Capítulo 1

El insistente y penetrante zumbido del timbre lo despertó súbitamente, y al abrir los ojos, resoplando irritado, consultó el reloj que había sobre la desordenada mesilla y comprobó que apenas eran las seis de la mañana. Entonces salió de la cama y corrió a través del pasillo hasta la puerta de salida. Allí pulsó el interruptor apropiado y la pantalla adosada a la pared se iluminó, mostrándole los rígidos y adustos rostros de dos tipos enfundados en negras e idénticas gabardinas.
  -¿Qué sucede?- preguntó con sequedad, acercando los labios al diminuto micrófono.
  -¿Es usted Víctor Montejano?- le interrogó uno de los rostros, contemplándo con indiferencia el ojo fotónico que les espiaba.
  -Así es. ¿Y ustedes?- inquirió.
  -El Jefe requiere su inmediata presencia en la Agencia, señor Montejano- le informó escuetamente aquel tipo.
  -¿El Jefe?- gruñó intrigado. E inmediatamente volvió a preguntar-: ¿Klaus Sheldrake?
  Hacía casi dos años que no había vuelto a escuchar aquel nombre. Desde el día que, después de quince años formando parte de la Agencia de Defensa Espacial bajo las órdenes de Sheldrake, fue prematuramente jubilado, junto con otros casi mil empleados, debido a una apretada reducción del presupuesto gubernamental en materia de vigilancia espacial.
  Y es que, verdaderamente, la Tierra llevaba casi dos siglos de extensión a través de la Galaxia. Y en su camino, había conocido a la mayoría de pobladores alienígenas que la habitaban; pobladores en su inmensa pluralidad pacíficos y poseedores de avanzadas civilizaciones tan ordenadas como armoniosas.
  Así, poco a poco, la defensa del espacio, o, en realidad, la supuesta prevención de ataques por parte de alguna forma de vida extraterrestre, fue volviéndose para los terrestres una posibilidad cada vez más inverosímil, mucho más remota cuanto más contacto con sus vecinos estelares iban adquiriendo...
  -Un crucero interplanetario nos aguarda en el Cosmódromo de la ciudad- le explicó con calma. Transcurrida una breve pausa, añadió-: Nosotros lo acompañaremos en el viaje.
  Víctor se sintió turbado. Pese a que un viaje hasta la Agencia, situada en las mesetas orientales del terraformado planeta Marte, no superaría las dos horas de vuelo,  resultaba intrigante aquella premura por hacer regresar a un agente de la reserva. Una, pensó apagadamente, inequívoca señal de que algo fuera de lo habitual debía estar sucediendo...
  -De acuerdo- murmuró-. Denme unos minutos para preparar mi equipaje- Y volvió a pulsar el interruptor, desconectando el ojo fotónico.
 Fugazmente regresó a la habitación y se vistió con ropas civiles, guardando el uniforme en un ligero petate que, minutos después, cuando abandonó el baño, se cargó a la espalda.


  Cuando salió a la calle estaba comenzando a caer una fina lluvia, y lúgubres nubarrones grisáceos cubrían completamente el cielo por encima de los antiguos edificios de aquel céntrico barrio.
  Víctor distinguió a los dos tipos de las gabardinas al otro lado de la vía, refugiados del húmedo viento bajo una ancha marquesina. Al reconocerlo, caminaron hasta él
por entre los escasos vehículos de superficie que a aquellas horas avanzaban mansamente  sobre los carriles magnéticos.
  -Buenos días, señor Montejano- musitó el más alto de ambos, estrechándole una mano-. Si nos acompaña...- Le indicó con un ademán la dirección y enseguida se pusieron en marcha.
  -¿Qué está sucediendo?- le interrogó Víctor al cabo de unos segundos.
  -Sentimos no disponer de tal información- arguyó parcamente el tipo-. Únicamente estamos aquí para acompañarlo hasta la Agencia... Allí le serán aclaradas todas sus preguntas.
  Sin cruzar una sóla palabra más, alcanzaron un vehículo de aguzada silueta con los anagramas de la Agencia discretamente situados sobre ambas puertas. Víctor se arrellanó en el amplio asiento posterior mientras los dos hombres se colocaban frente a los controles delanteros e iniciaban la incorporación al carril magnético de la calzada con un suave y breve balanceo.
  Veinte minutos después se detenían en una de las múltiples plazas de aparcamiento del área de estacionamiento del Cosmódromo.
  -Nuestro vuelo parte en unos instantes- le informó el tipo alto, descendiendo del automóvil y consultando su reloj.
  El otro hombre se aproximó silenciosamente a Víctor y le entregó un billete de embarque, diciendo:
  -Debemos darnos prisa...


  Se sentaron en el extremo de popa del gigantesco crucero Albatros instantes antes de que éste flotase lentamente por la pista iluminada, separándose del resto de los navíos e iniciando la operación de desatraque bajo la entonces ya torrencial tormenta que comenzaba a caer.
  Una vez atravesada la atmósfera terrestre, una serie de serviciales azafatas surgieron a lo largo del pasillo. Una de ellas se acercó hasta los asientos que ocupaban los tres hombres y se inclinó ligeramente sobre Víctor.
  -¿Desean tomar algo?- les preguntó con una estudiada sonrisa de complacencia.
  Los dos tipos movieron casi al unísono las cabezas en un sobrio ademán de negación. Fue Víctor quien, jocoso, le devolvió la sonrisa, diciendo:
  -¿Puede traerme a mí un whisky?
  -Por supuesto-. La muchacha se irguió y se encaminó hacia la parte delantera del navío.
  Víctor la siguió con la mirada, admirando las largas y esbeltamente torneadas piernas que la escasa mini falda de aquel uniforme le ofreció. Cuando volvió a apoyar la cabeza en el respaldo del asiento, suspiró silenciosamente con un ligero grado de amargura. A sus cincuenta y dos años, advertía que se estaba haciendo viejo con demasiada e irremisible rapidez; casi con idéntica a la que perdía el escaso cabello que todavía lograba conservar no sin muchos cuidados. Y se sintió un tanto avergonzado por descubrirse espiando el trasero de aquellas muchachas que bien, en el caso de haberlas tenido alguna vez, ahora podrían haber sido sus hijas.
  De soslayo, contempló a sus dos reservados compañeros, y por unos segundos estuvo tentado de volver a interrogarles sobre todo aquel extraño asunto; sin embargo, acabó mordiéndose la lengua y guardó silencio. Aquellos hombres le parecieron dos perritos bien amaestrados. Se les decía que no abriesen la boca y faltaba poco para que ellos mismos se cosiesen los labios con hilo y aguja...
  La azafata regresó con la bebida  sobre una bandeja. Le entregó el vaso y él se atrevió a guiñarle un ojo agradecido.
  -Que lo disfrute- Fueron las practicadas palabras que le dirigió antes de volver a alejarse con aquellos insinuantes pasos.
  Bebió un largo trago e inmediatamente sintió el hirviente  y áspero líquido descender a través de su garganta. Pensó en solicitarle a alguna de aquellas azafatas un visor virtual y conectarse durante parte del monótono trayecto a la Red, a alguno de aquellos recuerdos que conservaba en su Línea Personal...; no obstante, resolvió finalmente acabar la copa y, después de deshacerse del vaso, se rellanó sobre el asiento e intentó sin éxito adormecerse. La extraña mezcla de expectación y turbación que sentía se lo impedían por completo...
  Y durante las siguientes dos horas, tuvo que resignarse a observar tediosamente los lejanos cúmulos estelares que se filtraban a través de los anchos miradores laterales del navío.


  El flamante Albatros atravesó con eficacia los pesados jirones de nubes que cubrían aquella región marciana, descendiendo paulatinamente sobre la vasta zona que ocupaba el Cosmódromo Principalis, situado en el centro mismo de la mayor colonia humana construida en toda la superficie del planeta.
  Cuando los tres hombres, después de esperar pacientemente su turno para el desembarque, lograron abandonar la nave anclada sobre descomunales pivotes de energía, se dirigieron hacia las abigarradas puertas de salida del edificio del puerto, habiendo de esperar de nuevo hasta que, lentamente, la masa de hombres y mujeres comenzó a avanzar y les llegó la tanda para recoger el escaso equipaje de Víctor. El uniformado hombre que había al otro lado del mostrador, apenas si examinó el contenido de la bolsa cuando comprobó que, según la documentación, aquellas personas pertenecían a la Agencia de Defensa Espacial.
  Al final de las escaleras de salida del edificio, un oscuro vehículo oficial destacaba  frente a los vistosos e innumerables automóviles públicos. El conductor que les esperaba en el interior apenas movió los labios para saludar cuando entraron, e inmediatamente aceleró, alejándose velozmente del ajetreo y el intenso tráfico que rodeaba el puerto.
  La oscura pista magnética les condujo en unos minutos lejos del centro de la colonia, atravesando las áridas llanuras hasta alcanzar el principio de lo que era una doble valla que se extendía más allá de donde alcanzaba la vista. En su interior, Víctor contempló los familiares angares junto a los cuales, en columnas paralelas, descansaban los descomunales y negros monstruos metálicos que eran parte de la Flota Naval Terrestre, posados sobre altos anclajes de sujeción cercanos a los quince metros de altura.
  Absorto en los recuerdos, apenas se dió cuenta que se habían detenido ante la barrera energética de entrada. Un agente de seguridad, ataviado con el uniforme gris, surgió del interior de la caseta y se inclinó hacia la ventanilla del vehículo con un breve ademán de bienvenida. Estudió la tarjeta de identificación que el conductor le entregó y la introdujo en el lector portátil que llevaba prendido del cinturón. El aparato emitió instantáneamente una irregular serie de zumbidos y la escupió de nuevo. Con un asentimiento, el agente se la devolvió e hizo una indicación a alguien que debía haber en la caseta. La iridiscente barrera se desvaneció entonces y el automóvil franqueó la entrada con celeridad.
  Nada parecía haber cambiado. Víctor observó todo a su alrededor mientras avanzaban hacia el interior de aquellas instalaciones. La continua actividad de personas por todos lados, los colosales acorazados descansando silenciosamente en las pistas, los hangares donde se mantenían las Unidades espaciales más ligeras con las que él tantas veces había patrullado las rutas comerciales más utilizadas por los impetuosos navegantes estelares... A pesar de haber transcurrido algo más de dos años desde que se marchó de allí, pensó melancólicamente que todo parecía igual, absolutamente igual...
  El trayecto concluyó abrúptamente cuando llegaron ante el majestuoso edificio central que se elevaba hacia el cielo durante quince plantas. Al final de la larga escalinata que desembocaba en las acristaladas puertas de entrada, Víctor distinguió una silueta humana, de pie con los brazos entrelazados sobre el pecho y una dilatada sonrisa sobre su arrugado rostro. Descendió del vehículo y se dirigió hacia allí, superando las escaleras en apenas unos segundos.
  -Víctor...- El anciano le ofreció una gruesa mano de largos dedos, y él la estrechó con fuerza-. Estaba ansioso por que llegase éste momento.
  -¿Cómo estás, Klaus?- le preguntó afablemente Montejano.
  La  avanzada edad, notoria en aquel hombre, hubiese sido inalcanzable algunos siglos atrás, cuando la media de vida entonces en escasas ocasiones lograba superar una centuria. Sin embargo, su aspecto seguía siendo vital y dinámico. Su semblante germano, aunque adusto y severo, ocultaba un carácter extremadamente sencillo y atento. Asintió como respuesta e inquirió:
  -¿Qué tal te han tratado mis hombres?
Víctor se volvió tras él y se sorprendió al descubrir que aquellos tipos, junto con el vehículo, habían desaparecido silenciosamente.
  -Los tienes muy bien adiestrados, ¿eh?- gruñó sarcástico.
  -Son buenos profesionales...- Encogió sus anchos hombros y le invitó con una indicación al interior del edificio- ¿Quieres tomar algo conmigo?
  Franquearon la ámplia puerta y se adentraron hacia un iluminado y largo vestíbulo.
  Un minuto después, sentados ante una de las mesas transparentes de la sala de oficiales y con dos whiskys con hielo reposando frente a ellos, el anciano entrelazó las piernas y clavó sus claros ojos en Víctor.
  -¿Cómo te han ido las cosas durante éste tiempo?- le preguntó con abatimiento.
  -Monótonas- dijo, casi suspirando-. Se acaba echando de menos todo esto, ¿sabes?
  El viejo miró a su alrededor antes de decir:
  -Supongo que así debe ser...- Después de una larga y fría pausa, añadió-: De mí no dependió tu baja. Ni la del resto. ¿Lo sabes, verdad?
  Víctor movió las manos y sonrió agriamente.
  -Por supuesto- musitó-. Estoy completamente seguro.
  -Intenté por todos los medios que estuvieron en mis manos que continuases en activo- le interrumpió-. Sin embargo, para la maldita gente que paga todos los gastos, cualquiera de nosotros no somos más que unos números sin rostro sobre alguna condenada lista demasiado extensa...
  Víctor sorbió de su copa y asintió con un movimiento de cabeza. El anciano le imitó antes de proseguir.
  -Durante estos dos últimos siglos, hemos pasado de ser un planeta aislado y separado del resto de la Galaxia a convertirnos, gracias a nuestro exclusivo sistema para viajar a través de los pliegues espacio-temporales, en una de las más poderosas potencias planetarias... Lo que para el resto de las civilizaciones suponen distancias infranqueables, para nuestras naves no son más que viajes de escasos días, semanas a lo sumo.
  >Hemos crecido desmesuradamente, Víctor. Múltiples compañías interestelares han surgido como una plaga, ofreciendo a miles de millones de seres la posibilidad de viajar y negociar por todo lo largo y ancho de la Galaxia después de desembolsar desorbitadas sumas de divisas. A raíz de todo esto, la economía terrestre a florecido como jamás antes en toda nuestra historia. Ahora somos un planeta respetado y aclamado..., casi idolatrado por nuestra capacidad en coordinar un sistema de rutas estelares continuo y eficaz para beneficio de todos los mundos civilizados.
   >Así que, siendo tan venerados por una Galaxia que, como mínimo, está constituida  por pobladores tan condenadamente pacíficos y espirituales que incluso el mismísimo Dalai-Lama a su lado podría parecer un terrorista, estaba claro que mantener un cuerpo de defensa espacial resultaría, en un momento u otro, una especie de estúpida contradicción...- Bebió un largo trago y sus grandes manos juguetearon distraídamente con el vaso por unos momentos-. A veces- añadió con una voz apagada y lenta-, creo que incluso yo comienzo a ser innecesario aquí...
  -Es como un curioso capricho de la vida- Víctor tenía la vista clavada en los pedazos de hielo que comenzaban a deshacerse en su copa-. Nosotros, los humanos, una raza tan cínica y estúpida que por poco estuvimos a punto de destruir nuestro planeta, tengamos que haber sido los únicos en hallar un medio para superar las distancias estelares de una forma plausible- Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro. Apuró el líquido e inmediatamente el viejo se puso en pie y se acercó hasta el suministrador automático, extrayendo de él dos nuevas bebidas.
  -Parece una broma de mal gusto, ¿eh?- gruñó, sentándose de nuevo en el sillón.
  Pensativo, Víctor guardó silencio. La sonrisa desapareció abrúptamente cuando dijo, incisivamente:
  -Sin embargo, algo está sucediendo, ¿no es así? Algo ha alarmado a los altos cargos de la Agencia...
  El viejo le miró de soslayo. Se llevó una mano al bolsillo interior de su impecable americana e hizo aparecer una cajetilla de largos cigarrillos. Eligió uno y se lo prendió en los labios. Entonces replicó con gravedad:
  -Durante décadas, las diversas compañías de terraformación llevan habilitando planetas deshabitados por toda la Galaxia. Se hizo con éxito con la empobrecida y castigada atmósfera terrestre, y se prosiguió con la Luna y con Marte; pero la población seguía creciendo y se tuvieron que ampliar las colonias en otros puntos más apartados en los que se cumpliesen un mínimo de condiciones básicas- Aspiró una larga bocanada de humo y fue expulsándolo paulatinamente. Entornando los ojos, prosiguió-: Hace ahora un año aproximadamente, la compañía de terraformacion Nova Génesis descubrió un planeta que compendia a la perfección todos los requisitos para su transformación. Se encuentra situado alrededor de la cuarta órbita de la estrella Eridani, a escasos diez años luz de nuestro sistema solar, y fue bautizado con el nombre de Kassandra. Dicha compañía llevó a cabo la construcción de una estación orbital permanente como satélite artificial del planeta, y desde allí, un reducido equipo de científicos, ha venido trabajando en el acondicionamiento previo de la atmósfera del planeta durante los últimos meses con la intención de crear sobre la mayor parte de su superficie un clima y una vegetación totalmente ecuatorial , idóneo para hacerlo figurar como uno de los referentes más solicitados en las agencias de ocio...
  Cáustico, Víctor esbozó una sucinta sonrisa.
  -Todo un negocio redondo, ¿verdad?- musitó.
  -Así es. Un planeta entero, poco menor que la Tierra, única y exclusivamente adaptado para acoger varios millones de turistas ansiosos por achicharrar sus pieles sobre las orillas de un mar plácido y cristalino que bordearía una inacabable vegetación de lo más variada...
  -Parece que va a ser un sueño idílico para cualquier pareja de enamorados... Siempre que puedan permitirse los desorbitados gastos- La irónica sonrisa volvió a asomar en el rostro de Víctor.
  El viejo alzó las cejas y contempló con detenimiento la brasa que se formaba en el extremo del cigarrillo. Le devolvió una fría sonrisa y continuó:
  -Sin embargo, hace cuarenta y ocho horas, las comunicaciones con la estación orbital Galileo sufrieron una repentína interrupción. Las emisiones, tanto por subéter como por láser, se vieron desvanecidas sin más, dejando completamente aislados a los seis componentes de la misión en Eridani.
  La sonrisa de Víctor se quebró violentamente en un gesto de incertidumbre. Bebió un corto trago y se inclinó ligeramente sobre Klaus.
  -¿No sabéis nada de ellos desde hace dos días?- inquirió con gravedad.
  -Exacto- el viejo acompañó sus palabras con un movimiento de cabeza-. Nada absolutamente. El último informe se recibió a la hora prevista en el centro de seguimiento de Nova Génesis. Todo parecía estar desarrollándose según las pautas previstas, y ya se había logrado terraformar de manera primaria un tercio de la superficie de Kassandra. Pero la siguiente conexión ya no fue posible de ningún modo, así que la compañía se apresuró en ponernos al corriente de lo sucedido ante tan desconcertante suceso.
  -¿Y se tiene alguna hipótesis de lo que pueda haber ocurrido?- le interrogó Víctor, empleándo un tono susurrante.
  -Nadie hasta el momento a conseguido nada concreto- masculló-. Vagas conjeturas sobre la posibilidad de que se hayan producido lluvias solares que puedan haber interferido las emisiones...- Espiró ante él una espesa nube de humo y apagó la colilla del cigarrillo con insistencia.
  Víctor guardó un largo silencio. Sus ojos permanecieron clavados en algún punto de la sala, reflexivos. El viejo prosiguió entonces:
  -Finalmente, anoche se congregó el Alto Mando en una improvisada reunión. Me ordenaron que tomase las medidas oportunas para aclarar cuanto antes éste asunto sin que nada trascienda, por el momento, a la opinión pública...
  -¿Y qué es lo que has pensado hacer?
  -Enviar una Unidad de Rescate Ligera hasta Eridani- fue la inmediata respuesta del viejo-. Averiguar lo sucedido y, en el caso de ser necesario, traer la tripulación de vuelta hasta la Tierra, donde podrán aclararnos todo éste asunto con detenimiento...
  -Si únicamente se trata de una operación de rescate- empezó a decir Víctor con suave énfasis-, ¿por qué razón estoy aquí? ¿No resultaría más apropiado enviar un equipo de técnicos especializados en comunicaciones?
  El viejo se removió inquieto en el sillón. En su rostro se dibujó un ademán agrio, apareciendo una serie de arrugas en la comisura de los labios.
  -Existe la posibilidad, remota, de que la estación Galileo pueda haber sufrido un sabotaje por parte de algún grupo de religiosos activistas- repuso-. Conocemos algunos casos en los que han conseguido apropiarse de naves diseñadas para atravesar los pliegues espacio-temporales y han logrado atentar contra diversas instalaciones de desarrollo situadas fuera del sistema solar.
  Víctor asintió silenciosamente. Durante años, aquellos grupos, descendientes de las antiguas castas religiosas, habían venido llevando a cabo una dura propaganda en contra de la dispersión de la raza humana a través de la Galaxia, y, por añadidura, de su contacto con otras formas de vida extraterrestres. Finalmente acabaron transformándose en meros terroristas, mucho más peligrosos y violentos, con un oscuro ideal de xenofobia y de recuperación del antiguo aislamiento planetario que, siglos atrás, tanto beneficio y ciega veneración les había reportado.
  Klaus, pasada una larga pausa, prosiguió:
  -Si algo de cierto hay en estas sospechas, el Alto Mando desea que, de manera discreta, seamos nosotros quienes resolvamos la situación enviando un agente de defensa con una preparación adecuada...
  Víctor sonrió concisamente. Frunció el ceño e inquirió:
  -¿Y por qué yo? ¿Por qué no enviar un agente en actívo?
  -Necesito uno de mis mejores hombres para ésta misión- repuso. Clavó sus ojos en Víctor y por un instante sus labios se tensaron con fuerza-. Sin embargo- añadió apagadamente-, también existe otra razón...
  -¿Qué?- Fue la lacónica y abrupta pregunta-. ¿Qué otra razón?
  -Uno de los tripulantes de la estación orbital es tu ex esposa- le explicó con dureza.
  -¿Carla?- gruñó-. ¿¡Carla estaba a bordo de la estación!?
  El viejo se limitó a asentir con un movimiento.
  -Formaba parte del equipo científico- le dijo serenamente-. Fue la última en unirse al grupo, pero partió hacia allí hace algunas semanas...
   Los pensamientos se agolparon fragosamente en el interior de Víctor: Carla y él habían decidido anular su contrato matrimonial hacia unos cuatro años, después de casi media vida de convivencia, cuando todo para ellos había comenzado, repentína e inesperadamente a complicarse. Sus respectívos trabajos, sumamente absorventes, habían dado pie a una relación prácticamente inexistente, en la que apenas conseguían verse un par de veces por mes y con la cual se sentían obligados a mantener una fidelidad, ya no tanto física como psicológica, a la que durante muchos años escasamente habían dado importancia. Sin embargo, pensaba él a veces, debido al veloz e impasible transcurrir de los años, ambos habían comenzado a sentirse de alguna forma asfixiados, atados a algo que en absoluto era necesario en sus vidas... Así, cada vez que tenían ocasión de disfrutar unos días de descanso, surgía el oscuro fantasma de la desconfianza y los celos. Acababan discutiendo y lanzándose toda una serie de disparates y reproches en una especie de guerra fría sentimental. Finalmente, de mutuo acuerdo y con la intención de no seguir dañando su ya entonces deteriorada relación, decidieron separarse definitivamente y seguir cada uno con su vida de manera completamente libre, sin ligaduras emocionales ni legales y por caminos irremediablemente opuestos...
  Él siguió, a partir de aquel momento, con su apretado trabajo en la Agencia de Defensa Espacial, y ella ascendió fulgurantemente en su carrera como científica especializada en la terraformación de planetas. Muy de cuando en cuando seguían viéndose, y normalmente cenaban en alguna de las acogedoras terrazas de los restaurantes clásicos del centro de la ciudad. Inconscientemente ambos evitaban hablar de su relación o de sus vidas personales. Luego, en la intimidad de alguno de sus apartamentos, la velada concluía bajo las suaves sábanas, convirtiéndose en una noche fantásticamente perfecta.
  En lo más profundo de ambos, empero, seguía luciendo tenuemente la chispa de los recelos y la rabia, y Víctor solía pensar que era algo que jamás desaparecería por completo, que esa extraña sensación, en ocasiones dolorosa, seguiría siempre junto a ellos, como una sombra imborrable...
  Después, cuando se vio apartado de la actividad en la Agencia, tuvo mucho tiempo para pensar sobre ellos dos, para ver con claridad los errores cometidos.
  Pasaba la mayor parte del tiempo sin ninguna ocupación definida, excepto algunos trabajos temporales como copiloto a bordo de viejos y lentos cargueros repletos de víveres con destinos a colonias próximas al Sistema Solar. Y en aquel tiempo comprendió la terrible e irreversible torpeza que sufrieron al descuidar su relación sentimental, privándola durante años de los cuidados fundamentalmente necesarios para que hubiese seguido encendida el resto de sus vidas...
  -... pensé que tenía la obligación de contar contigo sin ningún tipo de dudas...- El viejo seguía hablando con aquel tono sosegado.
  Víctor le contempló desorientado por un largo instante. Los pensamientos que recorrían su mente le habían hecho perder el hilo de las frases de Klaus, escuchando sus palabras con una difuminada sensación de sopor. Tragó el último sorbo de su copa y la apartó a un lado de la mesa.
  -Gracias- murmuró apocadamente-. Te agradezco tu interés.
  -Supuse que jamás me lo perdonarías si no lo hacía...- repuso.
  Y Víctor le sonrió, pero fue un gesto frío y distante pues su atención seguía concentrada en Carla.
 

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