Viena, con su sol no dañino por aquel entonces, sus aromas, su alegría, la risa despreocupada y confiada de sus gentes será hermosa para siempre en mi corazón aunque hoy ya sea, como el resto del continente, un residuo esquelético devorado por la contaminación y la lluvia ácida. Por eso no quiero volver, deseo conservar en mi retina aquella imagen irrepetible. Porque allí, por primera vez, fui completamente feliz en toda mi vida, mucho más que cuando burlé mi primer sistema de vigilancia o logré hacerlo con una chica.
Aquellos inigualables diez días de primavera que discurrieron en compañía de la Casablanca que me gusta recordar serán imborrables. Por eso, la Viena que había antes y la que fue después no me dicen nada. Porque allí yo no albergaba felicidad dentro de mí. El amor transforma lo que toca en belleza (porque cuando brota el amor las más nimias cosas adquieren una trascendencia superior a las expectativas) y cuando se esfuma (porque las inexorables leyes de la vida dictaminan que se desvanece), como un perfume delicado y efímero, cuando sólo te quedan los recuerdos, el dulce néctar de la melancolía ensalza y adorna más esos recuerdos. Con el transcurso de los años la mente borra los malos recuerdos, los suaviza y, en cambio, realza los momentos emocionalmente positivos. Eso es todo cuanto me queda después de una vida, aquellos breves fragmentos de felicidad en Viena.
Cuando todavía era Marlene me confesó que su padre ya sabía lo nuestro. Que no le gustaba pero que tampoco podía impedirlo. Fingí creerla. ¿Por qué no? Fueron unos días estupendos aunque lo cierto es que no hacíamos nada especial. Los indicadores de incidencia de rayos ultravioleta permitían pasear y recorrimos sucesivas veces (cogidos de la mano como dos adolescentes) la Kärntnerstrasse. Algunas veces entrábamos en las tiendas de postín que allí había y le hacía regalos. Pequeñas cosas. Ella prefería mariposear en torno a los cafés de los Graben o vagabundear por el barrio judío. Por supuesto montamos en la vieja y gigantesca noria del Prater. Dejamos que un cochero (con su típico bombín) nos contara un montón de mentiras sobre el imperial pasado de la ciudad mientras los caballos trotaban rítmicamente; devoramos (aunque yo al principio con cierta aprehensión pues soy un producto de la comida basura) dos fantásticos wienerschnitzel (nunca pensé que un filete de ternera salteado, rebozado en huevo y con rábanos supiese a gloria), saboreamos todas las especialidades de la pastelería vienesa y probamos todos los vinos (siempre vino blanco) que se pusieron a tiro. Hasta en eso tuvimos suerte pues casi ninguno de ellos poseía esos tonos rojizos o castaños, signo de que se había oxidado en exceso. Luego, como en un sueño, cocaína y sexo. Y amor. También hubo amor. Y, cuando ya no respondían nuestros cuerpos, un paseo por Heiligenstadt.
Recuerdo nuestra visita al palacio barroco Belvedere. Por primera vez me habló de trabajo. Quería venirse conmigo. Integrarse en mi pequeño grupo. No quería casarse y parir hijos, criarlos, tener un orgasmo al año, engañar a su marido y ser engañada por él, acudir a fiestas aburridas, desperdiciar la vida como arena que se escapa entre los dedos y, sobre todo, ser algo más que la hija de su padre y la nieta de Otto von Rilke. Y fui tan idiota que la creí. Dicen que el amor nos hace felices, discrepo. Lo que sí sé es que nos hace imbéciles. Yo ya sabía que me estaba mintiendo. Y la creí. ¿Cómo se puede ser tan idiota? Resultaba tan hermosa, repleta de una aparente candidez. Cómo decía mi maestro el gran Don Giovani: "Se non é vero é ben trovato".
-Yo ya no soy un vaquero que vuela en el ciberespacio.
-¿Ah, no? -me dio un beso- ¿Y qué eres?
-Una herramienta al servicio de quien me paga, princesa. A veces
me sirvo de la informática, otras toca robar documentos o cuadros.
O secuestrar personas. Es un oficio como el de espía pero para los
particulares adinerados y multinacionales tramposas. Si -le devolví
el beso-. Soy un espía en alquiler. Un mercader de la información
con una tapadera legal.
-¿No quieres que vaya contigo por mi padre? ¿O
crees que no daré la talla?
-Te quiero, por eso no debes unirte a mí. Es la constante
Sísifo.
-¿La constante Sísifo? -me miró fijamente
con esos hermosos ojos sintéticos que su padre le había regalado
para su cumpleaños-.
-Si entras ya no sales. Ésa es la constante Sísifo.
-¿Quién era Sísifo?
-Un rey de la antigua Grecia. Los dioses le condenaron a llevar
una enorme piedra hasta la cima de un monte y cuando estaba a punto de
conseguirlo se caía y tenía que volver a empezar. Así
hasta el infinito, una y otra vez. Sin descanso ni esperanza.
-¿Qué hizo?
-No estoy seguro, pero creo que fue por robar algo.
-Llévame contigo Harry.
-Verás, nadie te dirá esto y si lo hago es porque
me has arrebatado el juicio. El trabajo de un espía estriba en la
captación. Estudias a un sujeto, analizas sus debilidades, buscas
ganarte su confianza y le pides, al principio, cosas sencillas, cosas que
a lo mejor no necesitas pero eso no importa, son cosas fáciles,
exentas de verdadero riesgo y él cree que podrá cumplir el
encargo y salir sin ser descubierto, obtener lo que quería con facilidad
y luego recuperar el control de su vida, pero tú cada vez vas pidiendo
más y más. Está en tus manos. Si se empieza estás
atrapado. Para siempre. El topo es un eterno prisionero de su doble vida.
-Quiero ir a ese mundo tuyo.
-Suponiendo que tu padre acceda, cosa que dudo, te haré
un favor.
-¿Cuál?
-Los camellos inician a los clientes con una dosis gratis. Ven
conmigo, la primera vez es gratis, pero si decides seguir, tendrás
que pagar. No es algo que dependa de mí, es que todos pagamos tarde
o temprano.
El sábado por la mañana llovía tenuemente. ¡Qué maravilla! El agua limpia y fresca caía sobre mi rostro. Me acerqué hasta el mercado al aire libre de Naschmarkt en busca de algo personal y diferente. Un recuerdo imborrable que sólo ella y yo compartiéramos De pronto me encontré frente a un anciano que vendía cintas de video antiguas, esas que veían nuestros antepasados en televisores porque todavía no conocían el holofilm. Vi el título: Casablanca. Pidió una cantidad astronómica. La pagué. El viejo croata pensaría que estaba chiflado pero no, no era así, era peor, estaba enamorado. Por primera y única vez en mi vida. Afortunadamente, porque la experiencia ha sido realmente dura.
Sus ojos sintéticos brillaron con alegría al contemplar mi regalo. La habitación que teníamos alquilada disponía de un viejo y achacoso vídeo. Luchamos un buen rato para entender su funcionamiento y nos tragamos la película. Luego me fui. Tenía un trabajo pendiente que me había traído a la ciudad.
Cuando volví, exitoso pero fatigado, todavía se encontraba
frente al televisor. Debían ser las cuatro de la madrugada. Todo
su hermoso pelo estaba enmarañado y había varios kleenes
mojados por las lágrimas. Estaba finalizando el film. Era la escena
cumbre del final, la del aeropuerto, cuando Rick/Bogart insta a Ilsa /Ingrid
Bergman para que se vaya en el avión.
Renault: Me temo que Strasser insistiría en ello.
Ilsa: Dices eso para que me vaya.
Rick: Lo digo porque es cierto, es cierto también que perteneces a Víctor. Eres parte de su obra, eres su vida. Si ese avión despega y no estás con él, lo lamentarás.
Ilsa: No.
Rick: Tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, toda la vida.
Ilsa: ¿Nuestro amor no importa?
Rick: Siempre nos quedará París. No lo teníamos, lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche.
Cuando Renault y Rick se pierden en la niebla y Rick/Bogart apostilla: "Louis, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad" ella me araña con desespero el brazo emocionada. En los cinco años que estuvimos juntos debió ver la película unas ochenta veces, hasta que se rompió. Era muy vieja y no pudimos conseguir ninguna otra copia. Pero ella nunca paraba de hablar de la película, así que pronto nadie la conoció como Marlene von Rilke sino como Casablanca.
Al despertar al día siguiente la lluvia empapaba el ambiente. Era agradable. Metidos en la cama, respirando despacio, para no romper la magia. Nunca he sido más feliz. Permanecimos quietos durante horas hasta que yo tuve que levantarme para mi próxima cita. No había venido a pasar unas vacaciones.
-¿Por qué dejaste de ser cowboy Harry? Papá
dice que fuiste el mejor.
-Tres muertes cerebrales, la última de veinte segundos.
Tengo suerte de no estar con el cerebro borrado. Además, con 23
años, uno pierde facultades, se hace conservador. No conozco ningún
pirata informático que haya rebasado los 25. Debía irme pero
necesitaba dinero, así que me metí al espionaje industrial.
No es gran cosa, pero no hay nada mejor para mí.
-¿Y ya no llevas implantes?
-Sí. Eso sí, y necesito ojos nuevos cada dos o
tres años. Cuando los nervios ópticos se queman tanto en
el ciberespacio el mal del navegante es incurable.Un buen cowboy quema
pronto sus ojos. A veces aún me meto en el simulador. Pero ahora
sobre todo me dedico a programar.
-¿Me llevarás contigo?
-Depende de ti. Trabajo con un grupo de locos. No disfrutarás
de joyas ni viajes preciosos. Es un oficio duro. Nadie te va a regalar
nada. Lo que quieras tendrás que cogerlo. Y no olvides la constante
Sísifo: nadie sale.
-La felicidad no consiste en tener cosas Harry. La felicidad
es formar parte de ellas. Quiero ser parte de tu vida.
-¡Caray! Es una frase muy bonita... Y tienes unas piernas
preciosas. Podemos intentarlo, siempre que tu padre nos deje en paz.
Aprendió pronto. Era realmente buena. Excepcional. Demasiado buena. Un día, cuando el equipo ya estaba desgastado y usado, cuando ya éramos demasiado conocidos, cuando ya había aprendido -sotto voce- lo suficiente, nos vendió a los musulmanes y a los europeos. Debió cobrar un buen precio. Luego marchó junto a su padre a ocupar su lugar en la empresa familiar. Casablanca había crecido. El grupo se dispersó con más rapidez de la prevista. Struggle for life. Sólo Jimmy era localizable y prefirieron dejarle babeando en un hospital que matarlo. No sé si es que les dio lástima o pensaron que era una venganza más refinada. En cuanto a los demás los fueron cazando, uno a uno, sólo yo sigo vivo.
De aquellos irrepetibles y despreocupados años que compartimos todavía me queda el sabor a néctar de melocotón de sus carnosos labios nunca maquillados.
-Está usted sudando -comenta irónico el profesor
Zacarías Scharporv - .Y con esa barba de tres días sin afeitar
es toda una provocación para los estafilococos que tanto se prodigan
por aquí.
-Sí -me rasco los pelos de la barba. Pinchan.- No hay
agua suficiente para ducharse normalmente y los aparatos de vibraciones
sónicas no han funcionado desde que Marilyn Monroe perdió
la virginidad.
Un titileo en la azul semioscuridad señala que me llaman desde el puente. Tiempo. Necesito tiempo para calibrar si debo cambiar de bando. El espía lleva siempre la sangre de Judas y para eso se nace, y yo sólo he aprendido. Contesto sin saber qué voy a decir. Añoro el ciberespacio. Debí morir allí. Estoy chiflado. Un cowboy demasiado viejo y cansado. Hay poca gente tan rara como nosotros. Deben ser los implantes, los chips y las drogas. Se me han acabado las expectativas. Hace tiempo que me limito a rodar cuesta abajo, esperando tocar fondo algún día, y ese día no llega. Un sonido me devuelve a la realidad.
-Señor, hemos bloqueado sus comunicaciones con la Tierra.
Ahora nos llaman solicitando unos recambios estándar para su refrigeración.
¿Qué contestamos?
-Diles que estamos buscando en el almacén, pero que el
ordenador nos confirma que sí tenemos, lo que pasa es que no están
donde deberían. Como somos unos chapuzas no les extrañará.
Preparad un plan de aproximación. Vamos a unirnos... con mucho cuidado.
Los japoneses. ¿Víctimas o cazadores? La sonrisa de Zacarías Scharporv me sugiere lo segundo. ¿Me ha vendido Casablanca por segunda vez? Aunque, en esta ocasión, ya me da igual.
-¿Cómo le convencieron? Tuvo que pasar por el suero
de la verdad como todos. Yo mismo lo exigí. Sin excepciones.
-Elija la respuesta que más le convenza. Opción
A: me captaron en Marte. Promesa: un edén en la vieja Tierra. Opción
B: biochips de personalidad. Lo último que se ha inventado.
-Inútiles. No se les puede delegar ni un insignificante
seguimiento síquico. -respiro hondo y busco inútilmente algo
para meterme en el cuerpo. El profesor Zacarías Scharporv
parece adivinarlo y me pasa una especie de pistola plástica diminuta.
-¿Qué es?
-Un inhalador de cannabis. Es lo único que me queda. Pero
usted parece necesitarlo más que yo.
-¿Qué buscan los japoneses? ¿Por qué
trabajan, codo a codo, con la CIA?
-Se minusvalora usted, deben ser las drogas... en realidad le
buscan a usted. Filtraron toda la información a la espera de que
lo enviasen a usted porque la Agencia no tiene buenos profesionales y está
demasiado ocupada discutiendo sobre las competencias de cada país.
-Entonces la Agencia no me ha traicionado.
-No. Ha sido tan poco inteligente como esperábamos. No
le valoran lo bastante, Mr. Siegel. Para matar a un peón sacrifican
a la reina.
-¿Que desean de mí? Míreme. Un ex-cowboy
drogadicto.
-Puede usar su imaginación.
-¿Me quieren como entrenador para sus propios cowboys?
No puede ser otra cosa. Para que pruebe nuevos campos de hielo, su sneaker
a sueldo.
-Los japoneses no tienen miedo, son metódicos, instruidos
y pacientes pero en el ciberespacio fracasan frente a Europa. Pese a toda
su tecnología. Y nosotros también. Increíble pero
cierto. La Agencia es una chapuza pero la gente de Rilke.... ese alemán
lleva años jodiéndonos con su sindicato Morgen. Lo hemos
probado casi todo. Usted es nuestra esperanza.
-Usted mismo lo ha diagnosticado: porque no tienen miedo, el
miedo y la imaginación van unidos de la mano. La creación
de alternativas ante los virus exige preparación y equipo, pero
sin imaginación, sin improvisación no vales nada y eso es
muy difícil de enseñar. Por eso usamos drogas. Estar dentro
tanto tiempo sería imposible de otro modo. Cuando sales necesitas
las drogas.
-¿Para qué?
-Para que el mundo resulte tolerable.
Después de inhalar el cannabis no me siento mejor. Cuantas más vueltas le doy al asunto menos me gusta. El recuerdo de Viena se había convertido en una torta de chocolate Sachertorte deshaciéndose en mi boca. Ahora sólo queda un sabor amargo y caliente como a neumático o plástico quemado.
-Los americanos estáis metidos en esto. Tú eres
de la CIA. Y debes tener algún compañero más infiltrado.
Vosotros estáis tras el proyecto Vishniac, mostrastéis su
apetitoso contenido a la Agencia como hizo la serpiente a Eva y la Agencia
picó. A Rilke jamás le hubiéseis engañado Y
Casablanca ideó esta intrincada madeja para entregarme.
-Ya les dije que un hombre de su talla lo descubriría,
pero ya es tarde. Sí, Janine, yo y el pobre Anderson. Todos de la
CIA. Pero ahora ya no puede elegir... si quiere vivir.
Miro fijamente el inhalador. ¡Dios de mi vida! ¿En qué estaría pensando? No te fíes de nadie, sobre todo si parece una buena persona. Hasta un novato cumple esa regla de oro. Estoy cayendo bajo, cada vez más.
-¿Qué es lo que he tomado?
-Lo ignoro. Tardará unas 15 horas en hacerle efecto. Y
el antídoto es una droga que se encuentra en esa falsa nave nodriza.
-¿Por qué?
-Desde hace un siglo Europa no inventa nada. Roba. Vuestros cowboys
han saqueado a nuestras empresas y también a las japonesas todo
este tiempo. Estamos hartos. Hundís nuestra economía. Sois
parásitos que debemos suprimir. Morgen debe ser borrada del mapa.
Tenías razón antes, Harry. ¿Me permites el tuteo?:
tú puedes construir nuestras defensas, plantear trampas, romper
su hielo, yo que sé. No tengo ni idea de informática aparte
de guardar datos en un disco duro. ¿Cómo? No es de mi incumbencia,
los jefes decidirán eso.
-Casablanca me ha vuelto a vender.
-Sí. Es una furcia, ¿verdad? -su sonrisa autosuficiente
me daba rabia- Cuando te localizó el Mosad le pasó la información
a ella. Le debían ese favor. Parece que te tiene afecto porque te
vendió a nosotros y no a los árabes. Todo un detalle, ¿no
crees? Te localizó para la Agencia y en cuanto ha podido nos ha
llevado hasta ti. Ha traicionado a la Agencia y de nuevo a ti. ¿No
es romántico? -suspiró afectadamente-. Todo esto -hizo un
gesto que aludía a esta aventura- se hubiera podido evitar si nosotros
te hubiéramos localizado antes que nadie o el Mosad nos hubiera
informado primero. Pero así en tu cerebro hay una mayor información
sobre la Agencia, muy interesante para la CIA, que podremos extraerte,
no hay mal que por bien no venga. Consuélate Harry, al venderte
tu querida Casablanca ha firmado la destrucción del sindicato Morgen.
Será tu venganza. ¿OK?
-¿Quién ha dicho que yo me quiero vengar?
No recuerdo haber llegado hasta allí. Un efecto de las drogas probablemente aunque resulta extraño que lograse penetrar en el Caribe. Tal vez alguien me ayudó a condición de borrar de mi memoria esos fragmentos para permanecer en la sombra. Extraño en verdad. Sobre todo si tenemos en cuenta que esa parte del planeta es de acceso restringido porque todavía queda ozono. Un día, después de una larguísima huida cuyos detalles (propios de una fantasía anfetamínica) he decidido olvidar, me encontré en la noche del caluroso Caribe, amodorrado en la barra del Killer Toons.
El Killer Toons había sido antaño un burdel de mucho lujo. Sin duda conoció tiempos mejores pero todavía se mantenía activo. La orquesta se situaba al fondo, donde no molestara demasiado. Las chicas, unas mulatas de dentadura amarilla y muy pintadas, parecían simpáticas. Era parte de su trabajo. Un trabajo asqueroso.
Los gorilas del Killer Toons me habían querido echar de allí. Pero cuando se trabaja en mi gremio uno debe ser rápido y peligroso. Lo fatigoso fue tener que enterrarlos luego. Ocupé su lugar. A rey muerto rey puesto. Tenía un trabajo, treinta dólares y un cuartucho en la parte de arriba, que olía a resina de hachís. Menos era nada. Seguía vivo.
También me había provisto de un microtraductor que había enchufado a mis neuronas. Microsoft de idiomas. Español-Inglés. Inglés-Español. Sencillo pero eficaz. Un diccionario constructor de frases y traductor simultáneo. Te permite conversar en un idioma extranjero. Nada complicado. Algo barato, de precio razonable y competitivo para turistas snobs de clase media que deseaban pasar una larga temporada en el lugar sin conocer una sola palabra de castellano y tenían un conector de plasticarne. Era simplemente un lexicón de baja intensidad al que mi conector le extraía un gran partido.
De todos modos necesitaría algo de más calidad si iba a quedarme una buena temporada: un programa completo, que fuera similar a un injerto de poca intensidad. Eso mejoraría mi acento. Sin embargo no debía delatarme utilizando dinero de plástico. Mis cuentas secretas debían estar vigiladas. Siempre hay un mercado negro. Sólo había que encontrarlo. Hice propósito de reunir el dinero necesario. Acudiría al mercado negro. Siempre caro pero disponible. Es lo último que resiste en nuestros días, lo que impide que el hombre sea defintiva y totalmente manipulado: el poder egoísta de la corrupción.
Cada minuto que pasaba en el Killer Toons esperaba ver un grupo de asesinos de piel morena y acento árabe armados hasta los dientes viniendo a por mí. Bebía. Olvidaba. Y volvía a beber. Y cuando el miedo quedaba ahogado en alcohol sólo quedaba un enorme vacío. Olvidar a Casablanca me dejaba totalmente huérfano. Volvía a beber. Un círculo vicioso.
Los meses que pasé allí no fueron gloriosos pero tampoco puedo quejarme. Gloria la gitana me echaba las cartas y me anunciaba tiempos mejores. A veces alguna de las chicas se acostaba conmigo, salario en especie. La droga se movía con facilidad y nunca la policía venía por allí. Bueno, de paisano sí, a esnifar y fornicar gratis. Pasaba casi todo el tiempo borracho. Un par de veces vinieron matones a armar gresca. Me encargué meticulosamente de enseñarles el camino de regreso pero con un rostro que necesitarían la partida de nacimiento para que les reconociesen sus familias. Luego la mala reputación hizo el resto.
Ya me empezaba a acostumbrar a toda aquella monótona y tranquila vida. Algunos gritos, mucho carmín y cierto olor a humedad que iba pudriendo, poco a poco, todo aquel garito de madera. Al principio padecía de agorafobia pero acabé por superarlo y, todos los amaneceres, paseaba por la playa acompañado de mi botella de Jack Daniels. No era una mala vida. En realidad nunca había estado tan tranquilo. Con pocas responsabilidades, algo de dinero y un trabajo sin complicaciones. Yo, una botella y el mar. Y recuerdos. Demasiados. Amargos.
Una noche de sofocante vulturno un tipo con unas espaldas como un armario y un escuchimizado secretario, ambos muy trajeados, se dejaron caer por el local. Fueron directos a la barra. El camarero hawaino estaba ayudando en la cocina así que yo mismo, en un gesto de total identificación con el local muy habitual en mí, ejercí de barman. Me pagaban un pequeño suplemento por ser barman los días de mucho gentío. El Killer Toons no usaba robots. Ésa era una de sus ventajas. A los clientes les espantaba su presencia. Así que a veces servía copas. Dos tragos para mí y uno para el cliente. No es difícil saber las preferencias de los clientes fijos y en el fondo lo único que la gente quiere es que les escuchen un poco. Vaciarse. Mirarse al espejo es terrorífico. A mí no me importaba escuchar, lo que no quería era hablar yo. No es difícil aguantar a los demás, lo realmente difícil es aguantarse a uno mismo. De los demás podemos escapar. Pero nadie escapa de sí mismo. Aquellos dos tipos me taladraron con los ojos. No me gustó la impunidad de su mirada. Tampoco su falsa y desmedida sonrisa. Pero pregunté muy amablemente qué iban a tomar.
-Un Martini y una Heineken. -solicitó el más bajo.
-Claro.
-Y ponte algo para ti, Harry. Nosotros invitamos.-sus dientes
eran perfectos.
-Se equivoca -sonreí mientras calculaba a cuantos pasos
se hallaba mi pistola- Mi nombre es Hans, Hans Mayer. Además, nunca
bebo con los clientes. Nunca. Normas de la casa.
-Casablanca está ahí fuera Harry. Quiere verte.
-¿Casablanca?.
-Has tenido suerte de que hayamos sido nosotros los primeros
en encontrarte.
-¿Casablanca?
-En el coche Harry. Esperando a que salgas. Ella nunca entra
en sitios como éste.
-Ella nunca se mueve mientras pueda conseguir que otro haga su
trabajo.
-Tal y como yo lo veo no tienes mucha elección.
-¿Qué quiere?
-Te necesita Harry, necesita tu magia. Quiere que formes un equipo
y secuestres a alguien, un japonés. Eres perfecto para ese trabajo
y contarás con todos los medios. Casablanca trabaja ahora para la
Central de Inteligencia Europea. La Agencia paga. No tienes que trabajar
para Rilke.
-¿Sabes a cuanta gente he tenido que matar para poder
llegar vivo hasta aquí? Y todo por su culpa. Gracias a ella han
matado a mis colaboradores.
-Pagan muy bien Harry. Podrás incluso colocarte unos ojos
nuevos del mismo color.
-¿Por qué debería aceptar? Puedo mataros
y huir.
-La constante Sísifo, Harry.
Me despedí de la patrona. Una mujerona inteligente. No hizo ni una sola pregunta estúpida. Sólo inquirió si volvería. Contesté que no. A veces, cuando se ponía triste, me contaba historias y nos acostábamos juntos metiéndonos toda clase de drogas sintéticas, de diseño, una maravilla. Buscaría a otro tipo solitario que escuchara sus historias. Una mujer con una filosofía práctica de la vida. Vivir y morir. Como un cowboy. Un alma gemela. Gente como nosotros. Sólo que al revés: ella vive despacio y piensa deprisa.
El automóvil era blanco merengue. Largo como un día sin plan. Casablanca fumaba. Un nuevo look. Sus ojos eran invisibles. Anteponía unas gafas negras. Le di la maleta al gigantón. El chófer, un caucásico de gesto adusto, puso en marcha el coche. Un rolls increíble. Casablanca siempre ha tenido un gusto inefable para los coches. Me miró fría y despectivamente. Me había vendido, nos había vendido a mí y a los chicos y ni tan siquiera deslicé una palabra de reproche. Comerció con nuestras vidas como quien vende mineral. Muchas veces, en la vigilia, había fantaseado con el sermón escueto y duro que le soltaría si el azar la ponía a mi alcance antes de matarla. Se me pegaron los labios y la lengua se hinchó. ¿Qué podía haberle dicho? ¿Se puede razonar con quien ha aniquilado su conciencia? Debería haberla matado. Quise hacerlo. No pude.
-No has cambiado mucho.
-Tú tampoco Harry - se abrió la puerta- La gente
como nosotros nunca cambia.
La gente como nosotros, sí. La gente como nosotros nunca cambia. Nunca. Eso es lo malo.
No hay margen de maniobra. Es probable que lo del veneno en el inhalador sea falso. No quiero riesgos. Puede ser un farol per,o con su empalagosa y teatral teatinaria, me había arrojado hacia la más urticante hesitación. La más primigenia vitalidad del hombre: sobrevivir como fuera, volvía a habitar en mí. Con una nefaria nictación me contempla. Desgalichado e inverecundo instila el más impúdico y cínico de los nihilismos. Y era de la CIA. ¡Qué gran actor había perdido el mundo!.
-En un minuto y nueve segundos tendré que salir a dar una
explicación. Si os habéis molestado tanto por mi persona
es que estáis dispuestos a ofrecer un trato. Adelante –le dedico
mi mejor sonrisa-, si no me gusta te mataré. ¿Me permites
el tuteo?
-Chico listo. Te queremos en Florida, en la sede federal de Fort
Benson. Te someteremos a un tratamiento para disminuir los efectos perniciosos
de las drogas sobre tu cuerpo. Después tendrás trabajo en
el simulador y en el ciberespacio. Volverás a ser pirata, para nosotros.
Y practicarás la docencia, un selecto grupo de jóvenes espera
ávidamente tus enseñanzas.
-¿Y los amarillos? Algo querrán de mí. En
esta vida nada es gratis.
-Los japoneses quieren entrar en Wagner, el gran sancta sactorum
del imperio Rilke. Durante años han estado sacrificando en balde
vidas y recursos. Harry, tú venciste al sistema Rilke, destruiste
su hielo negro. Eso quieren. A cambio te someterán a un tratamiento
antienvejecimiento.
-¿Qué más? -soy algo intransigente pero
negocio es mi destino.
-Nueva identidad. Nueva vida. Dinero abundante e impunidad. Vivirás
en América cowboy, libre y rico. ¿Qué más puedes
desear? Si tienes dinero los Estados Unidos son el mejor de los paraísos.
La Agencia te considerará muerto y en cuanto al mundo musulmán
hay preparado un clon tuyo para arrojarlo a un basurero en el que los árabes
lo puedan encontrar. España tal vez. No somos Dios, pero sabemos
crear clones inanimados. No tienen medios todavía para descubrir
el engaño.
-¿Y la Agencia?
-No sabe nada. Esta estación volará en pedazos
y la lanzadera puede convertirse en invisible para los europeos. Pensará
que ha fracasado.
-Casablanca lo sabe.
-Bueno, "a cada cerdo le llega su San Antón", al menos
eso decía mi abuela. Se trata de un cabo suelto y ya no nos es útil.
Nos encargaremos de ella. Pero no te preocupes, cuidaremos de ti. Y tu
cuidarás de que nuestros microbios marcianos y sus secretos estén
a salvo.
-Acepto.
-Muy pragmático. Ahora descuelga ese micrófono
y manda que se conecten a la lanzadera japonesa y abran la portilla. Ordena
a Tartt que te sustituya. Di que estas puertas se han bloqueado. Ha ocurrido
miles de veces. Tú las arreglabas y Anderson las estropeaba.
Cumplo sus instrucciones. Un dolor profundo y penetrante se apodera de mi estómago al mandar gente a una encerrona. Pienso en Casablanca. En su risa. En su pelo. En su fragancia. En sus lágrimas y fieros mordiscos cuando hacíamos el amor. Intento recordar esa alegre y ubérrima sonrisa de seda que exhibió en Viena antes de que poco a poco envenenase su corazón con esta porquería de oficio. No encontraré a nadie como ella. Sostengo la teoría de que un hombre sólo ama de verdad a una mujer en toda su vida. Lo demás no es amor, son sucedáneos. Presiento que esto es el fin de una hermosa amistad. Yo no soy Bogart. Y éste no es el final feliz que siempre soñé pero aquí acaba Casablanca. Probablemente sea una muerte rápida. Espero que no sufra mucho. No por presentido primero y anunciado después deja de ser un final doloroso. Se lo dije, pero no me escuchó.
Dentro de poco ella será suprimida con la misma frialdad con la que suprimió a otros y de ella sólo me quedará el recuerdo de una decena de días en Viena. Alguien escribió muy atinadamente que cuando algo es bueno queremos que sea perfecto y si es perfecto anhelamos que dure eternamente. Pero lo perfecto no está hecho para perdurar. Es una estrella fugaz. Una breve ensoñación.
Casablanca. Aunque me duele el corazón por ello te he querido y quiero más de lo aconsejable, más allá de mí mismo. Retornaría a tu lado si pudiera aun sabiendo que volverías a jugármela. Todos necesitamos amor, es cierto que nos vuelve tontos y estúpidos pero también nos hace felices. Yo lo tuve durante cinco años. Estuve junto a ti. Me considero muy afortunado por ello, un privilegiado. Casablanca. Mi único amor, ahora ya casi eres nada. Un cabo suelto. A los americanos no les gustan los cabos sueltos. Te lo dije, te lo advertí, pero no me escuchaste. Al final la suerte se acaba. Siempre ocurre así.
Mientras Scharporv hurga groseramente en su nariz mi mente rememora la imagen de aquel rostro sonriente de Casablanca saboreando al aire libre unas pancakes crocanti, con la negra melena (recortada con elegancia) alborotada suavemente, un poco de nata en la comisura de los labios y su cuello francés, delicado, de cisne, meciéndose dulcemente en mi hombro.
No hallaré a nadie que la sustituya. La he perdonado por todas sus traiciones pero las reglas son inexorables y no conocen excepciones. Quien a hierro mata a hierro muere. Se lo advertí en Viena, se lo dije con plena sinceridad: "la primera vez es gratis, pero si decides seguir, tendrás que pagar. No es algo que dependa de mí, es que todos pagamos tarde o temprano". Se lo avisé: nadie escapa, nadie sale. La constante Sísifo no conoce excepciones.
Así es para la gente de nuestra clase, para ese tipo de gente que habita y se lucra en la mentira, ajenos a la probidad. Estamos condenados a la soledad. No resultamos miscibles con el resto de la gente. Pudimos haber efectuado una última jugada al destino o, al menos, haberlo intentado. Juntos. Juntos. Casablanca. Te lo advertí. Nadie sale. Así son las cosas. Supongo que así deben ser porque las aceptamos cuando nos mezclamos en esto. Somos un mundo integrado por seres atípicos. Guardianes y cautivos al mismo tiempo. No somos muchos. Somos distintos. Si pudiera elegir de nuevo mi vida suprimiría de ella todo, absolutamente todo excepto aquellos diez días en Viena.