EPÍLOGO


  A pesar de la notable vejez que el arrugado y cansado rostro del Legislador Vladimir Mahin mostraba, sus oscuros ojos, agudos e impasiblemente penetrantes, exhibían una fuerza interior capaz de rivalizar de igual a igual con cualquiera de la veintena de consejeros, mayoritariamente más jóvenes, que, sentados alrededor de la amplia mesa de cristal, le escrutaban con la silenciosa expectación que sus últimas palabras habían provocado.
  Tras un prolongado instante, uno de aquellos consejeros- Iván Koltz, se recordó a sí mismo el Legislador, -  antiguo almirante de una de las más importantes flotas estelares- carraspeó suavemente y preguntó, consultando el informe que tenía sobre su pantalla individual:
  -¿De cuánto tiempo, Legislador Mahin, estamos hablando?
  El anciano juntó las manos tras la espalda y caminó hacia un lado de la sala. El ceñido uniforme grisáceo que vestía, galonado por la significativa banda negra sobre el pecho, le confería un innegable aspecto de cierta opulencia castrense que la robustez de su silueta acogía con agrado.
  Con voz grave dijo:
  -Los biólogos han instalado un laboratorio orbital sobre el planeta, respaldados indudablemente por un amplio despliegue militar. Los primeros informes elucubran sobre la posibilidad de que el tiempo de estudio se extienda durante un año...
  Un apagado e intranquilo murmullo barrió la mesa por unos segundos, y la mayoría de los ojos se dirigieron ésta vez hacia el consejero Koltz, otorgándole sin necesidad de palabras el papel de portavoz en aquella reunión.
  -¿Un año...?- repitió, perplejo.
  Mahin asintió.
  -Únicamente para un primer estudio de la situación- dijo inmutablemente-. Tal vez para algunas pruebas de campo, pero esto último todavía no se puede asegurar.
  El ovalado rostro del consejero se contrajo con dureza, y de nuevo un opresivo silencio llenó la sala.
  El Legislador se situó ante el largo ventanal que ocupaba completamente una de las paredes. Se encontraban en la última planta del edificio central del Alto Mando Terrestre, y desde allí sus ojos miraron con serenidad la inmensa extensión de la ciudad. En el horizonte, con un destello metálico, una nave ascendía lentamente hacia el cielo, dejando tras ella una tenue estela blanca. Sin apartar la mirada de aquel punto, explicó:
  -El Presidente ha ordenado la inmediata cuarentena en Trireida... Se han perdido muchas vidas, tanto las de los colonos como las de nuestro destacamento militar, y este hecho a preocupado seriamente a todo el Gobierno.
  -Pero, según el informe, estamos hablando de una cuarentena total, y, sin lugar a dudas, sufriremos una crisis inmediata- Iván Koltz consultó brevemente la pantalla y siguió-: El sesenta y cinco por ciento del mirgonium de que disponemos se extrae de ese planeta...
  Vladimir Mahin estuvo tentado de responder con un sarcástico “Ah, sí, ¿no me diga?”, pero se mordió la lengua y asintió con un movimiento de cabeza; aquello, pensó, no hubiese sido oportuno.
  -Existen algunas reservas- dijo finalmente-, que serán desviadas completamente hacia los acorazados de guerra del Cerco.
  -Pero, ¿serán suficientes?- esta vez la pregunta la lanzó otro de los consejeros, y sin necesidad de mirarle, el Legislador supo de quién se trataba; el habitual agudo tono de Pawell Zentara resultaba inconfundiblemente singular-. ¿Podremos seguir abasteciendo con ello a todas nuestras naves?
  -Durante algún tiempo, sí.
  -¿Cuánto tiempo?- inquirió Koltz  con un gruñido.
  Vladimir Mahin se humedeció los labios ligeramente y comenzó a volverse hacia los consejeros.
  -De cuatro a seis meses.
  Un nuevo murmullo, más alarmado y extenso, barrió con exaltación la sala.
  El Legislador esperó hasta que cesó lo suficiente y enseguida continuó, alzando ligeramente la voz para hacerse oír con toda claridad:
-Todo son cálculos estimativos. Sin embargo, el Presidente ha requerido una reunión de urgencia con el director en funciones de la Agencia de Defensa Espacial, el señor Klaus Sheldrake.
  -¿Con qué fin? ¿Qué ayuda puede ofrecernos la Agencia?-. Koltz miró a su alrededor con impaciencia.
  -Debemos colaborar estrechamente. Sólo así, tal vez consigamos superar la crisis que se avecina. Ya se ha firmado un primer pacto para la inmediata creación de un cuerpo conjunto al que se ha denominado Cofradía de Unionistas.
  -¿Cofradía de Unionistas?- repitió apagadamente Zentara, frunciendo el ceño.
  -Hasta ahora- explicó-, los planetas que han prestado su ayuda a nuestras flotas de guerra han sido indudablemente pocos, y todavía más escasas las fuerzas ofrecidas...; apenas un centenar de navíos de mediano tonelaje y con discreta capacidad armamentística. Ahora, con la creación de la Cofradía, se pretende llegar a muchos más planetas, incluso los que no han querido pertenecer a la Coalición Planetaria, informando a sus distintos gobiernos del peligro al que nos enfrentamos y reclamando su máxima ayuda militar en el conflicto contra los Whandar, puesto que, al fin y al cabo, tal conflicto atañe no sólo a la Tierra, sino a todos los mundos civilizados de la Galaxia.
  Koltz movió pesadamente la cabeza. Irguió la espalda sobre su sillón y colocó las manos encima de la mesa, crispadas sobre el frío cristal.
  -A simple vista, parece una labor que requerirá demasiado tiempo. Tiempo del que parece que no disponemos... ¿Tal vez no sería más sencillo y rápido arrasar la superficie de Trireida con torpedos de fisiodisgregación, eliminando cualquier rastro de esos insectos para siempre?
  -Sería más rápido, desde luego, pero con ello no haríamos sino hacer volar el planeta entero. El mirgonium es sumamente inflamable, y el subsuelo de Trireida no es otra cosa que, y permítanme la expresión, una descomunal roca de ese mineral...- El Legislador tomó pesadamente asiento en el extremo de la mesa y escrutó a los consejeros que tenía frente a él-. Acabaríamos con los insectos, pero, así mismo, destruiríamos para siempre nuestra mayor explotación de combustible, con lo cual, estaríamos en peor situación que la actual.
  >Sólo las investigaciones que los biólogos efectúen a partir de este momento puedan quizá hallar un medio para eliminar la plaga sin dañar el planeta y una futura nueva colonia minera. Entretanto, nuestra única alternativa, pasa por intentar unir el mayor número de planetas a la Coalición y reforzar las líneas defensivas con todas y cada una de las naves que estos puedan ofrecernos.
  Los rostros de los consejeros se veían tensos y terriblemente convulsos. Vladimir Mahin llevaba muchos años como Legislador, por ende conocía suficientemente a todos y cada uno de ellos, y sabía que la mayoría provenían de distintas flotas de guerra, y que, antes de formar parte del Consejo, habían sido, al igual que Koltz, poderosos almirantes. Era ineludible por ello que se sintiesen reacios a demostrar la repentina debilidad de la Armada Terrestre al resto de planetas de la Galaxia. Al fin y al cabo, para ellos, aquello no significaba sino evidenciar que la Tierra no era tan omnipotente como durante varios siglos se había manifestado; y como durante varios siglos, todos habían aceptado.
 



 

  La reunión se dio por concluida pocos minutos después.
  Los consejeros abandonaron la sala en medio de un grave silencio y finalmente sólo Vladimir Mahin quedó en ella, sentado ante una larga y vacía mesa.
  Hizo girar su sillón y contempló el gélido atardecer a través del ventanal. Había comenzado a llover y oscuros nubarrones proyectaban sombras sobre la ciudad.
  Se sentía viejo.
  Demasiado viejo y cansado para afrontar los difíciles días que se avecinaban. Para afrontar la inminente crisis que se cerniría sobre ellos si el proyecto de la Cofradía de Unionistas no daba prontos resultados.
  Cerró los ojos e intentó disfrutar de aquel reconfortante silencio, apartando cualquier pensamiento de su mente al menos por unos minutos.
 

 


Junio 1998- Julio 1999
E-mail: irles@jet.es


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LA ESPERANZA DE LA COFRADIA
La amenaza estelar