"Y dioses y mortales temen el hollar allà donde el portal a prohibidas esferas y tiempos está cerrado; mas monstruosos horrores aguardan al pasajero de extraños eones...Cuando despierte aquello que no está muerto..." Este pasaje, escrito en alguno de aquellos libros prohibidos y abyectos es cierto. Y de eso estarán bien seguros los tripulantes de esta nave estelar. |
-No éramos tan malos como nos pintan.
-Yo diría que sí -le responde el teniente-, yo diría
que sí.
-Pero teniente, entonces...
-Sí, Alonso, sí. Nosotros somos los malos, por mucho
que digan lo contrario, curas y demás. Hemos acabado de arruinar
a estos pringaos.
-Creí que eran una amenaza, que luchábamos por Dios
y...
-¿Dios? ¿Amenaza? Oh, vamos, Alonso. Estamos aquí
porque estos pobres piden más arroz del que les corresponde, estamos
porque pensaron que podían aspirar a un poco más, a algo
más justo. Y lo único que han conseguido es morir a balazos
en vez de por hambre. He aquí la justicia del gran gobierno mundial.
La Pax.
-Pero... no puede ser, deben haberse equivocado, no creo que...
la democracia... -balbucea incoherente el soldado.
-¿Democracia? ¿Con el mismo partido en el poder durante
cuarenta años? Somos un imperio, muchacho. Un imperio en expansión,
llevamos la tecnología a pobres incivilizados como éstos.
A cambio de poco, como su trigo y arroz que tanto necesitamos en el núcleo,
ahora son felices gracias al espaciofutbol y el gladiódromo.
El teniente y el infante se marcharon de ese planeta, sabiendo
que eran tan malos como los pintasen, e incluso más.
-Los disturbios del planeta Indetria están solucionados. Esto
es; ya no habrá más, señor.
-Oh, ah, bien. ¿Llevaron el arroz al mundo de Krunn?
-Así es, señor. Ahora están de camino hacía
aquí, señor.
-Puedes retirarte.
El primer ministro se retira de la presencia de su presidente.
Me llamo Francisco Méndez, por un
tiempo infante de marina a las órdenes de la República; aquella
falsa república: El Imperio.
De los muchos horrores que pude ver en la guerra, en primera
línea, pocos como el que aconteció a la vuelta de la escaramuza
de Indetria; de tal impacto pues no era éste horror atribuible
al género humano. Aunque no adelantemos acontecimientos.
El asunto comenzó cuando estando en mi camarote, que compartía
con otros tres infantes, entre ellos aquel al que llamaban El Profesor;
pues al parecer había sido científico, profesor de secundaria
o algo parecido y andaba siempre divagando sobre temas cósmicos,
cuando no teológicos.
Estando en el camarote, decía, aquel primer día
del regreso saltó El Profesor a discutirnos y preguntarnos sobre
nuestros conocimientos del Universo.
-Pero el que conduce su automóvil eléctrico no
conoce cómo funciona el motor de éste –le dije yo, ante una
de sus preguntas.
-Oh, el motor eléctrico es muy sencillo; pero no os lo
explicaré ahora... El caso es que nadie de los que nos hallamos
en la nave sabemos cómo funciona su generador de fusión,
y sobre todo, cómo su controlador magnético-gravítico
–Una pausa de paseo de mirada por rostros ajenos-. ¿Quién
diseñó este último? –acabó preguntando El Profesor.
-Creo que el físico Wördsguth –contesta uno de los
chicos, un alemán llamado Ziegue.
-¿Wördsguth? Eso deben ser unas salchichas
–Nos reímos-. No, el controlador MG lo ideó Wand-Gunn; si
os acordáis, el mismo que inventó la aero-balleta.
-Aaah –se aclaró Alonso, el mejicano.
-Bien. Dime, españolito –dijo dirigiéndose a mí-:
¿Cuál es su mecánica de funcionamiento? Es decir,
¿cómo y por qué funciona?
-Ya sabes que no lo sé.
-¿Y alguien lo sabe? ¿Habéis conocido a
alguien que lo sepa? Yo os diré quién lo sabe: Nadie. Sólo
se limitan a construirlos, y funcionan. Oh, ya; tienen técnicos
que los reparan, físicos que los modifican... Todo chapucería.
Nadie entiende realmente cómo funciona un controlador MG, nadie.
-Oh, vamos –dijo Ziegue-. Alguien habrá.
-Nadie que yo conozca.
Entonces viajábamos en el espacio por pura casualidad,
por el genio de alguien muerto hace siglos; Éramos técnicos
y científicos, nada de ingenieros.
La idea del salto MG era la de un pliegue del espacio, una especie
de aplicación del Principio de la Indeterminación a gran
escala, reduciendo los años luz a minutos a un décimo de
c . (C= Velocidad de la luz)
¿Y nadie sabía cómo se conseguía?
Al día siguiente sorprendí, al regresar antes de lo previsto
de una guardia, a El Profesor leyendo un extraño libro, absorto;
un viejo libro de bordes roídos por antiguas ratas.
-¿Qué es esto, Profesor?
Se sobresaltó, pero reaccionó raudo en ocultar el arcano
manuscrito en uno de los cajones bajo llave de su litera.
-Oh, cuentos: Estúpidos cuentos de terror escritos por los antiguos.
Así que cuentos de terror, y de la era pre-espacial. Bien, ninguna
cerradura se me resistía, ya descubriría lo que era cuando
él estuviera de guardia.
-¿Te das cuenta que hasta ahora nadie ha dado una definición
absoluta del universo?
¿Estaba cambiando de tema? Quizá el libro estuviera relacionado
con estas sus divagaciones astronómicas y físicas.
-Bueno, creo recordar que últimamente era relativista.
-Y ahora han vuelto a realizar experimentos que, según dicen,
demuestran su carácter euclídeo.
-Bien -¿Y a mi qué?.
-¿Y si el universo no fuera ni lo uno ni lo otro? Y si simplemente
fuera... cambiante; caprichoso... Ahora soy así, ahora soy asá.
-¿Qué quieres decir?
-Que tal vez en verdad haya algo más. Dime, españolito:
¿Quién dicta las reglas?
-¿Cómo...? El Universo es el Universo: explotó
y se originó; se expandió, se contraerá y volverá
a explotar. Así es.
-¿Quién dice que hubo un Big Bang? ¿Y si la prueba
de la radiación remanente es...? Bien, digamos que la radiación
remanente se debe a otra cosa... Dime: ¿Por qué nadie ha
saltado, ha viajado al punto de origen? A ese punto que según los
localizadores es el punto original de densidad infinita.
-¡Sí que han ido!
-Pero no se han puesto sobre él. ¿Qué tal probar
a ponerse sobre él?
Qué tonterías decía.
Tengo que ver ese libro, me dije. Y vaya si lo vi.
Al día siguiente, mientras El Profesor estuvo de guardia,
violé la cerradura de su cajón y leí aquel maldito
libro.
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, estaba escrito en su tapa. Y tras éstas se hablaba de los horrores y del comienzo y fin de los tiempos; y aún siendo antiguo, muy antiguo, describía los viajes espaciales y de cómo volar con la mente por el cosmos, y de lo peligroso de atarse a los primordiales, de sacrificios a éstos y de los grandes Cthugha y Nyarlathotep, y también del Gran Viejo.
Encerraren al Gran Viejo en fel origen del tiempo y da el espacio, allá en R’lyeh, e allí durmiera para los restos de aquest eternidad, sino despartaré imprudeante falguno, que entonces retornare Él: Cthulhu, el Gran Viejo.
Pero... Todo aquello debían ser patrañas; tenían
que serlas. No era científico. No tenía consistencia sino
como cuento de hadas; pero despertó una sensación de inquietud
en mí.
Bah, cuentos de miedo para niños, me dije, y olvidé el
asunto. Estúpido de mí, había dejado que sobreviniera
el principio del fin.
Me despertó una sacudida: La nave estaba
dando saltos cual caballo salvaje que se resistiera a ser domado.
-¿Qué demonios...?
Corrí por los pasillos, en uno me encontré a unos cuantos
mirando a un monitor de comunicación
-¡Está loco, nos matará a todos! –gritaba
Alonso señalando el aparato.
En el monitor aparecía una imagen del puente, todos los
oficiales muertos y El Profesor al timón.
Entonces lo supe, supe a donde íbamos.
¡Estábamos a sólo dos minutos de destino!
¿Pero por qué me aterrorizaba así? Llegaríamos
y punto. Nada pasaría; ninguna de esas historias era cierta.
Me dirigí al puente. No más asomarme a la entrada,
una bala rebotó cerca de mi cabeza.
-¡¿Pero qué demonios...?!
-¡Ni lo intentes, cerdo! –me gritó El Profesor.
-¡Soy yo!
-¿Españolito? Ja, ja. ¿Qué tal, dispuesto
a ver al Gran Viejo? ¡Ahora verás cuanta razón tengo!
Ja, ja.
Estaba loco.
-Treinta segundos para destino –comunicó una voz metálica.
Cerré los ojos y me deslice por la pared hasta quedar
sentado en el suelo, agazapado.
Íbamos a morir, no sé por qué, pero ese
era mi pensamiento. Aun cuando en aquel momento me parecía del todo
irracional, y trataba de librarme de él. Son tonterías, me
decía a mi mismo, tonterías escritas por un arcano y que
este loco tomó por realidades.
-Llegados a destino –anunció la voz metálica.
Abrí los ojos: Nada, no había ocurrido nada. Me
asome al puente y allí estaba El Profesor, cabizbajo. Pobre, pasaría
el resto de su vida en un manicomio. Eso es seguro, me dije.
¿Pero qué hacía? ¿Rezar? Oraba en
una lengua extraña...
-¡Noooo! –Salté sobre él, pero fue tarde.
Una luz violácea invadió el puente.
Estábamos en el mar. La nave flotaba
sobre las aguas bajo unas nubes y un cielo como el de la Tierra. Suaves
olas impactaban contra el casco de la nave; aunque no diseñada para
tal medio, parecía desenvuelta en él. Mire al puesto de piloto;
al timón El Profesor y más allá, a través
de los enormes ventanales, allá lejos, una isla.
-Ey, el españolito está despierto -me dijo-. ¿Ves
como tenía razón? Ahora sabemos la verdadera explicación
a las cuestiones de los científicos. ¡Y ellos me llamaban
loco! –Desde luego que lo estaba, pensé-. Esa es la isla del Gran
Viejo, españolito. Allí nos dirigimos.
-¿Pero cómo no nos hemos hundido? ¿Y cómo
piloteas la nave? –me sorprendí al escucharme a mí mismo
hacer tales preguntas, en vez de otras, más filosóficas.
-En cuanto a hundirse... Oh, simplemente flotamos –contestó
e hizo una pausa para pasarse el brazo por la boca: ¡Se le caía
la baba!-. Y en cuanto –prosiguió- a tu otra pregunta, tengo conectados
los impulsores de distancia corta.
¿Cuánto tiempo llevaba así? Los impulsores no
obtenían energía del generador de fusión, ya
que sería un desperdicio pues el generador generaría mucha
más energía de la necesaria y los almacenadores secundarios
se sobresaturarían con el exceso; habría que radiar la energía
sobrante al exterior. Así pues, los impulsores funcionaban por el
impulso de una pequeña central térmica –sí, sí;
en verdad era la solución más acertada- alimentada por combustible.
-¡Agotarás el combustible!
-No creas, españolito. Hay combustible de sobra.
Por unos momentos sólo pude quedarme boquiabierto mirando la
tétrica isla que en una de las pantallas se nos aparecía
ampliada. Isla de estructuras retorcidas y de árboles de hojas grises
y moradas, y en su centro, aquella montaña, como un cuchillo hacía
el cielo, destacando entre el maremagno de picos curvados y colinas de
espiral.
Un escalofrío me recorrió desde los tendones del pie
derecho hasta el hombro izquierdo, una serpiente de cuchillas entrelazadas,
buscando mi cerebro.
Entonces los vi, venían desde la izquierda, o babor. Eran como
las nubes de langostas de Indetria, que llegaban tras la batalla
a devorar a los muertos; pero éstos eran más grandes.
-Mi-gos –dijo El Profesor.
Intenté salir del puente, para ir a vestirme con el traje y
el equipo de combate, pues las langostas venían hacía nosotros.
No pude, aquel loco había sellado la puerta.
-¡Maldito loco!
Llegaron. Se estrellaban contra los ventanales y los arañaban,
intentando alcanzarnos. Luego desaparecieron de estos; intentarían
entrar de otra forma.
Conecté las cámaras de la nave y observe en los monitores.
Me senté delante de éstos y, accionando los controles, seleccione
las cámaras de los pasillos dónde había puertas al
exterior.
Una de éstas estalló y un chorro de aquellas criaturas
se derramó al interior de la nave. Vi como los infantes se les oponían
y les aniquilaban con sus ametralladoras y rifles. Masacraban a aquellos
horribles seres, horrores del pasado, de aspecto entre hongo e insecto.
Suspiré al ver que no parecían tan peligrosos, pero poco
me duró el alivio pues de repente tronó dentro del puente
y entraron en él: Se me había olvidado, el puente también
tenía puerta al exterior.
Ni yo ni El Profesor estábamos equipados para el combate; pero
al menos él aún tenía la ametralladora con la que
me había disparado.
Corrí hacía los armarios, mientras El Profesor hacía
papilla a uno de aquellos horrores que me perseguía. Llegué
a una taquilla y dentro de ella encontré una pistola de alto calibre;
suficiente.
-¡Aaaargh! –gritaba El Profesor a la par que ametrallaba la sala
a discreción.
Entonces tuve un momento de descanso que aproveché para correr
hacía el puerto del timonel. Una de aquellas palancas nos haría
salir de allí. Tire de la situada a la derecha del timón:
los impulsores al máximo. Tire de la situada a la izquierda: maniobra
vertical; nos elevamos sobre el mar.
-¿Qué haces estúpido? –me gritó el profesor
y me di cuenta de que aquellos que llamaba Mi-gos se habían marchado.
Nos apuntamos el uno al otro con las armas, pero fui más
rápido que él. Le di en el hombro y los disparos de su ametralladora
cambiaron su blanco por el techo de la sala.
Estaba inutilizado para dispararme, así que me concentré
en el pilotaje, intentando huir de ese planeta.
Aun estábamos a la vista de la isla cuando lo escuché
murmurar: Estaba leyendo del arcano libro. No pude sino fijar mi vista
en el mar que dejábamos atrás: Un enorme hueco en éste
provocado por las aguas al retirarse. Del negro agujero surgió el
objeto de mis pesadillas de allí en adelante, el enorme terror vacío
que me asalta cada noche e intenta arrancarme de los brazos de la cordura.
-¡Imann Ezquauel Cthulhu...! –gritaba el profesor.
Era una enorme mole del tamaño de la más alta montaña,
de color ceniciento con manchas de negro vacío, con millones de
aquellos parásitos volando a su alrededor. Sus enormes alas negras
abarcarían decenas de kilómetros al desplegarse, creando
una sombra de pánico que mataría toda cordura. Dos cuencas
vacías del tamaño de cientos de metros debían ser
los ojos; y en vez de boca, tenía unas barbas verdosas de cientos
de tentáculos que se agitaban en nuestra dirección.
Tenía que hacer algo, antes de que la locura se me llevase por
completo: Salté sobre el profesor y le machaque el rostro a puñetazos,
hasta dejarlo inconsciente. Entonces me puse a buscar en el libro un milagro
que nos sacara de allí.
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Esperaba que no fuera El Retorno de ningún otro terror parecido,
sino el del invocador a su mundo natural. Me arriesgué a leerlo.
Sentado en mi viejo sillón frente a la videovisión, ya
retirado del servicio, en un cutre apartamento de la calle Torremolinos
de una vieja ciudad de la anciana Europa, ruego a los cielos por no tener
que abandonar nunca más este apestoso planeta, ruego por no volver
a ver en la realidad aquello que tanto conozco en mis pesadillas. He quemado
el libro, y espero que fuera copia única; pues la humanidad nunca
ha de tomar conciencia de aquellos que una vez poblaron el mundo original,
de los horrores que medran a la sombra del Gran Viejo y de donde habitan.
¡Que
la no-existencia me lleve antes de que mi alma sea devorada por Shub-Niggurath!
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