Cinco


  Para Kovanen los minutos comenzaron a pasar con una agobiante lentitud, acompañados por una sensación de incertidumbre tras haber escuchado las imperativas ordenes que del sargento había recibido durante la segunda comunicación, tan sólo veinte minutos después de que él le informase sobre aquellas extrañas señales térmicas que el bio-escáner consiguió captar.
  Así, había iniciado la secuencia de despegue, dejando los reactores inferiores del crucero en funcionamiento mientras había tomado posición en la atalaya de artillería, sentándose frente a los controles del cañón cuádruple que se elevaba sobre la parte superior del casco.
  Y los minutos habían comenzado a ralentizarse a partir de aquel momento. Sentado bajo la estrecha bóveda transparente, su mirada escudriñaba con acentuada atención la oscuridad que le rodeaba, y su agitada mente se esforzaba por desentrañar las últimas y enigmáticas palabras de Noaberg:
  -...Ocupe el puesto de artillería y tenga lista la batería láser- le había dicho sucintamente, hablando con irritante rapidez.
  -¿Qué está sucediendo, señor?- preguntó él con una atemorizada curiosidad.
  Y la respuesta se retrasó un instante, produciéndole una especie de repentina inseguridad.
  -No hay tiempo para explicaciones, señor Kovanen- replicó-. Sitúese en la atalaya y mantenga los ojos bien abiertos...
  Ahora, desde aquella elevada posición, contemplaba la casi total superficie del cosmopuerto, y los cuatro cañones láser, desplegados sobre el fuselaje de la nave, brillaban fríamente bajo la sombría noche de Trireida.
  Y tuvo la certeza de que pronto aquella quietud se rompería, y fuese lo que fuera lo que estaba sucediendo, no tardaría en descubrirlo.
 



 

  Las penumbras parecían haberse vuelto más densas en aquel largo vestíbulo.
  Se acercaron hasta el extremo de la sala y Noaberg estudió detenidamente la oscuridad del exterior a través de los rectángulos de cristal de la  puerta, indicando con un dedo el deteriorado vehículo de superficie que se distinguía al otro lado de la avenida.
  -¿Qué es lo que ha pensado, sargento?- preguntó Silke en un excitado susurro.
  Noaberg giró la cabeza y clavó su mirada intermitentemente en ella y en Serguei.
  -Ese trasto es lo único que puede sacarnos de aquí- explicó-. ¿Sería muy difícil ponerlo en marcha sin emplear la tarjeta de descodificación?
  El copiloto le miró con una concentrada y grave expresión, y fue quien contestó a la pregunta tras unos segundos:
  -No lo creo. La cerradura de la puerta no necesitaría mas que una pequeña descarga láser para abrirse...
  Noaberg asintió.
  -¿Pero qué hay de la tarjeta?- volvió a preguntar inmediatamente.
  -Esos vehículos son modelos antiguos. La parrilla de control se extrae con facilidad, y queda al descubierto el sistema de codificación; suelen ser programas muy toscos... No me llevaría mas de un minuto el lograr establecer un puente en el dispositivo de arranque.
  Silke se movió con inquietud, torciendo el gesto mientras lanzaba una ceñuda mirada hacia el vehículo.
  -Es demasiado arriesgado...- musitó-. En cuanto salgamos esos bichos se abalanzarán sobre nosotros.
  -No si actuamos con rapidez- repuso inmediatamente-. Una vez en el interior del vehículo les será imposible alcanzarnos; dudo mucho que sus aguijones lograsen atravesar el acero...
  -Sin embargo, desconocemos por completo el instinto de reacción de las arañas. Puede que no requieran mas que un par de segundos en advertir nuestra presencia ahí fuera.
  -Es una posibilidad...- admitió Noaberg-, pero siempre será mejor que quedarnos a esperar aquí-. Frunció el ceño y miró a Serguei-. ¿Qué opina? ¿Podría hacerlo mientras nosotros le mantenemos las espaldas cubiertas?
  El copiloto asintió con un movimiento de cabeza. Desenfundó su pistola y se situó junto al dintel.
  Noaberg aprestó el fusil e inmediatamente abrió la puerta con extrema lentitud, apartándose un solo instante mientras Serguei salía al exterior y se lanzaba hacia el vehículo, atravesando la fría oscuridad en una breve carrera.
  -Todo es inútil...- rezongó el doctor tras ellos, retrocediendo unos pasos hasta dar con la espalda en la metálica pared del vestíbulo.
  -¡Cállese de una maldita vez!- le espetó el sargento en un furioso susurro, sin apartar la mirada del agitado enjambre que seguía removiéndose sobre los edificios sin mostrar por el momento ninguna señal significativa de peligro.
  Y aquello le dio un notable hálito de seguridad.
  Los segundos transcurrieron con desesperada languidez hasta que una fugaz ráfaga de láser crepitó al otro lado de la avenida y la difusa silueta de Serguei se introdujo en el vehículo.
  -¡Lo ha conseguido!- exclamó Silke con un reprimido alborozo.
  Noaberg suspiró con alivio. En cierta manera, pensó, había resultado lógica su silenciosa deducción; la magnitud del enjambre era inmensa, y para actuar de la manera que lo hacían, o más bien como el doctor Goeltz les había explicado que se comportaban, como si se tratase de una sola unidad, de un único y gigantesco ser, en el instante en que llevaban a cabo una acción concreta, sería necesario un tiempo de reacción, unos minutos hasta que todos y cada uno de los componentes recibía de alguna manera la orden y la asimilaba...
  De soslayo advirtió un movimiento en el interior del vestíbulo que le arrancó de aquellos pensamientos, y cuando giró hacia allí, alcanzó a vislumbrara la delgada figura del doctor ascendiendo atropelladamente las escaleras
  -¡Condenado estúpido!- rugió.
  Silke siguió inclinada bajo el umbral, con el cañón de su pistola alzado hacia el cielo en una posición preventiva mientras Noaberg penetraba violentamente en la sala.
  -¿Qué se propone ese tipo?- preguntó ella, moviendo la cabeza contrariada.
  El sargento volvió con rapidez unos pasos y le entregó el fusil.
  -Le será más útil que esa pistola si sucede algo- le dijo-. Manténgase atenta a los movimientos del enjambre y, en cuanto Serguei ponga en marcha el vehículo, diríjase a él inmediatamente.
  La piloto se mordió el labio, mirando con desazón hacia las escaleras. Casi en un gemido preguntó:
  -¿Y usted?
  -Volveré enseguida- exclamó-. No podemos dejarle aquí...
   Rápidamente se lanzó hacia el otro extremo del vestíbulo, salvando los escalones a grandes zancadas hasta alcanzar de nuevo la puerta del apartamento. Se detuvo bajo el dintel y escudriñó el oscuro pasillo mientras recuperaba el aliento.
  -¿Qué diablos le sucede?- masculló, penetrando unos metros-. Es su única oportunidad para salir de éste lugar...
  No recibió ninguna respuesta, y comenzaba a sospechar que aquel tipo podía haberse ocultado en cualquiera de las otras plantas del edificio cuando sintió una fría y súbita presión sobre la nuca, acompañada por el casi imperceptible zumbido del sistema energético activado de una pistola láser
  -Si intenta mover sólo un dedo, le juro que hago desaparecer su cochina cabeza para siempre...- La voz, aunque inequívocamente pertenecía al doctor Goeltz, poseía un extraño matiz de dureza, de severa brutalidad que hasta aquel instante no había asomado a sus labios.
  Y Noaberg comprendió al instante que era absolutamente cierta la amenaza de aquel hombre.
  -¿Por qué?- logró preguntar en un hilo de voz-. Estamos aquí para ayudarle...
  -¿¡Para ayudarme!?- repitió estentóreamente-. ¿Es qué todavía no lo ha entendido?
  -¿Entender el qué?
  El delgado cañón se clavó un poco más en la piel, y a su espalda el doctor suspiró con cansancio.
  -No pueden salir de aquí...- gruñó-. ¡No deben salir de aquí! Esas arañas forman una especie envidiablemente perfecta, ¿sabe? Su instinto de supervivencia resulta extremadamente superior al de cualquier otra criatura de la Galaxia..., algo digno de admiración incluso para una raza tan prepotente como la humana...
  >Estudié minuciosamente su especial sistema reproductivo durante la mayor parte del tiempo, llegando a la convicción de que han logrado desarrollar un método tan sumamente complejo, una combinación de engendración y autodefensa tal que las ha convertido en prácticamente indestructibles...
  -¿Pero de qué está hablando?- inquirió confusamente Noaberg.
  El doctor volvió a resollar, como si las preguntas del sargento le resultasen tan elementalmente estúpidas como tediosas sus contestaciones.
  -Esos insectos- le dijo finalmente-, además de inocular una secreción capaz de alterar el sistema nervioso de cualquier organismo al que consideren una amenaza para su supervivencia, se sirven de estos mismos cuerpos para introducir en su interior una progenie, una nueva y futura generación en forma de miles de microscópicas larvas que permanecen aletargadas en lo que, para ellas, resulta un campo de cultivo excepcional, hasta que, llegado el momento y el lugar adecuado, su sistema perceptivo las hace eclosionar y desarrollarse...
  >¿Empieza a comprender ahora? ¿Entiende el poderoso enemigo que resulta cada una de esas criaturas?
  -Aunque todo sea cierto- dijo Noaberg, mientras sentía cómo su mente se estremecía con violencia-, si regresa con nosotros los biólogos encontrarán una forma para extraerle los microorganismos... Tendrá, al menos, una oportunidad que aquí jamás logrará.
  El doctor tardó unos segundos en responder, y cuando lo hizo, fue con un tono hostil y cargado de gelidez:
  -Ese es mi designio. Por alguna enrevesada causa, yo, un simple médico desterrado a una apestosa colonia como ésta, he resultado elegido para salvaguardar la existencia humana del oscuro peligro que encierra Trireida... El único que, gracias a mis acertadas investigaciones con el Componente 2-R, podré mantener al resto de mis congéneres alejados de este planeta maldito durante mucho tiempo...
  -Si no regresamos, el Alto Mando Terrestre enviará cientos de militares en nuestra búsqueda, y le obligarán a volver a la Tierra por la fuerza.
  El doctor explotó en una sonora carcajada que al sargento le pareció la risa de un completo esquizofrénico.
  -Eso sería paradójico ¿no cree?- exclamó-; el Alto Mando Terrestre, una organización supuestamente creada para proteger al planeta de cualquier amenaza exterior, sirviendo de medio para introducir entre los humanos su propia exterminación como raza dominante...
  Noaberg se movió unos centímetros, contrayendo los músculos del rostro con furia.
  El doctor se apartó un paso y acarició el gatillo del arma, gruñendo:
  -¡Se lo he advertido! Si vuelve a moverse le abro un agujero entre los ojos...
  -Creo que está completamente loco- barboteó Noaberg, ignorando la amenaza-. Es un gusano con el cerebro demasiado estrujado por la droga del Componente...
  El apretado rostro del doctor enrojeció súbitamente, y en un rápido movimiento alzó la pistola y le golpeó la sien con todas sus energías, haciéndole caer violentamente al suelo.
  Aturdido ante el inesperado embate, el sargento se apoyó sobre la pared y miró de soslayo al doctor.
  -Creo que finalmente tendré que hacer uso de esto...- le dijo, blandiendo el arma ante sus ojos-. Sin embargo, ustedes, como parte del cuerpo de defensa espacial, deberían haberme apoyado en vez de intentar huir como ratas...
  Noaberg se limpió con una mano el reguero de sangre que había resbalado hacia el pómulo, y sus ojos, fijos únicamente en el negro cañón de la pistola, parecían irradiar un odio capaz de palparse físicamente.
  -¿Haberle apoyado?- jadeó-. ¿En qué? ¿En asesinar a cuantos viniesen en nuestra búsqueda? ¿Igual que, en realidad, intentó hacer con nosotros?
  -Un intento desesperado ciertamente- asintió el doctor-, pero mucho mejor que pretender convencer a todo el mundo de que no se debe volver a Trireida. ¿O acaso es usted tan inocente que piensa que nuestro Gobierno abandonaría sin más el mayor yacimiento de mirgonium del que se tiene constancia en toda la Galaxia conocida...?
  Una oleada de temor irrumpió en el sargento espontáneamente. Guardó silencio, esperando a que el doctor continuase.
  -¡No!- se contestó a sí mismo-. Es un combustible demasiado valioso, sobre todo teniendo en cuenta el desproporcionado consumo de todos esos acorazados que permanecen en Eridani...
  -¡¡Suéltela!!-. El estridente e inesperado grito de Silke  atravesó el pasillo, ahogando las palabras del doctor Goeltz con vehemencia-. ¡Suelte esa pistola inmediatamente!
  Noaberg alzó la cabeza, moviendo los labios inaudiblemente al reconocer la silueta que tenuemente se recortaba junto al quicio de la puerta de entrada al apartamento.
  En tan sólo una fracción de segundo, el doctor se volvió hacia allí, alzando el arma y a la vez apretando el gatillo con una destreza asombrosa para una persona, en apariencia, tan endeble y enfermiza. Pero la piloto se movió con agilidad hacia un lado, y el fino haz energético estalló sobre la pared que quedaba a sus espaldas con una apagada explosión. Sin detenerse a esperar recibir un segundo disparo, presionó el pulsador del fusil y un amplio abanico de fuego rojizo barrió las penumbras del pasillo, alcanzando al hombre a la altura del estomago y derribándolo cuando ya no era sino un cuerpo parcialmente desintegrado bajo la llamarada ígnea.
  Noaberg se alzó del suelo con rapidez, sorteando lo que quedaba del doctor y acercándose conmocionado hasta la mujer.
  -No hubiese podido ser más oportuna...- musitó, apoyando la espalda sobre el marco de la puerta.
  Silke le dirigió una mirada inquieta. Volvió los ojos hacia el cuerpo inerte y frunció el ceño con preocupación.
  -¿Qué es lo que pretendía?- inquirió en un susurro.
  El sargento movió la cabeza lentamente. Sentía con intensidad cómo su mente se esforzaba por encajar todas las desconcertantes palabras de aquel doctor.
  Pero aquellos pensamientos fueron interrumpidos por el zumbido del receptor-emisor de la piloto. Cuando presionó la placa de enlace, la voz de Serguei surgió con desesperación:
  -¿Qué está sucediendo?- preguntó-. Parece que esas cosas comienzan a actuar...
 



 

  Poner aquel anticuado vehículo de superficie en marcha no le había representado ningún inconveniente.
  Serguei no tuvo más que extraer la consola de control y ante sus ojos quedaron los dispositivos de codificación, los cuales, una vez ajustados a la cifra primaria, insuflaron la energía necesaria para que el vehículo se elevase un metro del pavimento, flotando sobre el potente campo magnético que las cámaras gravitatorias habían generado.
  Tan sólo unos segundos después de cortar la comunicación con Silke, vio aparecer a ambos bajo el arcado pórtico del edificio. Empujó con aspereza una de las palancas inferiores y el vehículo giró su acerada quilla noventa grados, enfilando con cierta torpeza hacia el otro lado de la avenida.
  Noaberg alzó el fusil con una mano y apretó el gatillo, barriendo con una continua y amplia ráfaga las decenas de subenjambres que, reparando finalmente en la presencia de los humanos, habían comenzado a abandonar la inmensa columna principal, arrojándose hacia ellos en un veloz y desordenado descenso. Sin embargo, a su máxima potencia de fuego, el arma quedó inmediatamente descargada. El sargento la arrojó a un lado mientras tomaba con su mano libre a Silke y la empujaba ante él, lanzándose ambos hacia el exterior, donde, a tan sólo cinco metros, el vehículo se había detenido y la estrecha compuerta posterior comenzaba a correrse.
  Silke saltó con precipitación al interior, a la par que se apartaba hacia delante, facilitando que Noaberg se colase tras ella sólo una décima de segundo después.
  Serguei había soltado el bloqueo del cierre automático antes incluso de que el sargento se hubiese introducido completamente, y la compuerta volvió a deslizarse hacia abajo cuando la pareja apenas sí había conseguido incorporarse sobre los asientos, interponiéndo la gruesa plancha metálica entre ellos y las decenas de insectos que les seguían, acabando estos por estrellarse contra el blindaje exterior con una lluvia de apagados golpes membranosos.
  -¿Y ese tipo..., el doctor Goeltz?- les preguntó el copiloto, volviéndose hacia el panel de control y abriendo el interruptor de aceleración al máximo.
  Noaberg se irguió sobre el incómodo sillón y contempló el exterior a través del monitor frontal. El oscuro pavimento magnético de la avenida se deslizaba bajo ellos con rapidez, y los altos edificios de aquel suburbio comenzaban a quedar atrás, perdiéndose en los ángulos de la pantalla.
  -Es complicado de explicar...- le respondió ambiguamente, después de un prolongado silencio. Miró a Silke y ésta le devolvió una especie de quebrada sonrisa-. Si consigue sacarnos de aquí- añadió-, estaré encantado de explicárselo con todos sus detalles...
  El vehículo dobló en una de las bifurcaciones y adoptó el campo gravitatorio de otra vía con un violento zarandeo. Ante él comenzaron a surgir entonces las rojizas altiplanicies de arena, y los últimos rastros de la ciudad pronto desaparecieron.
 
 

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