¿Que tán de acuerdo estamos con nosotros mismos? Dejen que este último cuento sovietico sobre telepatía les de la respuesta del extraño y paradojico proceder del ser humano.

El último cuento sobre telepatia
por: Román Podolni

- ¿Promete usted no utilizar en prejuicio de los hombres y de la sociedad entera las ideas que llegue a conocer.
- ¡Si!
En el local no se puede respirar. Huele a pintura fresca. Sentado tras una mesa, un hombre fatigado, sin afeitar, pronuncia las formulas solemnes en voz baja, como si lo hiciera todos los dias, y pensando, evidentemente, en alguna otra cosa. Serguéi no quiere reparar en todo eso. ¡Hoy conseguirá su objetivo, hoy lo sabrá! Ha pasado por todas las pruebas de rigor; su deseo ha sido reconocido legítimo, y a él no le incumbe lo que los empleados del laboratorio piensan en sus funciones mientras las estan cumpliendo.
- ¿Promete usted no revelar jamás, sean cuales fueren las sircunstancias, los hechos que llegue a conocer gracias al aparato.
- ¡Si!
- ¿Recuerda usted que el aparato funciona durante media hora, desde que se conecta, por lo cual es necesario elegir con suma exactitud este  momento?
- ¡Si!
- Me resta cumplir el último punto de las reglas para entregar el aparato al usufructo temporal.- La voz del trabajador del laboratorio se volvió completamente aburrida-. Lo voy a ensayar con usted. Con tal objeto está previsto dejarlo conectado durante tres minutos.
El empleado se puso de pie, quitó de un perchero que había en la pared un gorrito con visera color marrón, se lo puso y volvió a sentarse, recostandose en el respaldo del sillón.
El olor a pintura se hizo más intenso. Serguéi sentía como el calor exprimía de todo su cuerpo gotitas de sudor. La cara del hombre al lado de la mesa, adquirió una expresión aún más formal y aburrida que antes, si eso era posible. En el acto le hizo una seña a Serguéi. Se quitó el gorrito y se lo tendió
- ¿Sabe como conectarlo? ¡Buena suerte! Y no olvide presentar un pequeño informe. Independientemente de los resultados. Todo debe estar en regla.


…¡Ajá! También hoy en este trolebús iba la muchacha de la que él no apartaba los ojos por lo menos desde hacia medio año, todos los días de la semana, menos feriados, en el trayecto de once paradas. Era tímido. Y modesto. A si mismo hasta se gustaba, pero temía que la joven no coincidiera con él en el gusto. ¿Oir que dijera: “Dejeme en paz, insolente”? No, hibiera sido demasiado, pero ahora él leería sus pensamientos y sabría…
Serguéi se dirigió hacia la joven a través de todo el trolebús – gracias a que en aquella hora viajaba poca gente -, se detuvo a medio paso de ella, levantó una mano al gorrito que llevaba montado un aparato telepático sistema Zubkov TA-35 ST y dió una vuelta al conmutador simulado como un botón en la copa.

- ¡Que tontito!- captó una voz cariñosa, algo amortiguada y que hasta el momento conocía únicamente por lo concreto del “paseme por favor un boleto”-. ¡Qué tontito! Otra vez me come con la vista. ¡Y que agradable es su rostro! ¿Por que será que los muchachos tan buenos como él son, por lo general, torpes y remisos? Uno como Slava Glázichev hace tiempo que…
- Perdoneme por favor – oyó Serguéi otra voz y comprendió con alegría que era la suya propia-. Perdoneme, por favor. Hace ya medio año que tomamos el mismo trolebus, y creo que ya es hora de que nos presentemos.
- ¿Medio año? ¿Un mismo trolebús? Vaya, que yo no me habia fijado – la voz de la joven era nada cariñosa. Pero su doble amortiguado sonaba de otra manera y decia otra cosa:
- (¡Bravo! ¡Se ha decidido! ¡Que bien!)
- Sí, justamente medio año. ¿Puede considerarse suficiente este plazo?
- Sabe usted, yo no tengo la costumbre de trabar conocimiento en los trolebuses. (Pero él es insistente, bien)
- Mire, es un caso completamente singular.
- Temó que en su biografía no sea del todo singular. ¿Usted, seguramente, suele importunar a las muchachas? (Dios mío, que disparates estoy diciendo. ¿No será por celos? Bueno, no me lleves la corriente, tu me caes bien. Ponme el brazo en mi hombre y dime que hoy no podemos bajar en paradas diferentes).
- Hoy no podemos bajar en paradas diferentes.
- Usted, galanteador de transportes, quite ahora mismo su brazo de mi hombro si no quiere recibir una bofetada. (¡Que cosas se permite! Más su mano es tan gratamente pesada y tibia. ¿Para que me miento a mi misma?)
- ¿De veras le ha repugnado mi contacto?
- (Claro que no) – dijo la voz cariñosa. La severa no dijo nada. Pero la joven se dirigió decididamente adelante, hacia la salida, y saltó fuera por la puerta que en aquel justo momento se habrió en una parada.
- (Vaya, ahora él se ofenderá… ¡No! ¡Hurra! También bajó. Ahora va a pedirme perdón. Pero ¿por que? Mejor que me diga sencillamente: “Sé que le gusto…”)
- Voy a llamar a un miliciano. – la voz cariñosa desapareció quién sabe a dónde. Y la que le habalba no era simplemente severa, sino amenazadora. Pero lo principal era que la muchacha huía.
- Sergueí se detuvo desconcertado. Ella aminoró el paso sólo cuando los separaban unos veinte metros. Entonces volvió a sonar la vocecita tierna:
- (¡Soy tonta, más que tonta! ¿Por qué lo he tratado de tal manera? ¡Lo que se llama buena educación! Pero, ¿quizás me siga aún? Sería diferente…)
- No – dijo Serguéi enjugándose el sudor de la frente y dando una vuelta al botoncito en su gorro-. ¡Nunca serias diferente!


- ¿Se ha decepcionado usted?- ahora el hombre tras la mesa había dejado de ser formal-. En tiempos también nosotros nos hemos decepcionado. Se consideraba que lo fundamental es lo que el hombre piensa. No, joven. Lo que hace es mucho más importante. Usted no se aflija. Alégrese mejor de que no hacemos todo lo que pensamos. Por ejemplo, ahora a usted le gustaría darme una paliza. Pero no lo hará, ¿Verdad? No busque en mi un aparato. Es fácil adivinar lo que uno piensa. Pero, vaya uno a saber lo que hará
- Vaya uno a saber.- repitió Serguéi.


Unas palabras sobre el autor
Roman Polodoni nacio en la URSS en 1933. Historiador Archivista y autor de diez libros de divulgación científica, además de recopilador de novelas cortas y relatos de corte fantástico.
Tomado de la revista Literatura Sovietica- 1984 – No. 2 .