Dicen que "extraños caminos" toma el Señor para hacer su voluntad y tal vez así sea. La importancia del milagro no debe pues, medirse por el origen divino de su creación, sino por el cambio que porduce en nuestro interior. 
¿ACASO NO ESTOY YO AQUI?
Por: Gabriel Benítez
Por supuesto, para Nuestra Señora de Guadalupe
1.
En la cima de uno de los más grandes edificios de la ciudad, una chica deprimida y desilucionada, logró salvarse de una muerte segura al escuchar la voz de una mujer que la llamaba por su nombre escasos minutos antes de que decidiera arrojarse al vacío. No pudo ver a la mujer, pero supo de inmediato que estaba ahí, a su lado.
En algún otro lugar de la urbe, un hombre recogía de la calle a dos niños desarrapados y sucios. Ellos necesitaban de un hogar y él necesitaba una respuesta para su soledad. La voz de una mujer le había dado la formula para tener un objetivo en la vida y además le había dicho donde encontrarla.
Cuatro horas más tarde, un chico de no mas de 14 años salía curado de un centro para enfermos con cáncer terminal. Su enfermedad había desaparecido después de 3 días de platicar con una extraña y bella señora…
Y así, en muchas partes del la jungla de acero y concreto que era la ciudad de México, mucha gente; hombres, mujeres, niños, recibían la visita inesperada pero necesaria de aquella dama.
Muy pocos ignoraban quien era ella. La mayor parte de la gente lo adivinaba casi de inmediato:
Era, por supuesto, la Santísima Virgen María de Guadalupe

Casi 4 meses después de las apariciones, cuando estas se habían convertido en masivas, un hombre sin fe, llamado Juan Sotomayor Rodríguez, bebedor casi de oficio y metido al negocio poco lucrativo de la investigación privada tuvo también una visita.
La mujer lo encontró tirado de borracho en el asiento de un bar y con sus recuerdos perdidos en un pasado feliz que ya nunca volvería.
Cuando él la vio no pudo reconocerla, así que la insulto diciéndole puta y le pidió que lo dejara, pero ella respondió sonriendo  y sentándose a su lado. Y él, sin entenderlo, comenzó a llorar y llorar por todo aquello que había perdido, por todo aquello que no había podido olvidar y que no lo dejaría nunca.
Y aquella mujer,  lo abrazó y le permitió derramar lagrimas en su hombro por un largo, largo tiempo.

Horas más tarde,  Juan Sotomayor salía del bar con dirección a un hotelucho de mala muerte situado en el centro de la ciudad.
Ya en ese lugar, se dirigió a un cuarto en especifico, abrió la puerta y caminó hacia el baño.
Ahí lo esperaba el cadáver de un hombre, con su cuello aprisionado por un grueso cinturón y colgado del tubo de la regadera.
El hombre, en si, ya no importaba. Nada podía hacerse por él. Lo realmente necesario era recuperar un maletín escondido por este mismo bajo el colchón de la cama.
Era un maletín delgado, de metal, con soporte de plástico y clave de apertura. Juan lo reconoció de inmediato porque la señora se lo había descrito correctamente. Lo tomó de su escondite y salió del lugar a paso normal y confiado.
Se cruzó con un par de tipos, vestidos ambos  con trajes negros y corbatas Gucci, en lo que podría llamarse el Lobby del hotel. Parecían estar muy interesados en encontrar al alguien alojado en ese lugar porque interrogaban ansiosamente al recepcionista del negocio y a una chica del aseo. En lo que a Juan respecta nadie reparó en él y a él  lo que menos le importaba era dirigirse a ellos.
Y era así porque en ese instante, Juan Sotomayor Rodríguez acababa de dejar su vida pasada de lado para convertirse en el perro guardián más fiel y acérrimo de un muy importante secreto escondido entre las tapas del portafolio que cargaba. Nadie podría arrebatarle ese secreto de sus manos o de su boca.
Nadie…
….Hasta que llegara el momento.

2.
El momento llegó una tarde de verano, cuatro años después del suceso.
Juan permanecía solo, sentado en la barra de un restaurante. Tomaba a sorbos tranquilos un refresco mientras sus ojos se deslizaban por la página de uno de los periódicos citadinos.
¿Y el alcohol?
Lo había dejado desde hacia ya mucho tiempo.
Nunca volvería a tomar una copa más.
Abandonó la bebida casi desde el momento en que sus recuerdos dejaron de ser dolorosos, cuando pudo aceptarlos y aceptarse a si mismo. Ahora, su vida se rehacía poco a poco, lentamente, pero a paso firme. Y junto con ella se rehacían también las alegrías y volvían igualmente las esperanzas.
Para Juan Sotomayor, la vida valía la pena vivirse otra vez.
Fue entonces que volvió a escuchar en su interior a la Señora…

3.
Rafael Ligotti caminaba junto al gran río que era la procesión. Esta acababa por desembocar a las puertas de la Segunda Catedral de la Virgen de Guadalupe, donde cientos de almas se conglomeraban año tras año para arrodillarse y dar gracias por los favores recibidos, por las saludes recuperadas, por los milagros cumplidos.
Había sido así por más de 480 años y Ligotti estaba seguro que así permanecería por mucho tiempo más.

Rafael Ligotti se detuvo un momento en medió de la corriente humana para observar a lo a lo lejos la gigantesca construcción de lo que seria la Nueva Catedral de Guadalupe. Aún no estaba concluida, pero pronto lo estaría. Su forma: una especie de gigantesca torre, coronada con una cruz y extendida como una carpa en su base podría verse prácticamente desde cualquier punto de la ciudad. Por dentro -recordaba Ligotti - la visión de aquel monstruo y  su cielo era más que maravillosa… era verdaderamente sublime.
Estaba planeado que ahí  arriba, entre domos multicolor, similares a corneas de insecto, se encontraría extendida en su marco la imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe, Señora de México, impresa en la tilma del que había sido el indio Juan Diego.

Ligotti la recordaba bien: la miró por primera vez no haría más de cinco o seis años, cuando los laboratorios del Vaticano decidieron transportarla para realizar en ella una nueva serie de pruebas, esta vez efectuadas completamente bajo el control y cuidado de la ciudad pontifica y sus prelados. Nadie, además de los grupos de estudio seleccionados, se enteró nunca de aquello que se realizó “allá abajo”. Lo mantuvieron en el más absoluto secreto y aquí , en México, se dejó en la Catedral una replica exacta , la cual los fieles no tendrían oportunidad de diferenciar.
Él pertenecía en aquel entonces a uno de los grupos de reconocimiento y análisis, y cuando tuvo la tilma frente a sus ojos…
Bueno, no ocurrió nada.
En eso se resumió todo para él: Nada.
No hubo ningún escalofrío, ningún temor, ninguna sorpresa reverencial. La tilma resultaba tan simple y sencilla como una enviada a pintar por encargo. Para Rafael Ligotti la experiencia no trascendió más allá de una pequeña desilusión. ¿Que esperaba a caso? ¿Una revelación? ¿Un milagro? Ahí no había nada de maravilloso.
Pero, ahora, en la ciudad de México, había algo que si lo era.
Y él estaba ahí para experimentarlo.

El grito electrónico de un carro-robot de alimentos arrebató al padre Ligotti de sus recuerdos.
- ¡Hot Dogs, Hot Dogs!…lleve sus hot dogs calientes. ¡Aquí los mejores!
Hot Dogs. Perros Calientes.
El templo del señor continuaba siendo lo de siempre, un mercado, penso Ligotti, pero a veces le veía ventajas. Como ahora.
Su estomago no tuvo tapujos en gruñir y Rafael vio en aquel carrito-robot autopropulsado una buena oportunidad para calmar esta rebelión intestinal. Atravesó de lado  la corriente humana y llegó hasta el aparato.
- Buenas tardes – dijo el robot de servicio, una especie de androide ultrabasico formado por  un esqueleto de tubos de metal y cables, encajado a uno de los lados del carrito. Su cabeza, de tipo binocular, hizo un sonido de rotor- característico de los de su tipo -al poner atención en su cliente.
- Buenas tardes. – respondió Ligotti el saludo.- ¿A cuanto das los hot dogs?
- Todos están a $1.20. Uno cincuenta con refresco. Puede ponerle usted lo que deseé. Y no se preocupe por la calidad. Todos son de salchicha de pavo y previamente empaquetados para impedir cualquier tipo de contaminación.
- Perfecto. Dame dos y…¿Que tienes de tomar?
Rafael esperó recibir la respuesta de manera inmediata, pero esta no llegó. Pensó en volver a hacer la pregunta a su interlocutor pero este intervino en ese instante:
- Disculpe. – dijo.- ¿Es usted de casualidad el Padre Rafael Ligotti? .-
Rafael no puedo evitar fruncir el ceño con duda. Decidió responder.
- Si, soy yo. ¿Acaso me cono…? – Ni siquiera pudo terminar. Con rapidez y haciendo uso de una de sus manos mecánicas, el robot extrajo una tarjeta de color blanco del deposito de monedas y la colocó directamente frente a los ojos de Ligotti.
- Tengo un mensaje para usted.- dijo.
 

4.
El hombre encendió un cigarro e inhaló el humo con placer. Le tendió la cajetilla al Padre Ligotti. El se negó con un claro ademán.
- No fumo.-contestó– Mejor dígame la razón por que me ha citado aquí.
El hombre guardo la cajetilla ultrapalana de sus cigarros en la bolsa delantera de su camisa  y fue a sentarse en una silla, situada un lado de la ventana panorámica del cuarto. Desde ahí, la ciudad simulaba una brillante telaraña de luces de color.
El hombre señalo algo en la distancia:
-Allá.- dijo- Hay otro hotel. No es como este. Es mucho más pobre. No tiene alfombras y de seguro pocas revistas de turismo se arriesgarían a darle siquiera una estrella. – dio una larga y profunda aspirada a su cigarro para después expedir una tenue nube de humo azulado.
- ¿Sabe que?- dijo Ligotti  claramente molesto.- Mejor ahórrese su discurso estilo novela barata y  vayamos al grano…
El hombre se encogió de hombros y dirigió su vista al exterior.
- Leo mucha novela negra.- dijo, como para disculparse. Rafael Ligotti lo ignoró y dio unos pasos por el cuarto.
- ¿Como sabe quien soy yo? ¿De donde obtuvo toda esa información que apuntó en la tarjeta sobre mi?
- De la Virgen.- respondió el hombre y exhaló otra nube de humo azul. Volvió a mirar a Ligotti. Estaba callado y visiblemente confundido. – Así es…¿No quería que habláramos al grano de esto? Fue la Virgen y nadie más.
- ¿Esta usted loco?
- ¿Le parece? Usted sabe que en esta ciudad no es raro que ella hable con uno… Por su actitud supongo que con usted no lo ha hecho…
- No. No conmigo. Le informó mucho sobre mi, por lo que veo.
- Así es.
- Muy bien, pues…Ahora dígame para que lo envió conmigo?
El hombre sonrió irónicamente y negó lentamente con la cabeza.
- Habla de la Virgen como si no creyera en ella.- dijo.- ¿Acaso no es usted un cura?
- Eso no implica que me trague cualquier cuento que mencione santos en la portada.
- Hace usted bien. – asintió el hombre.- En fin…la virgen quiere que le entregue el portafolio ese que esta debajo de la cama.
Ligotti dirigió su vista hacia donde le habían señalado, pero no se movió.
- Vamos, agáchese y tómelo. Es para usted.
Ligotti se inclinó con cuidado y obtuvo de debajo de la cama un delgado portafolio metálico. Lo colocó sobre las sábanas.
- ¿Que hay aquí dentro?- preguntó con desconfianza al hombre del cigarro.
- La respuesta de todo lo que esta pasando.
- ¿De todo? ¿A que se...?
- Si, de todo. ¿No escucha bien? Y me refiero a que ahí adentro esta el secreto de las actuales apariciones de la Virgen. Incluso viene una muestra.
- ¿Una muestra de que? No lo entiendo...¿ una muestra de la Virgen? ¿Otra tilma o algo así?.-
El hombre no pudo evitar reír.
- ¿Que le hace pensar eso? ¿Acaso tengo cara de Juan Diego?.- Guardo silencio un instante.-  No. No es una tilma. Es algo que diseñó un hombre hará ya unos 6 años. ¿Recuerda el hotel que le mencionaba? El se hospedaba ahí. O mejor dicho, se escondía ahí. Yo llegue a ese cuarto enviado por también por la Virgen y me encontré con su ocupante colgado de la regadera del baño. Le confesaré que eso no me tomó por sorpresa. La Virgen ya me había informado de lo que encontraría en ese lugar.
Si Ligotti se encontraba desconfiado al principio, ahora se mostraba aún más. Quiso preguntar algo.
- Espere un momento –interrumpió el hombre- Escúcheme primero. Preguntas al final. Y siéntese también por favor, me pone nervioso. Gracias… Pues bien, de ahí obtuve ese maletín. La Virgen me había mandado por él así que lo tomé y me fui. Llevo con él todo este tiempo y ya es hora de que lo entregue.

El hombre notó que la ceniza de su cigarrohabía consumido ya buena parte del cilindro. En voz baja lanzó una maldición al no encontrar a su alrededor ningún cenicero.

- Ni modo.- dijo y presionó el cigarro en una esquina de la ventana. Mientras lo hacia continuó hablando.- ...Después supe quien era el hombre que encontré colgado. Alan Smithie era el nombre. No lo dijeron en los periódicos porque todo apuntaba a que no era más que un pobre gringo muerto de hambre que vino a México a suicidarse y eso, la verdad, no es noticia. Lo hubiera sido si hubieran sabido en realidad quien era. No era ningún Alan Smithie y si un tal Reginald Lovemore,  experto en nanotecnologia. Ya sabe, esas pequeñas maquinas microscópicas de las que tanto se habla y tan poco se conoce…pues bien, este tipo si parecía saber mucho sobre ellas. De hecho sabia tanto que lo venían siguiendo. Vino a México escapando del American Way of Life de los Estados Unidos ya que este había jugado con él a su antojo. De hecho lo convirtió en el asesino demás de un millar de vidas inocentes en algún lugar de oriente.
- No entiendo…
- Utilizaron su tecnología microscópica para matar. El había estado desarrollando un sistema de inteligencia artificial, pequeñisimo, diminuto, capaz de funcionar como un gestalt, un enjambre. Era uno y muchos al mismo tiempo. Estaba desarrollado como una especie de virus capaz de entrar en el cuerpo de un hombre y conectarse directamente con los impulsos eléctricos del cerebro, además de recorrer mucho de todo su organismo para mantenerlo en una condición optima. El “virus” era capaz de crear colonias en el interior humano con funciones especificas de supervisión, soporte y reconstrucción del material orgánico de su “anfitrión”. Para ello tomaba su materia prima del “anfitrión” mismo… es como tener unos bichitos buenos ayudando desde dentro, pero con inteligencia independiente. Y eso, claro, no le gustó a los primos del norte… Usaron su idea en la Guerra de Birmania pero con un cariz totalmente diferente. Digamos que volvieron a los bichitos buenos en malos. Infectaron a los Birmanos y estos acabaron matándose entre ellos. ¿Recuerda? Veían visiones, tenían ideas raras. Comenzaron a volverse locos. Ellos no lo sabían, pero eran los bichitos los que hacian todo eso. Eran capaces de conectarse directamente al flujo electromagnético del cerebro y llevar información: imágenes, ideas, pensamientos, recuerdos modificados… todo ello preparado por las tropas del tío Sam.
Cuando Lovemore se enteró, supo que ya nada iba a ser igual. Ninguna nanomáquina podría quitarle de encima la culpa de tantos muertos en aquella guerra injusta y amañada. Así paso mucho tiempo con ese lastre en su alma y en sus sueños. Hasta que un día llego la respuesta: había una forma de lavar todo esto y en secreto, en los mismos laboratorios donde habían creado al Gelstat de Birmania, él creó otra nanointeligencia artificial. Le diseño con parámetros muy especiales, la convirtió en lo que es hoy.
Ligotti estaba sorprendido. La historia era casi increíble pero…
- ¿Eso significa que…? Preguntó, en un hilo de voz.
El hombre asintió.
-Exactamente. El Virus de la Virgen se ha desatado por esta ciudad como el otro se desató por Birmania. Usted, yo, todos los que respiramos el aire de esta ciudad tenemos a esos bichitos místicos en nuestro interior, porque ¿sabe?, esto se puede contagiar por el aire. Al mismo tiempo son capaces de transmitir e intercambiar información. Digamos que sus “pulgas” saltaron de usted hacia mi para decirme que ya estaba usted aquí y que lo había mandado el Vaticano para investigar sobre todo este asunto.
- ¡Santo Dios!- Ligotti se toco el pecho, horrorizado. Si todo eso era verdad, entonces…- ¿Sabe lo que eso significa? Dentro de nosotros hay una inteligencia independiente capaz de controlarnos. Y no hay forma de detenerla. ¡Santo Dios! Santo Dios! .- exclamó en voz baja.
- Yo no me preocuparía por eso. – dijo el hombre.- Al revés. Mire esta ciudad Padre, véala a través del cristal. Es una verdadera caja de ratas, sin embargo ¿Ha notado que nuestra vida se ha vuelto ya algo más llevadera. El índice de criminalidad bajó considerablemente y por fin la gente empieza a ver por la gente. Yo me pregunto ¿Es tan malo eso que hace la Virgen por nosotros?
- ¡No es la Virgen!- exclamó el padre Ligotti – Son máquinas.
- Es la Virgen.- subrayó entonces el hombre.- Padre. Hace algunos años esta vida mía no valía nada. Yo era menos que un zombie. En los bares me conocían como una maquina de tomar. En esa época nadie se hubiera atrevido a dispararme y acabar conmigo por miedo a perder el dinero de la bala. Tómelo esto si quiere como una confesión que no necesita secreto. Yo padre, he hecho cosas muy malas en esta vida, de verdad, muy malas. Yo no tenia ya esperanza alguna. Para mi no había redención…Hasta que ella vino por mi a un bar. ¿Se fija, Padre? No tuve que ir a buscarla. Vino hasta mi a un apestoso bar. Y me encontró allí hecho una mierda. Una verdadera mierda… Véame ahora. Desde su visita todo a cambiado para mi. No le voy a contar como lo hizo porque ni yo mismo lo se, pero me devolvió aquello que yo pense que estaba muerto. Me devolvió a mi mismo. Una naomaquina, padre, tal vez pueda arreglar su cuerpo o intervenir en su psique… Pero ninguna puede hacerlo en el alma. Tal vez para usted lo que yo vi, lo que me consoló, lo que me ayudo a salir del hoyo al igual que a muchos fuera de este cuarto no sea mas que una colección de microbios mecánicos con mente de computadora. Pero yo se que es la Virgen. Lo se… Y ella no desea ningún mal para nosotros. Podemos confiar en ella. ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?

Ligotti deslizó su mirada al suelo y permaneció callado por un instante. Después volvió a dirigirse a el hombre.
-¿Como sabe usted todo esto? –
- Todo viene en el interior de ese maletín. Es un diario que escribió el mismo Lovemore. Léalo, ahí lo explica todo. Vienen también cinco cápsulas selladas con un liquido transparente y tres vacías. Me supongo que ahí dormirán algunos de esos microbios.
- ¿Y Lovemore, que sucedió con él? ¿Quienes lo mataron? ¿Fue el gobierno?
- No. El se suicidó. Lo dejó bien claro  en un papel que encontrará también ahí dentro… Sabia que tarde o temprano lo iban a encontrar. Podían hacerlo y de hecho por poco lo hacen. Incluso me encontré con dos de sus perseguidores casi saliendo del cuarto. Me lo dijo la Virgen. Ella no podía hacer mucho por él. Los que lo buscaban tenían ciertos métodos, filtros, para impedir que ella entrara. ¿Pero sabe que?  No les servirán por mucho tiempo.- el hombre sonrió. - La Virgen saltará sobre sus fronteras con la facilidad con que salta una gripe.
- ¿ Y yo…por que me escogió a mi…la…Virgen?
El hombre volvió a encoger de hombros.
- No lo sé.- dijo – solo sé que es a usted a quien debo entregar todo esto. Ella tendrá sus razones… por mi parte, yo ya he cumplido.
El hombre se levantó y se dirigió hacia la puerta.
- ¿Ya se va? – preguntó Ligotti, casi como ido.
- Sí. No se me necesita más. Ahora todo esta en sus manos…y en los de la Virgen, claro.
- ¿Pero… que debo hacer con esto?.- Rafael Ligotti se encontraba ahora sumamente asustado.
- Tampoco lo se. A lo mejor ella misma se lo dirá.
El padre Ligotti abrió sus ojos como dos redondos platos.
- ¿Hablarme?.- dijo en un hilo de voz.- ¿A mi?
- Si. No veo a quien más.
Rafael Ligotti se dejo caer sentado sobre la cama y colocó sus asustadas manos sobre su cabeza
- Si ella le habla no tiene por que temer, Padre.- dijo Juan Sotomayor Rodríguez. – Se lo garantizo.
Ligotti no dijo nada. Se quedó ahí, sentado, mudo. Juan se dirigió entonces a la puerta del cuarto y volvió su vista, una ultima vez, al interior.  Su atención se centró en la colilla que había dejado apachurrada en una de las esquinas de metal del ventanal.
- Vaya. – pensó en voz alta.- Ese es el único vicio que la Virgen no ha logrado arrebatarme…
 Abrió la puerta y cruzó el umbral de entrada.

5.
Reginald Lovemore se despertó sudando frío y temblando. Saltó de su cama y corrió hacia el cuarto de baño donde la taza del w.c. lo invitaba a vomitar, cosa que no pudo evitar hacer. Después, permaneció ahí, tirado.
Pensó en volver a la calefacción de su cuarto y a la tranquilidad de su cama, pero desde hacia ya un buen tiempo, todas aquellas comodidades eran para él solo un mito. No iba a encontrar descanso en ninguna parte. No en su cuarto, no en la cama. Y mucho menos en ese baño.
Habían muerto muchos. Demasiados. Y cada uno de ellos le pesaba a él como un yunque. Se convertían en gusanos taladrándole en el cerebro, insistentes, llorosos, desgarradores.
Reginald Lovemore supo entonces que ninguno de esos fantasmas de Birmania lo iban a abandonar nunca, sino que estarían ahí con él, por siempre y él los tendría que escuchar gritar y gemir y…
No iba a poder soportarlo mucho más. Seguro que no.
Un par de lagrimas se deslizaron por sus mejillas y unos espasmos de desesperanza casi infinita lo hicieron llevarse las manos a la cara con el afán de ocultarla y así poder llorar, solo y asustado, como un niño.
Pero lo que Reginald no sabia es que en verdad  no estaba solo.
Alguien más se encontraba ahí, con él.
Y mientras Reginald lloraba Ella, invisible para sus ojos, se acunclilló a su lado y con infinito cariño, con infinita paciencia, comenzó a hablarle al interior de su atormentado cerebro y al fondo de su arrepentido corazón.


Algo sobre la obra:
¿ACASO NO ESTOY YO AQUI? fue un cuento creado para presentarse en una antología de ciencia ficción sobre México en el año 2000 que está próxima a salir, editada por Federico Schaffler. Por desgracia el relato necesitaba ser de 2000 palabras exactas y este no lo era.
Aunque paresca lo contrario, el tema del relato no salió a raíz de unos comentarios vertidos por un nuncio católico acerca de la inexistencia de la Virgen de Guadalupe, que le valió lapidantes críticas de la sociedad y la iglesia mexicanas, ambos fervientes creyentes de la Virgen mencionada.
Entre esos fervientes admiradores me cuento yo, sin embargo no creo que el nuncio mencionado debiera resivir esa crucifixión pública porque ¿Que importa si la Virgen de Guadalupe existió o no? Su importancia historica o espiritual no esta basada en la vericidad de su mito sino en que ahora esta aquí y en que siempre lo estuvo.
El relato que presento dice todo sobre mi forma de ver este problema y esa es: No importa el medio, sino el mensaje.