Capítulo 1
Cuando salió a la calle estaba
comenzando a caer una fina lluvia, y lúgubres nubarrones grisáceos
cubrían completamente el cielo por encima de los antiguos edificios
de aquel céntrico barrio.
Víctor distinguió a los dos tipos de las gabardinas
al otro lado de la vía, refugiados del húmedo viento bajo
una ancha marquesina. Al reconocerlo, caminaron hasta él
por entre los escasos vehículos de superficie que a aquellas
horas avanzaban mansamente sobre los carriles magnéticos.
-Buenos días, señor Montejano- musitó el
más alto de ambos, estrechándole una mano-. Si nos acompaña...-
Le indicó con un ademán la dirección y enseguida se
pusieron en marcha.
-¿Qué está sucediendo?- le interrogó
Víctor al cabo de unos segundos.
-Sentimos no disponer de tal información- arguyó
parcamente el tipo-. Únicamente estamos aquí para acompañarlo
hasta la Agencia... Allí le serán aclaradas todas sus preguntas.
Sin cruzar una sóla palabra más, alcanzaron un
vehículo de aguzada silueta con los anagramas de la Agencia discretamente
situados sobre ambas puertas. Víctor se arrellanó en el amplio
asiento posterior mientras los dos hombres se colocaban frente a los controles
delanteros e iniciaban la incorporación al carril magnético
de la calzada con un suave y breve balanceo.
Veinte minutos después se detenían en una de las
múltiples plazas de aparcamiento del área de estacionamiento
del Cosmódromo.
-Nuestro vuelo parte en unos instantes- le informó el
tipo alto, descendiendo del automóvil y consultando su reloj.
El otro hombre se aproximó silenciosamente a Víctor
y le entregó un billete de embarque, diciendo:
-Debemos darnos prisa...
Se sentaron en el extremo de popa
del gigantesco crucero Albatros instantes antes de que éste flotase
lentamente por la pista iluminada, separándose del resto de los
navíos e iniciando la operación de desatraque bajo la entonces
ya torrencial tormenta que comenzaba a caer.
Una vez atravesada la atmósfera terrestre, una serie
de serviciales azafatas surgieron a lo largo del pasillo. Una de ellas
se acercó hasta los asientos que ocupaban los tres hombres y se
inclinó ligeramente sobre Víctor.
-¿Desean tomar algo?- les preguntó con una estudiada
sonrisa de complacencia.
Los dos tipos movieron casi al unísono las cabezas en
un sobrio ademán de negación. Fue Víctor quien, jocoso,
le devolvió la sonrisa, diciendo:
-¿Puede traerme a mí un whisky?
-Por supuesto-. La muchacha se irguió y se encaminó
hacia la parte delantera del navío.
Víctor la siguió con la mirada, admirando las
largas y esbeltamente torneadas piernas que la escasa mini falda de aquel
uniforme le ofreció. Cuando volvió a apoyar la cabeza en
el respaldo del asiento, suspiró silenciosamente con un ligero grado
de amargura. A sus cincuenta y dos años, advertía que se
estaba haciendo viejo con demasiada e irremisible rapidez; casi con idéntica
a la que perdía el escaso cabello que todavía lograba conservar
no sin muchos cuidados. Y se sintió un tanto avergonzado por descubrirse
espiando el trasero de aquellas muchachas que bien, en el caso de haberlas
tenido alguna vez, ahora podrían haber sido sus hijas.
De soslayo, contempló a sus dos reservados compañeros,
y por unos segundos estuvo tentado de volver a interrogarles sobre todo
aquel extraño asunto; sin embargo, acabó mordiéndose
la lengua y guardó silencio. Aquellos hombres le parecieron dos
perritos bien amaestrados. Se les decía que no abriesen la boca
y faltaba poco para que ellos mismos se cosiesen los labios con hilo y
aguja...
La azafata regresó con la bebida sobre una bandeja.
Le entregó el vaso y él se atrevió a guiñarle
un ojo agradecido.
-Que lo disfrute- Fueron las practicadas palabras que le dirigió
antes de volver a alejarse con aquellos insinuantes pasos.
Bebió un largo trago e inmediatamente sintió el
hirviente y áspero líquido descender a través
de su garganta. Pensó en solicitarle a alguna de aquellas azafatas
un visor virtual y conectarse durante parte del monótono trayecto
a la Red, a alguno de aquellos recuerdos que conservaba en su Línea
Personal...; no obstante, resolvió finalmente acabar la copa y,
después de deshacerse del vaso, se rellanó sobre el asiento
e intentó sin éxito adormecerse. La extraña mezcla
de expectación y turbación que sentía se lo impedían
por completo...
Y durante las siguientes dos horas, tuvo que resignarse a observar
tediosamente los lejanos cúmulos estelares que se filtraban a través
de los anchos miradores laterales del navío.
El flamante Albatros atravesó
con eficacia los pesados jirones de nubes que cubrían aquella región
marciana, descendiendo paulatinamente sobre la vasta zona que ocupaba el
Cosmódromo Principalis, situado en el centro mismo de la mayor colonia
humana construida en toda la superficie del planeta.
Cuando los tres hombres, después de esperar pacientemente
su turno para el desembarque, lograron abandonar la nave anclada sobre
descomunales pivotes de energía, se dirigieron hacia las abigarradas
puertas de salida del edificio del puerto, habiendo de esperar de nuevo
hasta que, lentamente, la masa de hombres y mujeres comenzó a avanzar
y les llegó la tanda para recoger el escaso equipaje de Víctor.
El uniformado hombre que había al otro lado del mostrador, apenas
si examinó el contenido de la bolsa cuando comprobó que,
según la documentación, aquellas personas pertenecían
a la Agencia de Defensa Espacial.
Al final de las escaleras de salida del edificio, un oscuro
vehículo oficial destacaba frente a los vistosos e innumerables
automóviles públicos. El conductor que les esperaba en el
interior apenas movió los labios para saludar cuando entraron, e
inmediatamente aceleró, alejándose velozmente del ajetreo
y el intenso tráfico que rodeaba el puerto.
La oscura pista magnética les condujo en unos minutos
lejos del centro de la colonia, atravesando las áridas llanuras
hasta alcanzar el principio de lo que era una doble valla que se extendía
más allá de donde alcanzaba la vista. En su interior, Víctor
contempló los familiares angares junto a los cuales, en columnas
paralelas, descansaban los descomunales y negros monstruos metálicos
que eran parte de la Flota Naval Terrestre, posados sobre altos anclajes
de sujeción cercanos a los quince metros de altura.
Absorto en los recuerdos, apenas se dió cuenta que se
habían detenido ante la barrera energética de entrada. Un
agente de seguridad, ataviado con el uniforme gris, surgió del interior
de la caseta y se inclinó hacia la ventanilla del vehículo
con un breve ademán de bienvenida. Estudió la tarjeta de
identificación que el conductor le entregó y la introdujo
en el lector portátil que llevaba prendido del cinturón.
El aparato emitió instantáneamente una irregular serie de
zumbidos y la escupió de nuevo. Con un asentimiento, el agente se
la devolvió e hizo una indicación a alguien que debía
haber en la caseta. La iridiscente barrera se desvaneció entonces
y el automóvil franqueó la entrada con celeridad.
Nada parecía haber cambiado. Víctor observó
todo a su alrededor mientras avanzaban hacia el interior de aquellas instalaciones.
La continua actividad de personas por todos lados, los colosales acorazados
descansando silenciosamente en las pistas, los hangares donde se mantenían
las Unidades espaciales más ligeras con las que él tantas
veces había patrullado las rutas comerciales más utilizadas
por los impetuosos navegantes estelares... A pesar de haber transcurrido
algo más de dos años desde que se marchó de allí,
pensó melancólicamente que todo parecía igual, absolutamente
igual...
El trayecto concluyó abrúptamente cuando llegaron
ante el majestuoso edificio central que se elevaba hacia el cielo durante
quince plantas. Al final de la larga escalinata que desembocaba en las
acristaladas puertas de entrada, Víctor distinguió una silueta
humana, de pie con los brazos entrelazados sobre el pecho y una dilatada
sonrisa sobre su arrugado rostro. Descendió del vehículo
y se dirigió hacia allí, superando las escaleras en apenas
unos segundos.
-Víctor...- El anciano le ofreció una gruesa mano
de largos dedos, y él la estrechó con fuerza-. Estaba ansioso
por que llegase éste momento.
-¿Cómo estás, Klaus?- le preguntó
afablemente Montejano.
La avanzada edad, notoria en aquel hombre, hubiese sido
inalcanzable algunos siglos atrás, cuando la media de vida entonces
en escasas ocasiones lograba superar una centuria. Sin embargo, su aspecto
seguía siendo vital y dinámico. Su semblante germano, aunque
adusto y severo, ocultaba un carácter extremadamente sencillo y
atento. Asintió como respuesta e inquirió:
-¿Qué tal te han tratado mis hombres?
Víctor se volvió tras él y se sorprendió
al descubrir que aquellos tipos, junto con el vehículo, habían
desaparecido silenciosamente.
-Los tienes muy bien adiestrados, ¿eh?- gruñó
sarcástico.
-Son buenos profesionales...- Encogió sus anchos hombros
y le invitó con una indicación al interior del edificio-
¿Quieres tomar algo conmigo?
Franquearon la ámplia puerta y se adentraron hacia un
iluminado y largo vestíbulo.
Un minuto después, sentados ante una de las mesas transparentes
de la sala de oficiales y con dos whiskys con hielo reposando frente a
ellos, el anciano entrelazó las piernas y clavó sus claros
ojos en Víctor.
-¿Cómo te han ido las cosas durante éste
tiempo?- le preguntó con abatimiento.
-Monótonas- dijo, casi suspirando-. Se acaba echando
de menos todo esto, ¿sabes?
El viejo miró a su alrededor antes de decir:
-Supongo que así debe ser...- Después de una larga
y fría pausa, añadió-: De mí no dependió
tu baja. Ni la del resto. ¿Lo sabes, verdad?
Víctor movió las manos y sonrió agriamente.
-Por supuesto- musitó-. Estoy completamente seguro.
-Intenté por todos los medios que estuvieron en mis manos
que continuases en activo- le interrumpió-. Sin embargo, para la
maldita gente que paga todos los gastos, cualquiera de nosotros no somos
más que unos números sin rostro sobre alguna condenada lista
demasiado extensa...
Víctor sorbió de su copa y asintió con
un movimiento de cabeza. El anciano le imitó antes de proseguir.
-Durante estos dos últimos siglos, hemos pasado de ser
un planeta aislado y separado del resto de la Galaxia a convertirnos, gracias
a nuestro exclusivo sistema para viajar a través de los pliegues
espacio-temporales, en una de las más poderosas potencias planetarias...
Lo que para el resto de las civilizaciones suponen distancias infranqueables,
para nuestras naves no son más que viajes de escasos días,
semanas a lo sumo.
>Hemos crecido desmesuradamente, Víctor. Múltiples
compañías interestelares han surgido como una plaga, ofreciendo
a miles de millones de seres la posibilidad de viajar y negociar por todo
lo largo y ancho de la Galaxia después de desembolsar desorbitadas
sumas de divisas. A raíz de todo esto, la economía terrestre
a florecido como jamás antes en toda nuestra historia. Ahora somos
un planeta respetado y aclamado..., casi idolatrado por nuestra capacidad
en coordinar un sistema de rutas estelares continuo y eficaz para beneficio
de todos los mundos civilizados.
>Así que, siendo tan venerados por una Galaxia
que, como mínimo, está constituida por pobladores tan
condenadamente pacíficos y espirituales que incluso el mismísimo
Dalai-Lama a su lado podría parecer un terrorista, estaba claro
que mantener un cuerpo de defensa espacial resultaría, en un momento
u otro, una especie de estúpida contradicción...- Bebió
un largo trago y sus grandes manos juguetearon distraídamente con
el vaso por unos momentos-. A veces- añadió con una voz apagada
y lenta-, creo que incluso yo comienzo a ser innecesario aquí...
-Es como un curioso capricho de la vida- Víctor tenía
la vista clavada en los pedazos de hielo que comenzaban a deshacerse en
su copa-. Nosotros, los humanos, una raza tan cínica y estúpida
que por poco estuvimos a punto de destruir nuestro planeta, tengamos que
haber sido los únicos en hallar un medio para superar las distancias
estelares de una forma plausible- Una sonrisa burlona se dibujó
en su rostro. Apuró el líquido e inmediatamente el viejo
se puso en pie y se acercó hasta el suministrador automático,
extrayendo de él dos nuevas bebidas.
-Parece una broma de mal gusto, ¿eh?- gruñó,
sentándose de nuevo en el sillón.
Pensativo, Víctor guardó silencio. La sonrisa
desapareció abrúptamente cuando dijo, incisivamente:
-Sin embargo, algo está sucediendo, ¿no es así?
Algo ha alarmado a los altos cargos de la Agencia...
El viejo le miró de soslayo. Se llevó una mano
al bolsillo interior de su impecable americana e hizo aparecer una cajetilla
de largos cigarrillos. Eligió uno y se lo prendió en los
labios. Entonces replicó con gravedad:
-Durante décadas, las diversas compañías
de terraformación llevan habilitando planetas deshabitados por toda
la Galaxia. Se hizo con éxito con la empobrecida y castigada atmósfera
terrestre, y se prosiguió con la Luna y con Marte; pero la población
seguía creciendo y se tuvieron que ampliar las colonias en otros
puntos más apartados en los que se cumpliesen un mínimo de
condiciones básicas- Aspiró una larga bocanada de humo y
fue expulsándolo paulatinamente. Entornando los ojos, prosiguió-:
Hace ahora un año aproximadamente, la compañía de
terraformacion Nova Génesis descubrió un planeta que compendia
a la perfección todos los requisitos para su transformación.
Se encuentra situado alrededor de la cuarta órbita de la estrella
Eridani, a escasos diez años luz de nuestro sistema solar, y fue
bautizado con el nombre de Kassandra. Dicha compañía llevó
a cabo la construcción de una estación orbital permanente
como satélite artificial del planeta, y desde allí, un reducido
equipo de científicos, ha venido trabajando en el acondicionamiento
previo de la atmósfera del planeta durante los últimos meses
con la intención de crear sobre la mayor parte de su superficie
un clima y una vegetación totalmente ecuatorial , idóneo
para hacerlo figurar como uno de los referentes más solicitados
en las agencias de ocio...
Cáustico, Víctor esbozó una sucinta sonrisa.
-Todo un negocio redondo, ¿verdad?- musitó.
-Así es. Un planeta entero, poco menor que la Tierra,
única y exclusivamente adaptado para acoger varios millones de turistas
ansiosos por achicharrar sus pieles sobre las orillas de un mar plácido
y cristalino que bordearía una inacabable vegetación de lo
más variada...
-Parece que va a ser un sueño idílico para cualquier
pareja de enamorados... Siempre que puedan permitirse los desorbitados
gastos- La irónica sonrisa volvió a asomar en el rostro de
Víctor.
El viejo alzó las cejas y contempló con detenimiento
la brasa que se formaba en el extremo del cigarrillo. Le devolvió
una fría sonrisa y continuó:
-Sin embargo, hace cuarenta y ocho horas, las comunicaciones
con la estación orbital Galileo sufrieron una repentína interrupción.
Las emisiones, tanto por subéter como por láser, se vieron
desvanecidas sin más, dejando completamente aislados a los seis
componentes de la misión en Eridani.
La sonrisa de Víctor se quebró violentamente en
un gesto de incertidumbre. Bebió un corto trago y se inclinó
ligeramente sobre Klaus.
-¿No sabéis nada de ellos desde hace dos días?-
inquirió con gravedad.
-Exacto- el viejo acompañó sus palabras con un
movimiento de cabeza-. Nada absolutamente. El último informe se
recibió a la hora prevista en el centro de seguimiento de Nova Génesis.
Todo parecía estar desarrollándose según las pautas
previstas, y ya se había logrado terraformar de manera primaria
un tercio de la superficie de Kassandra. Pero la siguiente conexión
ya no fue posible de ningún modo, así que la compañía
se apresuró en ponernos al corriente de lo sucedido ante tan desconcertante
suceso.
-¿Y se tiene alguna hipótesis de lo que pueda
haber ocurrido?- le interrogó Víctor, empleándo un
tono susurrante.
-Nadie hasta el momento a conseguido nada concreto- masculló-.
Vagas conjeturas sobre la posibilidad de que se hayan producido lluvias
solares que puedan haber interferido las emisiones...- Espiró ante
él una espesa nube de humo y apagó la colilla del cigarrillo
con insistencia.
Víctor guardó un largo silencio. Sus ojos permanecieron
clavados en algún punto de la sala, reflexivos. El viejo prosiguió
entonces:
-Finalmente, anoche se congregó el Alto Mando en una
improvisada reunión. Me ordenaron que tomase las medidas oportunas
para aclarar cuanto antes éste asunto sin que nada trascienda, por
el momento, a la opinión pública...
-¿Y qué es lo que has pensado hacer?
-Enviar una Unidad de Rescate Ligera hasta Eridani- fue la inmediata
respuesta del viejo-. Averiguar lo sucedido y, en el caso de ser necesario,
traer la tripulación de vuelta hasta la Tierra, donde podrán
aclararnos todo éste asunto con detenimiento...
-Si únicamente se trata de una operación de rescate-
empezó a decir Víctor con suave énfasis-, ¿por
qué razón estoy aquí? ¿No resultaría
más apropiado enviar un equipo de técnicos especializados
en comunicaciones?
El viejo se removió inquieto en el sillón. En
su rostro se dibujó un ademán agrio, apareciendo una serie
de arrugas en la comisura de los labios.
-Existe la posibilidad, remota, de que la estación Galileo
pueda haber sufrido un sabotaje por parte de algún grupo de religiosos
activistas- repuso-. Conocemos algunos casos en los que han conseguido
apropiarse de naves diseñadas para atravesar los pliegues espacio-temporales
y han logrado atentar contra diversas instalaciones de desarrollo situadas
fuera del sistema solar.
Víctor asintió silenciosamente. Durante años,
aquellos grupos, descendientes de las antiguas castas religiosas, habían
venido llevando a cabo una dura propaganda en contra de la dispersión
de la raza humana a través de la Galaxia, y, por añadidura,
de su contacto con otras formas de vida extraterrestres. Finalmente acabaron
transformándose en meros terroristas, mucho más peligrosos
y violentos, con un oscuro ideal de xenofobia y de recuperación
del antiguo aislamiento planetario que, siglos atrás, tanto beneficio
y ciega veneración les había reportado.
Klaus, pasada una larga pausa, prosiguió:
-Si algo de cierto hay en estas sospechas, el Alto Mando desea
que, de manera discreta, seamos nosotros quienes resolvamos la situación
enviando un agente de defensa con una preparación adecuada...
Víctor sonrió concisamente. Frunció el
ceño e inquirió:
-¿Y por qué yo? ¿Por qué no enviar
un agente en actívo?
-Necesito uno de mis mejores hombres para ésta misión-
repuso. Clavó sus ojos en Víctor y por un instante sus labios
se tensaron con fuerza-. Sin embargo- añadió apagadamente-,
también existe otra razón...
-¿Qué?- Fue la lacónica y abrupta pregunta-.
¿Qué otra razón?
-Uno de los tripulantes de la estación orbital es tu
ex esposa- le explicó con dureza.
-¿Carla?- gruñó-. ¿¡Carla
estaba a bordo de la estación!?
El viejo se limitó a asentir con un movimiento.
-Formaba parte del equipo científico- le dijo serenamente-.
Fue la última en unirse al grupo, pero partió hacia allí
hace algunas semanas...
Los pensamientos se agolparon fragosamente en el interior
de Víctor: Carla y él habían decidido anular su contrato
matrimonial hacia unos cuatro años, después de casi media
vida de convivencia, cuando todo para ellos había comenzado, repentína
e inesperadamente a complicarse. Sus respectívos trabajos, sumamente
absorventes, habían dado pie a una relación prácticamente
inexistente, en la que apenas conseguían verse un par de veces por
mes y con la cual se sentían obligados a mantener una fidelidad,
ya no tanto física como psicológica, a la que durante muchos
años escasamente habían dado importancia. Sin embargo, pensaba
él a veces, debido al veloz e impasible transcurrir de los años,
ambos habían comenzado a sentirse de alguna forma asfixiados, atados
a algo que en absoluto era necesario en sus vidas... Así, cada vez
que tenían ocasión de disfrutar unos días de descanso,
surgía el oscuro fantasma de la desconfianza y los celos. Acababan
discutiendo y lanzándose toda una serie de disparates y reproches
en una especie de guerra fría sentimental. Finalmente, de mutuo
acuerdo y con la intención de no seguir dañando su ya entonces
deteriorada relación, decidieron separarse definitivamente y seguir
cada uno con su vida de manera completamente libre, sin ligaduras emocionales
ni legales y por caminos irremediablemente opuestos...
Él siguió, a partir de aquel momento, con su apretado
trabajo en la Agencia de Defensa Espacial, y ella ascendió fulgurantemente
en su carrera como científica especializada en la terraformación
de planetas. Muy de cuando en cuando seguían viéndose, y
normalmente cenaban en alguna de las acogedoras terrazas de los restaurantes
clásicos del centro de la ciudad. Inconscientemente ambos evitaban
hablar de su relación o de sus vidas personales. Luego, en la intimidad
de alguno de sus apartamentos, la velada concluía bajo las suaves
sábanas, convirtiéndose en una noche fantásticamente
perfecta.
En lo más profundo de ambos, empero, seguía luciendo
tenuemente la chispa de los recelos y la rabia, y Víctor solía
pensar que era algo que jamás desaparecería por completo,
que esa extraña sensación, en ocasiones dolorosa, seguiría
siempre junto a ellos, como una sombra imborrable...
Después, cuando se vio apartado de la actividad en la
Agencia, tuvo mucho tiempo para pensar sobre ellos dos, para ver con claridad
los errores cometidos.
Pasaba la mayor parte del tiempo sin ninguna ocupación
definida, excepto algunos trabajos temporales como copiloto a bordo de
viejos y lentos cargueros repletos de víveres con destinos a colonias
próximas al Sistema Solar. Y en aquel tiempo comprendió la
terrible e irreversible torpeza que sufrieron al descuidar su relación
sentimental, privándola durante años de los cuidados fundamentalmente
necesarios para que hubiese seguido encendida el resto de sus vidas...
-... pensé que tenía la obligación de contar
contigo sin ningún tipo de dudas...- El viejo seguía hablando
con aquel tono sosegado.
Víctor le contempló desorientado por un largo
instante. Los pensamientos que recorrían su mente le habían
hecho perder el hilo de las frases de Klaus, escuchando sus palabras con
una difuminada sensación de sopor. Tragó el último
sorbo de su copa y la apartó a un lado de la mesa.
-Gracias- murmuró apocadamente-. Te agradezco tu interés.
-Supuse que jamás me lo perdonarías si no lo hacía...-
repuso.
Y Víctor le sonrió, pero fue un gesto frío
y distante pues su atención seguía concentrada en Carla.