El futuro es negro, como boca de lobo. Hoy estamos aquí sentados, mañana no. Nadie nos garantiza la vida, la permanencia... la ciencia ficción muchas veces tampoco. A nivel cósmico, la existencia de la humanidad sobre este planeta es - en proporción - menor a un segundo. No somos ni siquiera flama. Somos pues, solo un chispazo que aun puede extinguirse de la lampara del universo...

A imitación de un hombre
Artemio González García.

A las tres de la mañana se echa a caminar alumbrándose con la luz amarillenta de la linterna vieja.

El apagón ha dejado a la ciudad como boca de lobo y en su denso silencioso no se deja oír ni una señal de vida. No se mueve ningún automóvil por las calles y ni la más mínima chispa de claridad le responde a su lámpara.

La linterna antiquísima, como un esqueleto sustraído a un osario de siglos, vuelve a resucitar, a encender su pupila enneblinada por la bruma del tiempo y a alargarle una sombra que, observada con cierto nerviosismo parece no corresponder a quien con subrepticio cambio proyecta.

La flama a ratos agoniza tornándose violácea, pero el noctámbulo con un leve soplido reaviva su fulgor.

Su sombra, haciéndole juegos de fantasmagoría, lo conduce hasta el pórtico de un edificio centenario, - cuya puerta obedece sin réplica a su llave-, para internarse luego por los salones de muros carcomidos creyendo que la vasta edificación se encuentra abandonada y que acaso, solo el velador que puede conducirlo por las mortuorias galerías, apenas sobrevive medio comido por las sombras que elaboran el fin de toda actividad.

El visitante empieza a tropezar con figuras inmóviles, que a la luz de la lámpara van definiendo los contornos y develando rostros humanos de caracteristicas étnicas disímiles. Varones y mujeres visten trajes de diversas epocas, y sus brazos y piernas flexionados dan la sensación de movimiento. Por ello se deduce que se encontraban en la celebración de un acontecimiento culminante, cuando algo imprevisto los sorprendió en su instante vital más vigoroso, inmovilizando los desplantes de su coreografía. Al parecer no contaron con tiempo para llevar a cabo el tueque de expresiones. Ningún desfiguro fisonómico que insinuara al terror. Ningún rictus de espanto. Todos estaban en el clímax de su divertimento universal cuando aquello llegó y un repentino flash los esculpiò en estatuas.

En todos los recintos tenebrosos la lámpara del noctámbulo va revistiendo a las figuras inmóviles con la escultura de la semiluz y aparecen repitiéndose los diversos atuendos de los animadores fantasiosos de la celebración.

“Fiesta de Carnaval”, parece informarle algo que flota sobre las sombras milenarias, mientras llega al fin de la mansión.

En la última estancia, la figura de un hombre pensativo, que con cierto dejo de amargura parece disentir de la farándula, lo observa con la penetración de quien se esta autocontemplando ante el cristal que copia su figura. El hombre vivo y el inmóvil se identifican a primera intención: La misma lámpara y tambien la misma busqueda. objetivó y objeto que llevó al primero a caminar por la desolación de la metropoli oscurecida para encontrarse al final con él mismo y entre los dos participantes de una misma identidad decirse sin palabras, con la inutilidad de sus palabras: ¡No hubo hallazgo!

El noctámbulo se echa a las espaldas la figura del hombre de la otra linterna y dando por terminada su visita, se pierde en las tinieblas, cargador de su propia tentativa.

A su paso por las calles, el noctámbulo se encuentra con automóviles detenidos y en su interior, echados sobre el volante, hombres sin movimiento. En las aceras, los postes impiden la caída de los cuerpos de los policías que encontraron sotén en su desplome. El mismo quietismo de las figuras de la casa antiquísima se alcanza a vislumbrar en las siluetas humanas a través de las ventanas que quedaron abiertas. Pendientes de una grúa se balancean los cuerpos de algunos obreros que laboraban en un turno de noche al ocurrir aquello.

El único hombre que caminaba en una población de maniquiés, emergió de una casa de antigüedades frotando una linterna. Luego de varias tentativas logró hacerla encender para dirigirse al gran museo de cera y robar la estatua de Diógenes de Sínope. El autor del doble latrocinio iba buscando a un hombre, despues de que la bomba de neutrones explotó en la metrópoli, a las doce en punto de la noche, y la dejó en tinieblas, como boca de lobo.


Unas palabras sobre el autor:

El maestro Artemio González García es una figura importante en las letras jalicienses. Su prosa, cargada a veces de un penetrante humor negro, a veces de una poética amargura, contiene en la mayoría de sus escritos profundos simbolismos místicos y filosóficos dignos de reflexión.

¿Para que mentir?: Su obra no es una obra fácil. Sus telarañas de metáforas y palabras por lo general esconden una irónica visión del mundo que no es sencillo comprender a la primera. Sin embargo escarbando en el mosaico de sus imágenes subyugantes, - como la de un Neanderthal cantando frente a un micrófono una romántica canción de amor o un hombre que cual Diógenes camina por una muerta ciudad oscura buscando a un hombre - puede uno descubrir la profunda idea que subyace bajo una historia aparentemente inverosímil o extraña.

El maestro Artemio González García es actualmente Director de publicaciones de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco y a presentado su obra en diversos foros y publicaciones. Tiene editadas algunas antologías de relatos y de poesías, de donde obtuvimos bajo su permiso, esta que ahora presentamos.