas otras veces.


Algo sobre el autor:
Manuel Díez Román es español y co-editor de una de las más importantes revistas virtuales de ciencia ficción hispana en la red. Por supuesto, nos referimos a Ad-Astra (que por cierto, estrena nueva imágen). Además, tenemos la suerte de ser amigos por este medio electrónico, lo que nos ha permitido presentarles este relato. Su historia, VECTORES DE INTEGRIDAD fue publicado en la revista A QUIEN CORRESPONDA,  aquí en México.
La ilustración pertenece a Michel Whelan.