-Todo irá bien chicos. Llevo mis calzoncillos de la suerte.
-¿Cuáles? ¿Los de Mickey Mouse?. Dios santo.
Tartt, ¡lávalos de una vez! Llevas veintitrés días
con ellos puestos.
Impongo orden. Tartt no pierde su buen humor. Está completamente chiflado. Su impresionante talento en mnemotecnia sólo es comparable a su falta de higiene. Dicen que en su cerebro hay más chips que neuronas, aunque a juzgar por su anómalo comportamiento, de ser cierta dicha aseveración no parece que ese cambio de células por silicio haya sido para mejor. En su cabeza atesora las claves que nos permitirán pilotar la lanzadera japonesa hasta la estación lunar Joe Haldeman ... si todo sale bien. Me gusta creer en los milagros aunque jamás he presenciado uno.
Janine aferra sus dos estuches que contienen el equipo de cowboy con férrea y patética determinación. Es cuanto le queda. Sólo el software vale diecisiete millones de dólares y, aunque devaluados, diecisiete millones son una pasta. Presento al profesor Zacarías Scharporv. Con sus ojos artificiales color frambuesa y su juventud - gastada por tanto tiempo de trabajo a gravedad cero- habla despacio, haciendo oscilar su desgastada vestimenta científica color azafrán. Su prestigio es tan grande como su ego. No puede regresar a la Tierra. Se me ocurren diversas hipótesis pero ninguna me gusta. La más extendida fue la de que se tuvo que acoger a la expedición en Marte para eludir un juicio por violación de una de sus jóvenes alumnas. Sus piernas son esqueléticas, no hace otro ejercicio que el de comer. En la sala se palpa la impaciencia y el nerviosismo.
-Cuando llegamos a Marte, hace años, buscamos vida inteligente.
No buscamos bien. Ahora los japoneses la han encontrado.
-¿Quiere decir que los marcianos existen? -pregunta Janine.
-Sí. A pesar de esa dañina luz ultravioleta y una
atmósfera rica en dióxido de carbono. Durante mucho tiempo
en la Tierra se dieron las mismas condiciones. Desde el principio supimos
que si queríamos encontrar marcianos tendríamos que recurrir
al microscopio.
-¿Qué son, profesor?
-Microbios, sólo microbios. Nuestras expediciones científicas
y las americanas y las australianas han fracasado. Pero no así las
japonesas Han encontrado vida. Ellos llevaban años preparando esto.
Somos recién nacidos a su lado. Pero no queremos perder el tren.
Así que vamos a tomar el plato que ellos han cocinado. Su parte,
Harry.
-Bien chicos. Esto es lo que debéis saber. Hace tres años
una cowboy inexperta logró entrar en un sistema de seguridad japonés.
La información que extrajo ha llenado de miedo a los peces gordo
de ahí abajo. Ella pagó con la vida su éxito y no
debemos desaprovechar su sacrificio. Los japoneses pretenden llevar a cabo
un avanzado proyecto que tiene como sustento esos microbios - tomo aire
para respirar. Las conversaciones largas se convierten en una tortura.
Sudo como un cerdo. La Renania es una verdadera olla en la que nos cocemos
a fuego lento. Odio esta estación espacial-. Nos lo llevamos y corremos.
Lo de siempre. No es tan fácil como otras veces. Pero los tiempos
cambian.
-¿Cuál es el problema, boss?
-Pretenden llevar esas muestras a la Tierra.
-¿Y qué? -clama Janine
-Veamos un ejemplo -Scharporv sonríe. Necesita urgentemente
unos dientes nuevos -.¿Alguien ha leído Crónicas Marcianas
de Ray Bradbury? - se hace un espeso silencio. No parece buena idea hablar
de libros.- La imaginaria civilización marciana que creó
ese escritor sucumbe al primer contacto con el hombre. ¿Causa? La
varicela que el hombre había traído desde la Tierra.
-¿No podría ser más claro? -pide una voz
anónima.
-Nuestro sistema inmunológico es limitado. ¿Estamos
en condiciones de subsistir a esos microbios que han sido capaces de habitar
en un mundo tan hostil? - el profesor dejó la pregunta en el aire-.
-¿Y la cuarentena obligatoria? -pregunta Tartt. El científico
me mira para que sea yo quien responda. Para que conteste convincentemente
sin revelar más datos de los necesarios.
-Los servicios de inteligencia afirman que los japoneses tienen
planeado un modo para lograr saltarla. -carraspeo ligeramente- Es factible
que lo logren. Hemos de frenarlos aquí y ahora. Ése es el
plan.
-Pero ellos morirán también si desatan ese virus
o una enfermedad desconocida.
-Han descifrado sus mensajes codificados. Los analistas estiman
que se hallan en condiciones de controlarlo. Si Japón lleva a cabo
su política expansionista en el sureste asiático tiene ahora
un arma devastadora que no dejaría huella alguna. La población
terrestre resultaría afectada en un período que oscila entre
cincuenta y ocho y setenta horas. Casi un noventa por ciento de los infectados
moriría.
-¿Quieren que entremos en esa nave, verdad? ¿Y
cómo sabemos que no nos vamos a infectar nosotros? ¿Han pensado
en eso, boss?
-Por supuesto, Evans. La CIA y la NASA colaboran con la Agencia
Europea en esto. No han dejado cabos sueltos. Y, para su tranquilidad,
los microbios viajan aislados, sellados y congelados. No hay riesgo de
contagio. El único peligro real son los calzoncillos de Tartt –risas-
Es el olor de la buena suerte.
-¿Cómo vamos a escapar, boss? ¿No pretenderá
que permanezcamos aquí?
-En absoluto. Nos iremos en la lanzadera japonesa. Varios de
nosotros sabemos tripularla y leer sus códigos. Janine nos abrirá
el ordenador central o yo la abriré en canal a ella con un destornillador.
No tardé mucho en descubrir el código. El coqueto y tranquilo apartamento apestaba a sudor y semen. No hacía falta mucha imaginación para imaginar qué habían estado haciendo para ocupar su tiempo. Jimmy Stevenson era portador de una mente privilegiada que, reforzada por cientos de implantes, me permitiría atacar nuestro objetivo. Él me otorgaría el tiempo indispensable para soltar el virus. Un virus no es más que un programa y yo había gastado dos años de mi vida en un monasterio cisterciense diseñando éste. Aquel fue mi mejor momento como creador, un virus es destructor pero también lleva intrínsecamente una enorme belleza. La elegancia del asesino con smoking. Aquel era un proyecto cargado de amor por lo bien realizado, el dinero había dejado de ser un problema, era, como mucho, un estímulo.
-¿Cómo es posible, Rick? Un hombre posee una barba
de 15.000 pelos y tú, a tus diecisiete años, no tienes todavía
ninguno.
-Hormonas Harry, mucha pasta gastada en hormonas - sonrió
mientras seguía contemplando en el holoproyector un concurso de
air-bagging. Con coches de gasolina se lanzaban a toda velocidad contra
una pared de hormigón, a mayor velocidad más dinero. A veces
aquellos viejos trastos con air-bag no funcionaban, la mayoría se
descoyuntaban en el choque, ahí estaba la gracia, claro. Rick, el
complaciente compañero de Jimmy, un homosexual poseur, andrógino
y caprichoso bebía su refresco. Siempre he sido tildado de ser frío.
Llevaba semanas sabiendo que iba a suprimirlo. No es como en los holofilms.
No hay discusiones, ni peleas. Nadie alza una pizca la voz. Nadie modifica
sus comportamientos. La muerte se acerca con una sonrisa en los labios.
-No deberías beber tanto refresco light. Rebosa ciclamato
y es cancerígeno.
-Harry, es probable que seas inmortal, no conozco a nadie tan
viejo como tú en este negocio, pero déjame con mis vicios.
Nadie pretende llegar a tus gloriosos treinta y ocho.
Un discreto ulular sonó en mi bolsillo, desconecté el teléfono. Era Joe. Mi agente. Él había negociado este contrato. Un cabronazo. El más borde y elegante de los agentes en el mundo de la información ilegal. Vendería a su madre por un tres por ciento. Tal vez incluso por un dos setenta y cinco.
-Te retrasas. ¿Todo listo por ahí?
-Deberías estar en España con Bertha. He contactado
con mamá en Madrid y todavía no habías llegado.
-Hemos salido de New York hace diez minutos, lo de siempre: problemas
con el satélite, no conectaba bien con el piloto automático.
Cuando no es eso son los reactores de hidrógeno. Hemos nacido perfeccionistas
en un mundo chapucero. De todos modos ya estamos en la estratosfera, en
50 minutos habré llegado. Con Bertha. ¿Has hecho los deberes?
-Estoy en ello. Estoy en ello.
-¡Go-ahead!
En ese momento salió Jimmy de la ducha, con el rostro feliz, sonriente. Relajado después de su dosis de sexo. Jimmy fue siempre un pesimista feliz. Una rara avis. Practicar el sadomasoquismo con jovencitos no elevaba mi concepto sobre su persona pero resultaba práctico pues mantenía su equilibrio en el ordenador. Además, su prestigio facilitaba los contratos.
Encendí un cigarrillo. Traté de concentrarme en el trabajo. En este negocio hay gilipollas listos y los hay tontos. Yo los prefiero listos porque los tontos se comportan de modo imprevisible. Cuando el gilipollas es tu cliente hay que enseñarle cómo funcionan las cosas. Es el precio que pagas si traspasas el límite. A veces eres tú el que paga el error del cliente. En algunas ocasiones tienes que intuir de dónde va a venir el golpe. Pura rutina.
-En el correo electrónico hay un mensaje de nuestro cliente.
-¿Qué? ¿Ese loco nos manda recados? -verifiqué
rápidamente. Su lectura fue cabreante: "Un hombre no se acuesta
con serpientes. Víctor."
Me entretuve pensando. Para ir deprisa razona despacio. Es lo que siempre me he dicho. No debe ser una mala política porque todavía sigo con vida. Víctor era el nombre en clave de nuestro cliente. Nuestro indiscreto cliente era tan ambicioso como impaciente, así le ha ido. Le gustaba controlarlo todo respecto de sus empleados. Casi todos los hombres de negocios son así: señores feudales. Que tuviera conocimiento de mi affaire con la hija de von Rilke resultaba una hipótesis poco probable dado el escaso lapsus de tiempo. Que estuviera vendiendo a su hombre en mi equipo era una absoluta estupidez. Rick portaba implantes de localización en su cerebro, llevaba un pasajero como se dice en el argot. Por eso yo no había unido a Jimmy con el resto del equipo. Precaución lógica. Tesis. Antítesis. Síntesis: Víctor era un gilipollas. Un gilipollas con dinero. Alguien acostumbrado a controlar, manosear y decidir acerca de las vidas privadas de sus subordinados, decidir por ellos lo que era correcto o no, lo que se haría y lo que no.
Pero había firmado un contrato. Un contrato sellado y formal. Con su actitud me revelaba que el hombre que había infiltrado en mi equipo le había soplado los comportamientos sexuales alocados de mi experto con jovencitos de toda procedencia. Violación de las cláusulas. O proceder rápido o evidenciarnos antes de empezar. En este mundo la vida depende tan sólo de ser un segundo más rápido que los demás.
-Jimmy, ¿tienes ekaldotenima? Creo que voy a necesitar
una buena dosis. He pasado un noche horrible. Necesito un par de pastillas.
-Claro Harry -marchó sumiso hacia el baño. Deslicé
el seguro y activé el arma. El arma avanzaba con parsimonia por
el carril oculto bajo la manga de mi camisa hasta rozar la palma de mi
mano. Dejar caer (fingiendo torpeza) el cigarro sobre la alfombra es un
arte. Rick centró su atención en la colilla y torció
el rictus dispuesto a recriminarme mi estupidez. La bala le perforó
el cráneo y le explotó dentro de la cavidad craneal esparciendo
una generosa dosis de casquería por toda la habitación. Entre
la carne, si uno se esforzaba, podían verse abundantes microchips.
Enciendí otro cigarro. Jimmy soltó el vaso haloideo y dejó
caer las píldoras, miré al vaso que no consiguió romperse
en su caída contra el suelo. En el ciberespacio Jimmy es un seguro
de vida pero en la vida real sólo piensa con el pene. Si no me lo
hubiera encontrado hace cinco años habría muerto de pura
estupidez. No te metas en lo que no puedas manejar. Esa regla hay que respetarla
siempre.
-¡Oh, no!. ¿Por qué Harry? En la cama era
fabuloso y en el ordenador un discípulo perfecto.- comenzó
a sollozar.
-Trabajaba para Víctor. Éste ha contratado un equipo
de seguimiento.
-No te creo. Rick... él no, nunca.
-Joe pactó una cláusula en nuestro contrato. Con
la indemnización que nos adeuda podrás consolarte con una
docena de efebos. Ahora deja de gimotear y al trabajo.
-¿Y qué pasa con todo esto? ¿Qué
pasa con él? ¿Y mis sentimientos?
-Para tí todos los adolescentes son hermosos. Encontrarás
otros. Ponte las pilas. Tenemos un trabajo duro entre manos. Dispones de
seis minutos para empaquetar tus cosas. Mientras yo arreglaré una
limpieza.
Conecté el e-mail del ordenador pidiendo acceso con clave a un destino imposible. Envié una llamada codificada a Karla. Deseaba contratar un servicio de limpieza de la casa. Algo discreto y de confianza. Nada de huellas ni ADN ni cadáveres. Ninguna pista. Sin preguntas. En dos horas máximo. Un número de cuenta en Suiza engordaría un poco más pero los tacaños nunca subsisten mucho en este negocio. Pago por anticipado. En las condiciones habituales. En aquellos tiempos Karla ya se había forjado una excelente reputación pero, en aquel entonces, seguía perteneciendo a lo que en la jerga del oficio llamamos el mercado de las pulgas, es decir, que todavía no había llegado al gran negocio de los peces gordos donde realmente se mueven las cifras importantes, ésas que merecen la pena. Pero Karla ha trabajado siempre a conciencia. Un emolumento elevado a cambio del mejor servicio.
Toda información referida a aquel asunto debía ser excluida de los archivos Morgen. No me hacía muy feliz que Rilke se enterase de mis actividades en su amada ciudad dada su habitual tendencia a tirarte al río con unos zapatos de hormigón bastante grandecitos. Karla me pidió un suplemento especial. Suponía un riesgo tapar pruebas al gran sindicato. Aceptar esa cláusula cambiaba las circunstancias. Eso aumentaba el precio, claro. En esta vida nada es gratis. Y si lo es, no lo es, sólo lo aparenta. Acepté su precio sin regatear. Al fondo Jimmy sollozaba como un niño.
Explico el plan de asalto con minuciosidad ayudado por el simulador holográfico y el ordenador de tácticas. Teóricamente el plan es impecable. Pero la experiencia impone las naturales reservas. Se sugieren posibles alternativas (lo que apunta que hay dudas) que son paulatinamente rechazadas. El gran problema es que dependemos de su confianza y de nuestro topo. Tenemos que entrar allí, apoderarnos de esos microbios congelados, extraer la información acumulada de su ordenador para transmitirla y controlar la lanzadera antes de que el sistema de seguridad se active, la nave explote y nos quedemos aquí, indefensos y vulnerables, a merced de los elementos, sin posibilidad de regresar a la Tierra. Dieciséis minutos. Ni un segundo más.
De la funda de una mis muelas extraigo una minúscula cinta magnética envuelta en un envolvente plástico. En ella está la clave de apertura y se la entrego a Stevens, mi silencioso segundo, para que distribuya las armas de asalto. Sólo él y yo sabíamos dónde se esconden. Se trata de paralizadores. No podemos asumir el riesgo de usar armas de fuego en la lanzadera y estropear alguna prueba... y nuestro billete de vuelta. Habrá que rematarlos en el suelo, cuando estén indefensos. Quienes planean esto viven asépticos y felices. Pero a nosotros nos toca cumplir. Me siento bastante despreciable.
El profesor Zacarías Scharporv carraspea suavemente y extrae parsimonioso su tarjeta magnética. Le imito. Nos encerramos en la sala de mando de máxima seguridad. La única blindada y protegida. La precintamos. Nadie puede entrar ni salir sin las dos claves. Bueno, eso es pura teoría, en la práctica esta puerta no funciona correctamente desde que llegamos nosotros. La he reparado al menos en diez ocasiones y se vuelve a estropear otra vez. Cuando observo que el viejo transporta un maletín de disquetes con los resultados de sus investigaciones y comprendo que algo va realmente mal. En esta ocasión el dispositivo de seguridad opera correctamente. ¿Casualidad? La casualidad en este oficio viene hermanada en unión incestuosa a la mala suerte.
-Harry Siegel. -me mira divertido- Nunca pensé que trabajaría
con usted. El enemigo. El chico malo que roba el honrado trabajo de los
científicos.
-Bueno -respondí - para todo hay una primera vez. No soy
tan borde.
-¿Códigos genéticos o aprendizaje? La eterna
cuestión. Por cierto, ¿por qué se compró un
ojo de cada color?
-Iba mal de liquidez y me hacían una sustancial rebaja.
Necesitaba urgentemente otros ojos. Ya sabe, el mal del navegante.
Rilke nunca me gustó. Su pelo teñido y pulcramente adornado con vetas plateadas artificiales. Su impecable manicura. Sus ojos naranja pálido. Morge era un lugar aterrador. Pero me encontraba allí. Con traje y corbata y un buen número de avales bancarios. Al otro lado del ordenador, Joe esperaba el resultado de la negociación para hacerse cargo de los detalles económicos. Le necesitaba. Ambos íbamos a engañarnos mutuamente. No puedes hacer un buen negocio si la otra parte no piensa que te está engañando.
-¿Qué es lo que tienes? ¿Un programa militar
coreano? ¡Dios, me das asco! - por el momento las cosas iban saliendo
bien y el bulo de un falso programa coreano pasado de contrabando estaba
funcionando perfectamente como tapadera- Harry, muchacho, sabes que no
doy consejos pero vas a durar poco si te empeñas en esa tarea. ¿Sabes
qué protege esas investigaciones de ladrones como nosotros?
-Una IA. La mejor, según dicen.
-Nadie ha derrotado nunca a una Inteligencia Artificial. No puede
hacerse. Ya lo hemos intentado. ¿Te crees mejor que yo?
-Sólo me alquilas el material - el tuteo suponía
colocarme a su nivel y cabrearlo un poco- y, para que no te duela la cuenta
corriente, pago la prima del seguro por si se pierde o deteriora. No te
pido lo mejor, sólo algo de buena calidad. Sabes que si no me lo
alquilas a mí nadie te lo solicitará y dentro de dos años
será chatarra, es la obsolescencia tecnólogica.
-¿Por qué te acostaste con mi hija? ¿Pensaste
que eso facilitaría mi decisión?
-Sé que piensas que estoy zumbado, que tengo demasiadas
neuronas muertas. Eso es cierto. Pero todavía sé que follarse
a la hija del jefe no es el camino más idóneo para conseguir
un buen trato. -hice una pausa- Por si te sirve de algo te diré
que no la he contagiado nada, que pusimos los medios adecuados y que ignoraba
que se tratara de tu hija.
-Hijos. Nunca los conoces bien. Crees que sí. He tenido
cientos de amantes, lo he probado todo. Pero la pasión por tu propia
carne es la más feroz. Mi hija... mi hija.... mi dulce Marlene...
La confesión de un incesto no resulta el mejor modo de hacer negocios. No sabes qué decir o qué callar. Administrar el tiempo forma parte de un negocio. Ir deprisa. Ir despacio. Eso no se enseña. No se aprende. Lo llevas dentro. Puedes mejorar pero la esencia está en tus genes. Vales o pereces. Así de fácil.
-Quiere actuar en el negocio. Yo puedo delegar tareas y conseguirle
una vida larga y provechosa. Existen medios para prolongar la vida si puedes
costearlos.
-Lo sé. Nunca me han interesado. Los cowboys morimos jóvenes.
-Te ha elegido. Después de siete meses de estudio considera
que eres la persona adecuada.
-Adecuada... No entiendo, ¿adecuada? ¿Adecuada
para qué?
-Formar parte de tu grupo supone el entrenamiento que ella necesita.
-Los hay mejores.
-Ya lo sé. Pero ella te ha elegido y me alegro mucho hijo,
estoy feliz por su decisión.
-Crees que fallaré. Crees que todo será un fracaso,
que acabaremos todos muertos o presos. El fracaso y el dolor son la mejor
medicina.
-Exacto. Por eso voy a concederte esos instrumentales a muy buen
precio. En cuanto la cagues, ella volverá a casa.
Pero fue un éxito. Y ella permaneció junto a mí. No para siempre, es lógico.
Para siempre es demasiado tiempo...
El sistema de seguridad se desactiva y en la caja de seguridad encontramos un diskette. Aplicando el disco llave del profesor abrimos la caja de Pandora. No entiendo casi nada. Continuamente leo en la débil luz azulada de la pantalla titubeante el nombre de Sarao Takase. El rostro del profesor Scharporv se va tornando morado conforme va leyendo en la parpadeante pantalla para pasar más tarde a esbozar una sonrisa amarga y juguetona; y luego me lanza una mirada especulativa. Al final suelta una prolongada carcajada. Mato un mar de molestos insectos. Su faz se torna demasiado meliflua y melosa para mi gusto. Acabo con otro mosquito.
-¿No va a contármelo?
-Claro. Usted es la parte operativa, tiene derecho a saberlo.
¿Ha oído hablar del microbiólogo Wolf Vladimir Vishniac?
-Los japoneses han desarrollado un proyecto con ese nombre pero
por lo demás ignoro quién es. En realidad, me lo contaron,
pero ya lo he olvidado.
-Verá, Vishniac desarrolló lo que sus amigos llamaron
la Trampa del Lobo. Bastaba con transportar hasta Marte una pequeña
ampolla de materia orgánica nutriente, obtener una muestra de tierra
de Marte para mezclarla con ella, y observar los cambios en la turbidez
del líquido a medida que los bacilos marcianos (si los había)
crecían, suponiendo que crecieran. Su punto débil estribaba
en que dependía de que a los bacilos les gustase el agua. La gran
ventaja es que no imponía condiciones a los microbios marcianos
sobre lo que debían hacer con su comida. Solamente tenían
que crecer.
-¿Tuvo éxito?
-De repente el proyecto se paralizó. No le dieron explicaciones.
Restricciones presupuestarias fue la causa esgrimida.
-Hay más supongo.
-El 8 de noviembre de 1973, Vishniac, su nuevo equipo microbiológico,
un compañero geólogo y un guía de origen japonés
fueron trasladados desde la Estación de McMurdo hasta una zona próxima
al Monte Balder, un valle seco de la cordillera Asgard. Su sistemático
plan consistía en implantar las pequeñas estaciones microbiológicas
que él mismo había diseñado para esa expedición
en el suelo de la Antártida y regresar un mes más tarde.
-No es que no me interese su historia pero quisiera saber porqué
el contenido del disquete es tan importante. Habla usted muy despacio.
-Vishniac regresó pasado un mes junto con su acompañante
japonés para recoger las muestras. Dieciocho horas después
su cuerpo fue descubierto en la base de un precipicio de hielo.
-¿Y su acompañante?
-Nunca fue encontrado. La CIA realizó una investigación
pero es material reservado.
-¿La CIA? ¿Por qué?
-Vishniac portaba un cuaderno marrón en el que iba anotando
todo cuanto acontecía. Había hojas arrancadas. Muy suavemente.
Casi imperceptiblemente. Sus experimentos, a dieciséis grados bajo
cero, una temperatura similar a la de Marte en verano, estaban dando frutos.
-¿Y qué tiene todo eso que ver con ese Sarao Takase?
-Takase fue compañero de Vishniac en la Universidad de
Rochester.
-Pero según el disquete Takase nació en 1927.
-Yo no le he permitido leer nada.
-Coloqué una micropantalla hace unos días. He podido
leer cuanto no se hallaba cifrado.
-¿Por qué cree que viene cifrado? –responde divertido-.
-Volvamos a Takase. Nadie vive más de trescientos años.
No puede ser el mismo Takase que que se encuentra en la nave japonesa.
-Hibernación. Takase era un genio pero había nacido
demasiado pronto. Su talento se desaprovecharía por falta de medios
técnicos. Había que esperar. Aceptó ser hibernado
hasta que llegara su momento.
-Hasta que... hasta que el hombre dispusiera de los medios necesarios
para venir a Marte a investigar in situ.
-¿Es imposible?
-Difícil sí. Imposible... A finales del siglo XX
la nevera ya empezaba a funcionar. . La técnica era rundimentaria:
en los dos minutos que siguían a la muerte del paciente, el cuerpo
se introducía en hielo. Luego se le almacenaba en el centro de conservación,
donde se reemplazaba –progresivamente- la sangre por una solución
fisiológica que contiene un antigel a base de glicerol. Cuando la
concentración del antigel llegaba al 30 por ciento, el paciente
era enfriado durante unas diez horas hasta que su cuerpo alcanza temperatura
del nitrógeno líquido y, de esta manera, se conservaba en
buen estado. Pero en 1973... ¿podían hacerlo?
-Lo hicieron. Pero Takase no viaja en esa lanzadera. ¿Por
qué habría de hacerlo? La CIA ya lo sabe, la Agencia, no.
-¿Estoy comprendiendo bien sus palabras?
-Mire, yo soy americano pero molesto al poder por mis manifestaciones
izquierdistas y teófobas así que me dieron a elegir: Marte
o la expulsión de la Universidad. Usted no tiene patria, es un espía
acabado, no se lo tome a mal, pero es la verdad. Janine está completamente
zumbada y demasiada gente quiere su cabeza. Si repasa la tripulación
con escrúpulo verá que todos estamos en la fase terminal
de nuestras carreras. Peones sacrificables. Es una trampa. El disquete
nos da instrucciones sobre cómo tenemos que comportarnos en los
próximos minutos.
- ¿El disquete? ¿Cómo es eso posible? Esa
caja fuerte la programé yo mismo.
-Dígame Mr. Siegel, ¿quién descubrió
este proyecto?
-Francia, pero nunca se adhirió por completo al servicio
secreto de Unión Europea. Ya se sabe, son muy chauvinistas.
-¿Quién sustituiría a la Agencia en la labor
de contraespionaje?
-La CIA. Francia. Yo que sé...
-La Agencia ha preparado todo de forma bastante ilógica.
Un abordaje en el espacio es una aberración. Si esto lo hubieran
dirigido los americanos se hubiera esperado que llegaran a un sitio discreto.
Aquí nos observa media humanidad impunemente. Basta tener un buen
telescopio de precisión. Requiero su opinión profesional:
¿Somos un simple cebo?
-Parece pausible. La Agencia nos entrega al desastre y finge
retirarse del asunto. O, simultáneamente, están elaborando
otro modo de apoderarse de sus microbios marcianos, un medio más
ponderado y lógico. No obstante, si tuviera que apostar mi alma
diría que lo que realmente ocurre es que han diseñado con
tremenda torpeza esta alocada empresa. Otra chapuza de la Agencia. Pero
alguien ha dado el cambiazo a ese disquete a mis espaldas. Parece evidente.
Pero, ¿quién? Alguien que esperaba que nos metieramos en
este despropósito.
-Los japoneses. La CIA. En realidad, ambos. Una alianza temporal,
una unión contra natura pero necesaria. Sin que sirva de precedente.