¿Quien conoce el mal que anida en el corazón de los hombres? Los que conoscan a un personaje llamado "La Sombra" conoceran tambien esta frace de seguro. En este relato no aparece esta "sombra" sino una mucho peor... una que puede existir en realidad. Algo de ella se filtra en algunos personajes bizarros, extraños... hombres y mujeres cuyo corazón la sombra conoce... y sabe hacer uso de este conocimiento muy bien.

EL VESTIBULO DE LOS PROFETAS
Por: Luis G. Abbadié


  Sara sintió la luz a través de sus párpados, pero se negó a mirar. Desde hacía varios años, un estremecimiento acompañaba cada amanecer: el miedo al día enloquecedoramente largo que tendría que atravesar antes de buscar refugio en el sueño una vez más. No quería abrir los ojos tan pronto...

-¡Eh! -una mano sacudió su hombro con suavidad-. ¡Eh!

Sara no reconoció la voz; sintió que algo no era como debería ser, y se obligó a abrir los ojos, esperando ver los muros tachoneados de obscenidades que conformaban su celda. Pero no fue esto lo que vió.

Se incorporó de golpe, ignorando a la mujer que la había despertado, mirando perpleja el techo de madera, las mesas ocupadas por bebedores silenciosos, las repisas llenas de botellas más allá de la barra.

Esto le produjo más pánico que entusiasmo. ¿Se había vuelto loca al fin? ¿Era esto un vívido delirio? ¿Por qué no estaba en la prisión? O, ¿quién le había traído aquí?

-Cálmate, muchacha -dijo la mujer-. No te asustes.

-¿Quién es usted? -preguntó Sara, estudiando con recelo aquel rostro solícito, avejentado.

-Me llamo Sofía. No, no me preguntes; yo tampoco sé por qué estamos aquí. Ven, vamos a darte algo para que te sientas mejor.

La mujer rodeó la barra y destapó una botella de vino blanco; llenó un vaso y se lo ofreció. No era la elección preferida de Sara, pero lo aceptó. Mientras el líquido atibiaba su garganta, Sofía siguió hablando:

-Yo me dormí en mi casa... y dsesperté aquí hace como cinco horas, sin saber cómo había llegado. Eso mismo nos ha pasado a todos -indicó con un ademán a las personas que llenaban el bar. Sara notó entonces el extraño silencio que reinaba; opresivo, casi expectante.

¿Es esto real?, se preguntó. ¿Estoy soñando...? Esto le pareció posible. Todo era muy nítido, pero su mente parecía ofuscada... Sus ojos recorrieron el sitio hasta topar con los del hombre con barba que estaba sentado frente a la barra, a su izquierda. El sonrió y le indicó la banca vecina con una mano, para luego empinar un vaso de tequila. El hombre estaba escribiendo algo sobre una servilleta de papel.

-¿Cómo te llamas? -preguntó Sofía, y Sara vaciló al contestar. Tenía miedo de decir completo su nombre, de ser reconocida... -Sara -murmuró.

Sofía sonrió como para darle ánimos, y le dijo: -Puedes hablar con confianza. Aquí todos tenemos algo que no es agradable contar -Sara la miró sin comprender, pero con renovada aprensión-. Yo llevo aquí unas horas, pero la gente ha estado llegando desde hace cuatro días. No hay explicaciones, pero se han formulado algunas teorías... -un resoplido despreciativo interrumpió a Sofía; Sara miró al hombre que lo había producido, encontrando que era un sacerdote flaco, que ocupaba solo una de las mesas. El sacerdote la miró con enfado y le dio la espalda.

Sofía se encogió de hombros y prosiguió:

-Quienquiera que nos trajo, dejó bastante comida. ¿Tienes hambre? -Sara negó con la cabeza. En la cárcel comía muy mal, pero todo esto...

-¿Por qué no se van? -preguntó de repente.

-Algunos lo intentaron -repuso Sofía-. La puerta no se abre, no hay ventanas... -la desolación fue invadiendo a Sara-. Estamos atrapados aquí.

El hombre sentado a la izquierda de Sara empezó a tararear una canción de los Beatles mientras seguía escribiendo. Sara se percató de que lo había visto en alguna parte.

¡Es el día del Juicio, te digo! -exclamó un hombre desde el otro extremo de la barra, y varias voces le dijeron con fastidio que se callara.

-¿Puedo? -dijo Sara tímidamente, señalando la botella de tequila de su vecino, y éste asintió con otra sonrisa. Se sirvió medio vaso, considerando la posibilidad de emborracharse hasta empezar a delirar dentro de este delirio.

-Tal vez Dios sí nos trajo aquí -dijo el hombre de repente, dejando de escribir y mirando a Sara-. Aunque tal vez no todos pensamos en el mismo Dios.

Hubo una especie de silencio; todos habían piesto atención a aquello. El silencio se prolongó hasta ser roto por el sacerdote: -¡Que el Señor te maldiga, loco satánico!

Sara se estremeció al escuchar eso. Había recibido maldiciones similares con demasiada frecuencia; las otras mujeres del reclusorio la rehuían, pues pensaban que ella era como decían los periódicos... Pero el hombre recibió el insulto con un encogimiento de hombros y reanudó su escritura.

-¡Por algo estás aquí tú, padrecito! -dijo alguien más, y Sara pensó de repente en La Dimensión Desconocida y en el infierno.

Se echó a llorar. Hacía semanas que no lo hacía, y, si bien no era consuelo, cuando menos le daba una excusa para dejar a un lado el autocontrol, la razón --que tan inútil parecía hoy-- y las preguntas sin respuesta.

Pasaron las horas, y se enteró de muchas cosas que no servían sino para aumentar su angustia. Algunos sí pensaban que esto era el infierno, o cuando menos un ala muy selecta de éste. Seis personas más llegaron después de ella; de alguna manera simplemente estaban allí, nunca parecían entrar por ningún lado. Sólo mirabas hacia un rincón que no habías mirado en un rato, y ya estaba allí uno más, dormido. Nadie lograba ver cómo llegaban...

Sara platicó con varias personas, y su nerviosismo aumentaba con cada una, en lugar de obtener distracción. Un hombre le habló del veneno que les inyectaba a los "puercos orientales" al ir por las calles de Los Angeles, para hacerlos "pagar" a todos por lo que pasó en Vietnam... Una jovencita como de dieciséis años le describió su "religión" (Sara se estremeció al oír esta palabra), fundada por su amante sudamericano, y lo que hacían con animales y niños para saciar sus impulsos sexuales... La propia Sofía de los ojos amables era una maestra de escuela de un pueblo de España, y le contó las cosas que les enseñaba a sus alumnas a hacer unas con otras...

...y le preguntó a Sara qué hacía ella.

El hombre que escribía y bebía tequila la abrazó cuando le dio el ataque de histeria; la abrazó hasta que dejó de gritar, hasta que se cansó de llorar.

-Yo no sabía nada... -sollozó Sara-. No debería estar aquí, no es cierto lo que decían los periódicos... El me gustaba, y me interesó mucho esa religión, la santería... Pero yo no estaba de acuerdo con eso de sacrificar animales. Luego me enteré de que habían hecho cosas peores, de que esataban matando a seres humanos... Y él me dijo que mataría a mi familia si trataba de escapar. Los atraparon porque yo hice una nota para avisar a la policía, pero luego la misma policía dijo que yo había organizado todo, que yo era la madrina, que era una asesina... No es cierto, no debería estar aquí...

El hombre la escuchó, tratando de reconfortarla, y repuso: -Yo sí hice muchas cosas, y pienso hacer más... o pensaba hacer más cuando los que creían en mí me sacaran de la cárcel. En todo caso, nadie está limpio, pero tampoco hay diablos perfectos.

Mirándolo muy de cerca, Sara recordó, poco a poco, por qué ese hombre le parecía familiar...

Y Charles Manson tarareó esa canción de los Beatles una vez más.

Ella se apartó muy despacio de él...

Sara hacía un nuevo intento de emborracharse cuando, sin aviso, la puerta se abrió. Todos se volvieron, tensos, a mirar al recién llegado. El primero en llegar por la puerta, de manera convencional. Llevaba una especie de túnica andrajosa, el pelo revuelto y empolvado; era un hombre poco notorio, de aspecto repelente... pero en sus ojos había un no sé qué inestable. Está loco, pensó Sara en seguida.

Ya estamos todos -dijo, caminando hasta el centro de la estancia. Los ocupantes de la mesa más cercana se apartaron con rapidez; uno de ellos gimió de espanto. El hombre sonrió y extendió lños brazos, recorriendo al grupo con la mirada-: La Puerta está lista para ser abierta; todos hemos hecho nuestra parte para allanar el camino, y ahora Dios nos ha reunido para cumplir su última orden.

-¿Quién es usted? -preguntó alguien con voz temblorosa; la sonrisa del hombre era casi afable al responder:

-La boca de Dios, igual que ustedes. Yo también traje su mensaje; soy Dios, y el heraldo de su venida; todos nosotros lo somos.

-¿Qué Dios? -preguntó Manson.

-El tuyo, el mío... ¿qué importa? Todos los Dioses son hermanos, y nosotros les hemos allanado el camino con sangre y con fuego.

-¿Dios o el Diablo? -insistió Manson.

-¿Qué diferencia hay? -el desconocido mantenía esa sonrisa insolente-. El Verbo de Azathoth tiene muchos nombres.

-¡Maldito blasfemo! -rugió el sacerdote, y el hombre lo miró burlón.

-Yo no blasfemo contra mi Dios, padre. ¿Y qué hacía usted con los fetos expulsados por sus monjas favoritas? ¿No era a mi Dios al que los consagraba, aunque le diera el nombre de otro Dios que nada quiere de gente como nosotros? Nuestro Dios no olvida, hermanos -añadió, dirigiéndose de nuevo a todos-. Quiere venir a la Tierra, y debemos abrirle la Puerta para que venga a nosotros su reino y nos haga Dioses. Dioses entre los hombres... Es hora; al otro lado de esta entrada, en mi casa en la Tierra, mis discípulos están listos para sacrificarse, para alimentar con sus almas la luz del faro que alumbrará el camino para la venida de Dios.

-"Recen conmigo...

El hombre se puso de rodillas, y aguardó.

Todos se miraron entre sí, y volvieron a mirarlo. Alguien sollozó. Un hombre delgado se desmayó, golpeando el suelo de madera con su cabeza.

Entonces una mujer se arrodilló.

Sofía fue la siguiente; empezó a hacer la señal de la cruz, pero se interrumpió a medio gesto, como recapacitando. Le siguió el italiano de la ropa blanca y los estigmas, y luego el oriental llamado Sun, y el veterano de Vietnam. Uno a uno...

Manson vació su vaso de tequila, tomó una servilleta y empezó a escribir, apretando un cigarro entre los dientes.

-Helter-Skelter -murmuró.

Sara lo miró... y sintió de repente esas frases que invadían su cabeza, seguidas por un coro horrible que las pronunció en voz alta. Los labios de Sara trataron de vocalizarlas, pero ella los obligó a mantenerse quietos: Bugg shu-ggog, y-hah: Yog-Sothoth... Los labios de Sara temblaron, ansiosos por unirse al coro.

-¡No! ¡No! -dijo entredientes, apretándose la cabeza con ambas manos como para exprimir fuera de ella esas palabras sin sentido que consumían sus pensamientos.

¡Ygnaiih! ¡Yog-Sothoth!

Sus sienes latían, siguiendo el ritmo de las voces-.

¡Yo no debería estar aquí! ¡No! -golpeó la barra hasta que el dolor inmovilizó su brazo; abrió los ojos a pesar del vértigo que empezaba a envolverle, y trató sin éxito de enfocar la mirada en las tablas del techo. La madera parecía estarse desdibujando... como si...

- ¡NOO! -agarró a ciegas la botella de tequila de la barra y la arrojó contra las repisas repletas de bebidas; cristales y licores se desparramaron por el suelo... un suelo que retumbó como por un trueno subterráneo. Como si el eco del coro invadiera el centro de la Tierra...

Los olores mezclados de las bebidas derramadas se combinaron en sus pulmones con el humo del cigarro de Manson, el cual seguía escribiendo frenéticamente. Sara sintió que iba a vomitar... Pero se quedó mirando a Manson, su cigarro humeante, su mano que llenaba de palabras la servilleta con un bolígrafo, la madera desgastada de la barra, el vaso de tequila, la caja de cerillos...

Con la quemadura del vómito ya en su garganta, tomó los cerillos, se las arregló para encender uno con dedos que se sacudían sin control, y lo arrojó hacia el reguero de licores; una llamarada agradeció su esfuerzo. Las repisas se encendieron, las botellas selladas empezaron a estallar como palomitas de maíz puestas al fuego, los muros de madera reseca desdlumbraron a Sara con destellos amarillos...

Las palabras-voces seguían retumbando dentro y fuera de su cráneo, el vómito tironeaba de la raíz de su lengua... y sus ojos se detuvieron sobre la servilleta donde Manson había estado escribiendo hasta que comenzó el fuego:

No queriendo nada de Dios

Escupí sobre Su trono y le di la espalda.

Mas al llegar al abismo encontré

Que Satán sólo deseaba el trono de Dios.

Busqué luego refugio entre los hombres,

Pero éstos no hacían sino inventar Dioses.

Busqué al fin las moradas del Caos idiota

Y de Satán, Dios y el hombre me reí con él.

Las llamas consumieron la servilleta y el poema, lamieron su rostro, y todo se volvió anaranjado... y luego negro. Pero Sara despertó pensando todavía en ese poema... Despertó llorando, y luego empezó a reír, y a llorar otra vez.

Despertó en su celda.


Por la mañana, en el comedor de la prisión, estuvo viendo un noticiero. No le habría prestado atención de no haber reconocido un rostro de ojos insensatos que apareció en forma de fotografía, tan loco y tan repelente como lo recordaba..., el rostro de un líder religioso, un tal David Koresh, que acababa de morir anoche. La filmación del incendio en un rancho de Waco, Texas, donde ese hombre y sus discípulos habían sucumbido fueron lo último que Sara vió antes de desmayarse.

Ese día le correspondía a Sara una nueva visita a la corte, un intento más de apelación, de solicitud de fianza. Inútil, pensaba ella, pero cuando menos era un pretexto para salir de la prisión por un rato.

Dos policías la escoltaron junto con su abogado a través de las puertas del reclusorio, y el sol cayó sobre ella con una calidez reconfortante que no parecía tener cuando la alumbraba dentro de los muros opresivos. Tibio; purificador... Sara pensó en un bar en llamas, un sueño confuso y extraño..., aspiró el aire fresco de un mundo sereno,infestado acaso de horrores, pero sólo de horrores humanos, finitos, mientras que el mundo era más viejo que el hombre y sin duda duraría más que él...

De repente todo le parecía más soportable. Incluso le parecía posible --un poco-- llegar a obtener esa fianza... Después de todo, lo que estaba en su contra era humano, sólo humano.

-¡Maldita endemoniada!

El grito le llegó a Sara un segundo antes que la piedra; entonces el impacto sacudió su cráneo, aplastó su mejilla contra sus dientes.

Su visión se ennegreció por un momento... Parpadeó varias veces, y vió a la mujer que era retenida por dos policías; la desconocida la miraba con odio demente, gritándole infamias que ya le eran familiares:

-¡Bestia! ¡Asesina! ¡Satánica! ¡Te vas a podrir en el infierno junto con ese diablo de Constanzo! ¡Debieron quemarte a ti también cuando quemaron el rancho de Matamoros donde mataste a mi hijo, y a tanta gente! ¡Mal nacida! ¡El mundo estaría mejor sin ti...!

Sara se tocó la mejilla sangrante, mirando con fijeza a la mujer. Cada palabra le dolía aún más... Pero entonces pensó en su sueño, y en el noticiero, y aunque sintió algo de miedo, el dolor se hizo menor. ¿Cómo sería el mundo ahora sin ella? Sólo Dios... o, ¿por qué no?, los Dioses... lo sabían. Siguió caminando, escoltada por los policías, y les sonrió al Sol y al aire que escoriaba su herida fresca; les sonrió simplemente porque aún estaban ahí, porque el mundo aún estaba ahí... ...y porque el mundo pertenecía a la humanidad, mientras los Dioses no viniesen a reclamarlo.


Unas palabras sobre el relato:
Como pudieron observar algunos de los personajes de esta historia vivieron o viven en realidad. Sara Aldrete es parte de un horrible suceso acaecido en Matamoros, México: La masacre de los Narco - Satánicos, una secta de inclinaciones ocultistas negras con ramificaciones en el oscuro mundo del narcotráfico. Sus sacrificios y ritos dieron mucho de que hablar a la sociedad mexicana pues demostraba una extraña y hasta ahora inusual mezcla de negocios sucios y ocultismo de la peor calaña. Esta mezcla que se antoja ilógica volvió a aparecer en primeros planos con el turbio asunto de “La Paca” una vidente que trabajaba para Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex-presidente de México y ahora preso en la cárcel de Almoloya de Juárez y la cual decía tener informes sobre un supuesto asesinato realizado en el rancho “El Encanto”. Por supuesto, los poderes videntes de “La Paca” resultaron ser un fraude, mientras que el poder del grupo Narco -Satánico se derrumbo cuando la policía encontró los cuerpos de una masacre ritual perpetrada por ellos, prueba suficiente como para asegurar que ningún poder de ultratumba los protegía. Por supuesto, esta historia es solo ficción y nada de lo que aquí se relata ocurrió en realidad...¡ y que bueno!

Unas palabras sobre el autor:
Luis G. Abbadié es un entusiasta cultivador de la literatura Lovecrafiana, como este cuento bien lo prueba. La mayor parte de su producción fluye por las geometrias de pesadilla de mundos dominados por seres antiguos y profanos. A publicado ya en varias antologías de cuento en Guadalajara, Méxicoy en la revista LABERINTO. Además a publicado un libro que se agotó rapidamente: El Ultimo Relato de Ambroice Bierce, cuyo tema, mezcla de viajes en el tiempo, la revolución méxicana, Pancho Villa y arquetipicos da un nuevo y diferente impulso a esta literatura de horror.