Cuatro
Silke apenas fue consciente del zumbido
del receptor-emisor del sargento, ni de su breve conversación con
Kovanen.
Se sentía demasiado paralizada, allí, de pie ante
la ventana, con los ojos exageradamente abiertos y clavados en la espesa
nube formada por millones de extraños insectos que revoloteaban
por encima de los edificios, trazando caprichosas formas que, tan pronto
se contraían como se extendían con aquel sordo y membranoso
aletear. Algunos de los insectos se alejaban del enjambre y descendían
una decena de metros, sobrevolando velozmente frente a los acristalados
ventanales y ofreciendo con todo detalle su pavoroso aspecto: un cuerpo
achatado hacia ambos lados, de gelatinosa y rojiza textura y provistos
de un par de enormes alas quitinosas que extendidas debían alcanzar
los quince centímetros de longitud.
Sintiendo un repentino sudor frío en la espalda, se apartó
de la ventana. Noaberg había cortado la comunicación con
el crucero y miraba desdeñosamente al hombre.
-Nuestro técnico ha captado una señal térmica
sobre las montañas del este- le dijo, en un colérico susurro-.
Parece ser una veintena de veces mayor que el de ahí fuera... ¿Qué
significa todo esto?
-Es su manera de actuar...; primero aparece un enjambre de avanzadilla,
e inmediatamente se les une el resto de la colonia, como si esperasen hasta
que la situación estuviese bajo control, ¿sabe?- le explicó
el hombre con sombría lentitud.
Serguei se apoyó sobre la pared opuesta, mordiéndose
nerviosamente el labio inferior y preguntando:
-¿Qué son?-. Alzó una mano en dirección
al ventanal, añadiendo-: ¿De dónde vienen esas cosas?
El hombre dirigió una mirada desinteresada hacia donde
le indicaba. Su rostro estaba mortecino, mostrando una macilenta palidez
que contrastaba fuertemente con sus encendidos ojos.
-Yo las llamo las Arañas Synagris- le explicó-.
En muchos aspectos se asemejan a un insecto terrestre que lleva ese nombre...,
pero, por supuesto, allí su tamaño es notablemente inferior,
así como su grado de inteligencia y feroz peligrosidad-. Se encogió
de hombros, y tardó unos largos segundos hasta que volvió
a hablar-: En realidad, ellos son los verdaderos habitantes de este cochino
planeta; los milenarios aborígenes de Trireida.
-Eso es imposible- le espetó Noaberg con hosquedad-.
La colonia minera lleva casi un siglo asentada en este planeta y jamás
se han tenido noticias de ninguna especie oriunda... No es más que
un pequeño planeta repleto de arena, y mirgonium bajo su decrépita
superficie.
El hombre esbozó una silenciosa sonrisa ante las palabras
del sargento. Sus dedos habían comenzado a enredarse nerviosamente
entre la espesa barba con una insistencia casi enfermiza.
-Obviamente se equivoca, soldadito. Una de las cuadrillas de
obreros encontró los panales al abrir una nueva veta en las zonas
de excavación del este. Pendían por millares del techo, en
lo que parecía ser un gigantesco cubil sepultado bajo toneladas
de rocas desde Dios sabe cuándo... Ante aquello, no tardaron en
avisarme de su increíble hallazgo.
-¿Por qué a usted?- quiso saber Silke, caminando
flemáticamente de un lado a otro de la habitación.
-Bueno, yo era el médico asignado a la colonia, el doctor
Goeltz-. Las palabras se escapaban susurrantes de su garganta, forzándose
por salir de los tensos labios-. Imagino que esos paletos pensaron que
era el más indicado a quien podían acudir...
>Durante dos días estudié aquel descubrimiento
con total interés. El interior de cada uno de aquellos enormes panales
estaba repleto de lo que sin duda eran larvas que habían conseguido
permanecer en estado inactivo durante mucho tiempo; en el interior de una
especie de secreción gelatinosa que creaba algo parecido a una cámara
de hibernación natural...
>Sin embargo, a partir del tercer día, comenzó
a suceder algo... Aquellas larvas, posiblemente guiadas por algún
extraño sistema sensitivo, iniciaron una acelerada evolución,
transformándose en crisálidas que en pocas horas eclosionaron,
convirtiéndose en eso de ahí fuera...
Noaberg mantenía una mirada cargada de frialdad sobre
aquel hombre, y su ceño se había fruncido con apretada atención.
-¿Nadie pensó en la posibilidad de que todo aquello
pudiese resultar peligroso para los habitantes?- preguntó astutamente-.
¿En que se estaban saltando los protocolos establecidos de investigación
y calificación al no sellar la gruta inmediatamente?
-Sí, algunos lo pensaron- asintió, tras meditar
largamente la pregunta-. Sobre todo los directores mineros; aunque por
razones bien distintas... Ellos pretendían arrasar los cubiles con
lanzallamas, haciendo desaparecer de la veta abierta cualquier signo de
las larvas. Intuían que, de una forma u otra, el hallazgo iba a
resultar contraproducente para la producción. Incluso algunos mineros
habían comenzado ya a negarse a trabajar teniendo todo aquello colgado
sobre sus cabezas...
>Yo les advertí sobre la ilegalidad de sus intenciones.
No podían destruir ni manipular nada sin antes haber sido estudiado
por los biólogos estelares que desde la Tierra debían ser
comisionados, pero como de costumbre, los enlaces de comunicación
se veían afectados por las lluvias solares, así que, unánimemente,
se decidió esperar algunas semanas, hasta que se completase el cargamento
de una de las flotas de transporte con destino al Sistema Solar y fuese
posible enviar en ella un mensajero con toda la información que
yo consiguiese elaborar hasta entonces...
>Los directivos comprendieron que aquel era el protocolo a seguir
en caso de hallar formas de vida desconocidas, así que su única
opción fue la de suspender temporalmente los trabajos en aquella
veta... Sin embargo, resultó ser una decisión fatal para
todos nosotros...
-¿Por qué? ¿Qué fue lo que sucedió?
El hombre movió la cabeza en dirección a Noaberg.
Sus labios temblaban ligeramente y comenzaba a pellizcarse la barba con
mayor insistencia, como si pretendiese arrancar algunos de los grisáceos
mechones.
-Ya se lo he dicho- le espetó con inesperada sequedad-:
durante los siguientes tres días esas cosas sufrieron un cambio,
una peligrosa y asombrosa evolución. Destruí los que conservaba
en el laboratorio, apenas unos centenares que había conseguido extraer
de los panales, en el instante en que tuve la certeza de que se trataba
de una forma de vida que, aunque a primera vista no parecía tratarse
más que de un tipo de insecto completamente inofensivo, escondía
en su interior una potencial amenaza ante cualquiera de nosotros. Pero
fue demasiado tarde ya para intentar eliminar los panales que permanecían
en el interior de la montaña... Cientos de millones de aquellas
criaturas, finalmente desarrolladas, escaparon del cubil, avalanzandose
sobre la ciudad como una inmensa y negra nube e infectando a su paso a
cualquier ser humano...
Silke esbozó una repentina mueca y preguntó, por
detrás del sargento:
-¿Infectando?-. Y sus labios permanecieron unos instantes
tensamente entreabiertos.
-Esa era su amenaza oculta- asintió-. Las arañas
poseen un aguijón a través del cual segregan una especie
de toxina que rápidamente se expande a lo largo de nuestro sistema
nervioso, alterando el comportamiento racional y modificándolo hasta
un estado de salvaje e inconsciente violencia.
>Aquellos que fueron infectados acabaron convertidos en bestias
asesinas. Con sus propias manos despedazaron a cuantos se interpusieron
en su camino, sin reconocer amigos ni familiares...
Las palabras se ahogaron azoradamente en su garganta, y una
larga exhalación surgió de manera entrecortada, imposibilitándole
pronunciar una sola sílaba más.
Noaberg recogió una botella de plástico en la
cual todavía quedaba un poco de agua y se la ofreció. El
hombre la agarró con fuerza y bebió ansiosamente hasta apurar
el líquido, mientras a lo largo de la habitación se cernía
un prolongado silencio.
-Usted también fue infectado, ¿no es así?-
preguntó Silke sombríamente.
El hombre asintió con un lento movimiento. Se limpió
las gotas que se escapaban desde la comisura de los labios y pareció
recuperar parte del aliento. Entonces dijo:
-La locura que produce la toxina alcanza límites impensables,
incluso llegando al extremo de la automutilación y el suicidio de
las maneras más atroces que sean capaces de imaginar...
-Por eso el Componente 2-R...- murmuró Noaberg, enarcando
las cejas-. Usted es médico. Descubrió que era un antitóxico,
un remedio para evitar el estado de trance...
-No- gruñó en voz baja-. No es ningún remedio;
apenas consigue controlar los exagerados niveles de adrenalina que de manera
enloquecida el organismo comienza a fabricar bajo la presión de
la toxina... Tan sólo sirve temporalmente para retrasar el inequívoco
final...
Serguei se había movido silenciosamente hasta el otro
extremo de la habitación, y su mirada parecía ser incapaz
de apartarse del ventanal, desde donde el casi inaudible aletear de los
insectos se filtraba con una irregular insistencia. Con un débil
hilo de voz, preguntó:
-¿Y el personal del enclave? ¿No hizo nada para
eliminar los panales?
-Lo intentaron... Una sección fue enviada hasta las montañas
con todo un equipo de armas fisiodisgregadoras, pero la comunicación
con ellos se interrumpió tan pronto se cruzaron con el segundo enjambre.
El resto, los que todavía permanecían en el bastión,
trazaron un apresurado plan de evacuación, transportando a un gran
número de familias hasta distintos cargueros espaciales del cosmopuerto
en medio de lo que ya era una ciudad sumida en el caos. Sin embargo, todo
fue inútil. Ellos ignoraban que entre los supervivientes se hallaban
un gran número de infectados, y que en pocas horas, cuando apenas
hubiesen salido del sistema planetario, sufrirían la terrible mutación,
convirtiendo todas aquellas naves en mortales ratoneras... En sangrientos
y horribles féretros comunes.
Noaberg se irguió con un cierto gesto de oscura rebeldía.
Entre las manos apretaba el fusil energético, como si se aferrase
a él con alguna finalidad definida. Caminó hasta el ventanal
y se situó frente a los gruesos cristales mientras sentía
continuas oleadas de cólera y desasosiego en su interior.
-Ahora esas cosas saben que están aquí...- murmuró
el hombre, mirando también hacia allí-. Yo me equivoqué;
al verles merodear ahí abajo pensé que estarían infectados...
Pero las arañas sintieron que no era así... Y ahora han venido
por ustedes...
El sargento se volvió, enfrentándose a la mirada
de aquel hombre. Con una repentina serenidad reflejada en sus ojos y una
voz extrañamente sosegada, dijo:
-Si es así, no les daremos más tiempo-. Comprobó
la carga energética del fusil y añadió, lacónicamente-:
Nos marchamos de inmediato.
El hombre soltó una breve carcajada que, por su completa
falta de humor, resultó una especie de gruñido desdeñoso.
-¿Cómo?- dijo-. ¿Cree que les van a dar
la oportunidad de escapar?
Antes de responder, Noaberg se movió y obligó
al hombre a ponerse en pie con un violento gesto.
-Eso lo comprobaremos inmediatamente- respondió, buscando
una mirada de respaldo en los ojos de Silke y de su copiloto.
Pero a la vez se dio cuenta que le costaba ahogar el inconfundible
temor que fluía en su interior.
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