El monarca se deslizó de su trono con la parsimonia y solemnidad
de la más alta jerarquía del Sistema Tau
para explorar de cerca al embajador. Como una cascada de plasma gelatinoso,
se deslizó por el borde del fastuoso recipiente que le contenía
mientras lanzaba sondas exploratorias, translúcidos cilindros que
se acoplaban sin juntas visibles unos a otros para abrazar sin violencia
el cuerpo del emisario. Printer estaba al corriente del protocolo tauriano
y no opuso resistencia alguna. Todos los visitantes eran sometidos a tales
prácticas por los servicios de seguridad taurianos, pero de todos
era conocido el proceder del Augusto, tan innecesario como prepotente con
cuantos solicitaban ser recibidos por aquel regio plasma gelatinoso. Printer
sentía desde su epidermis hasta los más recónditos
pasillos de su organismo los efectos inocuos de la exploración a
la que se veía sometido; una incomodidad acrecentada por el
obligado aplomo que exigía su nueva condición de diplomático.
El Augusto cayó fláccidamente al suelo de la cámara
y penosamente avanzó hacia Printer como una mancha delgada
y extensa. Mientras era objeto de un exhaustivo análisis, el sueñonauta
se vio asaltado por una peregrina elucubración: ¿Qué
aspecto ofrecería su propio cuerpo si estuviera desprovisto de piel
y estructura ósea? La respuesta fue concluyente: un amasijo de vísceras
reptante, algo muy similar a aquel ser que torpemente se dirigía
hacia él; una mancha roja y viscosa que fulminaría los cánones
de belleza bajo los que artistas de innumerables generaciones habían
fundamentado su trabajo; toda una civilización y sus creaciones
dejarían de tener sentido de la noche a la mañana; desde
las relaciones sociales hasta cualquier objeto cotidiano; desde un ergonómico
transporte estelar hasta una sencilla mesa; sin manos, ya no habría
mandos que pulsar, ¿cómo ordenar a los robots cualquier tarea
doméstica?, ¿cómo continuar con los viajes interestelares
convencionales?, ¿cómo hacer el amor o comunicarnos sin cara,
sin articulaciones ni voz? en definitiva, ¿cómo emitir signos
inteligentes a otros seres de similar condición? La respuesta no
se hizo esperar. La masa informe bajo la que se presentaba el Augusto comenzó
a replegarse sobre ella misma ganando altura y a mostrar perfiles cambiantes
que parecían obedecer a alguna secreta intención. De pronto
Printer creyó percibir un esbozo de pie, aquella sustancia plasmática
comenzaba a adquirir la consistencia de un androide, como si un genial
escultor estuviera dando forma celestial a aquella arcilla tan especial.
La metamorfosis no solamente afectaba a aquella forma de vida, sino que
el regio salón de embajadas se estaba transformando a similar ritmo
para adaptarse al nuevo individuo que lo ocuparía. Tal demostración
no iba únicamente encaminada a provocar el asombro y la admiración
del sueñonauta, sino a preparar la entrevista que tendría
lugar. Sin duda, la exhibición colocaría en ventaja psicológica
al Augusto al tiempo que empequeñecería a su interlocutor.
Printer se estremeció, pues así lo exigía
el guión, al contemplar en las postrimerías del cambio al
ser con quien tendría que tratar los delicados asuntos de su
embajada. El Augusto se había encarnado en el padre que el departamento
creó para la ocasión, en un ser frente al cual debería
mostrarse inseguro e inferior; pues supuestamente había consagrado
toda su vida a señalar despiadadamente todas sus carencias en presencia
de los demás. Gracias a la intervención del Soñador,
Printer lo sentía más real que el suyo propio, y en esta
ocasión, aunque supiera que solamente se trataba de un juego malabar
y malintencionado del Augusto, experimentaba grandes dificultades en deslindar
aquella realidad ficticia que el Soñador instaló en su subconsciente
y la copia que el Augusto representaba de la misma en su honor tan magistralmente.
¿De dónde había recibido el Augusto un informe tan
detallado? ¿Cómo se las habría arreglado el departamento
para hacerle llegar los datos más íntimos de su falsa identidad?
-se preguntaba una y otra vez-. Tal vez los cilindros translúcidos
fueron más allá del mero "escáner" de su organismo;
quizá pudieron introducirse en el oscuro magma de su mente y arrancar
toda la información que el Soñador depositó. Pero
en tal caso ¿cómo no accedió así mismo a su
verdadera identidad? Sin duda, esas preguntas sólo podrían
ser respondidas por alguien del departamento. Lo extraño fue que
por más que intentaba pensar en su verdadero padre,
Printer no pudo concretar otra imagen que la del impostor.
Aquello, y no la bufonada del Augusto era lo que realmente le inquietaba.
Sin embargo, no tardó en rendirse a la ficción. Así,
el falso padre suplantó el recuerdo del verdadero liberándolo
de la pesada carga de interpretar un papel aprendido.
Printer se encontró, a pesar de todo, inerme frente a
la reproducción exacta del padre. Ni el mejor de los actores podía
encarnar tan magistralmente a su supuesto enemigo. El Augusto cambió
de aspecto y creyó haber dado en la diana; sabía perfectamente
que en caso de conservar su aspecto habitual, Printer lo miraría
con arrogancia, pues la fealdad en una cultura que ha erigido la belleza
en un pedestal era el estigma de los seres inferiores. Por tanto, eligió
la representación más noble e inquietante que su subconsciente
manipulado guardaba celosamente. Se sintió levemente aliviado al
comprobar cómo podía distinguir el original de la copia por
las manos, las cuales, por alguna extraña razón, no se habían
recubierto enteramente de tejido epitelial. Le tranquilizó comprobar
cómo los taurianos no eran del todo perfectos en el arte de la mímesis.
El Augusto estaba convencido de haber roto la autoestima del
joven diplomático.
-¡Bienvenido a Serun, joven embajador!
En cada palabra, sílaba e incluso en cada movimiento de
los labios, la ficción tomaba visos de realidad y así la
experimentaba. Printer creyó estar percibiendo todo el desprecio
que, ya desde niño, su padre le había inyectado en dosis
letales. El Augusto había enfatizado los rasgos más acusados
del personaje para establecer una comunicación sin ambages frente
a un adversario minado por la sorpresa de su estudiada metamorfosis.
-Gracias Majestad, éstas son mis credenciales. Es un honor representar
a mi pueblo en el corazón de esta espléndida civilización
que Vos regentáis. Espero que mi presencia en Serun, Majestad, contribuya
a afianzar los tradicionales lazos de amistad que siempre nos han unido
y ayude a disipar cualquier malentendido presente o futuro.
Tras el obligado discurso protocolar, Printer se debatió en un mar de ansiedad y profunda inquietud; más aún cuando sus párpados no pestañearon un ápice ante la transformación del Augusto. En aquellos momentos maldijo a los sabelotodos del departamento. Se sentía cuan tortuga deshauciada de su caparazón, como un niño vacilante ante un padre implacable.
-Espero que la forma que he adoptado sea de su agrado, pensé
que alguien tan próximo y querido como su padre podría facilitar
este primer contacto, pero si ello le disgusta puedo adoptar otra apariencia.
-¡Gracias Majestad! Estoy altamente complacido por las
molestias que os habéis tomado y es un honor que hayáis optado
por un miembro de mi familia. Desgraciadamente el mensaje del que soy portador
no me complace tanto. Mi gobierno quiere manifestarle su protesta y perplejidad
ante la expulsión del agregado comercial y sus inquietudes ante
la desaparición de la secretaria de la embajada, acusada injustamente
de haberse apropiado de informes de su
Ministerio de Defensa. Tras la firma de los tratados Deneb I y II,
mi gobierno y el suyo dieron por terminadas las hostilidades y nada ha
cambiado para nosotros desde entonces. Nuestros agentes fueron retirados
de Tau y otro tanto hicieron Uds. con los suyos. Como decía, nada
ha cambiado desde entonces y sería absurdo que una de las partes
actuara al más puro y viejo estilo de la confrontación.
El Augusto se preguntaba de dónde sacaba aquel muchacho
el valor y la confianza para hablar con aquella determinación. Tal
vez del odio que sentía hacia su padre. No tardó en reconocer
su error, pero ya era tarde para ensayar otro disfraz que le permitiera
retomar la iniciativa.
-Sin duda se trata de un lamentable incidente. Nuestra gente
ha relacionado, con la cautela que le caracteriza, la sustracción
del material reservado con un miembro del personal de su embajada.
-Mi gobierno está tan interesado como el suyo en saber
lo que realmente ha sucedido. Le propongo, como gesto de buena voluntad,
que la investigación que esclarezca ambos hechos se lleve de modo
conjunto.
Printer no estaba muy seguro de haber sobrepasado sus funciones,
pero ya no podía retroceder y mantuvo su oferta que fue favorablemente
acogida.
- Disponga lo necesario -dirigiéndose a Madersk- para que la
comisión mixta de investigación comience sus trabajos.
-Como ordenéis Majestad.
Finalizada la audiencia, el mismo Madersk, la mano derecha del
Augusto, condujo a Printer al exterior a través de numerosas salas
e intrincados corredores de un palacio compendio arquitectónico
de cuantos había visto. Todos los estilos de las grandes épocas,
incluso pretecnológicas, se habían agregado de manera más
que forzada a la residencia oficial del Augusto. Printer no podía
evitar mirar de soslayo al alto funcionario mientras deambulaban por el
extraño edificio. Su rostro no le recordaba a nadie en especial,
parecía no estar interesado en reproducir a ningún otro dignatario
de similar condición, práctica habitual en los taurianos
que creaba ocasionalmente pequeños incidentes diplomáticos
no comparables al que le había traído a Serun. Más
bien, su rostro, a tono con el palacio y su mobiliario, era una síntesis
poco cuidada de todas nuestras razas, como si el disfraz adoptado para
la ocasión pretendiera insinuar al sueñonauta la existencia
de diferentes razas taurianas y su condición de alto representante
de todas ellas. Printer deseaba intercambiar algunas palabras con este
nuevo personaje del cual el Soñador no le había hablado,
pero no le dio ocasión hasta que entraron en una sala abarrotada
de cuadros. Printer se detuvo bruscamente al percibir la imagen de
la Gioconda, flanqueada por una tela de Picasso y otra de Bacon.
-Disculpad Excelencia -se atrevió a decir-. ¿Por
qué habéis incorporado estas reproducciones y no otras para
vestir las paredes de este magnífico palacio?
-Desde que tomamos contacto con su mundo, siempre nos interesó
cómo sus artistas han representado de forma tan distinta la figura
humana. A veces nos hemos preguntado -dijo irónicamente- si no estamos
tratando con otra variedad de transformistas constituidos por la misma
naturaleza plasmática que la nuestra.
-Ya nos hubiera gustado -respondió Printer con evidente
cinismo-. Hace tiempo que nuestros artistas dejaron de reproducir el cuerpo
humano tal cual. En realidad se sirven de él para expresar sus reflexiones
y sentimientos.Ve ese cuadro de Bacon, sus figuras gritan y se retuercen
ante el horror y desamparo del hombre.
-Sea como fuere, agradezco su cumplido, aunque lo único
que nuestros pueblos sienten recíprocamente es una curiosidad no
exenta de perplejidad. Nunca creímos ser la única especie
inteligente; habíamos imaginado otras civilizaciones homologables
a la nuestra de mil formas diferentes, pero al final, como dijo uno de
sus imaginativos más lúcidos, la realidad es siempre más
sorprendente.
-Sin duda, y aunque hubiéramos podido intuirlo, una cosa
es imaginarlo y otra experimentarlo.
-Si le parece bien, elija tres funcionarios de su embajada para la
comisión, trabajarán en el Ministerio del Interior con tres
de los nuestros; les facilitaremos todo cuanto nos pidan.
-Los tendrá allí lo antes posible.
Poco más dio de sí aquella fugaz charla; de nuevo
Printer oyó el eco de sus pasos por aquellas impresionantes galerías
y, al hacerlo, se percató del mudo caminar de aquel enigmático
chambelán. No podía evitar que todo aquello se viera investido
del particular aroma de los sueños, de una irrealidad gestada por
unos seres tan tangibles y contingentes como él mismo. Era consciente
al mismo tiempo de cómo al menos el espacio que pisaba y el ser
que lo acompañaba ciertamente existían al margen de sus apariencias.
El esfuerzo que supuso su entrevista con el Augusto le había agotado
y de algún modo desestabilizado, pero era preciso seguir estando
a la altura de las circunstancias frente al inexpresivo y correcto Madersk,
atento al más mínimo gesto del sueñonauta. Printer
se esforzaba en pasar por natural el constante parpadeo que provocaba su
presencia y creyó conseguirlo, pues en ningún momento sus
miradas se cruzaron. Ni siquiera cuando se dieron las manos al despedirse.
Le sorprendió el suave tacto de su mano desprovista de tejido epitelial;
esperaba una sensación próxima al asco, en lugar de ello,
sintió desaparecer la tensión acumulada y una calma propia
del deleite espiritual le invadió como última sorpresa de
aquella recepción oficial.
Si algo diferenciaba a los taurianos de nuestra especie era su constitución plasmática, sin embargo era extremadamente difícil verlos, a excepción del Augusto, en tal estado. Una exhaustiva legislación regulaba el estado plasmático, únicamente permitido como transición a otras formas, siempre dictadas por las necesidades de producción, y para la reproducción partenogenética. Desde que tomaron contacto con nuestra civilización, habían desarrollado una tecnología convencional inspirada en nuestro modelo; desde entonces nos convertimos en el único espejo inteligente en el que mirarse y cotejar sus capacidades. No era extraño, pues, que sus ciudades fueran copias, a menudo esperpénticas, de las nuestras. Su capital era un compendio de desatinos urbanísticos. Todos los estilos arquitectónicos de nuestra historia podían verse reflejados en una plaza: una torre de dos mil metros de altura adosada a una casa de adobe de una planta, un edificio de gobierno de aspecto funcional con contraventanas de bambú; todos los bancos de una plaza amontonados en su parte central invitándote a escalar esa montaña absurda. Había tantas cosas que ver, tantos disparates que observar que Printer dedicó buena parte de su tiempo a explorar aquella capital loca e insensata. Las calles se hallaban repletas de taurianos afanosos que le hacían contraer espasmódicamente sus párpados. Su detector de mímesis le suponía una tortura cotidiana únicamente interrumpida en el interior de la embajada. A pesar de todo, comenzó a apreciar ciertos rincones sugerentes de la ciudad, muy especialmente la Gran Ventana, un mirador excepcional al convulso océano serático, muy concurrido al atardecer cuando sus encrespadas olas dejaban paso a una calma sobrenatural y sus aguas, o lo que fueran, se tornaban sólidas para reflejar como un inmenso espejo el corazón de la galaxia y los ricos campos estelares repartidos generosamente por toda la bóveda celeste. Printer permanecía extasiado cuando una voz restalló como un latigazo en el cielo de su mente...
-¡Calma, calma! -repitió la voz-. Estoy a tu derecha,
me levantaré despacio y me seguirás a distancia. A solas
podré demostrarte que no soy tauriano. El departamento me activó
el mismo día de tu llegada.
Aquel individuo mostraba a Printer un perfil estilo imperio,
unos rasgos tan estereotipados que esconderían otros peculiares
por muy llamativos que estos fueren: largos cabellos rubios que se desmadejaban
en tirabuzones, pómulos ligeramente hundidos que se extendían
suavemente sobre el paisaje facial limitado por una nariz que apenas sobresalía
del plano frontal. Toda la proporción de sus rasgos quedó
borrada de un plumazo cuando presentó frontalmente su rostro. Sus
ojos restallaron, como anteriormente su voz, en la mente del sueñonauta
quien supo desde entonces cómo era la mirada de un telépata.
-¿Cómo he de llamarte? -inquirió Printer.
-Belano -respondió el telépata-. Es mi primera
misión desde la última crisis Tau. Creía que el departamento
se había olvidado de mí. He pasado demasiado tiempo en Serun
a la espera de ser repatriado; ahora compruebo que no fue casual ese aparente
olvido y, en cuanto a mi auténtica identidad, ¿será
suficiente que revele la tuya y la fuente de información?
-¡Adelante! -repuso Printer.
Arnold Printer. Te doctoraste en la Universidad de Princeton,
"naturaleza corpuscular de las ondas alfa". Fuiste enviado por el departamento
para contactar con Eila y pasar la información que substrajo del
Ministerio de Defensa. ¿Es suficiente?
-No del todo, ¿cómo sé que no eres un agente
doble? Has pasado, como tú mismo dijiste, demasiado tiempo en Serun
sin ser descubierto. Podrían haberte cazado y utilizado, ¿cómo
saber a quién sirves realmente?
-Esperaba esto -dijo Belano como si la conversación tuviera
un guión mutuamente acordado-. Necesito tiempo para disipar tus
sospechas. Mañana contactaremos con Eila. Ella te dará la
prueba de su identidad y de la mía. Te prometo que quedarás
satisfecho; mientras tanto no corras riesgos inútiles, es muy probable
que me dupliquen y consigan hacerte dudar. El Augusto es una caja de sorpresas.
-No has dicho nada concluyente sobre mi identidad, y me previenes
contra un falso Belano...
-¡No seas impaciente! Las apariencias engañan. Mañana
nos pondremos en contacto.
Sus últimas palabras no salieron de sus labios, fueron esculpidas
en la mente de Printer. Era la primera vez que el sueñonauta contactaba
con un telépata de primer orden. Nunca había oído
una voz en su interior y, por un momento, creyó percibir un ente
extraño ajeno a Belano y a él mismo; un nuevo ser que se
había instalado en su mente penetrando simultáneamente con
el mensaje del telépata. Pronto desechó tal sospecha por
conveniencia propia. No hay taurianos telépatas, ni poseen poderes
más allá de su capacidad mimética -se dijo para tranquilizarse-
y por lo que respecta a Belano, si fuera uno de ellos, su detector de mímesis
le habría hecho parpadear y sus manos no se habrían recubierto
de tejido epitelial. De cualquier modo -pensó- saldría muy
pronto de dudas; nadie podía engañar al Soñador.
Printer permaneció un tiempo contemplando la extraña
quietud del océano serático antes de dirigirse a la embajada.
Caminaba pausadamente por una avenida absurda amueblada por un sinfín
de disparates, por entre centros comerciales que anunciaban artículos
de saldo inexistentes, por bulevares decorados con manglares junto a estanques
helados cuando alguien pronunció su nombre. Printer dio media vuelta
para enfrentarse con un rostro de atenta mirada que presentaba el tatuaje
de un astrovelero deportivo en su pómulo derecho.
-¿Quién eres y por qué has pronunciado mi
nombre? -se atrevió finalmente a preguntar al desconocido.
-¡Calma, calma! Soy Belano, he estado a tu lado en La Gran Ventana
cuando hablabas con un tauriano del Servicio de Operaciones Especiales.
Ha estado a punto de convencerte, por suerte he desactivado sus mensajes
subliminales, quería localizar tu rejilla de identidad y reprogramarla.
Solapé mi voz con la suya para entrar en ti y alertarte. Cuando
su manipulación fracasó, trató de salir airoso proponiéndote
una entrevista con Eila. Una ocurrente maniobra para ganar tiempo. Ya somos
dos y sólo uno es el verdadero. Te diré cómo puedes
salir de dudas, pero antes has de saber que estoy aquí para ponerte
en contacto con Eila. No se trata de una corriente secretaria, sino de
otra sueñonauta tan entrenada como tú. Esta noche activa
el sueño de la verdad y mañana sabrás dónde
encontrarla. Para entonces no tendrás ninguna duda de quién
soy. En tu sueño, podremos aparecer todos: Belair, Aszel, Eila,
el Augusto, el verdadero y el falso Belano; todos menos el Soñador.
Y antes que Printer pudiera reaccionar, el segundo telépata
dio media vuelta y desapareció por una calle adyacente a la solitaria
avenida.
Printer permaneció unos instantes inmóvil y apesadumbrado
tras comprobar cómo en un corto espacio de tiempo dos individuos
se habían paseado por su mente como si ésta fuera un libro
abierto; creyó enloquecer. Sólo recobró la calma cuando
pensó en las palabras del Soñador y en su buen hacer. Su
rejilla onírica se había convertido en lo único verdadero
de su persona y de cuanto le rodeaba; en ella creía poder hallar
las claves de su auténtica misión, conocer el paradero de
Eila y al auténtico Belano, y a partir de ese momento sabría
con exactitud lo que tendría que hacer. Ningún telépata,
por poderoso que fuese y sin importar quién lo enviara, sería
capaz de desactivar el blindaje del Soñador -se repetía una
y otra vez mientras se dirigía apresuradamente a la embajada-. El
primero fue menos explícito, pero su mente penetró en la
mía como lo haría el mejor psíquico del departamento;
el segundo no ahorró detalles y estuvo más acertado al proponerle
algo que ya pensaba hacer: el sueño de la verdad; incluso fue más
sutil que el primero al penetrar en su mente de manera tan sigilosa. De
momento, ambos encuentros habían conseguido desvanecer su prepotencia
ante los taurianos y dejar de subestimarlos. Printer se sintió más
solo y confuso que nunca. No podía compartir sus dudas con nadie
de la embajada, y en cuanto a la naturaleza de su misión, poco podía
saber; sus aspectos fundamentales habían sido almacenados en su
subconsciente y manipulados por el Soñador en la estación
de tránsito. Ahora se preguntaba si había valido la pena
su ingreso en la Escuela de Sueñonautas. El fue uno de tantos jóvenes
a los que Belair deslumbró desde su cátedra de Princeton.
Quedó fascinado cuando oyó por primera vez la teoría
de los viajes interestelares a través del subconsciente. Con su
posterior ingreso en el grupo de investigación de Belair tras el
doctorado, Printer asistió al desarrollo embrionario de la sueñonaútica.
Los primeros viajes de corto alcance se saldaron con clamorosos éxitos
y pérdidas irreparables que recordaban a los comienzos de la aviación
o la astronáutica, si exceptuamos la naturaleza de los accidentes
que con cierta frecuencia ocurrían. Los casos más leves consistían
en pérdidas de memoria e identidad en buena parte irrecuperables;
las temibles rejillas oníricas se encargaban de ello; los más
graves tenían lugar cuando el sueño del viajero caía
en lo que Belair llamaba, y nadie supo darle un nombre más adecuado,
"la casa de los espejos", un símil que evocaba la atomización
de los elementos del sueño y su confinamiento en una zona muerta
aún no muy bien explicada por la sueñonaútica actual.
Nada de lo que entraba en ella podía salir, y menos emitir señales
al exterior. Se comenzó a detectar su existencia a partir de inexplicables
perturbaciones que desviaban, en el mejor de los casos, el sueño
por derroteros distintos a los proyectados. Si posteriormente se intentaba
la transmutación molecular, el cuerpo del sueñonauta podía
ser enviado al extremo opuesto de la galaxia. Printer perdió varios
compañeros en la casa de los espejos. Cuando esto ocurría,
Belair ordenaba la transmutación celular como el capitán
de un barco entrega a la mar el cuerpo del marinero fallecido.
La casa de los espejos era un proceloso mar del que ningún sueñonauta
había regresado hasta entonces...