Capítulo 3


Se despertó aturdido y desorientado, con la cabeza todavía congestionada por la resaca de aquella brumosa sensación que, vagamente, recordaba haber experimentado en la cocina.
  Tendido sobre la estrecha litera, recorrió con los ojos la monótona habitación donde se encontraba. Paredes blancas, metálicas, y de las cuales emanaba una suave claridad  que intentaba imitar la luz solar. Le habían descalzado las botas y desabrochado los cierres de la guerrera del uniforme; el cinturón, del cual pendía la corta arma láser, descansaba a sus pies. Después de unos segundos, se reincorporó, consultando su reloj y descubriendo atónito que, según el horario terrestre, eran más de las once de la noche, lo cual significaba que había permanecido inconsciente casi dos largas horas.
   Caminó lentamente hasta el reducido cuarto de baño que poseía aquel camarote y se refrescó el rostro con un poco de agua. Mientras se secaba distraídamente con una toalla de papel, advirtió que comenzaba a sentirse mejor, que la plena consciencia volvía a él con fluidez. Entonces regresó a la habitación.
  -¿Cómo te encuentras, Víctor?
  La inesperada voz de Carla le hizo dar un respingo. Se volvió hacia la puerta de entrada y bosquejó una lamentable sonrisa hacia la mujer.
  -Mejor...- susurró, sentándose al borde de la cama-. Mucho mejor...
  Ella asintió con satisfacción, y Víctor la contempló larga y silenciosamente. Llevaba el cabello mucho más largo que en aquel recuerdo virtual de la playa. Ahora le caía vigorosamente hacia atrás, reflejando una infinidad de destellos rojizos.Y su rostro, aunque con algunos años más, seguía exhibiendo una sensualidad desbordante en cada una de sus facciones.
  -¿Quieres sentarte?- le preguntó Víctor, acompañando las palabras con un ligero ademán.
  La mujer se adelantó unos pasos, arrellanándose a su lado y diciendo:
  -El doctor Lescot opina que tu reacción puede haber sido debida a un trastorno bioquímico producido por la dilatación del tiempo-espacio cuando atravesaste el pliegue-. Su tono estaba cargado de preocupación-. Un extraño y completamente inusual fenómeno que, en algunas ocasiones, puede presentarse, sobre todo a los astronautas más inexpertos...
  Víctor frunció el ceño con comicidad. Gruñó:
  -¿Astronautas más inexpertos?-. Suspiró y añadió, con mal disimulado abatimiento-: Tal vez sea todo lo contrario, quizá comience a ser demasiado viejo, ¿no crees?
  Carla dejó escapar una breve carcajada y movió la cabeza con contundencia. Tras una pausa dijo, pensativa:
  -Creía que habías dejado la Agencia hace tiempo...
  -Sólo me enviaron a la reserva. Verdaderamente nunca he dejado de formar parte de ella por completo-. Sus ojos recorrieron de nuevo el camarote. Suspiró apagadamente e inquirió-: ¿Y tú, cómo has acabado tan lejos del Sistema Solar?
  Ella alzó los hombros. Por un momento se mantuvo en silencio.
  -Supongo que al final se me quedó pequeño...- le explicó con cierta vaguedad-. Todo esto: la transformación acelerada de planetas totalmente inhóspitos... Convertirlos en mundos florecientes y acogedores, resulta una labor fascinante, casi como una droga...
  Víctor apenas se esforzó en buscar un sentido coherente a aquellas palabras. Sencillamente, pensó, ella amaba su trabajo, incluso por encima de muchas otras cosas... Con cierta tristeza, musitó:
  -Bueno, al menos es un trabajo con un futuro prometedor... No sé, ¿tal vez durante los próximos mil años?
  Carla pareció no entrever el tono irónico que había utilizado. Su mirada resbaló hasta él con total indiferencia, y Víctor se encontró con unos ojos inexpresivos, completamente gélidos.
  -Lo único que realmente deseo ahora- dijo- es regresar a la Tierra. Resarcirme de todo lo que últimamente ha sucedido aquí con unas largas vacaciones en algún lugar apartado... Donde incluso tenga que prepararme la comida con mis propias manos...
  Víctor alargó la mano y dejó que sus dedos se enredasen mansamente entre los cabellos de Carla, deslizándose con suavidad hacia su apretado mentón hasta concluir acariciando unos labios que a él le parecieron demasiado rígidos y demasiado tensos.
  -¿Qué te sucede, Carla?-. Un gesto de extrañeza cruzó su rostro. La postura de la mujer le resultaba casi desdeñosa. Con cierto rubor dejó de acariciarla y se irguió un poco.
  -Lo siento- se disculpó mientras se ponía en pie-. Debes descansar un rato Víctor..., lo ha recomendado el doctor Lescot...
  Hacía varios meses que ambos no se habían visto, y él había pensado que ella sentiría, al igual que él, la necesidad de pasar algunos minutos íntimos, abrazándose en silencio y percibiendo el contacto de sus cuerpos.
  Con cierto despecho fue consciente de su equivocación, y apenas se dio cuenta cuando sus labios se movieron, expresando en torpes palabras la oscura impresión que le rondaba la cabeza:
  -Hay algo en ti Carla..., algo diferente-. Frunció el ceño-. Como si hubiese cambiado una parte en tu interior...
  La mujer se volvió y caminó hasta la puerta. Colocó su palma extendida ante la fotocélula lateral y la hoja metálica se deslizó inadvertidamente. Franqueado el dintel, instantes antes de que la entrada volviese a cerrarse, giró sobre si misma y se enfrentó de nuevo con Víctor, diciendo con un tono absolutamente glacial:
  -Llévame a la Tierra lo antes posible-. Entrecerró los ojos, concluyendo-: Llévanos a todos nosotros lo antes posible, Víctor.
  Y volvió a quedarse sólo en el camarote.
  Con un incómodo nudo en la garganta, Víctor se derrumbó sobre la cama. Allí se quedó durante un largo rato, con los ojos cerrados fuertemente e intentando ordenar de alguna forma todos sus pensamientos.
  Y con cierta sorpresa reparó en que había comenzado a sentir por segunda vez  en pocas horas aquel nebuloso dolor de cabeza...
 



 

  La siguiente hora representó para Víctor un imperceptible tiempo en el cual, enfrascado en apagados pensamientos, intentó encontrar algún significado lógico en el desconcertante comportamiento de Carla. Finalmente, desalentado y acusando
la abrumadora tormenta de sentimientos que se agolpaban en su mente, decidió concentrarse, por el momento, únicamente en la misión por la cual estaba allí, dejando que lo demás, de la forma que fuese, se acabase solventando por si sólo.
  Se calzó las botas y, mientras se ceñía el cinturón, abandonó el camarote, caminando con lentitud a través del amplio corredor.
  En escasos minutos alcanzó la zona de descarga del muelle. Sus ojos recorrieron la extensa bóveda con detenimiento, acabando por posarse en la entrada del pasadizo que mantenía conectada la estación con aquel navío alienígena. Sin apenas ser consciente, franqueó el iluminado túnel de unión y se encontró ante una extraña y alta esclusa de embarque. No tuvo más que presionar con los dedos las tres muescas que destellaban sobre el oscuro metal del fuselaje para que la compuerta semejase quebrarse por diversos ángulos e inmediatamente se abriese ante él.
  Tras un segundo de vacilación, se introdujo en el penumbroso interior.
  Inmediatamente se halló plantado en el centro de una descomunal sala, la única, al parecer, que conformaba el interior de la nave y que parecía desprovista de cualquier instrumento de navegación, al menos en la manera en que él conocía: ninguna consola, ninguna computadora central..., incluso fue incapaz de localizar algún mirador o pantalla a través de la cual fuese posible visualizar físicamente el espacio exterior... Alzó la vista y se encontró con el techo, situado casi quince metros por encima de su cabeza, de enrevesado y minucioso diseño del cual parecía manar una tenue y opaca luminiscencia que bañaba todo a su alrededor.
  Giró sobre si mismo y advirtió la presencia de una serie de cámaras ovoides situadas a lo largo de la pared opuesta. Se acercó hasta una de ellas, calculando que debían haber casi una veintena más diseminadas a ambos lados de la esclusa, y rozó con las yemas su fría y dura superficie, recorriendo los aproximadamente dos metros de altura que la formaban e intentando encontrar la existencia de muescas similares a las que había hallado junto a la compuerta.
  Dio un brusco respingo cuando, de soslayo, atisbó el ligero movimiento de una sombra junto a la esclusa. Se apartó unos pasos de la cámara y logró recuperar el aliento al reconocer la silueta que sucedía a aquella sombra.
  -Está aquí...- murmuró el comandante Gerard, franqueando el ancho dintel. Arrugó la frente y posó sus ojos en Víctor-. Llevo algunos minutos buscándole...
  -Decidí echar un vistazo a la nave- arguyó con cierta indolencia-. Resulta sorprendente el interior-. Volvió a fijar la vista en la cámara y añadió-: ¿Qué cree que son?
  El comandante adoptó una nueva posición. Entrelazó las manos sobre la espalda y suspiró. Tras estudiarla un momento, dijo:
  -Ciertamente, no tengo la más remota idea... ¿Y usted?
  -Parecen una especie de cámaras de hibernación...- divagó mordiéndose levemente el labio inferior-. Puede que, para esas criaturas, sea la única forma viable de realizar trayectos estelares.
  -No lo sé-. El comandante agitó la cabeza con poca convicción-.... Podría tratarse sencillamente de depósitos de algún tipo de combustible químico.
  Víctor se movió hacia el otro lado, y un fugaz destello de aquella difusa sensación de inconsciencia volvió a surgir en el interior de su cabeza, como el oscuro presagio del consecuente y brumoso desfallecimiento.
  -Lo que todavía me resulta más indescifrable- barboteó tras un largo silencio-, es intentar explicarme cómo diablos es controlada la ruta de la nave... No existen indicios de sistemas de control o de mapas estelares...
  A su espalda, el comandante habló, con una expresión visiblemente hosca:
  -Desconocemos por completo cualquier detalle referente a ésta civilización y a su tecnología.
  Repentinamente, el dolor de cabeza le azotó con extremada violencia. Trastabilló unos metros y logró apoyar una mano sobre la pared, evitando estrellarse en el suelo.
  Convulso, el comandante se aproximó hasta él y le sujetó fuertemente.
  -¿Se encuentra bien, agente Montejano?
   Para Víctor la voz del militar sonó perdida en la distancia, en una distancia espesa y cargada de nebulosas impresiones.
  -Son las malditas migrañas otra vez...- musitó, reponiéndose lentamente del breve e inesperado embate...
  -El doctor mantiene que puede estar sufriendo un trastorno orgánico pasajero...- Gruñó-. ¿Quiere que le acompañe a la enfermería?
  Víctor alzó una mano. Se irguió y repuso inmediatamente:
  -No... Pasará enseguida; pero gracias de todas formas.
  Asintiendo con una ademán, el comandante retrocedió un paso y fijó una mirada expedita y cargada de preocupación en el pálido rostro de Víctor. Con voz tenue dijo:
  -¿Sabe una cosa? Creo que cuanto antes partamos hacia la Tierra, tanto mejor; al menos hasta que los técnicos restablezcan los sistemas de comunicación dañados.
  -Esa es precisamente la idea- fue la coincidente respuesta-. Y eso es lo que haremos...
  Una luz de satisfacción saltó repentinamente en los ojos del militar. Bajo su frondosa barba los labios se curvaron en una ancha sonrisa.
  -Perfecto- dijo, con creciente entusiasmo-. La tripulación comienza a adolecer una sensación de incomodidad después de todo lo que ha sucedido. Todos necesitamos pisar tierra firme por algún tiempo...
  -Prepararé la Unidad para nuestra partida en unas horas. Usted procure que todos estén listos para entonces, ¿de acuerdo?
  El comandante asintió en silencio, y ambos hombres abandonaron el navío alienígena sin cruzar una nueva palabra entre ellos.
 



 

  Sentado en una de las butacas del puente de control de la Unidad, con las piernas extendidas ante él y la cabeza hundida en el acolchado respaldo anatómico, Víctor comenzó a advertir que, después de unos insoportables minutos, la sensación de abatimiento y el fuerte dolor de cabeza se esfumaban con pasmosa velocidad, prácticamente con idéntica a la que habían surgido durante su conversación con el comandante Nichelle.
  La ancha pantalla exterior ofrecía con su transparencia una visión del vacío cósmico que se plasmaba por encima del brillante fuselaje de la estación, y que casi resultaba sobrecogedora. Una opacidad infinita, manchada por los sutiles jirones de cientos de cúmulos estelares que semejaban dilatarse perpetuamente, y que le hicieron sentir como una inapreciable partícula sumergida en un mar negro y absolutamente silencioso durante el tiempo que permaneció contemplándolo.
  Al cabo de un instante, cuando su mirada descendió hasta las apagadas consolas, las migrañas habían desaparecido por completo ya. Sus dedos recorrieron con rapidez diversos cuadros de control y el largo panel pareció recobrar la vida, iluminándose todos los dispositivos con destellos parpadeantes. Sin embargo, fue una pantalla en concreto la que hizo que su expresión se endureciese repentinamente con la inesperada información que le ofreció. Rezongó una maldición y verificó por dos veces el correcto funcionamiento del sistema, cercionándose de que aquella enigmática señal no fuese el producto de algún error en el núcleo de la computadora.
  Cuando su mente consiguió reaccionar, comprendiendo que los detectores de la Unidad en absoluto sufrían ningún tipo de trastorno, saltó del sillón y salió de la nave, atravesando el túnel de unión y volviendo a entrar en la zona del muelle interno de la estación.
  Alcanzó al corpulento comandante cerca del habitáculo de los dormitorios, cuando éste se disponía a entrar en su camarote. Víctor gritó su nombre y el militar se volvió con una evidente muestra de sobresalto.
  -¿Qué sucede, agente Montejano?- inquirió con turbación, deteniendo su mano cerca de la fotocélula de la puerta.
  Víctor se planto frente a él. Su rostro revelaba una agitación alarmante, y tuvo que aspirar una bocanada de aire antes de decir:
  -Los detectores de la Unidad, comandante, están recibiendo una señal automática de socorro...
  -¿¡Qué!?- Barboteó con el ceño fruncido- ¿Cómo es posible?
  El agente movió los hombros y extendió las manos con rapidez.
  -Se trata de una señal cercana, localizada sobre superficie de Kassandra.
  -¿En el planeta?-. Sus ojos se volvieron repentinamente inquisitivos-. Pero eso es totalmente imposible. Allí no hay nadie...
  -Pues ahora sí debe haberlo...- arguyó con cierta violencia-. He comprobado la señal varias veces en el programa de reconocimiento de pautas. No cabe duda alguna, es un código de socorro artificial y proviene de Kassandra.
  El comandante torció los labios con suspicacia, tal vez incluso con oscura aprensión. Durante un momento se sumió en un completo silencio para, inmediatamente, rezongar tensamente:
  -Si es así, debe tratarse de una trampa...
  Víctor entornó los ojos, sin alcanzar a comprender en su totalidad aquellas palabras. Entonces el comandante siguió:
  -Ese condenado alienígena puede que no estuviese sólo. Puede que otros navíos hayan conseguido posarse en la superficie del planeta-. Hablaba con rapidez, casi escupiendo las palabras-. Tal vez intentan repetir su artimaña de nuevo, conociendo que, según nuestro Protocolo Estelar, nos es imposible denegar el auxilio de un S.O.S en el espacio.
  -No debemos sacar conclusiones precipitadas, comandante Nichelle- replicó Víctor con frialdad-. Existe la posibilidad de que se trate del aterrizaje forzoso de algún carguero terrestre, de alguna nave privada de pasajeros incluso...
  -No, imposible- le refutó tajantemente-. No tenemos informes respecto a ninguna ruta establecida en ésta región.
  -Pero usted mismo me explicó que, durante los últimos días, no habían vuelto a detectar ningún otro de esos navíos Whandar.
  -Y creo recordar, agente, que a usted le resultó éste detalle particularmente extraño. No es necesaria demasiada habilidad para, maniobrando desde la cara oculta del planeta, lograr acercarse hasta él sin ser localizados por nuestros sistemas.
  Víctor tuvo que confesarse a si mismo que aquel razonamiento no carecía en absoluto de sentido. Realmente era una especulación tan factible como cualquier otra que a él se le pudiese ocurrir. Sin embargo, obstinado en esclarecer cualquier tipo de duda, dijo:
  -No nos queda otra alternativa. El Protocolo Estelar es tajante al respecto; si eludimos el auxilio de esa señal, estaremos cometiendo una gravísima falta con posteriores y severas sanciones por parte del Alto Mando, y usted  lo sabe tan bien como yo.
  -¡Es una situación demasiado arriesgada!- bramó repentinamente el comandante-. No estoy dispuesto a poner nuevamente en peligro ni la estación ni a su tripulación cayendo por segunda vez en la misma trampa.
  Para Víctor, aquel extraño e insubordinado comportamiento que demostraba el comandante ante el reglamento impuesto por el Alto Mando Terrestre estaba comenzando a ofuscarle. Sus desairadas y desafiantes palabras casi escupían rebeldía pues, absolutamente todos los navegantes, civiles o no, estaban sujetos a unas estrictas normas en el espacio; y muy especialmente cuando, como en su caso, se trataba de personal militar.
  -Eso no será necesario- espetó enérgicamente-. Como Agente de Defensa Espacial, seré yo quien descienda sobre la superficie de Kassandra e intente esclarecer la situación... Ustedes se mantendrán aquí, al margen de todo y protegidos por las baterías defensivas de  Galileo.
  Con los labios apretados por la irritación, el comandante inquirió astutamente:
  -¿Y qué sucederá si realmente se trata de una trampa? ¿Qué ocurrirá si se apoderan de la Unidad, nuestra única posibilidad para huir de aquí?-. Hinchó de aire su voluminoso pecho y sus ojos brillaron oscuramente-. Estaríamos atrapados en éste maldito lugar, a merced de un posible e indiscriminado ataque de los alienígenas...
  Esforzándose en controlar su alto grado de impaciencia, Víctor, apáticamente, explicó:
  -Aterrizaré en una zona suficientemente alejada de la señal y observaré desde una prudente distancia. Si finalmente usted tiene razón y descubro que se trata de un engaño, volveré aquí y nos marcharemos tan rápido como nos sea posible.
  -Sigue resultando demasiado arriesgado...- musitó. Tras guardar un impasible instante de silencio, como si se concentrase en calibrar la situación, el comandante volvió a hablar, empleando un tono de voz serenamente modulado-: El capitán Van Thiel deberá acompañarle, agente Montejano. Si se ve envuelto en una situación de peligro, quiero que, por el bien de todos nosotros, recurra a sus experimentados conocimientos en operaciones de combate, ¿de acuerdo?
  Víctor asintió satisfecho, comprendiendo que el comandante, definitivamente, había dado a torcer su brazo.
  -No nos arriesgaremos en absoluto- arguyó entonces, con una benevolencia comedida-. Ante cualquier síntoma de peligro, abandonaremos el planeta de inmediato.
  -Espero que eso no sea necesario- murmuró, alejándose flemáticamente tras añadir-: Avisaré al capitán para que se presente en su Unidad cuanto antes...
 



 

  Víctor terminó de activar los dispositivos del sistema de vuelo de la Unidad  después de haber comunicado al Control Marte la actual situación de la estación y recibir la confirmación plena respecto a su decisión de descender sobre Kassandra e intentar averiguar el origen de aquella señal de socorro.
  Con una expresión apretada y desdeñosa, el capitán franqueó la entrada de la sala del puente. Víctor se volvió hacia él y movió la cabeza.
  -¿Está listo, Van Thiel?- le preguntó.
  El militar se había enfundado un lúgubre uniforme de campaña, y su pecho aparecía cubierto por una pesada y negra coraza de combate que a Víctor le pareció excesivamente abigarrada para un simple descenso de observación.
  -Estoy listo, agente- fue la hosca respuesta-. Comprendo que tengo la obligación de acatar su propósito; sin embargo, quiero que tenga el conocimiento de que, en mi opinión, comete un grave error al llevar a cabo ésta operación y poner en peligro a los componentes de la estación.
  Contemplando al capitán apagadamente, Víctor frunció el ceño y se permitió un ademán de preponderancia. Sabía que, según las normas establecidas por el Gobierno Terrestre y referidas a través del Alto Mando, un agente de máximo rango como él poseía total y plena autoridad en determinadas situaciones que pudiesen presentarse en el espacio; superando, en ciertas ocasiones, incluso el mando que se le otorgaba a un almirante militar de la Flota Estelar, lo cual, multitud de veces, había dado pie a arduas discusiones políticas en el Congreso Terrestre, extendiéndose hasta los propios cuerpos del orden tanto planetarios como espaciales.
  De tal forma, sabiéndose seguro de su total potestad ante aquella particular circunstancia, se mostró desconsiderado cuando gruñó:
  -Lo tendré en cuenta. No se apure por ello, capitán.
  Sin mediar otra palabra, Van Thiel tomó asiento, y su pálido rostro nórdico semejó enrojecer ante la indignación que se vio obligado a contener.
  Víctor introdujo las órdenes precisas en el núcleo de la computadora y la nave comenzó a oscilar ligeramente cuando las turbinas inferiores se pusieron en funcionamiento.
  Desde su puesto, el capitán se movió inquieto. El brillo de sus ojos traicionó una ira creciente que estalló en palabras finalmente:
  -Debería olvidar esa maldita señal y ocuparse de llevarnos de nuevo a la Tierra...
  Los músculos de la mandíbula fueron el único movimiento en Víctor, que resolvió rápidamente hacer caso omiso a aquellas indisciplinadas objeciones, a aquella especie de confabulación entre ambos militares en contra de sus precepturas. Hizo soltar los amarres magnéticos y la Unidad se elevó instantáneamente por encima del fuselaje de la estación. Cuando, transcurridos unos segundos, se encontraron lo suficientemente alejados de la descomunal rueda metálica, operó sobre los mandos manuales e inclinó la quilla cuarenta y cinco grados, lanzándose a mayor velocidad entonces sobre la órbita planetaria de Kassandra, la cual adoptó tras dibujar un amplio arco por encima de su atmósfera.
 



 

  Víctor fue el primero en descender la rampa de la Unidad, contemplando la fría noche de Kassandra, apenas iluminada por el resplandor de un apagado satélite en su fase menguante.
  La árida y rocosa superficie que descubrió a su alrededor, matizada únicamente por pequeñas lomas recortadas a escasos quinientos metros de ellos, estaba acompañada de un silencio tan glacial como la temperatura, y únicamente era roto por el suave ronroneo del sistema de refrigeración de las turbinas de la nave.
  A su lado se plantó el capitán, portando en las manos un fusil energético con indiferente familiaridad. Víctor se volvió hacia él y conectó el receptor-emisor de corto alcance que llevaba en la muñeca, cercionándose de su óptimo funcionamiento. Dijo, mientras el militar operaba sobre su propio receptor:
  -La señal parece provenir de allí- le indicó la moderada cadena montañosa-. Según los detectores de la Unidad, debe encontrarse en los pequeños valles que se forman al otro lado...
  El capitán recorrió con la mirada aquella zona y se limitó a asentir con un impertérrito gesto. Entonces el otro continuó:
  -Yo me aproximaré por ésta cara y usted bordeará las rocas hasta ascender la cumbre opuesta. De tal forma, tendremos perfectamente controlada la sección interior del valle, ¿entendido?-. El capitán volvió a mover la cabeza y Víctor, recalcando las palabras, añadió-: No intente actuar por si sólo, sea lo que sea que encontremos allí abajo. Manténgase en contacto conmigo y espere mis instrucciones desde su posición.
 



 

  Después de adquirir una referencia visual en la cumbre, Víctor inició el lento ascenso a través del escarpado terreno.
  El paisaje que fue descubriendo ante él, abrupto y completamente inhóspito, sin el más elemental vestigio de vegetación autóctona o indicios de vida animal, por insignificante que ésta fuese, le hizo comprender que aquella región interna del planeta debía permanecer todavía virgen, tal y como toda su superficie lo hubo de ser antes de iniciar el largo proceso de su terraformación, antes de que los humanos convirtiesen una descomunal roca errante, sombría y apagada, en un mundo acogedor y repleto de vida, al menos en las zonas meridionales más idóneas.
  Veinte minutos después alcanzó la cumbre, fatigado y sintiéndose el cuerpo empapado de sudor a pesar de los escasos grados de temperatura. Se sentó pesadamente junto a una enorme roca y por unos segundos se concentró en recuperar el aliento, hinchando los pulmones con aquel aire limpio y excento de rastro alguno de polución. Tras ello, avanzó unos metros más, hasta que sus ojos lograron contemplar la planicie que se extendía al otro lado, inundada por un irregular banco de niebla que prácticamente le imposibilitó descubrir nada, salvo un tenue destello, apenas perceptible y que reflejaba fríamente la luz del satélite.
  Intrigado, se llevó la muñeca cerca de los labios e intentó comunicarse con el capitán, pero la respuesta a su llamada no fue más que una larga serie de interferencias que, pensó, debían ser producidas por los campos magnéticos del planeta.
  Pasados unos segundos de indecisión, desenfundó la pistola láser y comenzó a descender hacia el otro lado con lentitud, escudriñando a través de la cada vez más espesa bruma e intentando no perder de vista aquel confuso reflejo.
  Su sensación de intriga se transformó bruscamente en un visible desconcierto cuando alcanzó la planicie y se situó prudentemente junto al brillante objeto que parecía originar los irregulares destellos. Se trataba de un pequeño módulo unipersonal, una lancha salvavidas, comúnmente utilizadas en casos de evacuación en el espacio y que permitía a una persona abandonar un navío estelar en una situación de emergencia, posibilitando su ulterior rescate por medio de la continua señal automática de S.O.S que irradiaba hacia cualquier medio de comunicación cercano.
  Se inclinó sobre el aparato y comprobó que los cierres de la pequeña escotilla habían sido arrancados hacia fuera, señal inequívoca de que, fuese quien fuese el naufrago, debía haber salido ileso del violento descenso hasta aquel lugar.
  Con la palma extendida, recorrió parte sucio y gastado fuselaje, hasta que descubrió en uno de los laterales una serie de iniciales que rezaban:< E.O.P.G.> con letras negras y escasamente llamativas.
  Durante varias veces repitió mentalmente aquellas letras, y durante varias veces fue incapaz de hallar su posible significado. Retrocedió unos pasos y desde allí, mordiéndose el labio inferior, sus ojos recorrieron de nuevo la chalupa, y entonces, como si una repentina chispa hubiese saltado en el interior de su cabeza, las iniciales cobraron significado para él... Un asombroso y agitado sentido.
  Se irguió violentamente mientras las palabras, susurrantes, escapaban desde su garganta: <Estación Orbital Permanente Galileo>.
  A su espalda advirtió una intensa presencia, y alzando el arma, giró sobre si mismo, con el rostro contraído en una mueca de pavor.
  -Víctor...- fue la gutural exclamación del monstruoso ser que surgió de entre los jirones neblinosos.
 

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