UNO


 


  Para el sargento Jan Noaberg, regresar al enclave militar situado sobre la desértica superficie de Trireida después de dos meses de permiso, suponía otra nueva condena que, con desgraciada seguridad, se extendería al menos durante un año más.
  Retrepado en uno de los asientos de la vacía cabina de desembarco del crucero Aurora, observaba tediosamente a través del ventanal, recorriendo con la mirada la opacidad estelar y meditando sobre la escasa fortuna que había corrido tras salir de la Academia Militar y ser enviado directamente hasta aquel cochino planeta minero, principal fuente de extracción del mirgonium, el combustible sólido utilizado por los acorazados de guerra.
  Y allí había debido pasar los últimos dos años. Encerrado en una antigua fortificación situada a varios kilómetros de la colonia minera. En compañía de un escaso destacamento de soldados a los cuales parecía importarles mucho más las visitas que ocasionalmente  realizaban a los casinos y prostíbulos de la ciudad que su misión de salvaguardar el constante envío de combustible hasta la región estelar comúnmente conocida como El Cerco, donde, desde hacía cuatro años, venía librándose una apretada guerra contra los Colonizadores Whandar
  Con un ronco suspiro intentó alejar aquellos pensamientos de su mente y se alzó del asiento, penetrando en la estrecha cabina de control.
  -¿Cansado, sargento Noaberg?- le preguntó la joven piloto Silke Jouvenat, volviéndose hacia él con una sonrisa-. No se preocupe, ya no debemos efectuar ninguna otra escala; en una hora más habremos alcanzado la órbita de Trireida...
  El militar intentó devolver la sonrisa a la muchacha, pero su expresión resultó tan quebrada que se sintió repentinamente enojado consigo mismo. Al fin y al cabo, la piloto Jouvenat tampoco realizaba una labor excesivamente gratificante en la Armada Estelar: Trireida se encontraba alrededor de la estrella Próxima Centauri, una empobrecida enana roja que incesantemente eyectaba lluvias solares a todo el sistema planetario. Y aquello impedía que las comunicaciones por subéter, nueve de cada diez veces, consiguiesen escapar o llegar al planeta minero. Por ello, la única manera mínimamente viable de mantener un contacto con la Tierra, era por medio de los escasos cruceros de enlace que todavía podían ser asignados a aquellas tareas en los tiempos tan difíciles que corrían.
  -¿Le apetece un café?-. La muchacha le observó con atención, y cuando él asintió, dijo, dirigiéndose al copiloto-: Mantén el rumbo establecido, Serguei. Estaremos en la cocina ¿De acuerdo?
  Serguei apenas movió la cabeza para responder, enfrascándose de nuevo en la monótona labor de verificación de las trayectorias en los cortos saltos espacio-temporales que todavía debían realizar.
 



 

  -¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, sargento?-. Jouvenat extrajo dos tazas del suministrador y tomó asiento al otro lado de la mesa-. ¿Dos años tal vez?
  Noaberg alcanzó una de las humeantes tazas y sorbió un corto trago bajo la atenta mirada de la muchacha.
  -Sí- musitó finalmente-. Aproximadamente...
  -Eso es. Yo comencé a cubrir la ruta de Trireida poco después que usted fuese destinado al enclave...
  -Admirable fortuna la nuestra, ¿eh?-. El tono irónico que empleó hizo que Silke esbozase una cómica mueca.
  La muchacha se inclinó ligeramente hacia delante, y todavía permanecía en su pálido rostro aquella sonrisa, cuando dijo:
  -Y en todo este tiempo, ésta es la primera vez que ha aprovechado uno de sus permisos para alejarse del planeta...-. Una sombra de indecisión saltó en sus ojos por unos instantes. Finalmente siguió-: No quiero parecerle impertinente, pero me siento intrigada por ello...
  Noaberg rió suavemente. Se rascó la barbilla y asintió con la cabeza.
  -¿Usted no se siente hastiada con su labor?- le preguntó-. Durante tanto tiempo cubriendo la misma ruta... Efectuando los mismos saltos espacio-temporales...
  -Supongo que acabas acostumbrándote- replicó ella, pensativa.
  -En la Tierra, mantuve una entrevista con el Legislador Vladimir Mahin- siguió explicando Noaberg, tras una pesada pausa-. Han decidido estudiar mi petición de traslado hasta uno de los cruceros del Cerco... Sin embargo, los trámites suelen ser largos y lentos.
  Adoptando una expresión atónita, la piloto abrió exageradamente los ojos.
  -¿El Cerco?- barboteó-. Muchos de los oficiales que allí combaten se sentirían afortunados de encontrarse en el enclave de Trireida; alejados miles de pársecs del conflicto contra los Whandar...
  -Muchos de ellos no conocen la sensación de hallarse rodeados por cientos de kilómetros de desierto, sin más que hacer que limpiar de arena los módulos internos de los vehículos de superficie- replicó él, moviendo la cabeza hacia ambos lados.
  Silke bebió un nuevo trago de su taza, pensativa. El castrense uniforme negro con que vestía acentuaba todavía más la extrema y cotidiana lividez de su rostro, y únicamente unas tenues manchas rosadas sobre ambas mejillas le proporcionaban un hálito de color.
  -La base de Trireida cumple un cometido de vital importancia en el conflicto- dijo, con cierta indolencia-. Se debe mantener bajo protectorado militar en envío del mirgonium hasta las líneas defensivas.
  -¡Oh, vamos!-. Noaberg extendió los brazos y se encogió de hombros-. Eso no es más que un mero tecnicismo con el que hacer sentir más seguros a los mineros y a los navegantes comerciales... Desde el primer contacto hostil que se tuvo con los Whandar hace cuatro años, el campo de acción se ha centrado en la periferia del sistema Eridani; los cruceros de guerra, apoyados por algunos planetas aliados, mantienen acordonado todo el cuadrante. Por lo que sé, hasta ahora ningún buque colonizador ha logrado sortear el Cerco, y creo que los obreros de Trireida pueden estar tranquilos incluso sin la existencia del enclave.
  -Entonces,  ¿usted siente que su presencia aquí es inútil?
  El sargento frunció el ceño. Meditativo, dijo:
  -Tal vez la de todos nosotros...-. Y añadió, pasados unos segundos-: De cualquier forma, pienso que no comencé una carrera militar con el fin de terminar en un lugar como Trireida... Puede que usted opine que soy un completo estúpido, y es posible que sea así, sin embargo, deseo sentir que desarrollo una labor activa en todo este conflicto, que mi presencia no se limita tan sólo a mantener adecentadas unas instalaciones militares.
  La piloto contempló de forma ausente la taza de café durante un largo instante. Finalmente sus ojos se movieron hacia el otro lado de la mesa, clavando en Noaberg una mirada apreciativa.
  -No me parece un estúpido, sargento- dijo con suavidad-. Creo que a la Flota Estelar le vendrían bien muchos hombres como usted...
  Noaberg se sintió súbitamente torpe. En absoluto estaba acostumbrado a los elogios y el comentario de Silke le hizo advertir un irrefrenable rubor que, sólo parcialmente, logró disipar el repentino y ahogado zumbido del receptor-emisor que ella portaba alrededor de la muñeca.
  -¿Qué sucede?- inquirió, acercando la palma de su mano hasta los labios.
  -Creo que deberías volver a la cabina de control...- musitó la voz de Serguei, notablemente inquieta-. Kovanen parece tener problemas con la comunicación desde Trireida...
  Silke apretó la mandíbula y miró intrigada al sargento.
  Enseguida estoy ahí...- dijo, cerrando la transmisión.
 



 

  Kovanen, el técnico de comunicaciones, permanecía erguido en el sillón mientras sus ojos recorrían velozmente las distintas pantallas de comunicación del panel central.
  Silke franqueó la entrada de la sala, seguida de cerca por el sargento. Se plantó junto al técnico y musitó:
  -¿Qué tipo de problemas son esos?
  -No consigo obtener ninguna respuesta del enclave...- le explicó con consternación-. Ni una débil señal a nuestras llamadas.
  -¿Cómo es posible?
  -No lo sé-. Con una mano le indicó las pantallas, todas ellas vacías-. No aparece ni un solo dato de aproximamiento.
  -Puede que estemos afectados por alguna tormenta solar...- musitó tras ellos Noaberg.
  Serguei hizo girar su sillón desde el otro lado de la cabina.
  -Aunque así fuese, sargento- se apresuró a decir-, ésta jamás influiría en las comunicaciones vía láser con las que registramos la ruta de acercamiento y que pasan directamente hasta la computadora principal.
  Noaberg asintió con preocupación y se volvió hacia Silke, que seguía mirando a Serguei con evidente perplejidad. Y durante unos largos segundos, un impresionante silencio se adueñó de la cabina.
  -¿Cuándo alcanzaremos la órbita de Trireida?- inquirió ella finalmente, empleando un tono apagado.
    El copiloto apenas necesitó echar un rápido vistazo a los destelleantes paneles que emergían de la consola que tenía ante él para responder:
  -Estamos completando el último salto... En algo más de diez minutos entraremos en el sistema estelar; a escasos cincuenta mil kilómetros del planeta.
-De acuerdo- musitó-. Sigue con la ruta establecida...-. Se volvió hacia Kovanen y añadió-: Mientras tanto, haz lo posible por hallar algún sistema de comunicación operativo en algún punto de la superficie o nos veremos obligados a descender sin confirmación...
  El técnico se removió intranquilo y en sus ojos brillo un cierto temor. Inmediatamente se enfrascó en la complicada y, de antemano lo supo, minuciosa tarea.
 

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