Capítulo 4
Consiguió retroceder unos torpes
pasos, afianzando con fuerza la pistola láser mientras su dedo índice
acariciaba el pulsador.
Paralizado en aquella posición, sus ojos contemplaron
aquel ser, de una altura próxima a los dos metros y provisto de
ágiles patas que a él le recordaron las de algún extraño
insecto. Su piel, oscura y escamosa, estaba parcialmente recubierta por
una especie de coraza metálica a modo de vestimenta.
-Eres tú... Víctor- volvió a repetir la
criatura, extendiendo sus manos de tres dedos hacia él.
Víctor blandió el arma con desesperación,
y los negros ojos de reptil del alienígena se clavaron en ella,
como si hasta aquel momento no hubiesen reparado en su presencia. Entonces
el humano volvió a consultar su receptor rápidamente, pero
se dio cuenta que los indicadores de localización seguían
interrumpidos y se sintió presa de una creciente y confusa
ira.
-¡Malditos desgraciados!- escupió abruptamente-.
¿Cómo sabes mi nombre?
La criatura seguía manteniendo las manos abiertas ante
él. Al hablar, sus finos labios dejaron entrever una serie de irregulares
dientes estriados:
-Víctor, por favor... - le imploró con notable
temor-. Soy yo... Carla...
Palideciendo, Montejano dio un respingo y por unos segundos
el arma osciló entre sus manos. Retrocedió un nuevo paso,
intentando mantener entre él y aquel alienígena una distancia
suficientemente prudencial, pero sus pies tropezaron con la quilla de la
lancha salvavidas y cayó al suelo de espaldas. Desesperadamente
se arrastró unos metros y sorteó la chalupa, agarrando la
pistola e irguiéndose tan rápido como le fue posible. Volviendo
a apuntar hacia el ser, y mientras su mente negaba la posibilidad de dar
como cierto lo que creía haber escuchado, gruñó:
-¿Qué diablos eres...?-. Sentía cómo
el desconcierto, cada vez más acuciante, se apoderaba por momentos
de su voluntad.
-Por favor, Víctor..., escúchame-. La criatura
ladeó ligeramente la cabeza, y sus diminutos ojos parecieron abrirse
un poco más-. Ellos te están dominando... Han entrado en
tu mente y te hacen ver lo que desean...
-¿¡Quiénes!?- Barboteó violentamente-.
¿Quiénes me dominan?
-Ellos. Los Sujestionadores, Víctor. Los Whandar...
-¿De qué estás hablando?-. Tuvo la sensación
de que algo se movía a su espalda, y de soslayo miró hacia
allí alarmado, pero no descubrió nada e inmediatamente se
volvió, apretando con todas sus fuerzas la empuñadura de
la pistola y haciendo un esfuerzo por no presionar el disparador de una
vez por todas.
-¿Hay uno contigo, verdad? Necesitan estar muy cerca
para que su influencia tenga resultados...
-¡Cállate!- bramó estridentemente-. ¡Cállate
de una maldita vez!
Pero, a pesar de la amenaza, el alienígena siguió:
-Quieren que me mates... Ellos lo hicieron con el resto de la
tripulación... Pensaron que nadie conseguiría localizarme
aquí y me dieron por muerta. Ahora te necesitan a ti para
que les conduzcas hasta la Tierra.
Víctor se sentía incapaz de comprender aquella
estúpida treta, resultaba algo tan descabellado que, en otra situación,
podría haber explotado en carcajadas.
-¡Apártese de ese condenado bicho, agente Montejano!-
La estentórea voz del capitán Van Thiel llegó súbitamente
hasta sus oídos. Giró hacia un lado y se encontró
al militar a escasos metros de él, apareciendo de entre la niebla
con el fusil energético aprestado entre sus manos y el delgado cañón
dirigido hacia el alienígena.
-Espere- dijo Víctor, alzando una mano-. No hay necesidad
de...
-¡¡Apártese, agente!!- le interrumpió
el capitán, resoplando con fiereza-. Esos Whandar pueden controlar
sus emociones a voluntad. Pueden lograr que incluso lo más absurdo
tenga sentido en su cabeza.
-Te están utilizando...- musitó roncamente el
alienígena-. Te tienen bajo su influencia desde el principio.
Por unos momentos, indagando en lo más profundo de su
cabeza, Víctor se sumió en una agolpada tormenta de pensamientos.
Miró hacia la lancha salvavidas y un oscuro destello afloró
a sus ojos.
-Baje el arma, capitán- rezongó finalmente-. Estamos
en superioridad y no veo necesidad de una cruel ejecución.
-¡No!-. El militar frunció el ceño tras
el punto de mira del fusil-. No sea estúpido, se está dejando
someter por su poder.
-Bájela de una maldita vez- gruñó, alzando
la voz autoritariamente.
Sin mover un sólo músculo, el capitán rezongó:
-Usted ignora cómo actúan. Hicieron lo mismo en
la estación orbital... Ese desgraciado sólo pretende crear
un enfrentamiento entre nosotros. Sabe que es lo único que le salvará
su sucio pellejo.
Víctor le indicó la chalupa con la mano que sostenía
la pistola. Alzó la mirada e inquirió en voz baja:
-¿Cómo demonios ha llegado esto aquí? Pertenece
a Galileo...
La mandíbula del capitán se movió tensamente,
pero sus ojos no se apartaron del alienígena.
-Lo ignoro- contestó con un toque de aspereza-. Tal vez
había más de un alienígena en el navío. Pudieron
lanzarse en ella sin que nos diésemos cuenta, desprendiéndola
de los amarres de forma manual y evitando así que la computadora
tuviese conocimiento de la operación.
Con cierta indecisión, el agente alzó su arma
hacia el militar, y su rostro, crispado, no pudo esconder una expresión
de odio contenido. Dijo:
-Deje su fusil de una puñetera vez en el suelo, Van Thiel...
Obedezca mis ordenes o me veré oblig...
-¡Está haciendo precisamente lo que él desea!-
replicó con total insubordinación, moviendo el dedo contra
el gatillo-. ¿Es que no lo entiende todavía...?
En apenas una fracción de segundo, Víctor advirtió
el leve movimiento. Su mano se tensó e inmediatamente un fino haz
de energía surgió del cañón de su pistola,
estallando sobre el pecho del capitán y derribándole en medio
de una intensa y rojiza llamarada.
Y allí, inerte en el suelo rocoso, la imagen del hombre
se difuminó grotescamente, dejando paso a la figura de uno de aquellos
alienígenas, con parte de la negra coraza desintegrada en una mezcla
de carne maloliente y metal resquebrajado.
Víctor masculló algo incomprensible. Sin ser capaz
de apartar los ojos de aquello, retrocedió titubeante, y la familiar
y femenina voz de Carla dijo ahogadamente a sus espaldas:
-Hacen que veas lo que ellos quieren...
Inmediatamente giró sobre si mismo, y donde antes había
contemplado a aquel ser, ahora se encontró con la imagen de la mujer,
observándole con el rostro totalmente lívido y una mueca
de pavor en sus ojos. Un segundo después de que él apartase
el arma, ella se abalanzó hacia delante, apretándose contra
su cuerpo entre sollozos de alivio.
Y Víctor, desfallecido, se dio cuenta que había
estado a punto de disparar sobre ella hacía apenas unos minutos.
La rodeó con fuerza con ambos brazos y dijo, mientras sentía
cómo lentamente volvía a recuperar el aliento:
-Marchémonos de aquí cuanto antes...
Carla asintió silenciosamente.
Acomodados en la cabina de control de la Unidad, Víctor
accionó los sistemas de vuelo de la consola, que inmediatamente
hicieron iluminar con destellos irregulares el largo panel central.
La mujer observó todos sus movimientos desde el sillón
continuo. Movió una mano y acarició brevemente el rígido
rostro del hombre, preguntando apagadamente:
-¿Cómo supiste que él no era realmente
humano...?-. Sus labios se torcieron en una amarga sonrisa sin humor.
Tras completar las coordenadas de salida gravitacional, Víctor
se volvió hacia ella, y fijó una cálida mirada en
sus oscuros y grandes ojos.
-Pueden hacer que les veamos como ellos quieran, que nuestra
mente convierta las imágenes a su voluntad- murmuró entonces-.
Sin embargo, los ojos consiguen delatarles. Son unas cuencas vacías
y sin vida, por más que influyan en nosotros, siguen estando faltos
de sentimientos...-. Y guardó repentinamente silencio. Aquella era
una sensación que no podía explicar realmente con palabras,
que no habría logrado hacer entender por más adjetivos que
hubiese añadido.
La nave comenzó a elevarse con rapidez cuando la computadora
concluyó el ciclo vectorial preciso para sortear la atracción
del planeta.
-¿Qué vamos a hacer ahora?- murmuró Carla,
contemplando la pantalla exterior, donde comenzaban a surgir las primeras
nebulosas estelares una vez atravesaron la fría atmósfera.
-Alcanzaremos el Cuadrante de Hiperpropulsión adecuado
en unos minutos y nos sumergiremos en los pliegues espacio-temporales...
Desapareceremos de aquí para siempre y esos bichos no tendrán
forma de localizar jamás nuestro Sistema Solar, y menos todavía
sin una nave capaz de llevarles hasta allí a velocidad sublumínica.
La mujer movió la cabeza, apretando los párpados.
-Nadie debería volver nunca a éste lugar...- musitó
casi para si misma.
Víctor movió los labios, pero las palabras se
ahogaron en su garganta cuando escuchó un breve y repetido zumbido.
Pulsó uno de los códigos y un avisador luminoso saltó
frente a él.
-¡Maldita sea!- masculló con notable crispación.
-¿Qué sucede?-. La mujer irguió la espalda
sobre su asiento, alarmada.
-Recibimos un enlace de comunicación desde Galileo...-
le explicó, mientras dirigía las cámaras exteriores
y centraba en la pantalla la lejana e inmensa silueta de la estación,
situada a varios centenares de kilómetros.
La voz del comandante Nichelle, estridente y cargada de un claro
matiz desdeñoso, llegó a ellos en escasos segundos a través
del sistema de comunicación interno:
-Agente Víctor Montejano... ¿Qué es lo
que ha descubierto en Kassandra que le hace huir de nosotros...?
Víctor sacudió ligeramente la cabeza. Con una
expresión hosca dijo:
-¿Qué piensa que he descubierto?
-Creo que debería volver a la estación- respondió
solapadamente, como si aquel juego de preguntas le resultase terriblemente
divertido-. No me parece correcto que se marche sin nosotros. ¿A
usted sí, agente Montejano?
-Me parece que eso es precisamente lo que vamos a hacer. La
partida acaba de concluir y usted ha perdido...
Con una intranquilizadora serenidad, la voz del comandante,
repentinamente profunda y gutural, apenas comprensible, repuso:
-¿Eso es lo que piensa?
Víctor comprendió el significado de aquel cambio.
Se hallaban a más de ochocientos kilómetros de distancia
de Galileo, y de alguna forma, el campo de influencia mental de aquellos
alienígenas estaba comenzando a desvanecerse, a debilitarse con
creciente rapidez.
Sin alterar aquel impávido tono, añadió:
-¿Por qué, agente, no se le ocurre la brillante
idea de echar un vistazo a los registradores térmicos de su nave...?
Puede que consigan hacerle cambiar de opinión todavía.
Víctor movió bruscamente los ojos y se enfrentó
con las pantallas superiores, corroborando sus amargas sospechas. Crispado,
se derrumbó en el sillón y lanzó un gruñido
ahogado.
-Nos tienen localizados en el sistema de seguimiento de las
baterías de cañones fisiodispersadores...- musitó
desalentado, clavando una mirada perdida en la mujer-. Pueden desintegrarnos
en cualquier momento...
-Me temo que debería recapacitar sobre sus intenciones...-
siguió diciendo la cavernosa voz-. A no ser que, usted y su mujer,
prefieran flotar en el vacío convertidos en desgarrados pedazos...
Carla esbozó una silenciosa mueca de pavor, y cuando
logró hablar, su voz surgió débil e inconteniblemente
trémula:
-No podemos volver allí... Nos matarían sin la
menor vacilación.
-No nos queda más alternativa- dijo sombríamente,
mientras operaba sobre los controles manuales, haciendo virar la Unidad
violentamente hacia la trayectoria de acercamiento a la estación-.
Los misiles nos alcanzarían antes de conseguir vectorizar el cuadrante
de entrada de los pliegues...
-¡Moriríamos de cualquier forma!- fue el suplicante
sollozo-. Al menos tendríamos una oportunidad...
Una vez corregida totalmente la trayectoria, Víctor desconectó
los sistemas de comunicación, impidiendo de ésta forma que
sus palabras fuesen escuchadas a través del receptor-emisor:
-Puede que la tengamos, pero no huyendo de Galileo...-. Saltó
de la butaca y caminó hasta el lado opuesto de la cabina, donde,
una vez arrodillado en el suelo, levantó una de las pesadas losas
metálicas que formaban el pavimento. Se volvió hacia la mujer,
dejando la pieza a un lado y diciendo con premura-: Entra aquí.
Ella se acercó con apagada expectación. En la
estrecha oquedad abierta descubrió un zulo angosto y húmedo,
de apenas un metro de profundidad.
-Es parte del conducto inferior de los refrigeradores secundarios-
le explicó, estudiando el agujero-. Es algo frío, pero pueden
haber sitios peores...
-Es una locura- gimió Carla, con el ceño marcadamente
fruncido-. Cuando no nos encuentren, desmantelarán la nave de arriba
abajo hasta dar con nosotros...
Víctor se irguió y recorrió de un rápido
vistazo la pantalla mirador. La grisácea silueta de la estación
ocupaba ya un gran ángulo, y seguía creciendo con impasible
celeridad. Volvió al panel central y durante unos segundos operó
sobre ellos.
-No ocurrirá- dijo con ansiedad-. No si creen que hemos
abandonado la Unidad.
Inmediatamente, y como ratificando sus palabras, sonó
un seco chasquido en el exterior, hacia la zona izquierda de popa, cuando
una de las lanchas salvavidas se desprendió de los amarres. Tras
una corta pausa, un idéntico restallido volvió a escucharse
desde el otro lado, indicando que una segunda chalupa había sido
liberada.
Regresó hasta la mujer e hizo un apremiante ademán
para que entrase en el conducto. Ella movió la cabeza con consternación,
pero calladamente se introdujo en él. Víctor la siguió
posteriormente, y arrastraba la octogonal losa por encima de su cabeza
cuando advirtió una fugaz y repentina vibración.
Y tuvo la inequívoca certeza de que acababan de ser capturados
por los rayos energéticos de tracción de Galileo.
Los escasos minutos que transcurrieron
mientras la Unidad era prendida en alguna parte del muelle y el conducto
de unión quedaba firmemente sujeto a la esclusa, inundándose
automáticamente de aire, fueron para los dos humanos un difuso y
sofocante espacio de tiempo, apretados en la oscura estrechez del zulo
inferior.
Tras el corto silencio que sucedió a la conclusión
del amarre, escucharon acercarse a través del corredor una serie
de pasos, que concluyeron en la cabina de control, a pocos metros sobre
ellos. Se inició entonces una conversación incomprensible,
de voces profundas e irregulares.
Víctor logró extraer del cinturón un pequeño
traductor de pautas dialécticas. Se lo colocó en el oído
y esperó con agitación hasta que el aparato logró
descifrar las fórmulas necesarias para interpretar simultáneamente
aquella serie de extraños sonidos, convirtiéndolos en palabras
comprensibles:
-...itos humanos...!- gruñía una de las voces.
-¿Qué opciones nos quedan ahora?
-Las lanchas deben haber descendido hasta el planeta... Ésta
vez no correremos ningún riesgo. Arrasaremos toda la superficie
con las baterías de fisiodispersión, eliminando cualquier
rastro de los terrestres.
Los pasos recorrieron durante unos segundos la cabina. Finalmente
volvieron a desaparecer por el corredor, junto con las lejanas voces.
-¿Qué sucede?- musitó la mujer entrecortadamente.
Víctor sintió la respiración de Carla a
escasos centímetros de su rostro, convulsa y enconada.
-Todo parece ir bien- dijo, cercanamente inaudible. Apartó
la losa con prudencia y salió del conducto, desenfundando la pistola
y ayudando con la otra mano a la mujer-. Han localizado la trayectoria
de las chalupas. Durante unos minutos tendremos toda su atención
puesta en el planeta...
-¿Y cómo saldremos de aquí?
Víctor se apresuró a responder con
otra pregunta, permitiéndose esbozar una ligera sonrisa de ironía:
-¿Conoces la ubicación de los módulos principales
del sistema?
Desconcertada, ella se limitó a asentir.
-Pues llévame hasta allí. Desconectaremos las
directrices operacionales de la estación, incluyendo las baterías
defensivas.
Atravesado el conducto de unión,
encontraron la sección interna del muelle vacía. Víctor
escrutó concienzudamente todos los rincones antes de decidirse a
seguir avanzando.
-¿Por dónde?- le preguntó, mientras tomaban
el ancho corredor.
-Debemos llegar a la zona cuatro, tras el receptáculo
de los dormitorios. Los módulos se encuentran junto a los reactores
de acondicionamiento térmico.
El hombre intentó trazar un plano mental con los escasos
conocimientos que poseía de los distintos emplazamientos de la estación.
Enseguida echó a correr, seguido por Carla. El pasillo acabó
desembocando en un vestíbulo mucho más espacioso, y Víctor
comprendió que finalmente se encontraban en la sección de
los camarotes.
Desde allí se lanzaron hacia el pequeño ascensor
del fondo, que, según se apresuró a explicar la mujer, se
elevaba hasta los acondicionadores. Y comenzaba a abrirse la compuerta
cuando un luminoso haz de láser estalló sobre la pared de
enfrente, a pocos metros de sus cabezas. Víctor agarró violentamente
a Carla y la obligó a derrumbarse tras él, mientras giraba
sobre si mismo, apretando el disparador de su pistola, de cuyo cañón
surgió una intensa ráfaga que prácticamente desintegró
la mitad superior del cuerpo del alienígena que apenas alcanzó
a distinguir al otro lado del vestíbulo.
Sin detenerse un sólo instante, se introdujeron en la
cabina, e inmediatamente comenzaron a ascender hasta el segundo nivel.
Víctor contempló con impaciencia los indicadores de nivel,
y cuando destelleó sobre la pantalla el número dos y la compuerta
se corrió de nuevo, dijo:
-Ahora debemos movernos con rapidez, no creo que tarden demasiado
en advertir la muerte de ese condenado...
Instantes después franquearon el estrecho pasadizo de
servicio que discurría bajo los inmensos y ruidosos reactores. Tras
enlazar una bifurcación, se detuvieron ante una pesada puerta metálica.
Víctor avanzó unos metros y estudió el cuadro de identificación
digital que encontró sobre la pared.
-¿Posees acceso predeterminado?- le preguntó,
volviéndose hacia ella con una desazonada expresión.
-No...- gruñó. Una serie de arrugas se alinearon
sobre su frente, denotando una cierta decepción-. Únicamente
el comandante y el capitán tienen identificación en éste
sector...
Víctor exhaló un ruidoso suspiro. Retrocedió
unos pasos y, tras alzar la pistola, disparó sobre el cuadro, provocando
una breve llamarada energética cuando el dispositivo saltó
convertido en añicos. Sin embargo, los cierres automáticos
de la puerta permanecieron indemnes.
-¿Qué hacemos ahora?- musitó desvaídamente
Carla.
Víctor se limitó a contemplar la pistola entre
sus manos, y se tuvo que reconocer a si mismo que aquel arma no poseía
capacidad suficiente como para fundir el reforzado acero de la compuerta,
ni siquiera para provocar un cortocircuito en el sistema de sellado digital.
-No lo sé...- dijo-. Necesitaríamos un fusil disgregador
con toda su carga...
Repentinamente se sintió confuso. Decepcionado. Aquel
representaba un inconveniente que no había tenido en cuenta al trazar
su apresurado y frágil plan.
Se volvió hacia atrás flemáticamente, esforzándose
en empujar algunas palabras de aliento desde su garganta, pero apenas tuvo
ya tiempo de advertir el siseo neumático
que produjo la puerta al deslizarse hacia arriba, y de manera completamente
subconsciente se desplomó sobre el suelo, una fracción de
segundo antes de que un cegador haz energético sesgase el aire desde
el interior de la sala, tan pavorosamente cercano que incluso tuvo ocasión
de sentir el abrasante calor que produjo sobre su rostro. Su brazo extendido
se crispó contra la pistola, y el dedo índice pulsó
el disparador en un acto por completo automático, sin mediar el
más mínimo pensamiento entre la acción y el posible
resultado.
Sin embargo, tal acción, por inconsciente que hubiese
sido, fue lo que evitó que el alienígena que surgió
tras el dintel de la compuerta tuviese ocasión de efectuar
un segundo disparo, forzosamente certero, sobre el humano, pues todo su
grotesco cuerpo se vio consumido por el fogonazo ígneo que el cañón
de la pistola escupió en un amplio e intenso abanico.
Sintiendo una incontenible y espasmódica agitación
interior, Víctor se puso en pie y contempló el rostro lívido
y trémulo de la mujer, cuyos ojos estaban fijos en los restos calcinados
del extraterrestre. La asió de un brazo y ambos penetraron en el
interior de la sala. Durante unos segundos estudiaron los inmensos módulos
que ocupaban por completo una de las largas paredes.
-¿Cómo desconectamos todo esto?- inquirió
ella, recorriendo con la mirada las complejas redes de los circuitos principales.
Víctor se encogió de hombros y masculló
algo incomprensible. Movió ligeramente la mano y de la pistola brotó
un continuado haz de láser, barriendo de extremo a extremo la pared
y envolviendo en llamas energéticas todos los módulos que
encontró a su paso.
-Creo que así será suficiente...- observó
finalmente, cuando el arma cesó su destrucción y los primeros
brotes de fuego saltaron ante ellos.
Sorteando el cadáver maloliente, ambos salieron de la
sala y corrieron a través del pasillo, dejando rápidamente
atrás los reactores térmicos y volviendo a descender a la
primera planta. Una vez en el vestíbulo de los dormitorios, los
tubos de iluminación parpadearon durante unos segundos, y a su alrededor
comenzó a ulular el estridente zumbido de las alarmas.
Cuando, breves segundos después, franqueaban la entrada
al muelle interno, Víctor se dio abruptamente cuenta del error que
acababan de cometer al introducirse en aquella sala con tanta rapidez.
Cuatro alienígenas corrían desde el conducto de unión
a la esfera en su dirección, y al verles aparecer, alzaron sus extrañas
armas, descargando sobre ellos una intensa lluvia de luminosas trazas desintegradoras.
Carla salió violentamente lanzada hacia atrás
unos metros, alcanzada por uno de los haces y quedando tendida en el suelo
en medio de un alarido de dolor.
En un desesperado intento por protegerla, Víctor se abalanzó
sobre ella mientras los incesantes disparos estallaban a su alrededor y
ardientes chispas salpicaban todo su cuerpo. Sin detenerse a calibrar la
situación, logró incorporarse a medias, elevando encolerizado
la pistola por encima de su cabeza y de los ensordecedores estallidos que
les envolvían. Del cañón brotó inmediatamente
una violenta descarga ígnea, que logró alcanzar el desordenado
grupo de extraterrestres, convirtiéndoles en cuatro teas ardientes
antes de que tuviesen ocasión de parapetarse tras alguna de las
consolas.
Sin llegar a recuperar el aliento, alzó a la mujer y
la obligó a correr, casi arrastrándola, hasta el túnel
de enlace con la Unidad, mientras de soslayo advertía la presencia
de casi una decena de alienígenas surgiendo desde el conducto de
la esfera, y tuvo la angustiosa certeza de que aquellas cámaras
ovoides debían haber estado albergándoles en su interior
tal y como había sospechado inicialmente en su inspección
al navío.
Consiguió franquear la esclusa en una enloquecedora carrera,
y tras ellos se cerró la compuerta que, segundos después,
comenzó a ser castigada desde el otro lado por los potentes impactos
láser de las armas alienígenas. Calculó que escasamente
disponía de algunos minutos antes de que el metal cediese a las
descargas, y tras desasirse de Carla, corrió hasta la cabina de
control y accionó los reactores inferiores sin esperar la confirmación
de la computadora, comprendiendo sin embargo, que de aquella salvaje manera
corría el riesgo de hacer saltar en pedazos los generadores de energía.
Así, la Unidad se desprendió de los amarres magnéticos
instantáneamente, rugiendo con pesadez ante tan extremo y violento
esfuerzo. Se elevó torpemente por encima del muelle y tras ella
resquebrajó una enorme sección del túnel de enlace,
provocando en la zona interior una brusca descompresión que succionó
hacia el vacío a la decena de alienígenas.
Pasados unos segundos, otro de los sectores centrales de Galileo,
allí donde Víctor había provocado el incendio de los
módulos, estalló en una breve llamarada que consumió
el oxigeno interior, y parte del fuselaje circular comenzó a retorcerse
como si estuviese siendo aplastado por una gigantesca e invisible mano.
Finalmente la estructura se abrió en una brecha irregular, eyectándo
una infinidad de arrugados y ennegrecidos pedazos hacia fuera.
El resto de la compleja estructura de la estación no
tardó en deformarse grotescamente, perdiendo la órbita y
precipitándose en silencio hacia la atracción del lejano
planeta en una caótica mezcla de fuego y restos irreconocibles del
fuselaje.
Víctor inició la secuencia
vectorial de entrada al pliegue espacio-temporal y dejó que la computadora
se encargase automáticamente del resto de la operación.
Extrajo un pequeño maletín de debajo de la butaca
y, con él entre las manos, se lanzó desesperadamente hacia
el corredor.
Carla se irguió a medias al verle aparecer, y se esforzó
en esbozar una liviana sonrisa de tranquilidad.
-¿Cómo estás?- inquirió él,
rasgándole cuidadosamente la manga del traje y estudiando con atención
la herida de su hombro.
-Creo que sobreviviré...- musitó-. ¿Verdad?
Víctor se guardó de explicarle la milagrosa fortuna
que había corrido a juzgar por la limpia trayectoria del impacto,
y que había evitado que el brazo acabase completamente cercenado
del resto del cuerpo.
-Sí, creo que sí...- respondió, apartando
de su cabeza aquel funesto pensamiento. Le entregó una pastilla
y le indicó que la tragase-. Te calmará el dolor inmediatamente.
Tras limpiar la sangre casi seca, comprobó que el láser
había atravesado de lado a lado el brazo, cauterizando a la vez
la herida. Extrajo del maletín una compresa y la oprimió
con suavidad, sujetándola con una venda.
-¿Cómo te encuentras?- le preguntó una
vez hubo terminado.
Por toda respuesta, los labios de Carla le besaron cálidamente.
-Unas vacaciones terminarán de arreglarlo...- susurró,
arrebatadoramente.
Cuando regresaron a la cabina de control, a través de
la pantalla principal contemplaron el refulgente vórtice que comenzaba
a succionarles en aquel momento hacia su interior, hacia una dimensión
que escapaba de toda regla física de tiempo y de espacio.
Hacia la Tierra.