Tengan ustedes mucho cuidado, cuando terminen de leer este relato...es muy posible que nuestro mundo deje de existir casi al instante.

DESTERRADO EN LA TIERRA
por: Ricardo Martínez Cantú

 
Para Geoff Hargreaves –especialista en lenguas zélticas–, cuya asesoría técnica hizo posible la traducción de este texto.
Hoy recibí un segundo comunicado desde Zelta, pero –al igual que hice con el primero, que llegó hace unas semanas– no pienso prestarle ninguna atención.

El primer correo apareció misteriosamente en uno de los bolsillos de mi pantalón.  Era sólo un pequeño pedazo de papel, doblado en cuatro partes, en el que Adros Banon, dirigente de las fuerzas armadas del imperio zéltico, me informaba que la rebelión había sido controlada y que yo podía regresar a seguir ejerciendo mis funciones de emperador.  ¡Como si no supiera que Banon fue, desde el principio, uno de los principales conspiradores en mi contra!

El segundo correo lo recibí –como ya dije– hoy mismo, y llegó en la forma de una tarjeta que cayó de las páginas de La República al dar vuelta a la hoja (porque aquí en la Tierra sí tengo tiempo para leer).  Debo creer ahora que me escribe mi querido amigo Tranton para informarme que los rebeldes ya me tienen localizado (¡vaya novedad!) y que mi vida corre peligro, por lo que debo salir huyendo hacia un nuevo escondite.

Yo sé muy bien que estas cartas no son sino una trampa para hacerme abandonar la Tierra y atraparme en el espacio.  Mis perseguidores siempre han sido unos cobardes y nunca tendrán el valor suficiente para venir a buscarme aquí abajo por miedo a contraer alguna infección extrazeltiana.  Los dirigentes del Nuevo Gobierno Democrático son en realidad unos ilusos si de veras esperan que yo vaya a tragarme sus patrañas.  Y más ilusos aún si efectivamente creen, como lo pregonaron cuando se levantaron en armas contra el imperio, que soy un monstruo enfermo de poder y que intentaré un contraataque.

La verdad es que no pudieron hacerme un mejor favor que destronarme: el gobierno de Zelta siempre resultó una carga demasiado pesada para mí y si había aceptado llevarla estoicamente sobre mis espaldas fue sólo por considerar que ese era mi deber.  Pero ya que me he visto liberado de mis obligaciones políticas –sin hacer yo mismo nada por lograr esa liberación–, no tengo la menor intención de recobrar el mando perdido ni siento, por mi actitud de indiferencia hacia los habitantes de Zelta, ningún remordimiento.  Tampoco considero tener, de aquí en adelante, más responsabilidades que las que se refieren al logro y mantenimiento de mi propio bienestar personal.

Si al salir de mi planeta natal no dejé enterrado mi corazón fue debido precisamente a que me educaron para emperador, y los emperadores de Zelta –al igual que los gobernantes filósofos que propone Platón para su República– fuimos siempre aislados de todo posible afecto con el fin de impedir que cualquier cosa –que no fuese el estricto cumplimiento del deber– pudiera desviarnos del adecuado ejercicio de nuestras trascendentales funciones; además de tener nuestros especialistas en educación la idea de que los lazos sentimentales significarían una debilidad personal que pudieran explotar luego los enemigos del imperio.

Mis escasos afectos zeltianos –Tranton, Querza y Cualdo– de alguna manera están conmigo aquí, aunque no estén ahora.  Lo que quiero decir es que, por fallas técnicas –provocadas por la premura de la huida y que no viene al caso explicar en este momento–, quedamos ubicados en diferentes épocas históricas de este planeta y ya nunca podremos vernos.

Y si hablo de mis escasos afectos zeltianos es porque en la actualidad tengo sobreabundancia de afectos, si bien terrestres.  Al llegar a la Tierra me tuve que enfrentar a una cultura diferente por completo a mi cultura natal.  Me encontré con la sorpresa (al principio desconcertante, después bastante agradable) de que los terrícolas –al menos ahora, en el siglo XXV– son unos decididos practicantes del hedonismo más radical; lo que significa que son criaturas bastante afables.  (En realidad el término “afables” no los describe adecuadamente, pero no existe en la eficiente y funcional lengua zéltica un equivalente para “querendones”*, que es el adjetivo que les cuadra a la perfección.)

Además, tienen aquí un refrán que dice “Al país que fueres, haz lo que vieres”, mismo que yo he tratado de cumplir al pie de la letra.  Por ello al presente tengo amigos y amigas “hasta p'aventar p'arriba” (como también dicen ellos), además de varias novias relativamente permanentes y hasta alguno que otro novio ocasional.  Como puede verse, no he tenido más remedio que adaptarme a las costumbres locales y seguirle la corriente a los nativos para no ponerme en evidencia ni dar pie a que se descubra mi verdadera identidad.  Claro que también es cierto (y tengo una plena y gozosa conciencia de ello) que mi verdadera “verdadera identidad” es ni más ni menos la que ejerzo ahora en este paraíso terrenal.

Así es que, a menos que me lleven a rastras, nunca volveré a Zelta.  Y cuando los usurpadores se hayan convencido de que no tengo la menor intención de regresar, dejaré de recibir correos misteriosos.

* * * * *

Epílogos en cascada

Lo que no sabe Urazín Fendro, ex emperador del planeta Zelta, es que la Tierra apenas se encuentra en el siglo XXI de la era cristiana, que está dominada por un gobierno mundial fascista y que el mundo del siglo XXV, en donde él se ha refugiado, no es más que un mundo virtual creado por los Discípulos de Epicuro de los Nuevos Tiempos; quienes por supuesto que están muy complacidos con el engaño en que Urazín ha caído sin que nadie lo buscara voluntariamente, ya que lo consideran una prueba irrefutable del verismo del mundo artificial que produjeron para escapar de su desolada realidad.

Ahora bien, lo que los Discípulos de Epicuro de los Nuevos Tiempos no saben es que la Tierra del siglo XXI (con sus realidades real y virtual) es únicamente un mundo señuelo que ha sido creado por los rebeldes antiimperialistas de Zelta de acuerdo a las fantasías más recónditas detectadas como parte del perfil psicológico de su emperador, para exiliarlo ahí sin que él advirtiera el truco ni sufriera.  Resolución que tomaron porque, si bien se oponían al gobierno imperial, nunca tuvieron quejas específicas en contra del desempeño como individuo del propio emperador, además de que las costumbres de no agresión imperantes en su cultura no les hubieran permitido que hicieran daño alguno a la persona del mismo.

Por otra parte, lo que los rebeldes antiimperialistas de Zelta no saben es que tanto ellos y su mundo, como los terrícolas y sus mundos de los siglos XXI y XXV, sólo existen en la medida en que los lectores de este cuento leen su historia, y durante el breve tiempo en que la leen.

A su vez, lo que no saben los lectores del cuento Desterrado en la Tierra es que ellos sólo existen en tanto que lectores potenciales imaginados por el autor de dicho cuento.

Y para terminar, lo que el autor del cuento no sabe –y precisamente porque no lo sabe– no pudo ponerlo aquí...



La ilustración: Una ilustración de Slawek Wojtowkz para Witing for Heisenburg