La Zona era un suburbio mucho más coherente en su arquitectura
que el resto de Serun; era homologable con cualquiera de nuestros
guetos; ningún disparate urbano o todos pero productos de la pobreza
y el abandono. La vida mostraba allí su aspecto duro y real de siempre:
seres miserables caminando hacia ninguna parte, otros al acecho de posibles
incautos. Algunos personajes, posibles capos de oscuros negocios, se dejaban
ver de vez en cuando haciendo ostentación de su recién y
, quizá, efímera riqueza. El olor a basura y a fritanga confería
al lugar la autenticidad que el resto de la capital parecía no tener.
Al menos Printer empezó a considerar aquel paisaje urbano más
real o tal vez más creíble que lo anteriormente visto. Curiosamente,
pensó, estos seres, a diferencia del resto de los taurianos, no
tendrían por qué fingir, pues no ocultaban nada, y mucho
menos su patente miseria. Para el sueñonauta, todo comenzaba a encajar,
las insinuaciones de Eila habían hecho mella en él. Paulatinamente,
sus incesantes conjeturas se le antojaban más precisas y cada vez
menos delirantes mientras se abría paso entre la multitud en dirección
al hotel. El sueño de Eila confirmaría o desmentiría
toda sospecha, se dijo a sí mismo, mientras comenzaba a sentirse
interesado por lo que estaba viendo. El humo y el neón formaban
una niebla incandescente que por momentos se espesaba o diluía en
torno a los cuerpos que chocaban en un insensato deambular. De vez en cuando,
alguien los miraba con extrañeza sin detener sus pasos. Llamaban
sin duda la atención, pero no hasta el punto de organizar un tumulto.
Las calles se hacían cada vez más estrechas y lóbregas
a medida que se adentraban en el corazón del sector, aunque el escaso
alumbrado público de la colonia aquí se hacía más
intenso; al menos era posible ver las caras de los transeúntes.
Printer rehuía la mirada de todos, quería cerrar los ojos
y seguir pensando que Eila sabía lo que se hacía, pero su
confianza se iba disipando en múltiples temores. Prefería
mil entrevistas con el Augusto, ejecutar mil sueños de la verdad
a dar un paso más por aquel intrincado laberinto de callejas abarrotadas
de gente y suciedad. Al torcer una esquina, Eila y el atemorizado sueñonauta
se dieron de bruces con una muralla de músculos. Ocurrió
lo que obsesivamente temía desde que pisó la Zona.
-¿Has visto Egout? Parece que tienen prisa.
-Ya lo creo, me pregunto por qué, aquí nadie tiene
prisa -dijo el segundo individuo algo menos voluminoso que el primero.
-Disculp... -balbuceó Printer antes de que Eila le interrumpiera.
-¡Apartaos de nuestro camino!, no queremos causaros daño.
-¡Vaya, vaya, vaya! -exclamó Egout-. ¿No
te parece divertido Rat? Me pregunto qué habrán venido a
buscar éstos a la cloaca.
-Oiga amigo, no queremos problemas, dejen que sigamos nuestro
camino -acertó a decir sin convicción el sueñonauta.
-No te metas Printer, esto corre de mi cuenta. Lo vais a pasar
muy mal si no desaparecéis.
-¿De verdad?, ¿y cómo piensas hacerlo? -bromeó
el grandullón mirando a los ojos de Eila-. De momento vais a soltar
todos los créditos que llevéis encima, después mi
amigo y yo veremos lo que hacemos con vosotros. ¡Vamos estúpida,
tú la primera! ¿No me has oído?
Al principió Printer no se percató, pero al mirar
a su compañera observó cómo sus rasgos físicos
se iban progresivamente desdibujando hasta convertirse su cabeza en un
ovoide sin salientes ni hendiduras, todo su cuerpo parecía fundirse
igualmente en una fragua infernal. Printer y los agresores retrocedieron
instintivamente ante el intenso calor que desprendía la sueñonauta,
en pocos segundos, se había convertido en una esfera de magma humeante,
una crisálida de metal líquido de la que pugnaba por salir
una inconcreta criatura. El receptáculo ígneo se fue enfriando
y cuarteando a la par, había dejado de traslucir al ser que se agitaba
en su interior. Printer había perdido por completo el control de
sus alianzas, en aquellos momentos tenía más cosas en común
con la pareja de "outsiders" que con el naciente ser que ya aporreaba su
contenedor. No comprendía cómo una tensa situación
propia de la vigilia se había trocado en un delirio propio de cualquier
sueño viajero. Estaba a punto de tomar un nuevo partido, cuando
los dos toscos individuos iniciaron una metamorfosis de evasión
por la que se convirtieron en dos plasmas que se diluyeron por la rejilla
del primer desagüe
que encontraron en su torpe huida. Desvanecidos los agresores de aquella
forma tan indigna, el sueñonauta se pellizcó con fuerza,
como lo hizo cuando su sueño quedó atrapado en la rejilla
especular, para comprobar esta vez que no se trataba de un sueño.
Volvió su mirada hacia la cosa, pero allí no había
otra presencia que la de Eila, inmóvil, esbozando una sonrisa sardónica.
-¿Quieres explicarme qué ha ocurrido? -preguntó
apenas repuesto de su sorpresa.
-Nada que no se pueda explicar. Ya te dije que Belano se encargaría
de protegernos. Ha generado una alucinación colectiva que ha amedrentado
a nuestros agresores.
-¿Sólo a ellos? He estado a punto de ponerme de
su lado. ¿Por qué no me ha dejado al margen de esta pesadilla?
-No ha tenido tiempo de hacerlo. Había que actuar rápido,
ha segregado un "polstergeit". Podía haber actuado con más
precisión, pero no se encontraba lo suficientemente cerca para ser
selectivo y decidió trabajar al grupo. Yo no lo he pasado mejor
que tú. Por un momento pensé en huir cuando a mi lado no
estabas tú sino uno de sus policías.
-Insinúas que Belano puede hacer lo mismo que el Augusto.
-Sí, en cierto modo, aunque no con su maestría.
Si ya lo hizo en la Gran Ventana frente a un psíquico, ¿por
qué no podría manipular a dos vulgares taurianos? No tiene
nada de extraordinario, tú mismo podrás hacerlo cuando introduzca
toda la información en tu sueño. Todo adquirirá un
nuevo sentido para ti. Ahora, vayamos al hotel, aquí no estamos
seguros.