¿Cuales son los designios del Señor? ¿Que espera el creador de todas las cosas de nosotros? Si tienen duda, preguntenle a Cutie, El robot-Profeta del Señor, en cuyas manos se encuentra el destino no solo de los valientes astronautas Powells y Donovan sino además de un buen cachito de la humanidad. Una joya de la ciencia ficción religiosa escrita por el incomparable maestro del género: Isaac Asimov. |
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por: Isaac Asimov Transcripción de Diaspar LAS TRES LEYES ROBÓTICAS 1 Un robot no debe dañar a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano sufra daño. 2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes están en oposición con la primera Ley. 3. Un robot debe proteger su propia existencia, hasta donde esta protección no esté en conflicto con la primera o segunda Leyes. |
-¿Te das cuenta de la gravedad de una tal declaración,
Powell?
- Algo te ha hecho, Cutie - le hizo ver Powell -. Tú mismo reconoces
que tu memoria parece brotar completamente terminada del absoluto vacío
de hace una semana. Te doy la explicación. Donovan y yo te montamos
con las piezas que nos mandaron.
Cutie contempló sus largos dedos afilados con una curiosa expresión humana de perplejidad.
- Tengo la impresión de que todo esta podría explicarse
de una manera más satisfactoria. Porque que tú me hayas hecho
a mí, me parece improbable.
-¡En nombre de la Tierra! ¿;Por qué? - exclamó
Powell, echándose a reír.
- Llámalo intuición. Hasta ahora es sólo esto.
Pero pienso razonarlo. Un encadenamiento de válidos razonamientos
sólo puede llevar a la determinación de la verdad, y a esto
me atendré hasta conseguirla.
Powell se levantó y volvió a sentarse en el extremo de
la mesa, cerca del robot. Sentía súbitamente una fuerte simpatía
por el extraño mecanismo. No era en absoluto como un robot ordinario,
que realizaba su tarea rutinaria en la estación con la intensidad
de un sendero Positónico profundamente marcado.
Puso una mano sobre el hombro de acero de Cutie y notó la frialdad
y dureza del metal.
- Cutie - dijo -. Voy a tratar de explicarte algo. Eres el primer robot
que ha manifestado curiosidad por su propia existencia... y el primero,
a mi modo de ver, suficientemente inteligente para comprender el mundo
exterior. Ven conmigo.
El robot se levantó lentamente y siguió a Powell con
sus pasos que hacía silenciosos la gruesa suela de esponja de caucho.
El hombre de la Tierra apretó un botón y un panel cuadrado
de pared se deslizó a un lado. El grueso y claro vidrio de la portilla
dejó ver el espacio... cuajado de estrellas.
- Ya he visto esto por las ventanas de observación de la sala
de máquinas - dijo Cutie.
- Lo sé - dijo Powell -. ¿Qué crees que es?
- Exactamente lo que parece: un material negro detrás de este
cristal, salpicado de puntas brillantes. Sé que nuestro director
manda rayos desde algunos de estos puntos, siempre los mismos; y también
que estos puntos se mueven y que los rayos se mueven con ellos. Eso es
todo.
-¡Bien! Ahora quiero que me escuches atentamente. Lo negro es
vacío, inmensa extensión vacía que se extiende hasta
el infinito. Los pequeños puntos brillantes son enormes masas de
materia saturadas de energía. Son globos, algunas de ellos de millones
de kilómetros de diámetro, y para que puedas compararlos
te diré que esta estación tiene sólo mil quinientos
metros de ancho. Parecen tan pequeños porque están increíblemente
lejos.
¡Los puntos a los cuales van dirigidos nuestros haces de energía
están más cercanos y son más pequeños. Son
fríos y duros y los seres humanos como yo mismo, vivimos en su superficie;
somos varios millones. Es de uno de estos mundos de donde Donovan y yo
venimos. Nuestros rayos alimentan estos mundos con energía sacada
de uno de estos grandes globos incandescentes que se encuentran cerca de
nosotros. A este globo lo llamamos Sol y está del otro lado de la
Estación, donde tú puedes verlo.
Cutie permanecía inmóvil al lado de la portilla, como
una estatua de acero. Sin volver la cabeza, dijo
-¿De qué punto de luz pretendes venir?
- Allí está - dijo Powell después de haber buscado
-. Aquel tan brillante de la esquina. Lo llamamos Tierra. La buena y vieja
Tierra. Somos tres billones en ella, Cutie, y dentro de unas dos semanas
volveré a estar allá con ellos.
Y entonces, cosa sorprendente, Cutie pareció canturrear, distraído. No era en realidad una tonada, pero poseía la curiosa calidad sonora de un pizzicato. Cesó tan rápidamente como había empezado.
- ¿Y de dónde vengo yo, Powell? No me has explicado mí
existencia.
- Todo lo demás es sencillo. Cuando estas estaciones fueron
establecidas por primera vez para alimentar de energía solar los
planetas, eran regidas por seres humanos. Sin embargo, el calor, las fuertes
radiaciones solares y las tempestades de electrones hacían la estancia
en el puesto difícil. Se perfeccionaron los robots para sustituir
el trabajo humano y ahora sólo se necesitan dos jefes para cada
estación. Estamos tratando de reemplazar incluso a estos dos y aquí
es donde intervienes tú. Tú eres el tipo de robot más
perfeccionado, y si demuestras la capacidad de dirigir esta estación
independientemente, jamás un ser humano volverá a poner los
pies aquí, salvo para traer las piezas de recambio para reparaciones.
Su mano se levantó y la placa de metal volvió a caer
en su sitio. Powell volvió a la mesa y frotó una manzana
contra la manga antes de mordería. El rojo resplandor de los ojos
del robot detuvo un ademán.
-¿Esperas acaso que dé crédito a alguna de estas absurdas hipótesis que acabas de exponerme? - dijo lentamente -. ¿ Por quién me tomas?
Powell escupió fragmentos de manzana sobre la mesa y se puso Colorado.
- ¡Pero, maldito sea! ¡No son hipótesis, son hechos!
- ¿Globos de energía de millones de kilómetros
de anchura! - dijo Cutie amargamente -. ¡Mundos con tres billones
de seres humanos! ¡El vacío infinito!... Lo siento, Powell,
pero no creo nada de esto. Lo resolveré yo solo. Adiós.
Dio la vuelta y salió de la cámara. Pasó por delante
de Michael Donovan, hizo una inclinación de cabeza al llegar al
umbral y salió al corredor, ignorante de la expresión de
asombro de los dos hombres.
Mike Donovan se pasó la mano por el rojo cabello y dirigió
una mirada de contrariedad a Powell.
- ¿Qué diablos estaba diciendo el maldito artefacto este?
¿Qué es lo que no cree?
- Es un escéptico - dijo el otro, mordiéndose nerviosamente
el bigote -. No cree que lo hayamos fabricado, ni que la Tierra exista,
ni que haya un espacio estrellado.
- ¡Por el viejo Saturno! Ha salido un robot loco de nuestras
manos...
- Dice que va a resolver el problema él solo.
- Bien, en este caso, espero condescenderá a explicarme todo
lo que descubra - Y con súbita rabia, añadió -: ¡Oye!
¡Cómo ese montón de metal me largue a mí una
de éstas, le parto esta varilla de cromio en la espalda!
Se sentó encogiéndose de hombros y se sacó una novela del bolsillo.
- Este robot empieza a darme grima, de todos modos. Es demasiado inquisitivo. -
Mike Donovan se estaba comiendo un bocadillo de lechuga y tomate cuando Cutie llamó suavemente a la puerta y entró.
- ¿Está aquí Powell?
Donovan le contestó con voz pausada y apagada por la masticación.
- Está reuniendo datos sobre la función de las corrientes electrónicas. Parece que nos acercamos a una tormenta.
En aquel momento entró Gregory Powell, miró un papel lleno de cifras que traía en la mano y se sentó. Dejó las hojas sobre la mesa y comenzó a hacer cálculos. Donovan lo miraba, masticando la lechuga y recogiendo las migas de pan. Cutie esperaba, silencioso.
- El potencial Zeta se eleva, pero lentamente - dijo Powell levantando
la vista -. De todos modos, las corrientes funcionales son errantes y no
sé qué esperar. ¡ Ah, hola, Cutie! Creía que
estabas vigilando la instalación de la nueva barra de mando.
- Ya está instalada - dijo el robot tranquilamente - y he venido
a sostener una conversación con vosotros.
- ¡Ah!... - dijo Powell, aparentemente inquieto -. Bien, siéntate.
No, en esta silla, no. Una de las patas es floja y no resistiría
tu peso.
- He tomado una decisión - dijo el robot, después de
haber obedecido.
Donovan levantó la vista y dejó los restos de su bocadillo a un lado. Se disponía a hablar, pero Powell le hizo guardar silencio con un gesto.
- Sigue, Cutie. Te escuchamos.
- He pasado estos dos últimos días en concentrada introspección
- dijo Cutie -, y los resultados han sido de lo más interesante.
Empecé por un seguro aserto que consideré podía permitirme
hacer. Yo, por mi parte: existo, porque pienso.
- ¡Ah, por Júpiter... un robot Descartes! - gruñó
Powell.
-¿Quién es Descartes? - preguntó Donovan - Oye,
¿;es que tenemos que estar aquí sentados escuchando a este
loco metálico...?
- ¡Cállate, Mike!
- Y la cuestión que inmediatamente se presenta continuó
Cutie imperturbable -, es: ¿cuál es exactamente la causa
de mi existencia?
Powell se quedó con la boca abierta.
- Estás diciendo tonterías. Ya te he dicho que te lucimos
nosotros.
- Y si no nos crees, con gusto volveremos a hacerte pedazos - añadió
Donovan.
El robot tendió sus fuertes manos con un gesto de imploración.
- No acepto nada por autoridad. Una hipótesis debe ser corroborada
por la razón, de lo contrario, carece de valor; y es contrario a
todos los dictados de la lógica suponer que vosotros me habéis
hecho.
Powell detuvo con su mano el gesto amenazador de Donovan.
-¿Por qué dices esto, exactamente?
Cutie se echó a reír. Era una risa inhumana, la risa más mecanizada que había surgido jamás. Era aguda y explosiva, regular como un metrónomo y sin matiz alguno.
- Fíjate en ti - dijo finalmente -. No lo digo con espíritu
de desprecio, pero fíjate bien. Estás hecho de un material
blando y flojo, sin resistencia, dependiendo para la energía de
la oxidación ineficiente del material orgánico... como esto
- añadió señalando con un gesto de reprobación
los restos del bocadillo de Donovan -. Pasáis periódicamente
a un estado de coma, y la menor variación de temperatura, presión
atmosférica, la humedad o la intensidad de radiación afecta
vuestra eficiencia. Sois alterables.
- Yo, por el contrario, soy un producto acabado. Absorbo energía
eléctrica directamente y la utilizó con casi un ciento por
ciento de eficiencia. Estoy compuesto de fuerte metal, estoy consciente
constantemente y puedo soportar fácilmente los más extremados
cambios ambientales. Estos son hechos que, partiendo de la irrefutable
proposición de que ningún ser puede crear un ser más
perfecto que él, reduce vuestra tonta teoría a la nada.
Las maldiciones murmuradas en voz baja por Donovan brotaron inteligibles al levantarse frunciendo sus rojas cejas.
- ¡ Muy bien, hijo de unos desperdicios de metal! Si no te hicimos
nosotros, ¿quién te hizo?
- Muy bien, Donovan - asintió Cutie gravemente -. Esta era,
desde luego, la cuestión siguiente. Evidentemente, mi creador tiene
que ser más poderoso que yo y por lo tanto, sólo cabía
una hipótesis.
Los dos hombres de la Tierra le miraban sin expresión y Cutie prosiguió:
- ¿Cuál es el centro de las actividades aquí en la Estación? ¿Al servicio de quién estamos todos? ¿Qué absorbe toda nuestra atención?
Esperó, a la expectativa. Donovan miró asombrado a su compañero.
- Apostaría a que este amasijo de tornillos esta hablando del
mismo Transformador de Energía.
- ¿Es así, Cutie? - preguntó Powell.
- Estoy hablando del Señor - fue la fría
respuesta que siguió.
Aquello fue la señal del estallido de risas de Donovan y el mismo Powell se permitió esbozar una sonrisa. Cutie se puso de pie y sus ojos brillantes se fijaron en uno v después en el otro.
- Da lo mismo lo que penséis y no me extraña que os neguéis
a creerlo. Vosotros no tenéis que estar mucho tiempo aquí,
estoy seguro de ello. Powell mismo ha dicho que al principio sólo
los hombres servían al Señor; que después vinieron
los robots para el trabajo rutinario; y finalmente yo, para dirigir. Los
hechos son sin duda verdaderos, pero la explicación es completa
mente ilógica. ¿Quieren saber la verdad que hay detrás
de todo esto?
- Sigue, Cutie, me diviertes.
- El Señor creó al principio el tipo más
bajo, los humanos, formados más fácilmente. Poco a poco fue
reemplazándolos por robots, el siguiente paso, y finalmente me creó
a mí, para ocupar el sitio de los últimos humanos. A partir
de ahora sirvo al Señor.
- No harás nada de esto - dijo Powell secamente -.
Seguirás nuestras órdenes y te estarás tranquilo
hasta que estemos convencidos de que puedes dirigir el Transformador. ¡Escucha!
El Transformador no el Señor. Si no nos convences, serás
desmontado. Y ahora, si no te importa... puedes marcharte. Y llévate
estos datos y regístralos debidamente.
Cutie aceptó los gráficos que le tendían y salió
sin decir palabra. Donovan se echó atrás en su silla y se
mesó los cabellos.
- Ese robot nos va a dar trabajo. ¡ Está como una cabra!
- El haz de Estación 4 capta Marte en horario. podemos cortar los nuestros ya.
Powell parecía abstraído.
- Cutie está en el cuarto de máquinas. Le daré la señal y puede hacerse cargo de ello. Oye, Mike, ¿qué piensas de estas cifras?
Donovan las estudió atentamente y lanzó un silbido de perplejidad.
- ¡Hombre, esto es lo que yo llamo intensidad de rayos gamma!
El viejo Sol hace de las suyas... - respondió Powell amargamente
-, estamos en mala posición para aguantar una tormenta de electrones,
además. Nuestro haz de Tierra está probablemente en el sendero
indicado. - Apartó su silla de la mesa - ¡Cuernos! ¡Si
tan sólo aguantase hasta que venga el relevo, pero lleva ya diez
días! Oye, Mike, ¿ y si fueses abajo a echar una mirada a
Cutie?
-O.K. Dame algunas de estas almendras. - Agarró el saquito que
le arrojó Powell y se dirigió hacia el ascensor.
El instrumento se deslizó suavemente hacia abajo y se detuvo
en la pequeña puerta de la sala de máquinas. Donovan se asomó
a la barandilla y miró hacia abajo.
Los enormes generadores estaban en plena acción y de los tubos-L
salía el agudo silbido que saturaba toda la estación.
Vio la enorme y reluciente figura de Cutie al lado del tubo-L de Marte,
observando atentamente los demás robots que trabajaban al unísono.
Y entonces Donovan se quedó rígido. Los robots, que parecían
empequeñecidos junto el enorme tubo-L, estaban alineados delante
de él, con la cabeza doblada en ángulo recto, mientras Cutie
andaba lentamente arriba y abajo por delante de ellos. Transcurrieron quince
segundos y entonces, con un estruendo metálico que retumbó
en la estancia, cayeron todos de rodillas.
Donovan bajó precipitadamente la estrecha escalera. Corrió
hacia ellos, con el rostro rojo como sus cabellos, agitando furiosamente
los puños en el aire.
-¿Qué diablos significa esto, idiotas sin seso? ¿Ocupense del tubo-L! Como no lo tengan en perfecta condición, limpio, antes de que termine el día, les coagulo el cerebro con corriente alterna!
Ni un solo robot se movió.
Incluso Cutie, en el extremo, el único que estaba de pie, permaneció
silencioso, con la mirada fija en los oscuros rincones de la gran máquina
que tenía delante. Donovan dio un fuerte empujón al primer
robot.
- ¡Levántate! - rugió.
Lentamente el robot obedeció.
Sus ojos fotoeléctricos se fijaron con reproche sobre el hombre de la Tierra.
- No hay más Señor que el Señor
– dijo -, y QT.1 es su profeta.
- ¿Eh?... - Donovan se encontró frente a veinte pares
de ojos fijos en él y veinte voces de timbre metálico que
declaraban solemnemente:
- No hay más Señor que el Señor y QT.1 es su
profeta. .
- Temo - dijo Cutie al llegar a este punto -, que mis amigos obedecen
ahora a alguien más alto que tú.
- ¡Qué diablos dices! ¿Sal de aquí inmediatamente!
Ya te arreglaré las cuentas más tarde, y a estos chismes
animados, ahora mismo.
- Me apena - dijo Cutie lentamente moviendo despacio la cabeza -, pero
veo que no me entiendes. Todos estos son robots, y por lo tanto seres dotados
de razón. Les he predicado la Verdad y ahora reconocen
al Señor. Me llaman el Profeta. Soy indigno
de ello - añadió bajando la cabeza, pero quizá...
Donovan consiguió recobrar el aliento e hizo uso de él.
- ¿Sí, eh?... ¡Vaya, qué bonito!. - . Pues
escucha que diga una cosa, chimpancé de bronce. Aquí no hay
tal Señor, ni tal Profeta, ni es cuestión de quién
da órdenes. ¿Entendido? - Su voz, se convirtió en
un mugido -. ¡Y ahora, fuera de aquí!
- Obedezco solamente al Maestro.
- ¡Al diablo el Maestro! - Donovan escupió sobre el tubo-L
- ¡ Esto para el Maestro! ¡ Haz lo que te digo!
Ni Cutie ni los demás robots dijeron una palabra, pero Donovan se dio cuenta de un aumento de tensión. Los ojos fríos aumentaron la intensidad de su color, y Cutie parecía más rígido que nunca.
- ¡Sacrílego! - murmuró, con voz metálica emocionada.
Donovan tuvo la primera sensación de miedo al ver aproximarse a Cutie. Un robot no puede sentir odio, pero los ojos de Cutie eran inescrutables.
- Lo siento, Donovan - dijo el robot -, pero después de esto no pueden seguir por más tiempo aquí. Por consiguiente, Powell y tú tienen vedado el acceso a la sala de control y la sala de máquinas.
Había hecho un gesto pausado y en el acto dos robots sujetaron
los brazos de Donovan.
Donovan no tuvo tiempo de hacer más que una angustiada aspiración
antes de sentirse levantado y llevado escaleras arriba a la velocidad de
un buen galope.
- ¿Por qué diablos tenias que escupir contra el tubo-L?
Mike Donovan se desplomó sobre el sillón y golpeó el brazo furiosamente.
- ¿;Qué querías que hiciera con este espantajo
electrificado? ¡No voy a doblegarme ante sus caprichos!, - ¿verdad?
- No; Pero ahora estamos en la sala de oficiales con robots de centinela
en la puerta. Esto no es doblegarse. ¿Verdad?
Espera a que lleguemos a la base. Alguien pagara todo esto - dijo Donovan
-. Los robots deben obedecernos: Es la Segunda Ley.
- ¿De qué sirve esto? No nos obedecen. Y esto responde
seguramente a una razón que descubriremos demasiado tarde. A propósito.
¿Sabes lo que nos ocurrirá cuando estemos de regreso en la
Base?
Se detuvo delante del sillón de Donovan, furioso.
- ¿Qué?
- ¿Oh, nada! -. Veinte años de Minas de Mercurio. O quizá
el Presidio de Ceres.
- ¿;Qué estás diciendo?
- La tempestad de los electrones que se acerca. -: ¿Sabes que
avanza directamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababa de calcularlo
cuando el robot me ha levantado de la silla. ¿Y sabes lo que le
va a pasar al haz? Porque la tormenta va a ser de alivio. Que va a saltar
como una pulga con el contacto. Y todo esto con Cutie solo en los controles,
y si sale de foco... que el Cielo proteja a la Tierra..., y a nosotros.
Donovan sacudía frenéticamente la puerta cuando Powell
estaba sólo a medio camino de ella. La puerta se abrió y
el hombre de la Tierra avanzó, pero encontró un duro e inamovible
brazo de acero que lo detuvo.
El robot lo miraba con indiferencia.
- El Profeta ha dado orden de que no se muevan. Por favor, obedescan
El brazo se movió, Donovan fue empujado hacia dentro y en aquel momento apareció Cutie por el fondo del corredor. Apartó con un gesto suavemente la puerta. Donovan se dirigió a Cutie jadeando, indignado.
- ¡Esto ha ido va bastante lejos! ¡Vas a pagar cara esta
farsa!
- Por favor, no te enojes dijo el robot con suavidad -, tenía
forzosamente que ocurrir. Los dos han perdido su función...
- Hasta que fui creado ustedes velaban por el Maestro. Este
privilegio me pertenece ahora a mí y por consiguiente, la razón
de ser de su existencia ha desaparecido. ¿No es esto evidente?
- No mucho - respondió amargamente Powell -, pero ¿qué
crees que vamos hacer ahora?
Cutie no contestó enseguida. Permaneció silencioso como si reflexionase sobre el hombro de Powell. El otro agarró a Donovan por la muñeca y lo acercó.
- Me caen bien los dos. Son criaturas inferiores, pero siento realmente cierto afecto por ustedes. Han servido fielmente al Señor y Él se los recompensará. Habiendo terminado su servicio, no existiran probablemente por mucho tiempo, pero mientras existan, tenemos que procurarles comida, ropas y abrigo, a condición de que se mantengan apartados de la sala de controles y de máquinas.
- ¿Nos está poniendo a pensión, Greg! - gritó
Donovan -. ¡Haz algo, chingada madre! ¡Es humillante!
- Oye Cutie, no podemos tolerar esto. Somos los amos. Esta Estación
ha sido exclusivamente creada por seres humanos como yo, seres humanos
que viven en la Tierra y otros planetas. Esto no es más que un colector
de energía. Tú no eres más que... ¡Al... cuerno!
Cutie movió la cabeza gravemente.
- Esto frisa ya la obsesión. ¿Por qué insisten en un punto de vista tan radicalmente falso? Aun admitiendo que los no-robot carecen de la facultad de razonar, queda todavía el problema de...
Su voz se desvaneció en un reflexivo silencio y Donovan dijo, en un susurro saturado de intensidad:
- Si tuvieras un rostro de carne y hueso te lo rompería.
Con los dedos, Powell se acariciaba el bigote y sus ojos brillaban.
- Escucha, Cutie, si no existe una cosa que se llama Tierra, ¿cómo
te explicas lo que ves por el telescopio?
- ¿Perdona...?
- ¿Te he ganado, eh? - dijo Powell -. Desde que estamos juntos
has hecho muchas observaciones telescópicas, Cutie. ¿ Has
observado que muchos de estos puntos luminosos se convierten en disco cuando
los ves así?
- ¡ Oh, esto!... Si, ciertamente. Es una mera ampliación
con el propósito de dirigir más exactamente el haz.
- ¿Por qué no aumentan igualmente de tamaño las
estrellas, entonces?
- ¿Quieres decir los demás puntos? No se les manda haz
alguno, de manera que no necesitan ampliación. Verdaderamente, Powell,
incluso deberías ser capaz de comprender esto.
- ¡Pero ves más estrellas a través del telescopio!
- dijo Powell, mirándolo perplejo -. ¿De dónde vienen?
¿De dónde demonios vienen, por Júpiter?
- Escucha, Powell - dijo Cutie, contrariado -. ¿Crees que voy
a perder el tiempo tratando de buscar interpretaciones físicas de
todas las ilusiones ópticas de nuestros instrumentos? ¿Desde
cuándo puede compararse la prueba ofrecida por nuestros sentidos
con la clara luz de la inflexible razón?
- Mira - intervino Donovan súbitamente, liberándose del
amistoso, pero pesado brazo metálico de Cutie -, vamos al fondo
de la cuestión. ¿Para qué sirven los haces? Te estamos
dando una explicación lógica. ¿Puedes hacer tú
algo mejor?
- Los haces de luz son emitidos por el Señor para
cumplir sus designios. Hay ciertas cosas - añadió elevando
piadosamente los ojos - que no deben sernos probadas; en esta materia,
trato sólo de servir y no de interrogar.
Powell se sentó y hundió el rostro en sus manos temblorosas.
- Sal de aquí, Cutie. Sal de aquí y déjame pensar.
- Te mandaré comida - dijo Cutie amablemente.
Un gruñido fue la única respuesta y el robot salió.
- Greg - dijo Donovan en voz baja y sombría -, esto requiere
estrategia. Tenemos que aplicarle un cortocircuito en el momento en que
no lo espere. Acido nítrico concentrado en las articulaciones.
- No digas tonterías, Mike. ¿ Crees acaso que nos dejará
acercarnos a él con ácido nítrico en las manos? Tenemos
que hablar con él, te digo. Tenemos que convencerlo de que nos deje
tomar de nuevo posesión de la sala de control antes de cuarenta
y ocho horas, o seremos reducidos a papilla. Pero - añadió
balanceándose, desalentado ante su impotencia - ¿quién
va a discutir con un robot?
- Es vejatorio... - terminó Donovan.
- ¡Peor!
- ¡Oye! - dijo Donovan, echándose a reír -. ¿Por
qué discutir? ¡Demostrémoselo! Construyamos otro robot
ante sus propios ojos tendrá que tragarse sus palabras, entonces!
En el rostro de Powell apareció lentamente una sonrisa que se fue ensanchando.
- ¡Y piensa en su cara de espanto cuando nos vea hacerlo! - terminó Donovan
- ¡Vamos ya con el cerebro Mike! - gruñó Powell.
Donovan abrió un receptáculo herméticamente cerrado
y del baño de aceite del interior sacó un segundo cubo. Abriendo
éste a su vez, sacó un globo de su revestimiento de esponja
de goma.
Lo manejó rápidamente por que era el mecanismo más
complicado jamas creado por el hombre. En el interior de la tenue piel
chapada de platino del globo, había un cerebro positónico,
en cuya inestable y delicada estructura habían insertados
senderos neutrónicos calculados, que dotaban a cada robot de lo
que equivalía una educación prenatal.
El cerebro se adaptaba exactamente a la cavidad craneana del robot.
El metal azul se cerró y quedó sólidamente soldado
por la diminuta llama atómica. Se adaptaron cuidadosamente los ojos
electrónicos, fuertemente atornillados en su lugar y cubiertos por
una delgada hoja transparente de plástico de la dureza del acero.
El robot sólo esperaba ya la vitalizadora corriente de una electricidad
de alto voltaje, y Powell se detuvo con la mano sobre el interruptor.
- Ahora mira esto, Cutie. ¡Fíjate atentamente!
El interruptor estableció el contacto y se oyó un zumbido.
Los dos terrestres se inclinaron emocionados sobre su creación.
Al principio sólo se produjo un leve movimiento en las articulaciones.
La cabeza se levantó, los codos se apoyaron sobre la mesa y el robot
modelo MC bajó torpemente al suelo. Su paso era inseguro y dos veces
unos infructuosos gruñidos fueron todo lo que se consiguió
sacarle en materia de palabra. Finalmente su voz, incierta y vacilante,
adquirió forma.
- Quisiera empezar a trabajar. ¿Dónde debo ir?
Donovan corrió hacia la puerta.
- ¡Baja estas escaleras! - dijo -. Ya te dirán lo que debes hacer.
El robot MC se había marchado y los dos hombres estaban solos delante del inconmovible Cutie.
- Y bien, ¿ crees ahora que te hemos hecho nosotros?
- ¡No! - fue la respuesta corta y categórica de Cutie.
Powell frunció intensamente el ceño y después fue relajándose. Donovan abrió la boca y permaneció así.
- ¿Que no lo ven? - continuó Cutie tranquilamente -. No
han hecho más que juntar piezas ya creadas. Lo han hecho extraordinariamente
bien, por instinto supongo, pero en realidad no han creado a el robot.
Las piezas habían sido creadas por el Señor.
- Escucha - dijo Donovan, con voz enronquecida -, estas piezas han
sido fabricadas en la Tierra y mandadas aquí.
- Bien, bien... - dijo Cutie, tranquilizador -, no discutamos...
- No es ésta mi intención. - Donovan saltó hacia
delante y agarró el brazo del robot -. Si fueras capaz de leer los
libros de la biblioteca, te lo explicarían de modo que no te quedaría
la menor duda.
- ¡Los libros... los he leído! ¡Todos! Son muy ingeniosos.
Powell intervino súbitamente.
- Si los has leído, ¿ Que más hay que decir? No
puedes negar su evidencia. ¡No puedes!
- Por favor, Powell - dijo Cutie con la compasión en la voz
-, no puedo considerarlos como una fuente valida de información.
También ellos fueron creados por el Señor...
y lo fueron para ti, no para mí.
- ¿Cómo has descubierto esto? - preguntó Powell.
- Porque yo, como ser dotado de razón, soy capaz de deducir
la
Verdad de las Causas a priori. Tú, ser inteligente, pero
sin razón, necesitas que se te dé una explicación
de la existencia, y esto es lo que hizo el Señor.
Que te procurase estas visibles ideas de mundos lejanos y pueblos, es,
sin duda, excelente. Sus mentes son demasiado vulgares para comprender
la Verdad absoluta. Sin embargo, puesto que es la voluntad
del Señor que den crédito a sus libros, no quiero discutir
eso con ustedes.
Al marcharse, se volvió y en tono más amable, dijo:
- No hay nada que temer. En el plan de las cosas del Señor hay sitio para todo. Ustedes, los pobres humanos,tienen tambien su lugar, y, si bien es humilde, seran recompensados si lo ocupan dignamente.
Se marchó con el aire de beatitud propio del Profeta del Señor y los dos seres humanos permanecieron solos, evitando mirarse.
- Vámonos a la cama, Mike, abandono - dijo Powell haciendo un
esfuerzo.
- Oye, Greg - dijo Donovan con voz ronca -, ¿no creerás
que tiene razón en todo esto, verdad? Parece tan seguro de sí
mismo que...
- No seas idiota - dijo Powell volviéndose rápido - Ya
te convencerás de que la Tierra existe cuando vengan los relevos
la semana próxima y tengamos que regresar a escuchar el concierto.
- Entonces... ¡por la salud de Júpiter!, tenemos que hacer
algo. - Casi lloraba -. No nos cree ni a nosotros, ni a los libros, ni
a sus ojos.
- No - dijo Powell amargamente - ¡Es un robot con razón,
maldita sea, con sus propios postulados! Cree sólo en la razón,
y esto tiene un inconveniente... - Su voz se desvaneció.
- ¿Cuál es?
- Que por la pura razón y la lógica se puede probar cualquier
cosa... si encuentras el postulado apropiado. Nosotros tenemos los nuestros
y Cutie tiene los suyos.
- Entonces veamos estos postulados enseguida. La tempestad es mañana.
- Aquí es donde falla todo - dijo Powell con un suspiro de desaliento
-. Los postulados están establecidos por la suposición y
reforzados por la fe. Nada en el Universo puede conmoverlos. Me voy a la
cama.
- ¡Oh, maldita sea!¡No voy a poder dormir!.
- Yo tampoco. Pero siempre puedo intentarlo... por cuestión
de principio.
Doce horas después el sueño seguía siendo esto,
una cuestión de principios, inalcanzable, en la práctica.
- No han contestado a la señal, de manera que he venido dijo en voz baja -. No tienen buen semblante y temo que el término de su existencia no esté lejano. Sin embargo, ¿quieren ver algunas de las anotaciones registradas hoy?
Powell se daba vagamente cuenta de que el robot trataba de mostrarse amistoso, quizá para apagar sus remordimientos, restableciendo a los humanos en el mando de la estación. Cogió las hojas de papel de la mano, que se las tendía y las miró sin verlas.
- Desde luego, es un gran prodigio servir al Señor - dijo Cutie, al parecer satisfecho -. No deben tomar a mal que los haya reemplazado.
Powell lanzó un gruñido y siguió recorriendo maquinalmente
las hojas de papel basta que se fijó en una tenue línea roja
que cruzaba la hoja.
Miró... y volvió a mirar. Se apoyó con fuerza
sobre los puños y se levantó, sin dejar de mirar. Las demás
hojas cayeron al suelo, mezcladas.
- ¡Mike! ¡Mike! - Sacudió a su amigo furiosamente
-. ¡Se mantiene en dirección!.
-¿Eh? ...¿Cómo? - preguntó Donovan, volviendo
en sí, mirando también con los ojos salidos, la hoja que
tenía delante.
- ¿Qué ocurre? - preguntó Cutie.
- Te has mantenido en el foco - gritó Powell - ¿Lo sabias?
- ¿Foco? ¿Qué es eso?
- Has mantenido el haz dirigido exactamente a la estación receptora...
dentro de tina diezmillonésima de segundo de arco.
- ¿Qué estación receptora?
- Tierra. La estación receptora es Tierra - balbució
Powell -. Has mantenido la dirección del foco.
Cutie giró sobre sus talones, contrariado.
- Es imposible mostrar la menor amabilidad con ustedes. ¡Siempre el mismo fantasma! No he hecho más que mantener todas las esferas en equilibrio de acuerdo con la voluntad del Señor.
Y recogiendo los esparcidos papeles, se retiró secamente; una
vez hubo salido, Donovan se volvió hacia Powell y dijo:
- ¡Júpiter me confunda!... Bien, ¿y qué
hacemos?
- Nada - dijo Powell, cansado -. Nada. Nos ha demostrado que puede
dirigir perfectamente la estación, jamás he visto hacer mejor
frente a una tempestad de electrones.
- Pero esto no resuelve nada. Ya has oído lo que ha dicho del
Señor. No podemos...
- Mira, Mike, sigue las instrucciones del Señor a
ha través de relojes, esferas, gráficos e instrumentos. Esto
es lo que siempre hemos hecho nosotros. En realidad, equivale a negarse
a obedecer. La desobediencia es la Segunda Ley . No hacer daño a
los humanos es la primera.¿Cómo podía evitar hacer
daño a los humanos sabiéndolo o no? Pues manteniendo el haz
de energía estable. Sabe que es capaz de mantenerlo más estable
que nosotros, ya que insiste en que es un ser superior, y por esto tiene
que mantenernos alejados del cuarto de controles. Si tienes en cuenta las
leyes Robóticas, es inevitable.
- Bien, pero no es ésta la cuestión. No podemos consentir
que siga con el sonsonete ese del Señor.
- ¿Porqué no?
- Porque ¿quién ha oído jamás decir estas
tonterías? ¿Vamos a dejar que siga manteniendo la estación
si no cree en la existencia de la Tierra?
- ¿Puede dirigir la Estación?
- Sí pero...
- Entonces, ¿qué más da que crea una cosa que
otra?
Powell extendió los brazos con una vaga sonrisa de satisfacción
y cayó de espaldas sobre la cama. Estaba dormido.
Powell seguía hablando mientras luchaba por endosarse su ligera
chaqueta del espacio.
- Será muy sencillo. Puedes traer nuevos modelos QT uno por uno, los equipas con un conmutador de lanzamiento automático que actúe en el plazo de una semana, como para darles tiempo de aprender... el.. el culto del Señor, de boca del mismo Profeta; después los conmutas con otra estación para revitalizarlos. Podemos tener dos QT por...
Donovan levantó su visor de glasita y se rió.
- Cállate y vámonos de aquí. El relevo espera y no estaré tranquilo hasta que sienta la superficie de la Tierra bajo mis pies..., sólo para estar seguro de que realmente existe.
La puerta se abrió mientras estaba hablando y Donovan volvió
a cerrar inmediatamente el visor de glasita, volviéndose enojado
hacia Cutie.
El robot se acercó a ellos lentamente.
- ¿Ya se van? - preguntó con una nota de pesar en la voz.
- Vendrán otros en nuestro lugar - respondió Powell.
- Su tiempo de servicio ha terminado y la hora de la disolución
ha llegado,- dijo Cutie con un suspiro.- Lo esperaba, pero... En fin, la
voluntad del Señor debe cumplirse...
- Ahorra tu compasión - saltó Powell, indignado por el
rollo resignado de Cutie -. Nos vamos a la Tierra, no a la disolución.
- Es mejor que lo crean así - suspiró nuevamente el robot
-. Ahora comprendo la cordura de la ilusión. No quisiera tratar
de conmover su fe, aunque pudiese. -
Y se marchó, convertido en la imagen de la compasión.
- ¿Cómo va la Tierra? - preguntó Powell, quedándose atrás.
Era una pregunta bastante convencional y Muller dio la respuesta convencional que merecía:
- Sigue girando.
- Bien - dijo Powell.
- En el U. S. Robots han ideado un nuevo tipo, a propósito
- dijo Muller, mirándole -. Un robot múltiple.
- ¿Un qué?
- Lo que he dicho. Hay un importante contrato de tiene que ser adecuado
para los trabajos de minería en los asteroides. Es un robot principal,
con seis robots alrededor. Como tus dedos.
- ¿Lo han probado ya? - preguntó Powell con ansiedad.
- Te están esperando a ti, he oído decir - dijo Muller
sonriendo.
- ¡Maldita sea!... - exclamó Powell, cerrando el puño.
- Necesito vacaciones.
- ¡Oh, las tendrás! Dos semanas, creo.
Se estaba poniendo los gruesos guantes del espacio para su estancia allí y sus espesas cejas se juntaron.
- ¿Y que tal va este nuevo robot? Será mejor que se porte bien o antes me condeno que dejarle tocar los mandos.
Powell hizo una pausa antes de contestar. Sus ojos recorrieron el cuerpo del orgulloso prusiano desde su cabello encrespado hasta los pies, reglamentariamente cuadrados ..., y un súbito resplandor de sincera alegría recorrió su cuerpo.
- El robot es muy bueno - dijo lentamente -. No creo que tengas que preocuparte mucho de los mandos.. -
Hizo una mueca y entró en la nave. Muller tenía que estar allí varias semanas...
Tomado de YO, ROBOT por Isaac Asimov
Ediciones edhasa
Nebulae No. 1
1978
Agradecemos a Diaspar su trabajo realizado para la transcripción
de este relato.
La públicación de este relato no se hace
con afán de lucro, sino como una forma de promociónar la
lectura de ciencia ficción.
Compre el libro de Edhasa
Algo sobre el autor:
Isaac Asimov es un nombre que no necesita presentación
en el mundo de la ciencia ficción. Es un verdadero maestro del relato
y sus trabajos han sido traducidos a multitud de idiomas en todos los paises.Para
la gran mayoria de los lectores del género, Isaac Asimov es
algo así como el San Pedro del cielo de la C.F. pues a muchos nos
ha recibido y abierto las puertas para navegar en este facinante mundo.
Entre sus mejores obras se encuentra La Serie de las Fundaciones,
en especial Fundación, Fundación e Imperio
y Segunda Fundación; Guijarro en el Cielo y Yo
Robot, el libro de donde Diaspar amablemente a obtenido este
relato