Las regiones de aquel cuadrante estelar se llenaron de ondas oníricas que surcaron las enormes distancias produciendo un estruendo que sólo podría ser captado por otros viajeros de igual condición. Los sueños escoltas flanqueaban a los masivos que aglutinaban divisiones enteras de sueñonautas. Los sueños pastores deambulaban incesantemente corrigiendo trayectorias defectuosas. Todos tenían un horizonte: Tau. Cuando el último de los sueños viajeros ocupó su lugar sobre la superficie del planeta, los cuerpos junto con la impedimenta de todo aquel imponente ejército de sueñonautas fueron finalmente lanzados. Todos ellos se reunieron con sus sueños por encima de las contingencias espacio-temporales sobre la superficie de Tau, ocuparon posiciones y la ofensiva comenzó. Como se esperaba, fue un paseo militar. Cuando se comprobó que sobre la superficie tauriana no se produjo resistencia, salvo ciertos incidentes aislados en la Zona, varias divisiones de zapadores iniciaron las prospecciones del subsuelo a partir de la Gran Ventana, siguiendo las indicaciones de Printer. Los sofisticados equipos de los ingenieros succionaron todo cuanto encontraron a su paso hasta llegar a la sala de proyectos. Las sondas mineras trabajaron sin descanso varios días para transportar intactos cada uno de los cristales que los verdaderos taurianos habían abandonado ex profeso, como la última cortina de humo y recuerdo de su paso por Tau para unos humanos que aún no estaban preparados para encontrar inteligencias homologables, y menos aún superiores a la suya en el universo. Así pues, en su precipitada huida, aquel pueblo de magos no había dejado en Tau otra cosa que la cáscara de su esencia, los pensamientos y proyectos desactivados del primer subnivel, en fin, baratija menuda y abundante que entretendría a varias generaciones de científicos antes que éstos descubriesen que la presa se les había escapado delante de sus narices dejándoles el lastre, la chatarra intelectual de unas portentosas criaturas. Cuando Eila y Printer se reunieron con Belair y el Soñador, aquellos se miraron intensamente y, en perfecta connivencia, decidieron al instante callar su verdad mientras recibían todo tipo de muestras de consideración de sus miopes jefes. Las aguas del océano serático se calmaron tras el ocaso de Tau y su pulida superficie reflejó, como en cada anochecer, los abigarrados cúmulos y ricos campos estelares de aquel mundo abandonado por esos geniales tramoyistas, que de nuevo emprendían la búsqueda de un nuevo hogar.