PRÓLOGO
El comandante Logonov, demasiado
rudo, viejo y torpemente grueso, se despertó inquietamente, saltando
de la hundida litera con un ronco gruñido.
Había advertido un violento estremecimiento sobre el
fuselaje de aquel anticuado, casi prehistórico carguero espacial.
Esperó con impaciencia unos segundos e inmediatamente
la nave volvió a zarandearse, vibrando todas las viejas estructuras
a su alrededor con un alarmante y largo chirrido.
Sin ofrecer ocasión para una nueva sacudida, se calzó
las botas y salió del camarote en medio de un inacabable vocerío
de maldiciones, superando el angosto corredor y llegando hasta la cabina
de control con notable violencia.
-¡Tonkov...!- barboteó al joven que, sentado ante los toscos paneles de control, se volvió exaltado hacia él-. ¿¡Qué jodidos diablos haces!?
El muchacho, con el rostro crispado y los ojos exageradamente abiertos, movió repetidas veces la boca, sin que de su garganta surgiese más que un inaudible gorjeo.
-Na... nadie responde en... la colonia, se...señor- consiguió decir finalmente, tras un nuevo y forzado intento-. La nave ha iniciado el programa de descenso..., pero..., todavía no tenemos confirmación desde el cosmo-puerto...¡Intento detenerla, pero la computadora se niega a obedecer...!
El comandante se acercó al panel y apartó bruscamente al joven. Tras sentarse en su puesto, contempló glacialmente las distintas pantallas.
-¡Estúpido!- gruñó-. Una vez conectada
la secuencia del programa ya es imposible detenerlo...-. Alzó su
grasiento rostro y taladró con la mirada al muchacho-. ¿Dónde
está ese condenado borracho de Daniel?
-No lo sé...- musitó-. Hace un... un par de horas
que no le veo...
-¡Maldita sea!-. Se encaró de nuevo sobre los controles
y observó a través de la pantalla panorámica cómo
se adentraban con creciente velocidad entre los densos nubarrones que cubrían
aquel planeta.
Resolló con impaciencia y conectó los invertidores de propulsión, provocando un nuevo y todavía más violento zarandeo que hizo salir despedido al muchacho hacia atrás.
-¡Siéntate de una vez!- le gritó el comandante-. Vas a romperte tu desgraciada crisma antes de que yo pueda aplastártela.
Tonkov obedeció, apresurándose a tomar asiento
en uno de los sillones y colocándose las correas de seguridad un
instante antes de que la nave se estremeciese de nuevo bajo otro impulso
de desaceleración.
En aquel instante la puerta de la cabina se abrió con
virulencia, franqueándola con torpeza un tipo de silueta alta que
apretaba entre sus gruesos labios la colilla de un pestilente cigarro.
Se agarró a uno de los metálicos salientes de la pared y
contempló con gélida fijeza la imagen de la pantalla panorámica.
-¿Qué está pasando aquí?- vociferó.
Acababan de dejar atrás los densos bancos de nubes y ya se podían distinguir los viejos edificios de la colonia allá en el horizonte, alzándose con destellos irregulares tras algunas de las arenosas y rojizas altiplanicies.
-¡Joder, Daniel!- masculló el barrigudo comandante, volviendo la cabeza hacia él-. ¿Por qué has dejado sólo al chico en tu puñetero turno de navegación?
Daniel taladró al muchacho con una mirada colérica. Gruñó:
-¿Es que no es capaz siquiera de mantener activado el sistema automático de descenso?
Tonkov abrió la boca con intención de replicar
algo, pero el viejo Logonov le interrumpió con brusquedad:
-¡Ese es precisamente el maldito problema! El sistema
ha iniciado la secuencia, pero no recibimos la confirmación de seguridad
desde el cosmo-puerto...
El recién llegado les miró a ambos con incredulidad durante unos segundos, mientras mascaba ruidosamente la punta del cigarro.
-Eso es imposible- replicó finalmente, tomando asiento frente a los sistemas de comunicación y agarrando entre las manos el micrófono-: Carguero terrrestre Estela Oscura a torre de control de Trireida... Demandamos confirmación para un descenso inmediato a través de la ruta de aproximamiento 1-1-6. H-Y...
Por toda respuesta, no recibió mas que el vacío crepitar de la estática. Entonces el muchacho se aventuró a murmurar:
-Ya lo he estado intentando yo... No hay forma de contactar con
ellos...
-¡Pero no es posible!- rezongó Daniel, contrayendo
los músculos de su rostro-. Si nos interferimos en la trayectoria
de alguna nave acabaremos esparcidos en pedazos por todo lo largo y ancho
de la puñetera colonia.
El comandante le dirigió una severa mirada desde su puesto.
-¡Tenemos que aterrizar ya!- dijo-. No podemos esperar
la confirmación.
El pesado carguero acababa de alcanzar las inmediaciones del
cosmo-puerto y sus tres tripulantes clavaron la mirada en las vastas instalaciones
que saltaron ante la pantalla, donde, a lo largo de varios kilómetros,
cientos de navíos y buques se apiñaban en ordenadas formaciones
sobre las oscuras pistas de descenso, sostenidos entre los gigantescos
pivotes magnéticos que, elevándose hacia el cielo casi una
decena de metros, formaban toda una maraña de garras metálicas...
Logonov eligió una de las pistas periféricas que
quedaban libres y con brusquedad inició el descenso. Las desgastadas
turbinas inferiores escupieron una larga serie de llamaradas y el carguero
perdió velocidad paulatinamente, posándose sobre el pavimento
tan sólo unos segundos después.
El muchacho se irguió y apretó el rostro sobre
la pantalla panorámica, escudriñando la amplia sección
que desde aquella posición alcanzaba a distinguir. En voz baja,
y empleando un extraño tono de gravedad, preguntó:
-¿Dónde está todo el mundo...?
Logonov y Daniel movieron sus sillones hasta allí, apartando
al chico de un manotazo.
Y efectivamente, la pregunta que Tonkov dejó escapar
de sus labios, fue la misma que ambos hombres se hicieron al contemplar
el exterior: aquel era el puerto minero, tal vez, más importante
de todos los asentamientos humanos en la Galaxia. Decenas de naves emprendían
a diario el vuelo desde allí con sus enormes contenedores rebosantes
de mirgonium. Y la continua actividad de cientos de navegantes, y de todo
tipo de vehículos-remolcadores, era una tónica habitual dentro
del área de los muelles...
Sin embargo, en aquel momento, toda actividad parecía
haber desaparecido. Parecía haberse esfumado en el aire, dejando
abruptamente un puerto desolado y silencioso, ocupado únicamente
por las cientos de naves espaciales que, con su gélido silencio,
parecían haber sido los únicos testigos de los oscuros antecedentes
a tan increíble situación.
-¿Qué diablos significa esto?- rezongó el comandante, desconectando los sistemas y alzando del sillón su pesado cuerpo.
El muchacho y Daniel parecieron no escuchar las palabras de Logonov, absortos ante la pantalla panorámica.
-¡Vamos!- gruñó, elevando unos grados su tono-. Daniel y yo saldremos e intentaremos averiguar qué está sucediendo. Tú- miró a Tonkov con dura fijeza-, quédate aquí; no me gusta la idea de dejar la mercancía sola sin antes saber dónde se han metido todos esos malditos paletos.
Daniel se volvió y movió con nerviosismo el cigarro entre los labios, clavando una mirada ceñuda en el comandante mientras exhalaba una espesa bocanada de humo.
-¿Estás loco?- le espetó-. ¿Bajar ahí...? Presiento que lo más indicado es largarnos cuanto antes y avisar de esto a alguien...
El grasiento rostro del comandante se crispó en una mueca de antipatía, y su mandíbula se movió tensamente para replicar:
-¿Acaso quieres quedarte sin tu paga, señor “presientoque...”
Tan sólo cinco minutos después, los
dos hombres descendían la rampa del carguero.
Tonkov contempló a través de la pantalla cómo
ambos se alejaban, caminando flemáticamente por la pista hasta que
sus siluetas desaparecieron tras un grupo de enormes lanzaderas de avituallamiento.
Sólo entonces se arrellanó en el sillón, sintiéndose
sumamente molesto e impaciente por la decisión del viejo comandante.
Un grito procedente del exterior
y escuchado por él gracias al sistema de intercomunicación
le sobresaltó, haciéndole dar un violento respingo.
Durante un largo rato, tal vez casi media hora, había
estado concentrando toda su atención en la imagen de la sección
del cosmopuerto que la pantalla lograba ofrecerle. Finalmente, con un notable
hastío, se decidió a verificar uno tras otro todos los módulos
operacionales de navegación del Estela Oscura. Sabía que,
de no hacerlo entonces, más tarde Logonov se lo ordenaría.
Para aquel viejo y gordo tipo, aquellas verificaciones resultaban
casi una obsesión, como si de aquella forma fuese a lograr que el
antiguo y herrumbroso carguero todavía resistiese algunos años
más. Sin embargo, él sabía que era imposible; la nave
cargaba a sus espaldas demasiados pársecs recorridos, y demasiados
sobreesfuerzos en sus propulsores, desgastando hasta el límite su
decrépito fuselaje y sus enmohecidos circuitos de plasma.
Y estaba silenciosamente convencido de que, cuando el carguero
no diese más de sí, el comandante decidiría retirarse
definitivamente de las rutas de comercio interestelar en vez de empeñarse
de nuevo en la compra de otra nave. Se gastaría todos los ahorros
que había conseguido reunir durante su puñetera vida en alcohol
y prostitutas baratas en alguna de las lejanas colonias de ocio que plagaban
el Cinturón de Cigmarán, viviendo en un continuo y elevado
estado etílico los años de vida que todavía le quedasen.
Entonces, tanto él como Daniel, se encontrarían
sin nada. Sin trabajo y con escasas posibilidades de encontrar un navegante
independiente con necesidad de nueva tripulación...
Levantó violentamente la mirada hacia la pantalla, y
su rostro se nubló con intensidad ante lo que sus ojos contemplaron:
Logonov corría con suma torpeza hacia la rampa de embarque del Estela
Oscura. A pocos metros de él, Daniel le seguía con fiera
insistencia, mostrando un gesto contraído en una mueca cargada de
salvaje rabia mientras su mano blandía una pesada barra de metal
por encima de su cabeza. Cerca del comienzo de la estrecha rampa, las cortas
y artríticas piernas del comandante trastabillaron y todo su voluminoso
cuerpo se vio arrastrado hacia el suelo. Daniel se abalanzó entonces
sobre él, golpeándole con enfermiza cólera el cráneo
con aquella barra, hasta que dejó de gritar y revolverse. Sin embargo,
no detuvo su ataque; siguió golpeándole incluso después
de muerto, convirtiendo la cabeza del comandante en una mezcolanza de carne
ensangrentada y astillas de hueso...
Tonkov se derrumbó en el sillón, con una exclamación
ahogada en su garganta e incapaz de apartar los ojos de la pantalla. Sólo
unos segundos después su mente logró reaccionar repentinamente,
recordando que la esclusa de entrada se encontraba abierta.
Se irguió sobre el tablero de control y en medio de irrefrenables
espasmos conectó el sistema de sellado, escuchando inmediatamente
el familiar siseo de la compuerta cerrándose sobre la sección
de carga de estribor. Enseguida conectó la secuencia de despegue
y las turbinas inferiores escupieron una densa cortina de combustible encendido
que, al expandirse sobre la pista, alcanzaron a Daniel y al cuerpo inerte
del comandante, convirtiéndoles en dos masas deformes y carbonizadas.
Con la escasa experiencia que poseía en materia de navegación,
logró elevar el carguero con torpes fluctuaciones en los alerones
de estabilización, imprimiendo el mayor impulso posible al reactor
principal antes incluso de haber escapado de la atracción planetaria.
Y fue aquella precipitada y salvaje maniobra la que hizo que
la vieja nave, una vez ya fuera de la atmósfera de Trireida, sufriese
una brusca descompensación en el flujo de plasma, perdiendo uno
de los reactores con una silenciosa y breve explosión.
En el interior de la cabina de control, el estridente ulular
de la alarma se clavó en los oídos de Tonkov. Inmediatamente
se dio cuenta de lo sucedido y se lanzó a toda velocidad hacia la
sección de popa con la desesperada intención de escapar de
aquel desastre en una de las lanchas salvavidas.
Pero todo sucedió demasiado deprisa. La nave sufrió
una terrible fluctuación y comenzó a quebrarse por la mitad
como si no fuese mas que un débil cascaron metálico.
Sólo una décima de segundo después estalló
en miles de inapreciables fragmentos que lentamente fueron arrastrados
hacia el planeta, desintegrándose finalmente al entrar en contacto
con las primeras capas atmosféricas.
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