Su nombre es Dios y el hombre lo ha buscado desde los albores del tiempo. Lo ha buscado en las estrellas, en la naturaleza, en el interior de si mismo...siente que puede encontrarlo. Pero esa busqueda implica mucho más que solo iluminación espiritual...Tal vez implicará encontrarnos con algo que no era lo que esperabamos. |
La
sede de la nueva edición de los Juegos del Diadón había
recaído en esta ocasión no en un gran mundo habitado de entre
los millones existentes en el gran brazo de la espiral, sino en un remoto
cuerpo rocoso lejos de las grandes civilizaciones. El Consejo Organizador
lo decidió así para evitar la gran afluencia de asistentes
y simplificar al máximo las tareas de seguridad. Tan sólo
fueron convocados los participantes, las delegaciones de los diferentes
mundos y el Jurado de la Federación. Allí se darían
cita una vez más los atletas de la inteligencia, los más
dotados, aquellos capaces de desvelar en algún sentido la esencia
del Diadón. En el instante preciso, y como venía ocurriendo
en pasadas ediciones, se mostraría de alguna forma el Primer Motor
Inmóvil frente a los más aventajados teólogos de las
estrellas, los sabios dotados con los más finos sensores diseñados
hasta entonces. Nunca se había hecho esperar la aparición
anunciada y, en cada una de ellas, siempre había mostrado un aspecto,
por infinitesimal que fuere, de su estructura. Hasta entonces ninguno de
los atletas había conseguido inmortalizar ningún rasgo de
su esencia y, por consiguiente, todos habían sido destruidos. En
más de una ocasión, dichas apariciones habían alcanzado
tal virulencia que una parte de la flota olímpica desapareció
junto a los participantes, a pesar de las medidas de seguridad cada vez
más estrictas.
Desde
distintas trayectorias, todas las naves fueron llegando a los aledaños
del pequeño mundo identificado por un número en el gran atlas
y una breve reseña sin interés: ninguna actividad volcánica,
ausencia total de atmósfera,
9'8 g en los polos... En suma, un lugar donde habría que descender
con los trajes de cualquier misión rutinaria de exploración.
Los transportes fueron ocupando la órbita que la Federación
de los Juegos estimó más oportuna: mil kilómetros
más allá de la órbita geoestacionaria. Una vez más,
la seguridad imponía tal gasto de energía en mantener una
órbita tan inestable.
El perfil de estos campeones olímpicos
era un compendio de saberes empíricos y espirituales, implementados
con poderes psíquicos propios de cada especie: la telequinesia de
los artrópodos de Flortan, la clarividencia de los teólogos
de Cetus, la perspicacia de los gayanos,... La actual edición de
los Juegos del Diadón presentaba tres campeones, vencedores en las
innumerables eliminatorias que tuvieron lugar en las fases planetarias
y supraplanetarias:
-Bésel, el mago de Flortan, entre
cuyas hazañas se cuenta la inversión del sentido de
rotación de un planetoide, obrador de otros prodigios que no fueron
enteramente probados. Derrotó a su último adversario modificando
su código genético cuando éste ya le creía
vencido.
-Canopus, el gran teólogo de Cetus
que hubo de medirse para su nominación con el más prestigioso
científico de la teoría de unificación de campos.
El sabio demostró cómo los argumentos del científico
se sustentaban en nociones epistemológicas contradictorias. Fue
realmente cruel cuando antes de acabar con él le dijo lo que nadie
se había atrevido a decirle: "tu saber no es otra cosa que una burda
teodicea, descansad en paz tú y tu estúpida teoría
de unificación de campos". Tal comentario le valió una amonestación
del Comité de Disciplina de los Juegos.
-Land, el gayano, era uno
de aquellos raros casos por los que nadie apostaría. Obtuvo su clasificación
haciendo gala de la perspicacia como único don. Con una técnica
gris supo doblegar a adversarios espectaculares que venían precedidos
de gran fama. Muchos pensaban que era un mediocre entre brillantes, pero
los menos creían que había vencido a tan ilustres oponentes
utilizando una mínima parte de su capacidad, y fueron éstos
quienes propagaron un sinfín de leyendas de sus poderes ocultos.
En definitiva, estos tres campeones eran
las inteligencias más brillantes; Bésel, Canopus y Land no
competirían entre sí, sino que aunarían sus fuerzas
allí abajo, sobre la superficie rocosa del planetoide, donde el
Diadón se mostraría en un juego en el que a cada uno les
iba la vida. Era pues fundamental que cada uno confiara en los demás.
Iban a ser lanzados a distintos puntos de aquel pequeño mundo y
tendrían que estar en constante comunicación. Formaban un
equipo y como tal tendrían que actuar. El primero que contactara
con una manifestación del Diadón, comunicaría a los
demás el avistamiento. Cualquier pista o información podría
dar al equipo cierta ventaja en este juego tan desigual.
La retransmisión de la nueva partida
del Diadón contra sus criaturas se llevaría a cabo mediante
tres satélites que cubrirían la totalidad de la superficie.
Lo que allí ocurriese sería visionado por los mundos inteligentes
cien o cien mil años después, y era posible que más
de una civilización hubiera desaparecido cuando las imágenes
de lo sucedido llegaran a esos lejanos mundos. Aunque los atletas culminasen
con éxito su misión, no todas las especies podrían
compartirlo, sin embargo, otras nuevas nacidas en los próximos cien
mil años crecerían sin merecerlo con un conocimiento esencial
del Diadón; darían un salto de gigante hacia la madurez evitando
los desastres que todas las civilizaciones padecen en los primeros
estadios de su evolución.
La nave del Comité abrió
lentamente sus fauces para lanzar tres diminutas cápsulas que brillaron
fugazmente ante las atentas miradas del Jurado. Los transportes de Bésel
y Canopus emprendieron la aproximación tomando una órbita
polar, mientras el monoplaza del gayano optaba por una ecuatorial. Cada
uno llevaba consigo una caja donde se había hecho un vacío
absoluto, un campo energético estanco ni siquiera permeable para
los neutrinos, el mejor receptáculo ideado hasta entonces para el
Diadón.
-Allí abajo se abre una extensa planicie,
voy a descender -dijo Bésel a sus compañeros.
-¡No te fíes!, puede ser una
trampa-advirtió Canopus-compruébalo con tu aurómetro.
-Tranquilo, ya lo he hecho.
El monoplaza de Land sobrevolaba una región
torturada por innumerables impactos de meteoritos, algunos debieron ser
tan grandes que sus cráteres presentaban estrías radiales
que podían medirse por kilómetros. En vuelo a baja cota,
su transporte rozaba las paredes de los circos cuyas sombras apuntaban
en la misma dirección de su marcha. Hacía tiempo que había
dejado a su espalda la roja estrella que alumbraba aquel apartado sistema,
compuesto por una escasa docena de mundos deshabitados. Como en todos los
planetas sin atmósfera, la obscuridad sobrevino bruscamente, muy
diferente de los maravillosos crepúsculos de Gaya y sus noches iluminadas
por los abigarrados racimos estelares del brazo interno de la galaxia.
Una sacudida brusca de su asiento truncó su fugaz melancolía.
Bésel siempre encontraba un modo original de presentarse.
-!Atento gayano! Estoy descendiendo. Todo
parece normal, mi aurómetro está en blanco.
-¿Y tu lector magnético?
-preguntó Land.
-Registra una ligera oscilación,
nada importante.
-¡Verifícalo! ¿me oyes?
¡verifícalo!
-Ya lo he hecho. Es debido a la concentración
de níquel. Esa llanura es más compacta de lo que parece -dijo
el mago de Flortan.
-¿Hay fallas en sus bordes?
-No -aseguró Bésel.
-¡Sal de ahí inmediatamente!,
¡huye, es un pasillo del Diadón! -le gritó Land.
-No, olvídalo, si es lo que tú
piensas, yo seré el primero en captar su naturaleza, y cuando abra
mi caja el misterio será revelado.
-¡Maldito artrópodo! -gritó
Canopus que había permanecido en silencio a la escucha-. ¡Escucha
al gayano, aléjate, vuelve a mi posición!
-No necesito vuestra ayuda, es una manifestación
menor y puedo atraparla solo.
Bésel activó su caja segundos
antes de descender del monoplaza. El mago experimentó la naturaleza
mística de la planicie en cuanto se posó sobre ella. Miró
a sus bordes y observó sorprendido cómo aquellos farallones
ganaban rápidamente en altura con respecto a la planicie. No tardó
en descubrir la verdad: la llanura se comportaba como un inmenso montacargas
que se hundía en las entrañas del planetoide. Bésel
se aferró a su caja mientras descendía ya velozmente al encuentro
de su destino. Las paredes del gigantesco circo se llenaron de imágenes
fascinantes: una sencilla lección de cómo el Diadón
creo el Universo. Sin perder un segundo, el mago abrió su caja y
comenzó a declamar todos los conjuros que su refinado arte le permitía
con la esperanza de atrapar todas aquellas imágenes en su caja negra.
Bésel dejó de emitir.
Land y Canopus sobrevolaban la planicie
mientras sus instrumentos de medida se habían vuelto locos, sin
embargo todo parecía normal a simple vista. Un objeto reposaba inerte
sobre aquella llanura extremadamente perfecta.
-Es la caja de Bésel -advirtió
Canopus-. Voy a subirla.
-¡No, no lo hagas! Es preferible
sacarla primero de aquí y examinarla en lugar seguro. ¿alguna
objeción?
-Ninguna.
Los monoplazas se posaron a escasos metros
de la caja que aún permanecía activada. Los indicadores "polstergeit"
anunciaban la presencia de algo en su interior. La débil lectura
los animó a abrirla sin las debidas precauciones. La sustancia ectoplasmática
que segregó fue componiendo una borrosa figura que paulatinamente
apuntaba sus perfiles. Ambos retrocedieron instintivamente. Bésel
se recompuso como un genio liberado de su lámpara para gritar por
última vez:
-¡Lo sé, lo sé, lo
he visto, por fin lo he visto! Ha valido la pena ¡ya lo creo que
ha valido! El DIADON ES NARC.
Instantes después, el espectro del
insensato artrópodo era ya sólo un recuerdo en las confusas
mentes de Canopus y Land.
-¿Qué te parece gayano? ¿Narc?,
¿qué demonios significa esto?
-Consultemos el diccionario Flortan. En
los últimos momentos, nadie se expresa en una lengua extraña.
Es muy posible que se trate de un término vernáculo, o mejor
llamemos al Comité, ellos cuentan con un buen equipo de lingüistas
y habrán visto lo que ha sucedido.
No fue necesario hacerlo, un portavoz de
la nave olímpica se dirigió con cierto nerviosismo a los
astroatletas:
-¡Atención a una nueva aparición!,
la llanura ha perdido su actividad "polstergeit".
-¡Maldita sea! -exclamó Canopus-.
Dos preguntas: ¿qué es Narc?, ¿Tenéis imágenes
de lo sucedido?
-No existe el vocablo Narc en Flortan y
lo único que nuestras cámaras captaron fue el gigantesco
agujero que engulló a Bésel. Todo ocurrió demasiado
rápido, nuestros equipos sufrieron interferencias, y cuando la imagen
se restableció, allí estaba de nuevo esa llanura y la caja
de Bésel. Tenéis poco tiempo para completar el trabajo, la
flota entera está siendo arrastrada hacia el planeta, sólo
tenemos energía para aguantar una hora, es cuanto os podemos esperar.
-¡Vaya! Las buenas noticias siempre
llegan juntas. Estamos a punto de atrapar el aliento del Creador y sólo
se os ocurre marcharos -dijo el gayano con aparente enojo.
-¡Eso es, esa es la pregunta! ¿qué
es lo que alienta al Creador?, ¿por qué se nos manifiesta?
¿qué sentido tienen estos juegos para él?
Land clavó su mirada en los ojos
del teólogo y éste se estremeció, nadie lo había
mirado de aquella forma hasta entonces. Sintió miedo y fascinación
ante la revelación que le había ofrecido en bandeja el gayano.
-Narc...Narci...Narcisismo. El Creador
se contempla a sí mismo, se alimenta de la imperfección de
sus obras, acrecienta su ego midiéndose con criaturas inferiores;
sus criaturas. Pero y tú ¿quién eres?, ¿por
qué tiemblo ante tu mirada?
-¡Bravo Canopus!, no esperaba menos
de ti. Yo soy El. Ese en quien estás pensando. Activa tu caja, eres
el elegido, entraré en ella y podrás exhibirme. Los siglos
te recordarán como al único y verdadero profeta. Estos juegos
se han acabado, ya pensaremos en otros más excitantes.
Canopus, el teólogo más brillante
de la estirpe de Cetus obedeció humildemente, activó su caja
y la manifestación del Ser se introdujo en ella. Maquinalmente la
subió al monoplaza y despegó. Pensó en su vida pasada,
sus infatigables trabajos, cómo había envejecido en la búsqueda
del Eterno, y ahora que estaba a su lado le pareció que su caja
contenía una caricatura grotesca de sus sueños y anhelos.
Miró a través de la ventanilla y sus ojos se clavaron en
la llanura que el Diadón segregó, y que ahora ofrecía
el aspecto de una costra reseca y cuarteada. Asaltado por una furia incontenible
arrojó aquella lámpara con su ridículo genio al vacío.
Allí yació la divinidad en un panteón apropiado a
su catadura moral. En instantes, había reemplazado su fe en el Diadón
por
la de sus criaturas imperfectas pero entrañables.
De sus labios emergió una oración que los siglos recordarían:
Y correremos al compás que dicten los tiempos
abandonando tesoros otrora deseados,
y en nuestro caminar se abrirá un cielo sin estrellas
hondo, pelado y mudo,
un espejo en el que nos miraremos cada amanecer,
al que golpearemos con dureza
y entonces, sólo entonces,levantaremos nuevas catedrales a dioses
que nos comprendan.